Una noche,
plagada de estrellas y susurros.
Una noche,
noche de embrujos y murmullos.
Bajo un espléndido arco ojival
las luces parpadean con picardía.
Vibran las horas de un reloj lejano
en la soledad de la noche vencida
y mil invisibles y hermosas damas
secretean con artera sutil malicia
como alcanzar suspirados amores
cuyas pasiones a ellas fascinan.
Un gas azur
se descuelga de la luna luminosa
y como con ardor
la torre del campanario lascivo besa.
Cuan triste y dolorosa resulta
no ver a la fascinante princesa
en la que soñamos noche y día
como máxima aspiración amorosa,
y si ella en esta noche no se muestra
aquella otra bella y fascinante chica
que conocí en cierta primavera
con talle de erguida alta palmera
y cara de linda virgen griega,
cuya sensualidad bien se adivina
ardorosa, refinada, voluptuosa…
Y despierto,
la noche nos deja y ya no murmura.
Palidecen
las sombras y llegan los claros de l'aurora,
y huyen de nuestra mente las ilusiones,
las damas y nuestros soñados amores.
El bello arco ojival ya no aspira
verse rodeado de titilantes luces.
Una lluvia de estrellas se fuga
tras la desertora noche que se esfuma
mientras la luna de mirada mora
se oculta tras las nubes de seda
cuando ve venir a la aurora
en carroza de oro esplendorosa
anunciando al rey Sol que llega…
Una noche,
que con el día entre luces desaparece.
Una noche,
que con la aurora ya a soñar no invita,
y a los románticos nunca inspiran.