Ibn Bayyä (Avempace)

ZARAGOZA EN LA POESÍA DE AL-ANDALUS

IBN BAYYÄ (AVEMPACE)

verkis: Antonio Marco Botella


Una de las más altas cumbres del saber en Al-Andalus sobre medicina, filosofía, astronomía, gramática y poesía fue Abü Bakr Muhammad ibn Yahya al-Sa'ig ibn Bayyä, conocido por los escolásticos por el nombre de Avempace. Ibn Bayyä nació en Saraqusta en 1085/1090, en el seno de una familia muy modesta completamente ajena a la vida e inquietudes intelectuales. Se cree que su abuelo era platero, por deducción de la palabra al-Sa'ig, oficio que seguiría su padre y que él mismo también se iniciaría. Historiadores y antólogos coinciden en opinar, que Ibn Bayyä poseía un talento más allá de lo común, no sólo para las letras, astronomía matemáticas, filosofía sino sobre todo para la música, para lo cual estaba extraordinariamente dotado.

El historiador Al-Maqqari asegura, que después de haber compuesto un Tratado sobre Música, nada de cuanto hasta entonces se había escrito sobre este tema, incluida la famosa obra de al-Farabi, ni esta ni cualquier otro Tratado de su época ya no servían para nada. Según García Gómez, Ibn Bayyä inventó el zéjel, que tanta importancia tendría siglos mas tarde en la formación de la primera poesía de las distintas líricas de Occidente.

La vida de Ibn Bayyä está repleta de anécdotas curiosísimas e instructivas de los más variados matices, que descubren en cada uno de ellos el talento singular de este extraordinario intelectual zaragozano. A este respecto cuentan sus historiadores, que después de ocupada Saraqusta por los almorávides (1110), se hallaba cierto día Ibn Bayyä presente en la tertulia de Ibn Tifilwit, gobernador almorávide de la ciudad, y púsose a enseñar a una esclava una moaxaha que empezaba así:

"Arrastrase la fimbria de su manto”...

Conmoviose el africano al escuchar aquella loa a él dirigida, pero su entusiasmo se desbordó cuando Ibn Bayyä, con su habitual maestría poética, la terminó con un insuperable ritmo cantado diciendo:

“Dios otorgue el pendón de la victoria a nuestro excelso príncipe Abü Bakr".

Emocionado, Tifilwit, rasgó con entusiasmo sus vestiduras y prorrumpió en aplausos exclamando:

- "Yo juro por cuanto hay de sagrado que no volverá Ibn Bayyä a su casa, sino es andando sobre oro".

Pero nuestro sabio poeta, auguró un muy dudoso éxito a aquel juramento (temiendo que el gobernador no pudiera cumplirlo) y, para salvar la situación, ingeniose de manera que poniendo oro en sus sandalias pudo marchar hasta su casa (cumpliéndose así sin ningún problema el juramento del feroz hombre del desierto africano), cuyas hordas ya se habían distinguido en Al-Andalus precisamente por su barbarie.[1]

[1] M. Asín Palacios, en "Rev. de Aragón" (1.900) pág. 238.

Según nos cuenta García Gómez, la simpatía del citado gobernador por Ibn Bayyä fue tan irrefrenable que lo hizo su visir en la Marca Superior y su relación fue tan estrecha que fue uno de los generales almorávides que mas rápidamente se hispanizaron, tanto, que este semisalvaje hijo del desierto aprendió a hacer poesía y en el Libro de la Banderas de los Campeones de Ibn Sa'id al-Magribï ya aparece uno de sus poemas que reproduce Dozy, H0 IV, 262 y que dice así:


Blandiste un brillante sable

que yo comparé con un río

cuando en los días de invierno

se nos muestra congelado y frío.

Luego, cuando brilló ante mis ojos

como relámpago encendido

ese mismo río yo lo comparé

como llama de fuego sin brío.

Un río helado en invierno

es cualquier cosa menos río;

y una llama apagada en verano

no tiene color ni brillo.

De no haber el río estado helado

y el sable sin llama frío,

yo me hubiera con angustia mojado

o ¡me habría abrasado a fuego vivo!


Abü Bakr ibn Ibrahim ibn Tifilwit, gobernador de Tremecen y de Saraqusta murió en nuestra ciudad el año 1116.

Otra anécdota enormemente curiosa que ningún lector de la biografía de Ibn Bayyä deja de leer con verdadera fruición, es aquella que se refiere al fallecimiento de uno de sus mejores amigos, a quien como signo de auténtica amistad y respeto todos ellos quisieron homenajear velando su cadáver durante toda la noche. M. Asín Palacios, el eminente arabista aragonés nos lo narra en La Revista de Aragón (1901) con esta encantadora simplicidad:

”Cuentase que por aquellos lejanos días de esplendor científico de Al-Andalus falleció uno de los mas queridos amigos de Ibn Bayyä, y éste, en prueba de amistad propuso a sus compañeros velar su cadáver toda la noche. Pero nuestro sabio hombre sabia también que aquella noche se iba a producir un eclipse de luna, así es que hizo los cálculos mas precisos para fijar su hora exacta y sin comentario alguno para mejor sorprender a sus compañeros compuso un bello poema dedicado al amigo muerto, de tal suerte que el eclipse lunar y el texto del poema entrelazados causaran una especial impresión sobre los reunidos".

"Cuando Ibn Bayyä se percibió que el eclipse se acercaba, rompió solemne el silencio de la noche y con voz emocionada recitó los siguientes versos dirigidos a la luna":


Tu amado hermano gemelo,

ya descansa en la tumba,

y tu osas estando él muerto

¡oh tu, brillante hermosa luna!

a salir sonriente y alegre

más luminosa que nunca...

¿Por qué no te eclipsas ahora?

¿Por qué tímida no te ocultas

y tu eclipse será para las gentes

como dolor que te causa

el luto, la pérdida y la pena

de la tristeza mas profunda?


En aquel momento, cuando aún vibraban en el silencio de la noche los últimos conmovedores versos del poeta, la luna se ocultó y se hizo la noche fúnebre mas completa, ante el asombro de todos los reunidos. La curiosa anécdota elevó hasta el infinito el enorme prestigio de hombre sabio que siempre tuvo Ibn Bayyä.

Efectivamente, se ha hablado mucho de la formación y talento musical de Avempace, pero muy poco de sus conocimientos filosóficos, astronómicos, matemáticos, médicos y poéticos. Parece ser que nunca faltaron personalidades de gran talla intelectual envidiosos del saber de nuestro paisano. No escasearon jamás motivos de fricción.

Por ejemplo Ibn Jatib, nos cuenta uno de esos motivos de animadversión que difícilmente se olvidan entre Avempace e Ibn Jaqän, que el historiador marroquí Al-Maqqari comenta en estos términos[2]:

"Cierto día Ibn Bayyä se cansó de oír el auto-panegírico que Ibn Jaqän se dedicaba él mismo y las alabanzas que a si mismo se atribuía. Y, observando que mientras esto decía, le asomaba una gota verde de moquita por el bigote, Ibn Bayyä le dijo en son de desmesurada burla: "y esa esmeralda que ostenta en el bigote, es también regalo de algún príncipe?"

[2] Por trascripción de Al-Maqqari; Ed. Leiden II, pág. 293-294.

Ibn Jaqän enfurecido por semejante insulto puso a Ibn Bayyä en el último lugar en su antología de poetas españoles titulada Collares de oro puro, a la vez que le enjuiciaba con la máxima severidad con estas y otras duras opiniones:

“El literato y visir Abü Bakr ibn al Sa'ig es una calamidad para la religión y un motivo de pena para los que andan por el buen camino. Conocido es por su presunción y sus locuras; siempre ha procurado eludir el cumplimiento de las leyes divinas. Indiferente para la religión, solo se ocupó de cosas fútiles. Era un hombre que jamás se purificaba de un contacto impuro y que nunca dio señales de arrepentimiento. No tenia fe en su Creador, ni jamás le arredró la idea de luchar en la arena del pecado".

Estudió matemáticas y se dio a meditar sobre los cuerpos celestes y sobre los límites de los climas del globo, en cambio despreció el sapientísimo Libro de Dios, echándoselo a la espalda con orgulloso desdén.

Entregado a los estudios astronómicos, negó que él hubiera de volver a Dios por la resurrección. Atribuyendo a las estrellas la dirección sobre los actos humanos, cometió un grave pecado contra la sabia providencia de Dios, burlándose de aquellas palabras de Dios mismo:

"El que te ha dado por ley el Corán, te conducirá seguramente a la vida futura"

Negó que hubiera de llegar un día en el que todos y cada uno de los hombres recibieran la recompensa de sus obras. Se pasó la vida cantando y tocando. Su corazón rebosaba de vanidad y soberbia e hizo de la música un comercio y su entusiasmo por ese arte era tal que se iba tras cualquier gañán a quien oyera cantar llevando las bestias al abrevadero.

Añádese a todo esto su grosera educación, la villanía de su carácter y otras negativas cualidades personales. Algo escribió de poesía, pero con tan poco éxito que solo hizo aproximarse un poco al ideal del arte.

Y a continuación añade al Maqqari por su cuenta, este otro comentario que contrasta vivamente con el anterior:

“Pero después de esto ¿como se explica que el mismo Ibn Jaqän, en otro de sus libros le colmase de elogios, haciendo de él el siguiente panegírico?":

“La luz de su inteligencia brilló esplendorosa, al demostrar de manera concluyente y decisiva la verdad de todas sus opiniones. La fama de su nombre difundese por todos los países de la tierra. Trató de aquilatar el valor de los humanos conocimientos, y fue equitativo en su crítica. Supo inclinar y bajar hasta a los entendimientos menos aptos las ramas todas del árbol de la ciencia. Sustituyó por demostraciones apodísticas la ciega aquiescencia a las razones de autoridad, probando de manera cierta y evidente, que tras de la muerte hemos de volver a la vida".

"Súmese a todo esto, la pureza de su alma y su castidad que naturalmente le hacían abominar de toda depravación en las costumbres. Sus poemas entusiasmaban y conmovían los corazones. Las nacaradas perlas de los mares habrían deseado ser ensartadas en sus versos. Como los más rasgados ojos gustan hermosearse con el antinomio, los asuntos mas poéticos podían ser embellecidos con las galas de sus cantos. Sus poemas, en fin, tenían la virtud de disipar la tristeza y el dolor de los corazones de los hombres".

¿Porqué esta disparidad tan opuesta de opiniones?, ¿qué le movió a Al-Maqqari a yuxtaponer estos dos textos, uno de un auténtico insulto y otro de un elogio casi desmesurado? Es posible que la fuerte personalidad de Ibn Bayyä fuese el motivo principal para tan diversas interpretaciones y por ello Ibn Maqqari simplemente expusiera ambos criterios para que cada cual juzgase por su cuenta.

En 1118, Alfonso I "el Batallador" conquista Zaragoza y Avempace abandona la ciudad que le había visto nacer.

Parece ser que marchó a Játiva, donde, se cree que el gobernador almorávide, Ibrahim ibn Yusuf ibn Tasufin lo encarcela.

Luego marcha a Almeria y Granada, donde tuvo ocasión de dedicar muchas horas al estudio y a elevar aún más sus altos conocimientos. De Granada se cree que pasó a Sevilla donde trabajó un tiempo como médico y luego se trasladó a Orán y Fez. En esta última ciudad marroquí Ibn Bayyä murió en el año 1138, probablemente envenenado. El asesinato parece que se produjo mediante una berenjena envenenada a manos de los médicos y secretarios del gobierno, sin duda por envidias personales. Cuando Ibn Bayyä se siente próximo a la muerte, escribió estos versos:


Luego de sentir en mi corazón

el duro miedo a la muerte,

díjeme en confidencial tono

con cierta ternura prudente:

Disponte al sufrimiento

si ver la muerte quieres,

pero no la llames antes

de lo que su hora venir tiene,

es solución nada loable

mostrarte poco o mucho impaciente

que sereno o con angustia

la muerte siempre viene!


Ibn Bayyä es autor de importantes comentarios sobre Aristóteles e importantes estudios sobre Física, Meteorología, historia de las bestias; posee un tratado sobre lógica y otro sobre el alma, titulado "Tadbir al-mutawahhid" (Régimen del Solitario).

Esta última obra citada es conocida solamente por la versión hebrea de Moisés de Narbona, fue descubierta, traducida y editada por el eminente arabista aragonés Miguel Asín Palacios, uno de los mejores arabistas de este país, pionero de la investigación en esta materia.

Antonio Marco Botella