Por fin Berlín

Fecha de publicación: May 24, 2018 4:16:40 PM

A veces tienes que poner de tu parte para que los sueños se hagan realidad, así que antes de Navidad compré billetes para ir a Berlín, probablemente la gran capital europea que me faltaba (de hecho, jamás había estado en el país germano).

Casi medio año después ya hemos vuelto de una aventura de algo menos de cuatro días en la que hemos combinado el Berlín clásico con el Berlín infantil y en el que hemos ‘re’ y descubierto (dependiendo de quién) una ciudad impactante con muchos aspectos positivos y algunos negativos, pero como siempre enriquecedores.

Al llegar el viernes por la noche, poco hicimos más que llegar al hostal en taxi, de manera que la visita la iniciamos el sábado, ya desde nuestra habitación, pues veíamos la torre de telecomunicaciones, símbolo de Berlín y hacía nos íbamos a dirigir ese día. Nuestro alojamiento estaba en el céntrico barrio de Mitte, en el Berlín oriental, muy cerca del Check Point Charlie, de manera que andamos descubriendo algunos elementos del pasado comunista como la arquitectura presente en edificios como el Ministerio de Asuntos Sociales, al lado mismo del hostal, o los archi conocidos y omnipresentes Amplemann, así como la evolución de la ciudad llenándose de tiendas modernas y elegantes. Y es que la ‘movida’ cultural de Berlín es brutal en prácticamente todos los aspectos posibles.

Llegamos a Gendarmenmarkt, una de las plazas icono de Berlín y donde la neoclásica sala ce conciertos (lo de las columnas en Berlín parece que las compraron al por mayor) separa las catedrales alemana y francesa. Iglesias ‘gemelas’ al estilo de las romanas de la plaza del popolo. La historia dice que la catedral francesa fue edificada por la gran inmigración de hugonotes que recibió Berlín cuando fueron ‘mal vistos’ en Francia, y que a raíz de esta iglesia, los alemanes hicieron la otra.

Aun así, más que los monumentos y el ambiente de la plaza, nuestro disfrute principal fue el jugar a hacer pompas de jabón gigantes gracias a un artista callejero.

Seguimos callejeando Berlín y vimos que en un lugar se agrupaba ‘polizie’, la televisión y mucha gente con la camiseta del Bayern de Munich, rápida deducción (gracias a un cartel visto en el hostal en el que anunciaba un partido entre el Bayern y el Eintracht de Frankfurt) era que ese día se celebraba la final de la copa alemana, debía ser en Berlín y allí se concentraban los jugadores. Estuvimos esperando un rato en el que solo hicimos una foto con ‘alguien’ que creíamos que era Beckenbauer (no lo era).

Después de comer algo rápido, la gastronomía alemana deja mucho que desear, paseamos por ‘Unter den Linden’ la principal avenida Berlinesa, plagada de edificios nobles (todos ellos con columnas) como la mundialmente conocida ópera de Berlín o la universidad Humboldt (el hermano del ‘Canario’).

En Bebelplatz paramos a mirar la estantería vacía bajo una losa de cristal que simboliza la quema de libros que hicieron los nazis en 1933, y a visitar otra de las catedrales, en este caso la de San Hedwigs, una iglesia católica redonda, con una cúpula espectacular estilo el panteón de Roma. Muy de película de Indiana Jones.

Ya con la torre de telecomunicaciones más cerca, entramos a la isla de los museos con la imponente vista del Duomo alemán presidiendo la escena. Atravesamos un mercadillo para llegar al Neues Museum, donde se exponen diferentes colecciones arqueológicas pero donde destaca, por encima de todo, el busto de Nefertiti, un busto de 4 milenios de antigüedad que conserva su policromía original. Además de eso nos gustó mucho el esqueleto de un Reno de hace miles de años, un sobrero dorado del neolítico… una visita recomendable y, aunque no sea la ideal para los niños, el museo tiene cosas suficientes para hacerla más llevadera. Eso sí, dos aspectos negativos del museo y que se trasladan a muchos otros lados de Berlín fueron que el museo en sí no está especialmente arreglado, en Berlín vimos bastantes infraestructuras un poco ‘dejadas’, y por otros, que no son los más simpáticos ni atentos con los niños, tienen una especia de tensión nada más verlos.

Después de descansar un ratito en el césped del parque de Lustgarden, rodeados del Neues y del Altes Museum, de la Catedral y de columnas, proseguimos el paseo, bordeando el río Spree, hasta llegar a Alexanderplatz. Allí, vimos el ayuntamiento y fotografiamos, desde cerca, el objetivo del día, la torre de telecomunicaciones.

Rematamos el día subiendo a la terraza del hotel Park Inn, el edificio más alto de Berlín (edificio como tal, pues la torre es más alta). Desde allí, las vistas de la ciudad son impresionantes pues ves una ciudad basta a más no poder y totalmente plana.

Por cierto, al llegar al hostal, vimos que el Frankfurt había ganado 3-1 al Bayern de Munich en la final de copa.

El domingo cogimos el metro, un metro antiguo, estrecho pero muy útil y en el que no hay puertas, señal de la buena civilización de la sociedad alemana. Eso sí, no son los más limpios y tienen un serio problema de alcoholismo. Ver tanta (pero tanta) gente con cerveza en mano (litronas) a cualquier hora del día y en cualquier lugar me pareció hasta feo y un muy mal ejemplo. Eso sí, en el metro se fían de que valides tú el billete.

Llegamos hasta el Machmitt Museum, una iglesia reconvertida en un museo para niños, un auténtico templo donde Pauilolo se lo pasaron en grande “recorriendo” Berlín en bici, tocando, explorando y jugando a su antojo. Pues en este museo, que ofrecía una exposición sobre los indios navajos y talleres relacionados, todo está permitido. Eso sí, la atracción estrella es un laberinto vertical al que no se resistió a entrar ni Mireioneta. Un auténtico MUST para Berlín con niños.

Después del museo caminamos hasta Mauerpark, un parque cuyo ambiente alcanza su máximo apogeo los domingos, cosa de la que nos dimos cuenta nada más entrar. Mucha, mucha gente, locales y turistas y dos actuaciones musicales nos dieron la bienvenida.

Nos dirigimos a la zona ‘de restauración’ donde probamos lo que se tiene que comer sí o sí en Berlín, la currywurst (Frankfurt con ketchup). Correcto. Pero vaya, que más fama que sabor.

Después de un rato de parque paseamos entre los diferentes tenderetes de comida, ropa, recuerdos… Pero hay tantos (y tanta muchedumbre) que hasta abruma, de manera que un servidor se sale con los peques a la zona de descanso donde los berlineses toman el Sol mientras Mireioneta se queda buscando gangas. Aunque aquí es difícil pues Berlín nos pareció una ciudad muy cara (probablemente porque nos quedamos principalmente en la zona turística) y en este mercado hay muchas tiendas bastante cutres.

Con las compras (pocas) hechas, rematamos el parque con la parte que más nos gustó. Una mítica pista de Street-basket con la torre de telecomunicaciones al fondo (y muchas ganas de salir a jugar) y mucho ambiente, pero aun así mucho menos que las gradas del anfiteatro contiguo donde la gente se aprieta para ver el karaoke que se monta allí y en el que quien quiera puede salir a cantar y ser aclamado (o abucheado) por el público. Un auténtico show, suponemos que amenizado que por el ayuntamiento porque tiene presentador y todo, pero que ha supuesto una de las imágenes de la escapada.

Y para rubricar en la parte alta de las gradas el muro, pues mauerpark significa parque del muro y es que del horrible muro que separó la ciudad entre dos regímenes políticos durante 28 años pasaba por el parque, conservando todavía 800 metros que pudimos contemplar, fotografía, y los peques incluso, ‘pintar’.

Después de un pit-stop en casa para descansar un rato, pues el día estaba siendo largo, salimos de nuevo para acercarnos al Checkpoint Charlie, el más famoso de los tres puntos de paso de cuando el muro existía, pues era el punto de control más céntrico y el que separaba la parte americana de la soviética. Hoy en día, la garita, es un punto turístico. De hecho, compramos los recuerdos en la zona.

El domingo, último día completo en Berlín, lo empezamos también muy pronto, el sol salía a las 4:30am, y el hecho de no tener persianas hacía que nos levantáramos antes de lo previsto. De esta manera, pudimos llegar andando al memorial de los judíos asesinados antes que las hordas de turistas en excursiones organizadas y disfrutar de este espléndido monumento con la tranquilidad que se merece. Aunque solo un ratito, pues con los niños el lugar se convirtió rápidamente en lo que es, un laberinto ideal para jugar a esconderse.

Acabando de disfrutar el lugar mientras nos comíamos un pretzel, pasó una caravana de ‘trabies’ con la misma dirección que debíamos tomar nosotros, la puerta de Brandeburgo, otros de los íconos de la ciudad y punto de acceso a la ciudad en el pasado que quedó en tierra de nadie con el muro en pie.

Fue en este punto el primer lugar (salvando Mauerpark) donde encontramos aglomeración de turistas, y es que debido a la inmensidad de la ciudad y la dispersión de sus puntos turísticos no hay mucho agobio como pasa en otros lugares.

Tras un café en la plaza de París contemplando la puerta donde confirmamos la cantidad de medidas para evitar ataques terroristas que ha tomado la capital germana (hay más pilonas que columnas neoclásicas), paseamos hasta el Bundestag, es decir, el parlamento alemán, famoso por ser la reconstrucción del Reichstag la sede de las SS, y cuya cúpula, destruida en la segunda guerra mundial fue reemplazada por una cúpula de cristal.

Rematamos la zona con un breve un paseo por el basto parque de Tiergarden llegando hasta el memorial de los soldados soviéticos caídos en la toma de Berlín para acabar con la IIª guerra mundial. Curioso como ‘para nosotros los rusos pasaron de buenos a malos en el siglo XX’… lo que es la Historia.

De allí, un paseo en transporte público en tren, muy recomendable pues ofrece unas vistas sublimes de la isla de los museos y de otros monumentos, nos llevó hasta Alexander Platz, donde salimos un momento para ver el reloj mundial que habíamos olvidado el primer día. Este reloj-monumento que simboliza el sistema solar en su parte superior y en la zona central muestra los diferentes husos horarios, siendo otro de los símbolos de Berlín.

Y de nuevo en transporte público, en Berlín con un billete puedes moverte como quieras durante dos horas, fuimos hasta Schlesischess Tor, en el Berlín occidental, a la otra orilla del rio Spree donde está la East Gallery para comer ‘la mejor hamburguesa de Berlín’ pero la cola que había nos hizo desistir (de entrada). Cruzamos el río por el precioso puente de Oberbaum volviendo a la Alemania oriental. De hecho, el puente era parte de la frontera, una frontera de la que visitamos su parte más famosa después de comer, la East Gallery donde se conserva casi 1.5 quilómetros de muro con los grafitis más simbólicos de éste como son el beso de Brezhnev y Honecker o el Trabi rompiendo el muro. El auténtico MUST de Berlín, ensuciado por un pequeño altercado con un ‘artistilla local’, pues ni era artista, ni era local, sobre todo era un maleducado.Y muy cerca del muro otro monumento, el Mercedes Benz Arena, un espectacular recinto polideportivo donde el Alba de Berlín (entrenado por Aíto) jugaba el primer partido de la liga alemana de baloncesto, finalmente renuncié a entrar, pero el ambiente era muy chulo y el campo si por dentro es como por fuera, debe ser espectacular.

Regresamos paseando cerca del río contemplando las vistas de éste y del puente e hicimos la cola para comer ‘la mejor hamburguesa de Berlín’ en el Burgermesiter, unos antiguos urinarios callejeros reconvertidos. Suerte que íbamos pronto entre la cola y que no eran ‘los más rápidos del oeste’ acabamos cenando, en el parque de al lado, muy sucio y lleno de cristales, a una hora normal para cenar.

Con Berlín peinado y el equipaje recogido, afrontamos el último día de viaje para regalárselo a los peques, caminamos hasta Postdamme Platz, donde vimos lo que se espera de la Alemania occidental, una plaza moderna con edificios de oficinas molones y centros comerciales.

Pero el objetivo de ir hasta allí no era ése, sino, visitar Legoland con la amiga alemana de Mireioneta y sus dos hijos. Una vez dentro, intentamos a la par disfrutar de las maquetas de lugares y personajes hechas con lego, disfrutar de las atracciones del lugar (Aranet se lo pasó en grande haciendo NinjaGo) ver la película en 4D, controlar a los niños y, las chicas, ponerse al corriente, pues hacía 10 años que no se veían…

El lugar en sí es pequeñito, pero para 2-3 horas está bien, de hecho, los críos no querían irse, pero teníamos un avión que tomar, pero ésta, tal y como sucedió… es otra historia.