La entrada más bonita

Fecha de publicación: Jan 21, 2019 2:53:5 PM

No descubro nada al decir que empecé a viajar con regularidad tarde, he hecho diferentes disertaciones sobre esto y no quiero extenderme ahora, aunque lo dejo como nota mental para una posible futura entrada, lo que quiero introducir es el hecho que el aprendizaje que se adquiere al viajar, además de ser hermoso e infinito, te modifica y se modifica a si mismo con el tiempo, de manera que al viajar acabes buscando o disfrutando, porque se trata de esto último, cosas diferentes, esas cosas que, en ocasiones, puedan incluso hacer parecer pedante al viajero experimentado a ojos de alguien que disfrute de otros hobbies y, que obligación es del viajero, tiene que aceptar.

El viaje a Laponia fue especial, en cierta manera el más bonito que hemos hecho porque conjugó nuestro estado vital de familia con dos hijos pequeños, con la búsqueda de la felicidad más absoluta para ellos, y por ende la nuestra, con la Navidad, un lugar de insultante belleza y una gente con un estilo de vida precioso. Por ello, nos gustaría que las líneas que siguen estos dos rollos de introducción reflejen una parte de la felicidad que sentimos en los tres días que pasamos en el círculo polar.

El despertador sonó pronto, muy pronto, pero como no podía pasarnos nada malo, Pauilolo se desperezó sin problemas y Aranete, aun durmiendo, colaboró en todo lo que le dijimos. Mientras el resto se vestían, busqué si había algún UBER cerca… ¡bingo! No solo había uno, si no que el que había era gama ‘lujo’, pero al ser el único nos lo dejaron a precio normal.

Llegamos al aeropuerto incluso antes de lo que pensábamos, pudimos facturar todo el equipaje que no queríamos llevar con nosotros y desayunamos tranquilamente antes de coger un vuelo en el que más de uno pudo echar alguna cabezadita, así el vuelo no se hizo para nada pesado, aunque las ganas de ver a Papá Noel nos hacían estar nerviosos a todos.

Aterrizamos en Rovaniemi y… ¡estaba nevado! Pero muy muy nevado, yo era feliz, los nervios de las últimas semanas se disiparon de golpe, y, aunque no lo reconoció, sé que Mireioneta también lo prefería así, aunque fuera para no tenerme que aguantar.

El aeropuerto de Rovaniemi es muy pequeñito, y decorado de Navidad (no sabemos si por las fechas o por mantener el espíritu navideño todo el año) parece de juguete. Esperando las maletas y el coche de alquiler tuvimos el único percance del viaje, a Aranete se le cayó el móvil con tan mala fortuna que se rompió y quedó inservible, mala pata, y aunque el mosqueo se alargó un poco más de lo esperado, debido seguramente al madrugón, con el equipaje y la llave de nuestro flamante Skoda Octavia rojo recuperamos la sonrisa.

Salimos en busca de nuestro coche rojo… ¡¿¡Rojo!?! Hacía mucho frío y había tanta nieve que los coches estaban todos cubiertos con un manto blanco, utilizamos el mando para encontrar nuestro vehículo, y, una vez en él, descubrimos en su interior un pico-rastrillo-brocha para eliminar la nieve y el hielo del coche, Espectacular para nosotros, seguramente lo más normal del mundo para ellos.

Una vez dentro del Skoda y con la calefacción a toda pastilla, el coche marcaba -6ºC y según el móvil, la sensación térmica era de -12. La siguiente duda era conducir sobre nieve, el coche llevaba ‘zapatos de invierno’ (el chico de la agencia se le escapó una media sonrisa cuando se lo pregunté, pues todos lo llevan). Realmente fue un gustazo, un agarre perfecto con el que no noté prácticamente ninguna diferencia con la conducción habitual. Otra cosa más difícil era saber por dónde estaba la carretera, pues todo el piso era blanco y, aunque eran casi las 9 de la mañana, todavía era noche cerrada, y es que, en ese momento, caímos cuenta en el hecho que, habíamos cruzado el círculo polar, ¡Estábamos en el Polo Norte!

En ese punto recordamos la misiva de Roc, el Sami había chocado con la criatura (que ahora ya sabemos que es Papá Noel) en una cueva cerca de Rovaniemi, así pues, ‘deambulando un poco con el coche’ llegamos a un lugar mágico, ¡Santa Claus Village!, aquí ya nos sobraban las historias externas. Santa Claus Village es un lugar mágico por sí mismo y nada extravagante. De hecho, creemos que hay más luces navideñas en Barcelona que allí, donde el espíritu navideño te lo aporta el paisaje, los bosques infinitos de abetos nevados. Suponemos también, que el tipo de alojamiento y negocio que hay allí propician que el estilo evite el ‘kitsch’ lo máximo posible. Y es que de hecho el lugar es un village, es decir un resort donde se instalan diferentes complejos hoteleros, restaurantes y negocios de ocio, todo ambientado con ‘espíritu navideño’, y queda muy bien. Aunque como hicimos nosotros, también vale la pena ‘huir’ del lugar.

Aparcamos en la zona del village más cercana a Rovaniemi y, aun de noche entramos en la ‘Christmas House’ un establecimiento donde venden souvenirs caros, hay un café y, donde a partir de las nueve de la mañana puedes conocer a Papá Noel. Faltaban 10 minutos, y sólo había una familia en la cola, así que allí nos quedamos.

A las nueve en punto se abrió la puerta y entramos en un mundo aún más mágico, una exhibición sobre la Navidad te lleva hasta la puerta de Papá Noel, allí, mientras Santa despachaba con la primera familia, nosotros nos quedamos fuera viendo postales enviadas por niños de todo el mundo a Santa Claus, Pauilolo no sabía qué hacer, los mayores estábamos entre nerviosos y emocionados y Aranete, Aranete caminaba de un lado sin parar, y es que si alguien disfrutó del viaje, como era lógico, fue él. Al rato, dos elfos abrieron la puerta y pudimos disfrutar nosotros de nuestros cinco minutos de gloria con uno de los seres más adorados por los niños.

Nos recibió en castellano, y aunque las nociones de Santa Claus en la lengua de Cervantes eran más propias de un vendedor de Jan el-Jalili que de la imagen icónica de Santa Claus pues su vocabulario se reducía a ‘Barcelona – Messi – Amigo Amigo’, todo está tan bien montado que esos 5 minutos, con el resto de la conversación en inglés fueron maravillosos, Pauilolo, nunca sabremos si queriendo o ‘inocentemente’ entró al juego, y Aranete estaba tan emocionado que era incapaz de decir nada.

Después de las típicas preguntas sobre si nos habíamos portado bien, que queríamos que nos trajera… y la foto de rigor con él, dejamos paso a la siguiente familia y nos dirigimos a explorar el resto de Santa Claus Village.

¡Por fin era de día! Aunque Sol más bien poco y nos pusimos a pasear por el resort, un lugar donde, mentalidad nórdica, hay unos trineos para que los niños jueguen y los puedas arrastrar sobre la nieve por los diferentes edificios del resort. ¡Así el frío pasa mejor! Aunque el café y los chocolates que nos tomamos en ‘The three elves’ también ayudaron bastante 😉. Y donde ya dimos por sentado que, para nuestro alivio, la zona NO tiene nada de kitsch, más bien al contrario, todo es bastante elegante.

En nuestro primer paseo por el lugar, descubrimos la oficina de correos, las tiendas ‘caras’ de allí, el taller de Santa Claus y el centro de visitantes. Todos estos edificios dan a una plaza donde está marcada la línea del círculo polar, cosa que ya de por sí solo le da bastante juego al sitio.

Seguimos nuestro disfrutando de uno de los toboganes más rápidos que hemos visto nunca y viendo renos el parque donde se pueden hacer paseos con renos. También pasamos por el centro de visitantes donde conocimos a Luis, un español que habla catalán pues estuvo viviendo 6 años en Barcelona y ahora lleva 2 haciendo la temporada de invierno allí. El nos dio diferentes consejos:

    • No han recibido quejas por sellar el pasaporte allí.

    • El vendía los sellos especiales del lugar.

    • Aunque había nevado, los huskies todavía iban sobre

    • Acababan de abrir las motos de nieve.

Después de darle las gracias, acordamos que ya volveríamos, seguramente, en nuestro último día en Rovaniemi.

Después de visitar una tienda sami (muy parecida a los tipis indios, cogimos el coche y cruzamos por el bosque, tan típico del norte de Europa como nevado, los dos quilómetros que separan Santa Claus Village de Santa Park, la caverna-taller de Santa Park. Un pequeñito parque temático, donde lo pasamos genial.

Al entrar una pasarela te conduce hacia abajo, donde los elfos de lugar te van saludando y poniéndote de buen rollo mientras aumento tu ‘espíritu navideño’. Una vez dentro, una elfa muy simpática que hablaba castellano nos enseñó la zona donde las cartas de los niños de todo el mundo son clasificadas, después vimos el parque de esculturas de hielo, zona que a Pauilolo le gustó especialmente, suerte que hay unas chaquetas fuera.

Allí descubrimos un pequeño parque infantil dedicado a los Angry Birds, pues estos también son fineses, de manera que entre un rato jugando allí y la comida, echamos un rato hasta que empezó el show de los elfos, un espectáculo de danza y acrobacias que nos dejó con la boca abierta, sobre todo a Aranete (en especial la parte ‘de la lucha’) que hizo que viéramos el espectáculo varias veces (y es que solo escucharle reír ya hace que nos riamos todos, es el más ‘elfo’ de la familia). Después de comer, nos montamos en el tren mágico, una atracción clásica que nos demostró como de emocionados estaban los nenes en el lugar pues a Pauilolo seguramente ese paseo por un mundo mágico, sin subidas ni bajadas, y poco a poco le hubiera parecido un rollo en cualquier otro lugar, pero allí, y con la ayuda de Liqui, nuestro elfo favorito, ¡quiso repetir y todo! Y Aranete, que hubiera podido tener hasta miedo, también quiso disfrutar de esa atracción más de una vez.

Al salir de allí vimos que también podíamos visitar a Santa allí, la verdad es que arriesgamos un poco, y Pauilolo nos preguntó si era el mismo, pero valía la pena arriesgar para pasar otro rato, en este caso en la oficina de Papá Noel, más que nada, porque, aunque la experiencia era prácticamente igual que la de por la mañana, en Santa Park, se pueden hacer fotos del ‘prota’ del lugar.

Después de nuestro segundo encuentro con Santa (hubo un tercero, más personal en medio del recinto), asistimos a dos talleres, uno impartido por Mrs. Gingerbread donde decoramos nuestras propias galletas de jengibre y una clase en la escuela de los elfos donde aprendimos a gestionar los regalos de Navidad y a hacer magia élfica. Lo hicimos tan bien que nos dieron un diploma y unos gorros de Santa ¡para ser como ellos!

Después de los talleres y antes de irnos todavía tuvimos tiempo de ver el espectáculo de los elfos, jugar en el parque de los Angry Birds, en el museo de hielo y despedirmos de los elfos, bueno más que despedirnos decirles, hasta mañana, pues la entrada al Santa Park es válida para dos días seguidos.

Al salir ya era noche cerrada, y nevaba, así que fuimos poco a poco hacia la que iba a ser nuestra casa en Rovaniemi, la casa estaba a las afueras, así que nunca sabremos si condujimos ‘fuera pistas’ o no hasta llegar a nuestro súper apartamento, uno de nuestros mejores alojamientos Airbnb, si no el mejor, de los que hemos estado. Aunque la comunicación no fue la mejor, y tuvimos que esperar un buen rato en el coche con los nenes dormidos (suerte porque hacía frío), una vez dentro, la sensación de casa y Navidad era tal que nos dimos cuenta de lo felices que éramos, estábamos viviendo un sueño.

Al día siguiente, todo fue con calma, en este viaje ya habíamos madrugado suficiente, y como el Sol también salía tarde, (no hacíamos más que ‘cenar’, pues en todas las comidas era noche cerrada), disfrutamos de la casa hasta que decidimos que hacer.

Fue divertido salir de casa y encontrarse el coche llenísimo de nieve, una nieve polvo como no habíamos visto antes, polvo se desintegraba al tocarla, era tarea de los nenes limpiar la nieve del coche, y trabajo nuestro saber dónde estaba la carretera, pues con la nieve no se veía la calzada y para sacar el coche del parking chocamos unas cuantas veces con el bordillo.

Primero hicimos una visita rápida al centro de Rovaniemi, la ciudad en sí no tiene grandes puntos de interés para ser ‘la capital de la Laponia Finlandesa’ más allá de tener el Mc Donalds más al norte del planeta. Es una especia de Andorra la Vella, una calle con centros comerciales, tiendas y restaurantes, donde había un mercadillo de Navidad al lado de la ‘plaza mayor’ donde me encontré cara a cara con la torre de Rovaniemi y el árbol de Navidad, una imagen que había visto muchas veces por las Rovaniemi webcam, mientras rezaba para que cayera nieve. ¡Mis plegarias se habían hecho realidad1

Paseamos hasta el rio, donde aparte de jugar con la nieve, aunque era muy difícil pues al ser tan polvo casi no se podían hacer bolas y mucho menos muñecos de nieve, alucinamos con la imagen del rio prácticamente congelado. Después de un rato paseando por la ciudad volvimos al coche y nos ‘internamos’ en la Laponia para ir a la granja de renos Napapiirin Porofarmi Oy. Allí entramos en un mundo de cuento, solo había madera y nieve, cabañas encantadoras nevadas hasta arriba y renos. La visita consistió en una sesión teórica sobre los renos (aunque la chica era nueva y no era una experta) mientras les dábamos de comer unos líquenes que eran como caramelos para ellos.

Los renos, uno de los cientos de cérvidos que existen son bastante grandes sin ser gigantes como los ‘muses’, pero parecen más grandes debido a su cornamenta, unos cuernos que sorprendentemente, los cambian cada año, es decir que les crecen a una velocidad brutal. La verdad es que la imagen de un reno con sólo un hasta es bastante curiosa.

Su manera de relacionarse es la de un macho que lidera a la manada con el resto de los machos y hembras, pero este macho cambia habitualmente a base de retos entre ellos (tipo campeón de la WWE o algo así). El macho actual se hacía notar, pero era curioso como los nenes, que se lo pasaron teta dando de comer a las bestias, prefirieran darle comida al resto de la manada, que al abusón. Por cierto, no tuvieron nada de miedo.

Cuando se acabaron las golosinas nos desplazamos hasta donde estaban los trineos, y por el camino vimos una ardilla saltando de un abeto a otro cruzando el camino a más de 20 metros de altura, un salto de esos que planean en el aire, ¡uno de los momentazos del viaje!

Llegados a los trineos, nos repartimos dos en cada uno equilibrando los pesos, y tras unas indicaciones de cómo se conducía el trineo, nos lanzaron por el circuito. Íbamos sin guía, pero la verdad es que los renos iban solos 😉.

Eso sí, una vez entramos al circuito nos quedamos sin palabras, el paisaje nevado, tan cerca, tan blanco, tan tranquilo… una experiencia casi mística que era y se hizo corta, aunque la pose en los trineos era tan incómoda que a los adultos no nos importó en exceso la brevedad del paseo. Los niños en cambio se hubieran quedando conduciendo los trineos horas y horas. Les encantó.

Condujimos tan bien que después, mientras tomábamos un té y unas galletas laponas nos otorgaron el carné de conductor de renos, con una vigencia de 5 años, así que ya sabemos cuándo volveremos por la zona 😉.

También agradecimos mucho la charla ‘del té’, allí departimos con la ‘señora de la casa’ la cual entre otras cosas nos confirmó que la semana anterior NO había nieve, ¿nada? Pues se ve que nada, cosa que costaba mucho creerla verdad. También nos explicó sobre la vida por esos lares, que los pequeños no van al cole hasta los 6 años y que ella, de joven corría en unas graciosas carreras con esquíes tirados por renos. Un momento muy agradable la verdad.

Todavía sin comer, volvimos a Santa Park, donde excepto visitar a Santa y los talleres del día anterior, repetimos todas las atracciones… y sí, el espectáculo de los elfos (la música de ‘la pelea’ todavía resuena en mi cabeza. También ‘creamos’ en un par de talleres de manualidades.

Nos despedimos del sitio, de Liqui y de los elfos y volvimos a casa, no era especialmente tarde, pero queríamos (y necesitábamos un día tranquilo), además en casa aprovechamos para escribir la postal para Papá Noel (que parecía mentira que después de haber hablado con él en dos ocasiones aún no se la hubiéramos dado, y otras para familia y amigos.

Pronto nos fuimos a la cama, aunque yo, me iba despertando y mirando al cielo, pues teníamos un sueño más, que quedó incumplido, aunque sabíamos que era muy difícil, el premio gordo era contemplar una aurora boreal, aunque con el cielo tan tapado, sabíamos que era muy muy difícil.

Y así nos despertamos el último día en el Polo Norte, íbamos pronto, así que con calma recogimos, cargamos el coche y, después de un par de bordillazos para sacarlo a la calzada nos dirigimos de nuevo a Santa Claus Village.

En el centro turístico de la Laponia sellamos nuestros pasaportes con el visado de haber cruzado el círculo polar, enviamos las cartas a nuestros amigos y nos despedimos de Luis que nos confirmó que justo ese día los huskies empezaban a dar paseos sobre nieve. ¡Qué ilusión! Con los deberes hechos fuimos primero hasta unas motos de nieve infantiles, Pauilolo, sin dudarlo un momento se lanzó a por ellas demostrándonos cuanto le gusta y lo bien que conduce. Aranete, aunque al principio tenía muchas ganas al verse allí no lo vio muy claro. Que si, que no, que me subo, que me bajo, una vuelta con Mamá, otra con Papá (que ya nos fue bien para disfrutar de estas motos y dejarnos la miel en los labios para coger las grandes… todo no se puede), y después de esas dos vueltas… se lanzó a conducir solo… ¡y se lo pasó tan bien que todavía cuenta que fue lo que más le gustó!

Después de las motos, fuimos hasta la granja de huskies. Allí constatamos de primera mano que los precios son lo que son. Caros. Pero claro, allí, no podíamos decir que no, cogimos la excursión pequeñita y así podemos decir que hemos probado las tres cosas típicas, renos, motos de nieve y huskies. Dejamos para futuras visitas excursiones más largas.

Con la excursión de huskies entraba la entrada a la granja, donde puedes ver más de cien perros en jaulas, da un poco de penita la verdad. Queremos pensar que en los países nórdicos los animales estarán bien cuidados pero esos perros no nos la parecieron la verdad. Además, olían a perro mojado, suponemos que por la nieve. Eso sí, estos perros-lobo, muchos de los cuales tienen un ojo de cada color, son realmente preciosos. Así que tampoco nos recreamos mucho con la visita a la granja y fuimos a la ‘vuelta en trineo’. También nos separamos en dos trineos (pueden ir hasta 3 pasajeros más el Musha. La vuelta, cortita la verdad, es graciosa, pero, seguramente por el paisaje, disfrutamos más de los renos. Aunque la imagen y la velocidad de los huskies, corriendo como si no hubiera un mañana mientras se ladran y casi se muerden entre ellos es espectacular.

El tiempo pasaba, por primera vez desde que llegamos a Finlandia, el Sol se intuía (no lo llegamos a ver) en el cielo, aunque si vimos un trozo despejado. Después de comer un Salmón en un ‘tipi’ intentamos localizar a Santa Claus en su oficina para darle la carta, pero como había mucha cola, se la dimos a los elfos y, tristes en ese momento, nos fuimos de allí.

Volvimos en coche hasta la estación de Rovaniemi, ojo a Navegantes, las instrucciones de Google Maps no te llevan hasta ella y tuvimos que hacer un par de fuera-pistas hasta llegar al parking donde dejamos el coche, para dejar después la llave en un buzón. Hicimos tan pocos quilómetros (menos de 80) que ¡ni le pusimos gasolina al coche!

En la estación comimos algo más (sobre todo los nenes) hasta que, de manera puntual, llegó el tren. El coche familiar que habíamos reservado fue un nuevo acierto, o mejor dicho, ÉL acierto, tanto en ese tren, como en el que cogimos después del enlace tuvimos un departamento completo para nosotros cuatro con 4 butacas amplias, una mesa y dos taburetes con un par de juegos para nenes, separados del resto del tren por una puerta que nos aislaba totalmente.

Así que disfrutamos ‘como si fuera de lujo’ que repetía Pau una y otra vez de las 8 horas de viaje en las que cruzamos más de la mitad del país. Lástima que el viaje fuera de noche. Sin poder contemplar el paisaje, nos quedamos disfrutando del wifi gratuito del tren, la zona de juegos, sí, la de juegos (para la edad de Aranete) que había en el vagón, y de los juegos que llevábamos nosotros.

El viaje, como hemos dicho, fue agradable pero largo, y al final, los nenes se durmieron, así que la imagen llegando casi a media noche a la estación de Helsinki, cargados de maletas y con los nenes en plan zombi tenía que ser tal panorama que no dudamos en coger un taxi para ir al albergue que nos acogería las últimas dos noches, pero eso no nos quitaba la felicidad de haber vivido una de las mejores experiencias viajeras de nuestras vidas.