VI - El califato de Córdoba

ZARAGOZA EN LA POESÍA DE AL-ANDALUS

VI - EL CALIFATO DE CÓRDOBA

verkis: Antonio Marco Botella


La proclamación en Occidente del Califato de Córdoba por Abd al-Rahmän III (912-961) en el año 929 de nuestra era, coincidió con la madurez de la lírica en Al-Andalus. El joven Abd al-Rahmän heredó de su abuelo, el emir Abd Alläh, un país en completo desorden y ruina. Diversos grupos rebeldes luchaban entre sí por intereses absolutamente ajenos a los del propio país, mientras que éste quedaba casi indefenso ante posibles ataques de los cristianos por el norte o los africanos por el sur.

Con energía y talento mas que loables, con valentía y prudencia, el joven emir (luego Califa de Occidente) derrotó uno tras otro a los grupos rebeldes; organizó un fuerte ejercito; frenó la agresividad de los cristianos y africanos; puso orden y prosperidad en la agricultura, en la industria y el comercio; estimuló a científicos y artistas, todo hasta conseguir un país modelo.

Las tierras mas áridas y pantanosas las hizo fructíferas gracias a modernos sistemas de regadío, mientras que el comercio evolucionaba tan positivamente, que, según el jefe de aduanas de la época, la mayor parte de los ingresos del estado venían, no de los impuestos, sino de la abundante exportación de productos.[1]

[1] Notas de Ibn Jalliqän, de el texto árabe "Wafayät al-ayän. Kairo 1310, trad. inglesa de Slane (1843-1971). Anecdota también contada por al-Maqqari en su obra "Naff al-tib.

Córdoba, con sus 500.000 habitantes, 113.000 casas, 3.000 mezquitas, 300 baños públicos y 28 barrios, era solo comparable a la bella y sin par Bagdad.

Narran varios historiadores como ejemplo de prosperidad y prestigio de Al-Andalus, que estando próxima a fallecer una rica concubina del Califa Abd al-Rahmän, ella, antes de morir, expresó su voluntad de que toda su fortuna quedara a disposición del Califa y él la dedicase para rescatar prisioneros de guerra; pero en ese época, a pesar de las pesquisas realizadas, no se encontró ni uno solo en los reinos cristianos de León, Navarra y otros del norte de Al-Andalus.

Zahra, la concubina favorita del príncipe omeya, le sugirió entonces "usar ese capital en construir una suntuosa ciudad que llevase su nombre".

El Califa aceptó la sugerencia y en noviembre del año 936 ordenó empezar a construir tan imponente ciudad a muy pocos kilometros de Córdoba: durante 25 largos años, 10.000 trabajadores con 1.500 bestias de carga, alrededor de 6.000 sillares diarios durante su construcción, todo ello se calcula que le costó unos 300.000 dinares anuales.

De Almería se trajo mármol blanco y rosa y verde de Cartago. Pilas labradas se trajeron de Constantinopla y Siria, y las tejas estaban recubiertas de oro y plata. Estaba adornada con pinturas, madera tallada, atauriques y diseños geométricos y tenia doce bustos de animales y pájaros confeccionados en oro y decorados con piedras preciosas. La ciudad consistía de varios palacios, una mezquita, jardines, un zoológico, una pajarera y un gran número de talleres de armas y herramientas. El salón de uno de los palacios estaba recubierto del más puro cristal, que, al ser iluminado por los rayos del sol producía un arco iris, también tenia ocho puertas de marfil y ébano, con incrustaciones de oro y joyas.

En el palacio real se concentraron todas las maravillas de Oriente y Occidente, y además de tan fastuoso, era tan amplio y lujoso, que solamente en el harén habitaban holgadamente 6.000 mujeres.

El resultado de tan elegidos componentes, imaginación y belleza fue una ciudad, de tan bella, irreal.

Su fundador, el Califa, que se ocupó de hacer realidad tan extraordinaria construcción, no pudo verla totalmente terminada a su muerte. Efectivamente, cuando la ciudad estuvo culminada, se cumplió la voluntad de la concubina y del propio Califa, y se le puso por nombre Madinat al- Zahra.[2]

[2] "Nafh al-tib", de al Maqqari, vol. 2, pág. 105.

Paralelamente a esa prosperidad del país en todas las ramas productivas, progresaron también las ciencias, el arte y la literatura. Todo un nuevo mundo cultural fermentaba en aquella hermosa Córdoba y en general en todo Al-Andalus. Científicos, artistas, poetas de todo el mundo con ansias de saber, peregrinaban a este país donde florecía la civilización mas completa del orbe...

Fueron aquellos años los mas gloriosos y confortables que se vivieron en Al-Andalus. Se hablaba el romance, el hebreo y el árabe, este último preferentemente, y no porque fuera el idioma de los gobernantes, sino porque en realidad era el mejor de todos ellos como medio de expresión.

Se respetaban las distintas religiones. Ya no se miraba a Bagdad para copiar los modelos orientales de cualquier género que se tratase, se creaba aquí, y se sentía el orgullo y la capacidad de su originalidad. Se publicaron las primeras antologías y envidiables obras de historia, geografía, matemáticas, astronomía, etc. En la gran mezquita, intelectuales doctos en las mas diversas materias enseñaban con la autoridad y conocimientos que hoy puedan hacerlo los mas versados profesores de universidad.

La lírica del Califato abarcaba todos los géneros de la poética, y aparecieron los primeros poetas vanguardistas, sin mencionar los poetas populares que deslumbraban con sus anónimas moaxajas. Se precisarían muchas páginas solo para reproducir los poemas más importantes de los grandes poetas cordobeses. A titulo anecdótico hablaré de solo uno de ellos, siquiera sea para exaltar su gran personalidad:

Estamos hablando de Ibn Sa'id al-Mundir, que era además de gran poeta un gran político, persona de confianza del Califa, que recibió del mismo 'Abd al-Rahmän varias tareas de estado enormemente difíciles. El, Ibn Sa'id, mandó el ejercito que sitió Bobastro, el foco rebelde más duradero que tuvo Córdoba durante años sostenido por Ibn Hafsun y sus hijos. Ibn Sa'id mandó también el ejercito califal el año 928 cuando sitió Toledo, que quería hacerse independiente. Como poeta y orador que era, contaré solo una interesante anécdota:

Dicen las crónicas de aquel tiempo, que en cierta ocasión 'Abd al-Rahmän III debía recibir una importante embajada de Bizancio. Al-Andalus y Bizancio eran en aquel tiempo las dos potencias mas importantes del Mediterráneo. El Califa quería hacer de aquella recepción una importante demostración de su propia fuerza y riqueza y ordenó decorar lujosamente el mas amplio y bello salón de su palacio Al-Zahra con ricos y artísticos tapices.

La embajada se presentó con un boato y pompa extremadamente fantástica. La recepción debía hacer lo imposible para superarla: en medio del salón principal se colocó un trono de oro ornado de joyas valiosísimas, en el cual se sentó el propio 'Abd al-Rahmän. A su alrededor los cinco hijos del Califa. Cerca de ellos, los visires, jefes militares, los más altos funcionarios del estado, científicos, poetas y a derecha e izquierda del trono el personal de más categoría del califato.

Cumpliendo el protocolo más riguroso, los embajadores bizantinos bajo el mando del hijo del gran Constantino, entraron solemnemente en el salón llevando un cofrecillo de oro y plata en el que se dejaba ver una carta protocolaria en la que se relacionaban todos los valiosos regalos enviados por el señor de Constantinopla al Califa de Córdoba.

Deseando exaltar lo más posible la ceremonia, el Califa 'Abd al-Rahmän ordenó, que científicos, poetas y oradores estuvieran presentes en la recepción y ordenó que el más elocuente de todos ellos se dirigiera a los presentes enfatizando las glorias del califato. Al-Hakam, el príncipe heredero, ordenó cumplir esa misión a la personalidad más prestigiosa en retórica de palacio, Abd al-Barr, que efectivamente había preparado su discurso. Pero cuando debía de iniciarlo el gran hombre se sintió tan emocionado e impresionado por tanta pompa, que la lengua se le pegó al paladar y sin poder pronunciar ni una sola palabra cayó desvanecido. Rápidamente se improvisó otro orador, Abü-l-Qalï, otra gran personalidad en retórica, que empezó de inmediato su discurso, pero súbitamente se detuvo, porque no encontraba la palabra adecuada para continuarlo, y finalmente quedó en absoluto silencio.

La situación se hizo enormemente tensa, incluso dramática. En ese instante, el poeta Ibn Sa'id, percatándose del inminente fracaso de todo el ceremonial, sin vacilar, se puso en pié y continuó el discurso que había iniciado Abü-l-Qalï, el segundo orador, parte del discurso en prosa y una parte bastante importante en verso, con tal elocuencia que difícilmente ningún otro orador hubiera podido superarle.

'Abd al-Rahmän se sintió tan contento y agradecido al poeta, que de inmediato le nombró predicador de la mezquita principal y, poco después, supremo cadí de todo Al-Andalus. Finalmente le nombró su visir.

El reinado de Abd al-Rahmän III fue uno de los mas extensos y gloriosos de Al-Andalus: primer califa de Occidente, él gobernó el país durante cincuenta años, siete meses y tres días. Murió en octubre del 961. Su forma de gobernar se regía por parámetros económicos, y usó en ciertos momentos una gran firmeza y una prudencia ejemplares.

Su fuerte impulso a la agricultura creando nuevos sistemas de regadío, le dio un primer y decisivo éxito que le permitió adentrarse en las demás empresas con favorables resultados. Con ello demostró una originalidad y talento nada comunes.

Desde el punto de vista militar, él supo hallar el punto exacto entre la valentía y la prudencia: para frenar a los cristianos en el norte en la Marca Superior de los territorios aragoneses, y en el sur contra los africanos ocupando las estratégicas ciudades de Ceuta, Melilla y Tánger. Tal vez su mayor éxito fuera unir al país y hacer de Córdoba la ciudad más importante de Occidente.

Culturalmente, sus logros no fueron menos esplendidos: él fundó la primera escuela de Medicina de Europa. Los científicos y poetas de su corte destacaron entre los mejores de todo el mundo y sobre ello atestiguan tantos manuscritos de la época ya traducidos y publicados...

En nuestra obra original reproducimos en este capítulo poemas traducidos al Esperanto de Ibn Häni al-Ilbiri, Ibn Rabbihi, Ibn Sa'id al-Mundir etc, aunque la realidad es que podía haberlo hecho con otros muchos de los grandes poetas cordobeses de la época que se beneficiaban a la sazón de la protección del primer califa de Al-Andalus, que tan alto elevó la gloria de los omeyas.[3]

[3] Por las mismas razones apuntadas en capítulos anteriores, no menciono a los poetas más importantes del reinado de este Califa, ni reproduzco los mejores poemas que se escribieron, por escapar a la finalidad de esta obra.

Pero tanta celebridad y prestigio no dan la felicidad. Cuando murió este gran Califa, se encontró una lista escrita de su propia mano en la que se mencionaban todos aquellos días que él se había sentido verdaderamente feliz: los días indicados eran exactamente catorce.

Sin ningún lugar a dudas, muy pequeña renta para un hombre tan importante de aquella época, que había gobernado un gran país ¡durante mas de cincuenta años!.

Antonio Marco Botella