VII - El bibliófilo Al-Hakam II

ZARAGOZA EN LA POESÍA DE AL-ANDALUS

VII - EL BIBLIOFILO AL-HAKAM II

verkis: Antonio Marco Botella


El segundo Califa de Córdoba fue Al-Hakam II (961-976), hijo del gran Abd al-Rahmän III. Recibió la mejor educación que entonces era posible y acompañó a su padre en distintas expediciones guerreras, ascendiendo al trono a la edad de cuarenta y siete años cuando ya el reino era un estado envidiable en todos los aspectos. Su reinado dio a todo Al-Andalus un largo periodo de paz y prosperidad, apenas interrumpida por los esporádicos ataques de los normandos o cristianos.

Nunca en Al-Andalus había gobernado un príncipe más juicioso e inteligente que este, y eso incluso si se considera que sus antecesores omeyas fueron, generalmente, hombres cultos bastante aficionados a los temas culturales y científicos amantes de la bibliografía. Ninguno como Al-Hakam buscó con más afán y fervor raros manuscritos o libros de gran valor. En El Cairo, Bagdad, Damasco y Alejandría él tenía agentes muy competentes comisionados para copiar o comprar antiguos o modernos manuscritos sin pararse en precios, si el ejemplar valía la pena.

Su palacio estaba lleno no solo de manuscritos, sino también de filólogos, copistas, encuadernadores y miniaturistas. Solo el Catálogo de su Biblioteca consistía de 44 cuadernos de 20 folios cada uno -según algunos- o de 50 folios -según otros-, conteniendo solo los títulos de las obras que poseía. Algunos especialistas en la materia calculaban, que el número de libros de su biblioteca superaba los 400.000 ejemplares.[1]

[1] Ibn al-Abbar, pág. 101-103.

Al-Hakam, no solo acostumbraba a leerlos todos, sino que además acostumbraba a anotar en cada uno de ellos el nombre completo de cada autor, tribu a la que pertenecía, fechas de nacimiento y muerte del mismo.

Esas notas adquirían un gran valor bajo diversos puntos de vista con el paso del tiempo.

Este Califa andalusí conocía mejor que cualquier otro la historia de la Literatura, por ello sus notas eran tan interesantes para los estudiosos de la cultura andalusí: con frecuencia leía libros, escritos en Persia o Siria antes que los hombres cultos de aquellos países.

En cierta ocasión, informado el Califa sobre las investigaciones que llevaba a cabo Abü-l-Farach Isfahäni para escribir una obra sobre historia del Canto y de la Música, él envió al famoso escritor iraquí un millar de monedas de oro, con el ruego de que una vez terminada la obra le enviase un ejemplar.

Agradecido, Isfahäni así lo hizo, complaciendo su deseo incluso antes de su publicación. Pero además el autor tuvo la gentileza de escribir sobre la primera página del texto un poema en honor al Califa, en la que alababa la genealogía omeya. Tal gentileza impulsó al Califa, doblemente agradecido, a enviarle una nueva recompensa.

La conducta de Al-Hakam en parecidas circunstancias a la que venimos de narrar, se puede decir que eran habituales y en esa línea podemos citar varios ejemplos, como el caso del obispo de Gerona Gotmar II, autor de Crónicas sobre los reyes francos, obra dedicada al Califa Al-Hakam, o la traducción árabe "Historiarum", de Orosio, la obra mas consultada en la edad media para conocer los antiguos clásicos, (obra pagada por el Califa), o la edición del "Calendario de Córdoba", escrita por el obispo mozárabe Rabi ibn Zaid en colaboración con el médico árabe Arib ibn Sad; o la versión de la obra griega "Planisferio" de Ptolomeo, traducida de Maslama al-Mayriti...

Y así podrían también citarse muchas otras traducciones de el árabe al latín llevadas a cabo de mozárabes, traducciones muy útiles para divulgar en Europa las matemáticas y astronomía árabes. En esta época se fabricaba en Al-Andalus el papel, que luego se exportaba a la España cristiana y otros lugares mas al norte.

Tales empresas funcionaban siempre bajo la iniciativa y el mecenazgo de Al-Hakam. Generalmente, la generosidad del Califa por poetas y científicos, igual si eran extranjeros como del país, era tan grande, que de todas partes venían en masa a la corte cordobesa. De esa protección gozaban incluso los filósofos, que por sus ideas eran con frecuencia perseguidos por los fanáticos mojigatos religiosos, entonces como ahora, muy influyentes.

Todas las ramas del saber florecieron bajo el reinado de Al-Hakam: las escuelas primarias eran entonces buenas y numerosas. En Al-Andalus casi todas las personas sabían leer y escribir, al contrario que en la cristiana Europa, donde solo la clase sacerdote-monacal adquiría una cierta cultura. Aunque se enseñaba Gramática y Retórica en las escuelas, Al-Hakam consideraba la enseñanza media del alumnado insuficiente, por ello ordenó que se crearan, solo en Córdoba, veinte y siete escuelas primarias mas, donde los niños pobres fueran educados gratuitamente, porque él mismo pagaba al profesorado.[2]

[2] Al-Bayän, de Ibn Ìdän, pág. 256.

La Universidad de Córdoba era en aquella época una de las mas famosas de todo el mundo. En la mezquita principal, donde se explicaban las lecciones de todos los temas, Abü Bakr ibn Moauia enseñaba sobre tradiciones y el pensamiento de Mahoma, y Abü Ali Cali, de Bagdad, enseñaba el idioma, antiguos proverbios árabes, poesía y literatura; enseñaba Gramática Ibn al-Cutia, se decía que la persona mas erudita en Gramática no solo en Al-Andalus sino también en todo el mundo; y en ese orden también se enseñaban las demás ciencias al mas alto nivel por profesores del mas reconocido prestigio.

Gran parte del alumnado estudiaba la llamada fif, o sea teología y leyes, porque con esos estudios se alcanzaba mas rápidamente provechosos puestos administrativos y políticos.

Se puede decir, que por primera vez en la existencia del pueblo árabe (en este caso por los méritos personales de un gobernante omeya) se venció al tradicionalismo y la tendencia a la división de los árabes, creando, junto con españoles y hebreos, una sociedad moderna todavía ejemplar para las generaciones actuales.

La división del pueblo árabe, incluso sin el añadido de la convivencia con otras razas, como fue Al-Andalus, es el mayor mal de ayer y de hoy del desarrollo del mundo árabe.

El reinado de Al-Hakam se puede citar como modelo ideal a imitar. La mencionada universidad era una fuente importante de donde surgían pléyades de eminentes poetas, y el Califa daba ejemplo protegiendo y estimulando a sus protegidos bajo las más variadas formas.

Podría citar numerosos y muy buenos poetas de ésta época, pero solo mencionaré uno de ellos, Ahmad ibn Faraij, con la concreta finalidad de divulgar y hacer historia de una singularidad de la poesía árabe, me refiero al llamado "amor 'udhrï", expresión que tiene sus orígenes en un concepto griego, que considera el amor físico como una fatalidad, una fuerza ciega de la naturaleza invencible e inexplicable, que escogido por una minoría de seres humanos están condenados a sufrir un sentimiento de refinada ternura.

Ese sentimiento envuelto en el ropaje expresivo de mito árabe, tomó su nombre "amor 'udhrï" de la tribu Banü 'Udhra, que significa "Hijos de la virginidad" recreado por los retóricos orientales e interpretado con distintos matices por diversos poetas, principalmente por Chamil al-Udhrï, que define el carácter de ese amor con la simple expresión "hombres que mueren por amor" o "personas poseedoras de una refinada sensibilidad que practican una impecable castidad", cuya erótica se muestra en forma de un ansia de adoración sin límites por el ser amado.

Este sentimiento amoroso fue envuelto de una gran solemnidad al añadirle una frase pronunciada por el Profeta: "quien ama, permanece siempre casto y muere así, es un verdadero mártir".

El poeta único que cito del reinado de Hakam II, Ibn Faraÿ, que interpretó el "amor 'udhrï" con un hondo sentimiento de castidad, había nacido en Jaén y es autor de una antología de gran renombre titulada "Kitäb al-hadä 'iq" (Libro de los Huertos), cuyo manuscrito se halla desdichadamente perdido. La obra se ocupa solo de poetas andalusíes y analiza con espíritu crítico la poesía de su época, figurando en sus páginas los poemas mas importantes de esos años. He aquí el poema al que me refiero, que mas tarde comentaré:


CASTIDAD

Aunque estaba ella ya dispuesta

a entregarme su cuerpo bello

no quise darme a la tentación

de la hermosa y Satán perverso.

En las tinieblas negras de la noche

apareció su rostro sin un velo

iluminando la noche de nácar

y levantando capas de terciopelo.

Ninguna de sus ardientes miradas

podían no incendiar el cielo

ni revolucionar los corazones

aunque fueren mas fríos que el hielo.

Más escuché fiel el precepto sacro

que la lujuria pena con tormento,

frenando la pasión de mi corcel

salvé la castidad y lo honesto.

así pasé con ella la noche

como un joven sediento camello

al que un bozal no permite mamar

y enloquece de sed y anhelo.

Tal como rico vergel que ofrece

saciar apetitos y deseos

y puede solo darte en realidad

la vista y el olor de un sueño.

Que yo no soy bestia abandonada

capaz de menospreciar lo selecto

no injiriendo flores como pasto

teniendo jardín con frutos electos.


Este bello poema de Ibn Faraÿ significó una gran revolución en los medios literarios de Al-Andalus si se considera que la poesía estaba entonces dominada por una cierta frivolidad, y hubieron de transcurrir casi un siglo hasta que Ibn Suhayd e Ibn Hazm, dos poetas vanguardistas de extraordinaria calidad, cargaran sobre sí la responsabilidad de divulgar diversos aspectos del amor, no exactamente los que se describen en el poema citado sobre la castidad, sino describiendo las esencias mas puras del amor. Ibn Faraÿ, de Jaén, murió en prisión el año 976, por orden del Califa.

No he podido aun comprender ni he podido hallar una explicación convincente del motivo de tan cruel decisión, sobre todo si se tiene en cuenta que fue ordenada por el culto Al-Hakam II.

Algunos decenios antes de que Ibn Faraÿ escribiese el poema reproducido, “Castidad”, Ibn Däwü ya había interpretado las ideas sobre el "amor 'udhrï" en una antología poética titulada “Libro de las Flores”, de cien capítulos, cada uno de ellos describiendo ese amor pasional, con expresiones en verso parecidas a estas: "solo existe verdadera atracción y gracia en el amor si está inspirado en la pura castidad".

El poeta árabe cita a Platón y su dicho: "yo no sé lo que es el amor, solo sé que es una locura divina, ni loable ni detestable". Lo que evidencia el origen griego de esas ideas.

Hay todavía precedentes sobre la interpretación de este tema amoroso y poético en el mundo árabe, en el que la mujer es el objeto principal, es la amada no en el sentido subordinado sino en todo lo contrario, es el amante el que se subordina y sufre cualquier vicisitud por ella.

Se contaba ya en el siglo VI antes de la Hégira, una leyenda que aun hoy se recita como poema lírico en el mundo árabe, en el que el protagonista, 'Antarah, un liberto que fue famoso guerrero, llevó a cabo hazañas extraordinarias con el fin de ganar la mano de su amada 'Ablah. Un tal Qays Ibn al-Mulawwah (hacia el a.699), se enamoró locamente de su Layla, expresando en su poesía la ternura e intensidad de sus sentimientos que eran compartidos por ella, aunque acabó por casarse con otro ante la insistencia de su padre. Esto condujo a Qays a la locura, y, durante el resto de su vida erró, medio desnudo por los valles y colinas del noroeste de Arabia, cantando la belleza de su amada, anhelando verla, y doliéndose de su desgracia.

Esta conmovedora historia se convirtió en modelo de loa romances árabes y persas que exaltan cuanto de sublime existe en el amor eterno. Chamil al-Udhrï (m. el a.701), inmortalizó el amor puro e inocente y lo transformó en leyenda para el mundo árabe.[3]

[3] Dr Perron. Femmes arabes avant et depuis l' islamisme, Paris 1958; Hitti, History of the Arabs, pág. 251.

Siglos mas tarde, cuando los florentinos abrieron los textos platónicos, los árabes recibirían el anatema de bárbara sensualidad, como certeramente haría observar García Gómez en una de sus páginas sobre este tema.

Como ya hemos dicho, podríamos citar otros muchos poemas de esta época y de este amor, entre ellos uno del murciano Ibn Idris que casi reproduce el del beduino Hamza ibn 'Abi Daygam en que dos amantes pasan juntos la noche. He aquí un fragmento del mismo:


La estreché, como avaro estrecha su tesoro,

más mi castidad, venciendo mi ardor amoroso,

rehusó besar su boca, sus pechos y rostro,

duro es morir de sed junto a rió caudaloso.

Antonio Marco Botella