Es el nombre de este Instituto toda una referencia histórica que ningún zaragozano culto debe ignorar, y mucho menos los que en él verifican sus estudios o sus enseñanzas.
Madinat-al-bayda significa la “ciudad blanca”, que así llamaban a Saraqusta, capital de la taifa zaragozana, por el brillo de los mármoles blancos de sus murallas, a las que daban solidez 200 torres principales, de las cuales solo quedan tres.
Iniciamos este breve comentario sobre esa “ciudad blanca” indicando que el primer rey de la citada taifa fue al-Mundir I (1017-1023), hombre pacífico, inteligente y diplomático, que supo establecer orden y rigor administrativo en su reino, y debió usar una prudencia sin límites con sus vecinos, pues teniendo a una parte los cristianos y a la otra los árabes de distintas facciones solo una política estrictamente neutral podía hacer posible la supervivencia de su reino. Merced a esas dotes persuasivas y sabias logró que se celebraran en nuestra ciudad las bodas de una hija de Sancho I, conde de Castilla (995-1017) con un hijo del conde Ramón Borrell de Barcelona, ante gentes de ambas religiones, o sea musulmanes y cristianos.
Al-Mundir quiso embellecer Saraqusta con nuevas e importantes edificaciones: ordenó ampliar la mezquita principal y para honrar la memoria del honorable Hanas, que la había creado, quiso glorificarle situando el minarete de la misma en su justo lugar indicando la dirección de La Meca.
Hizo también construir Baños Calientes Públicos y otras construcciones de distinto carácter que dieron a la ciudad prestigio urbanístico.
Su política inteligente y tolerante fue un ejemplo a imitar, no solo por sus descendientes sino también por la posterior dinastía Hüd, cuyas normas hicieron posible la convivencia de musulmanes, cristianos y hebreos en aquellos territorios. Ese pacífico convivir atrajo a numerosos poetas e intelectuales, que buscaron aquí la paz que no podían hallar en otras taifas envueltas en continuas y sangrientas revueltas.
Los sucesores del rey al-Mundir siguieron esa misma política que pretendía superar la gloria de los Omeyas de Córdoba, y en esa linea el rey al-Muqtadir (1046-1082) construyó en nuestra Saraqusta bellos palacios, entre ellos al-Ya’fariyya (la Aljafería) o Qas Dar al-Surur (el palacio de la Alegría) al que él mismo, destacado astrónomo, matemático y poeta dedicó estos versos:
¡Oh, palacio de la Alegría!
¡Oh, brillante salón de oro!
Mi deseo contigo se coronó
cumpliendo mis caras ilusiones.
Aunque mi reino no tuviera
otras joyas y más tesoros
yo teniéndoos a los dos
ya tendría cuanto ambiciono
que con este bello alcázar
mi alegría llega a su colmo.
Una de las costumbres de aquellos lejanos días en Saraqusta eran las fiestas que se celebraban sobre las aguas del rio Ebro. El cronista Fat ibn Jaqän cuenta una de ellas durante el reinado de al-Mustain (¿?-1085) y, líricamente, explica:
“El barco del príncipe estaba rodeado de numerosas barquitas, la melodía de los instrumentos de cuerda (principalmente laudes) eran tan bellas, que los navegantes se sentían obligados a detenerse para gozar de la magia de aquellos músicos de embrujo, y con frecuencia enmudecían incluso el canto de loa pájaros. Engañosamente, se sacaban los peces de las profundidades del agua, y los pescadores los mostraban ante los ojos de todos los presentes como un ramillete de perlas”....
Ibn Hasday, joven poeta de la corte real, participaba habitualmente con el rey en esas fiestas o paseos sobre las aguas del Ebro y asi de magistralmente lo relata en uno de sus bellos poemas:
¡Ah, cuan hermoso el Ebro
se muestra en esta jornada!
¿Cómo brilla al mediodía
su rostro por la mañana!
¡Qué bellos tintes de oro,
como deslumbran plateadas
las riberas luminosas
cuando el ocaso las alcanza!
Se diría que el tiempo
quiere compensar con calma
las iras de otros días
con dulces horas de templanza.
Bogábamos en frágil barquita
que otras muchas rodeaban,
las unas en perfecto orden
las otras desperdigadas.
Largamos velas por completo,
un príncipe venía en la barca
se trata del gran Musta’in,
rey de Saraqusta y su Marca,
heredero de al-Mutamin
por al-Muqtadir legada
Así se daba una maravilla
que la barquilla mostraba:
¡un mar dentro de un río!
¡un rey que el pueblo adoraba!
Desde las profundas aguas
los peces fuera saltaban
como lindas perlas preciosas
y la gracia de jóvenes muchachas.
Podían allí los invitados
beber vino según gustaran,
con la fruición del que besa
la boca de la bienamada...
Se bebió a la salud
de un señor al que se ama,
que es perfumada flor
rostro que brilla con luz clara
mas que la luna en la noche
mas que las luces del alba.
Mucho mas podría contarse de esa lejana Saraqusta, la que desde muy lejos se podía percibir por el blanco de las murallas de sus mármoles, que deslumbraban. Esa era “Madinat-al-bayda"!
Y puesto que me piden un poema hispano-árabe de los 179 que se hallan insertos en mi obra antológica "Perlas Líricas de Al-Andalus", publicada en el idioma internacional Esperanto, con la finalidad de una obra benéfico-cultural, yo accedo gustoso y reproduzco un poema del emir omeya Abd-Allah (844-912), y otro de persona más humilde, pues en esos días igual hacía poesía el emir que cualquiera de sus ciudadanos: El del emir dice así:
Estoy triste, gacela mía,
porque tus ojos también lo están…
Eres tu tan atractiva y bella
que me seduces sin poderlo evitar:
Son tus preciosas mejillas
como rosas al brotar,
son como perfumes de Arabia
delicadas como el azahar.
Tu andar lleno de gracia
seducen como tu mirar,
¡ay! cuando tus ojos brillan
me enloquecen sin tardar…
A ella rindo todo mi amor
con fervor e impulso pasional,
día y noche me daré con ardor
mientras dure mi vida terrenal!
Y el poema de Sa'id ibn Yudi también sobre tema de amor dice así:
Desde que cierto día
escuché tu dulce voz
perdí la paz y el sosiego
y encendiste en mi el amor.
Prendiste en mí tal ansia,
fue tan profunda mi pasión
que ni de noche ni de día
pude dormir en paz sin temor.
Vivo en ti pensando,
late por ti mi corazón,
me siento a ti encadenado
por la dulzura de un amor,
que más parece de ensueño
que real maquinación…
Lloro por ti bella Yuyana
tu nombre pronuncio con unción
quiéreme como yo te quiero
aunque sea por compasión.
Con la humildad de un monje,
te lo suplico por favor,
libérame de tu embrujo,
déjame con mi adoración
que yo seguiré amándote
con la misma veneración!
(El poeta Sa' id ibn Yudi murió el año 897)