3. NAVEGANDO EL ATLANTICO HASTA FLORIDA

Janus es el dios de las puertas, de los comienzos y los finales, desde donde puedes mirar hacia atrás al pasado y adelante al futuro indefinible (por eso da nombre al mes de enero). Janus, así es como bautizamos nuestro barco.

De Shelter Island (Nueva York) a Atlantic City (Nueva Jersey)

Cuáles eran los pensamientos tácitos de Ninette cuando nos lanzamos a este proyecto, no puedo realmente decirlo. No mostraba reparos, en cualquier caso. Has de recordar que este es un barco muy pequeño y el Atlántico es un anfitrión muy difícil. Ninguno de los dos había navegado antes, y nuestro única herramienta era la navegación que aprendí durante mi temporada de dos años como piloto en la RAF (Fuerzas Aéreas inglesas). Pero una cosa es estar en el aire y otra distinta estar en una embarcación navegando movido por las olas y el aire.

Requería un gran acto de confianza por parte de Ninette, la que solo sale de una unión íntima y profunda, y Ninette no mostraba ninguna preocupación. Ciertamente cuando ahora miro hacia atrás, fue una cosa peligrosa y quizás idiota de hacer, no creo que tuviera ya el coraje de repetirlo. Me parece un gran tributo a una mujer excepcional que tenía más coraje entonces que el que yo tengo ahora.

El Janus ya estaba listo, como lo estábamos nosotros. Lo habíamos transformado de un velero a una especie de guardacostas para navegar mejor. Contaba con un juego completo de velas, los mejores cabestrantes, una brújula de primera, un timón de dirección automática y una excelente balsa salva-vidas. Por el contrario, no disponíamos de equipo de radar ni radio, y solo un sextante de plástico que nos valía.

Abandonamos el puerto con poco estruendo y con el Janus enarbolando la insignia roja de mi padre, con Enzo, Trudy, Germano, Susan, nuestro casero (ahora amigo) y unos cuantos curiosos.

No quedaba mucho espacio a bordo, solo había una cabina de metro y medio de altura. El espacio general para estar era de tres metros de largo por dos y medio de ancho, y el fondo de los laterales era curvado, así que dormir no iba a ser como en el Ritz. Planeamos aprender a navegar conforme avanzábamos en la primera etapa.

No teníamos ni idea de a cuántos nudos avanzaría con las velas desplegadas, pero sabíamos que resultaría penosamente lento. Partimos por la tarde con viento favorable y la primera parte del viaje fue emocionante pero sin más acontecimientos. A bordo llevábamos dos invitados: una prima de Ninette que quería disfrutar de la experiencia, y un joven que conocimos en Shelter Island, que era capitán de un barco pirata turístico y quería acompañarnos a Atlantic City.

La navegación por el día era en calma y la noche llegó demasiado rápido para nuestro gusto, pero las estrellas brillaban y todo parecía estar bien. Navegué satisfactoriamente, con algo de nervios por dentro. Cerca de Atlantic City, cruzamos una boya marcadora reconfortante, y pudimos divisar las luces del paseo marítimo a lo lejos. En ese momento la luna y las estrellas se apagaron y no teníamos ni idea de dónde nos encontrábamos. Navegamos hacia un lado y otro de la costa durante casi toda la noche con la esperanza de captar alguna marca terrestre, pero las luces del litoral habían desaparecido.

Ninguno estaba preocupado, Ninette la que menos, cuando le tocó el turno en el timón. Parecía serena y cómoda con una responsabilidad con la que nunca había soñado. Por fin decidimos echar el ancla, y Ninette y yo pudimos dormir como dos niños inocentes.

Nos despertamos con un sonido de voces y, al salir a cubierta, nos encontramos anclados a cincuenta metros de la playa, repleta de turistas curiosos observándonos. A popa había una estructura iluminada pobremente que parecía un muelle. Habíamos estado navegando casi toda la noche con la amenaza desconocida justo a un tiro de piedra. La suerte nos había sonreido.

Nuestros invitados desayunaron y se marcharon usando nuestra balsa, que recuperamos después de que llegaran a tierra. Nos quedamos solos con el mar, el viento y las mareas…

¿Cómo nos sentíamos? Confiados y felices, quizás nuestras fuerzas nos alimentaban mutuamente. No detectábamos peligro, tal vez éramos afortunados por nuestra falta de experiencia en saber lo que podíamos hallar por delante.

El viento parecía estar siempre con nosotros y, ya que esto no es un cuaderno de viajes, mencionaré solo algunas reseñas de los cientos de experiencias naturales que dieron forma a Ninette y que la apartaron con firmeza del Samsara.

De Atlantic City a Annapolis (Maryland)

Navegamos sin prisa y sin problemas bajando por la costa fuera de vista de la tierra, y descubrimos el espacio abierto de la naturaleza donde el cielo y el mar se encuentran en armonía. Cuando el cielo del padre cambia, la madre tierra y el mar le acompañan. Esto lo sientes profundamente cuando estás solo ahí afuera sin un sonido, salvo el movimiento del casco partiendo el agua y el ruido hecho por la botavara (la percha que aguanta y orienta la vela) meciéndose cuando la aprietas para mantener el rumbo.

En esa etapa un pajarillo llegó a bordo. Se detuvo un momento en la escotilla y luego cayó al suelo batiendo sus alas hasta que murió.

¿Cómo podía estar un pajarillo tan pequeño a cientos de kilómetros de distancia desde tierra?

Los dos nos acordamos de las frases de Hamlet:

“Ni un ápice, desacatamos los augurios. Hay una especial providencia en la caída de un gorrión. Si fuera esta la hora, no está por venir; si no está por venir, esta es la hora; si no fuera esta la hora, aún vendrá de todos modos – estar dispuesto lo es todo. Pues no hay hombre que, marchando en todo caso, sepa que va a marchar en un momento, déjalo estar.”

La muerte es impredecible. Viene cuando menos lo sospechas y aquí, a pesar de la energía del vuelo, la fuerza por la supervivencia, aquella criatura hermosa y frágil (siempre pienso que es un gorrión) habría estado a salvo con nosotros. Pero había apurado toda su fuerza por vivir y murió.

Fue la primera lección sobre la muerte para Ninette, mostrando su belleza como parte de la vida. No podíamos estar tristes, sólo conscientes de la naturaleza y sus caminos estaban presentes. Si hubiera caido en las calles de Nueva York, quizás habría pasado de largo con un suspiro; pero aquí en medio de la calma, aun con una gran fuerza de destrucción latente, resultaba una lección impuesta.

Una lección semejante no puede aprenderse sólo con una mente cognitiva. Requiere el drama y el teatro natural de los grandes momentos para perforar la máscara superficial de la mente.

Los dioses debían de estar decididos a marcarnos la lección, porque al día siguiente sentimos una súbita ola inesperada golpeando nuestro costado. Alarmados nos agarramos temiendo lo peor, pues parecía que habíamos encallado en una roca desconocida, o que había cometido un error horrible de orientación. El caso es que una gran masa negra cubierta de percebes estaba justo bajo el casco y estábamos pugnando peligrosamente contra eso.

Yo giré rápidamente, la roca se alejó y volvió a acercarse. ¡Qué milagro de la naturaleza! Era una ballena pequeña pugnando por el lateral del barco. Fue increíble ver la masa de percebes pegados a su lomo. Permaneció con nosotros unos minutos y luego simplemente se escurrió libre.

¡Qué pequeño y frágil parecía Janus! La reacción de Ninette y mía fue de maravilla y gozo inmediato. Yo como psicólogo y biólogo sentía un vínculo afectivo con los animales. Pero Ninette en su vida doméstica, en cuanto a afinidad animal, solo estaba acostumbrada al canario enjaulado de su padre y a sus cantos.

La experiencia la desbordó. Era algo real y aquella ballena pertenecía allí; pensándolo bien, ella y yo también pertenecíamos allí a la naturaleza, muy lejos de un mundo de pequeñas cajas llenas con templos cuadrados de avaricia, llenos con personas de mente cuadrada.

Los títulos y graduaciones no significaban nada. La unidad lo era todo y, si la humanidad elegía excluirse a sí misma, así sería.

Seguimos navegando, turnándonos día y noche para dormir, dirigir el rumbo, extender las velas y estar juntos.

Bahía de Delaware

Una mañana decidimos abandonar nuestra ruta hacia el sur, pues no teníamos prisa, y navegar entrando por la bahía de Delaware, tomando el canal a través de de la ciudad de Chesapeake (Virginia). Luego saldríamos por la bahía de Chesapeake, bajaríamos a Annapolis por suministros y quizás hacer algún pequeño trabajo temporal de un día o dos.

La bahía de Delaware, en el centro de la imagen, entre los Estados de Nueva Jersey y Delaware. Debajo está la bahía de Chesapeake, entre los Estados de Maryland y Virginia

Íbamos saliendo de Chesapeake cuando vimos una potente lancha acércandose desde la costa. Eran los guardacostas de Estados Unidos. Sin duda estaban alertados por el PH 57 que había pintado simbólicamente en el costado y por la insignia roja.

Nos alcanzaron y una pareja de guardacostas subió a bordo en plena navegación. Charlamos y disfrutamos de su compañía. Luego nos desearon suerte y se volvieron quizás con algo que contar.

Hay algo que une a los auténticos amantes del mar y nos sentimos tocados por su interés y simpatía.

En Annapolis con Misty

Echamos ancla en la costa de Annapolis y pasamos dos días trabajando. Ninette como camarera de barra; según acostumbraba, se adaptó y aprendió las mezclas para preparar cócteles. Por supuesto, no querían que se marchara. Yo pinté unas cuantas acuarelas cerca del bar y en el puerto y las vendí.

Estaba resentida porque yo ganara el dinero más fácil que ella. Fue una lección dura de aprender, que en el mundo del trabajo, lejos de la universidad y la cultura, existe una regla de oferta y demanda. El Samsara no conoce la justicia.

Compramos suministros y dimos nuestro último paseo por la ciudad, hasta que nos cruzamos con un perro callejero. Estaba extraviado sin collar. Era un animal atractivo y bonito, un Husky siberiano. Nos fue siguiendo mientras dábamos la vuelta por la ciudad. Durante más de media hora, fue trotando detrás a cierta distancia de nosotros. Le espanté, deseando que se apartara.

Llegamos al bote y todavía nos seguía. Le empujamos, pero había algún magnetismo tirando de él para quedarse con nosotros. Cuando subimos al bote, sin animarle saltó a bordo.

¿Qué podíamos hacer? Decidimos que era un regalo. Le dejamos quedarse y remamos hasta Janus. Se subió a bordo de Janus y se sentía en casa. Le llamamos Misty (que significa brumoso o empañado) y se adaptó de inmediato al pequeño barco, usaba la proa como aseo sin entrenarle.

Fue un regalo precioso, el primer animal doméstico con el que Ninette había entrado en contacto cercano en su vida. Por primera vez un animal no era una simple mascosta para acariciar.

Era muy bonito y, ciertamente todavía con raíces en el Samsara manchado, ella sentía una gran atracción hacia el perro. A mí también me encantaba su aspecto llamativo pero, aunque mi afecto era profundo, se convirtió en el perro de Ninette, el primero y quizás el más importante en su vida.

Es una lección decisiva el tener afecto por un animal sin poseerlo. Ella no se quedó ahí colgada, ni yo tampoco. Quizás era por el barco en sí, tan pequeño e íntimo, que nos colocó al nivel de Misty.

Bajando por la orilla en la bahía de Chesapeake saltaba al agua ocasionalmente. Alguna vez le colocamos un arnés sin navegar y tiraba del barco, despacio pero seguro. Misty nos agregaba algo que sólo un animal puede dar. El hombre puede convertirse en un amigo fiel de los animales y salvar su propia mente idiota del egoísmo.

Discúlpame si presento ahora mi propia reflexión.

Si examinamos a Misty subiendo a bordo y los cambios que se originaron dentro de Ninette, podemos empezar a ver algunos elementos importantes en juego.

Primero están las circunstancias que provocan los cambios.

Segundo está la disposición, la mente abierta y flexible que está preparada para cambiar, sin ni siquiera considerar el cambio como un trámite cognitivo.

Tercero está la voluntad de aceptar un cambio sin resistencia. A eso lo llamamos Coraje natural y Sacrificio de uno mismo.

Cuarto, uno tiene que escuchar la voz del filtro natural que evita lo que no es correcto para todas las criaturas vivientes.

Finalmente está el impulso dentro de cada criatura humana de ser “uno” con el mundo de polvo. Puedes llamarlo como quieras: Alegría, Compasión natural (no compasión social) y Afecto benevolente.

Mírate a ti mismo, considerando estas cosas.

¿Te has permitido crecer y aceptar las estupideces de un sistema cerrado, donde no se presentan las circunstancias para el cambio natural? Esto es debido al Deseo o Apego.

¿Has cerrado tu mente, aflojando su flexibilidad por el Apego, por miedo a perder lo que tienes?

¿Experimentas cada día el Devenir de la Identidad, que te separa de todas las criaturas vivientes y por lo tanto de la vida en sí?

¿Escuchas la voz interior del Espíritu (Shen)?

¿Reconoces el auténtico ser, sin ego, la criatura humana que no vive por sí misma sola y es “uno” con todas las cosas?

Con todo, la cuestión es por qué Ninette se encontró a sí misma por un camino para llegar a ser una criatura humana, no un robot esclavizado por el César.

La respuesta que creo es la presencia de circunstancias convincentes, la apertura a la presencia del asombro natural por todo lo que es natural más allá de uno mismo, de manera que la mente no pueda controlar esa percepción humana.

Pero de algún modo, cada criatura humana debe dar el primer paso tentativo hacia delante para liberarse y, al hacerlo, ayudar a la liberación de todas las criaturas humanas sintientes. ¿Dónde dio Ninette ese primer paso? Es una cuestión interesante.

Según nos cuenta la leyenda, Buda dio ese primer paso en circunstancias favorables cuando se dio cuenta de que su vida era una abominación, no en parte, sino por completo. No hay un flash repentino de la Verdad, solo la conciencia de que existe algo más noble y precioso que está ahí fuera en alguna parte para cogerlo.

Ninette, creo yo, no sabía lo que era, pero dio pasos hacia delante y estiró su mano. Otros se quedan y viven toda su vida ahogados por el polvo del mundo. Ninette dio un paso adelante de gigante hacia una luz floja y distante, y avanzó sin vacilación.

¿Cómo se le apareció esa luz? No tengo ni idea. Quizás la luz se aparece diferente a cada persona, pero está ahí si la buscas con diligencia.

La Red intracostera de Canales del Atlántico

La Red intracostera de Canales del Atlántico cruza desde Norfolk (Virginia) hasta Cayo Hueso (Florida)

Justo al salir de la bahía está la famosa ciudad de Norfolk. En Norfolk decidimos explorar la Red intracostera de Canales del Atlántico. Fue una etapa de nuevas experiencias, calma sin mucha navegación, y el disfrute de hacer un crucero tranquilo a través de los canales. Era nuestro primer encuentro real con la sorprendente idea de las vías fluviales y las esclusas, y observamos miles de detalles. Pequeños momentos íntimos, muchos olvidados, pero continuábamos quizás con una inocencia estúpida.

Para evitar cualquier problema meteorológico en Cabo Hatteras, navegamos hasta la ensenada de Pamlico. Luego, para evitar problemas con los bancos de arena, salimos una vez más al Atlántico por Ocracoke (Carolina del Norte). La idea era navegar directamente hasta Florida.

Robbie Burns declaró: “Los mejores planes de los ratones y los hombres a menudo se tuercen”. Así iba a ser.

Bien, al sur de Cabo Lookout, empezó a levantarse marejada y llegó el viento. Nos sentíamos a salvo sabiendo que un corcho flota, así que nos dirigimos hacia aguas profundas. Luego se volvió peor, y sin radio empezamos a preguntarnos qué ocurría. Era mediodía y notábamos que los grandes pesqueros y otros barcos se dirigían a tierra.

Decidimos que, adonde fueran, iríamos nosotros. Cambiamos el rumbo sin ninguna idea realmente de hacia dónde estaríamos yendo. Morehead City parecía una buena propuesta.

Se levantó más y más oleaje y sufrimos un fuerte viento de popa. Se hizo difícil el navegar, pero con Ninette tomando el timón mientras yo vigilaba la dirección, todo parecía en orden. Conforme nos fuimos acercando a una docena o más de grandes pesqueros y lanchas, todos sin velas nos pasaban cortando las olas sin problemas. Íbamos cortando las olas con un ángulo bastante adecuado. Pero era dolorosamente lento y a veces se perdía el ángulo.

Habíamos oído de navegar “de ala a ala”, así que pusimos la vela Genova en un lado y la vela principal extendida por completo en el otro. Era una buena teoría y teníamos que intentarlo. Casi funcionó y hubo unos cuantos momentos duros, pero le sumamos la potencia de nuestro pequeño fueraborda. Nos deslizamos sobre cada ola gigantesca, cayendo sobre la hoya y subiendo en la siguiente ola.

Durante media hora ese fue el ritmo y sentíamos que iba todo arreglado cuando tuvimos tierra a la vista, apareciendo lentamente la ensenada de Beaufort. Es tan diferente a verla en un mapa.

Con gran suerte dimos con el viento justo para entrar hacia atrás en el canal con las rocas a estribor que parecían más grandes que nunca en la vida. Las olas chocaban contra ellas lanzando chorros de espuma. No teníamos ni idea de lo que había a babor, y no había tiempo para pensarlo en realidad. Entonces vimos las aletas de tiburones dando vueltas. Probablemente no nos habían sentido para nada, pero ahí estaban. Por alguna razón nos chocó a los dos como algo divertido. Ninette comenzó a reír y juntos empezamos a cantar conforme conducíamos por largas estelas en las olas justo como lo haría un surfista.

Entramos en el canal Cutoff al mismo tiempo que vadeábamos un largo yate anclado a babor. Todavía seguíamos surfeando y cantando, sin miedo, con la insignia roja en el mástil. No teníamos ni idea de qué se trataba, pero para los pasajeros que ocupaban la barandilla entre vítores, debíamos ser un espectáculo. Peligroso, quizás estúpido, pero fue un momento glorioso.

Hurra por la victoria de Ninette, claro. ¿Cuántos habrían pasado aquella prueba?

La ensenada de Beaufort

De Morehead City a Florida

Cuando abandonamos el atracadero en Morehead City, pasamos por la ensenada de Beaufort y nos dirigimos hacia Florida en el sur. Con un viento favorable y cómodo, a veces alcanzábamos de 6 a 7 nudos, así que nuestra velocidad máxima nunca superaba los 14 kilómetros por hora.

A esa velocidad con viento a vela, el tiempo simplemente cesa de importar. Nos hallábamos en torno al nivel de la isla Bald Head y decidimos dirigirnos a Jacksonville, bajando por la costa. Aquí hubo otro fenómeno extraño que descubrimos, que resultaría de gran utilidad años más tarde; se trata de que, cuando todo va perfecto y te sientes en el hogar con lo que es natural, no recuerdas nada excepto un bienestar general.

Parece que la memoria registra con una valencia grande sólo los extremos. Recordábamos el mar, las estrellas, las nubes y el viento, pero todo ello se mezclaba junto con los tres a bordo, simplemente haciendo lo que es natural de hacer en el mar con un juego de velas empujándote a lo largo mientras realizas funciones mecánicas…

Supongo que es diferente en un crucero turístico o si estás buscando estímulos y aventuras, pero si simplemente estás en el momento, ¿qué hay que recordar? Así la mente está en calma y moras en el bienestar.

Es un buen mensaje para aquellos interesados en la auténtica meditación y sin mente.

Solo un problema inexplicable surgió que nos causó inquietud, pero no miedo. Ocurrió en alguna parte después de girar para navegar la costa desde Jacksonville. No recuerdo dónde exactamente. Había un fuerte oleaje a popa. El Janus se levantó sobre una ola y luego al bajar de la ola golpeamos en algo. Debía haber muchas brazas debajo, pero parecía que nuestra quilla seguía golpeándose con sonoras sacudidas sobre Janus. Continuó por diez o quince minutos, con una cierta regularidad.

Preparamos la balsa salva-vidas en caso de que nos despidiera y zozobrásemos. Ninette no mostró el más mínimo pánico, ni yo lo buscaba en ella.

Fue simplemente una de las cosas inesperadas que aceptó como parte de la vida. No estoy seguro si puedes ver que eso no estaba ahí antes, surgió con las circunstancias. Creo que forma parte del espíritu humano si lo dejas ser.

Estar inmerso con la naturaleza corta las expectativas. No es un asunto de convertirte en creyente del destino o en fatalista. Se trata más bien de una confianza positiva en el Dharma natural. Permites a tu naturaleza no mental hacer las cosas por ti y empleas la mente consciente como una herramienta.

Nadie lo hace a la perfección, pero eso es lo que Ninette hizo y aprendió. Observando su naturalidad indefinida en situaciones novedosas y complicadas, se ganó una vez más mi admiración. Yo era una roca y siempre lo había sido, por lo que no tenía ningún mérito, pero Ninette transformó su feminidad y delicadeza en coraje sin soltar su base.

Desde Jacksonville seguimos la costa hasta la ensenada de Ponce de León, planeando enganchar de nuevo la Red intracostera de Canales.

De nuevo por la Red de Canales del Atlántico

Ahora hubo un cambio completo, con tiempo para un crucero tranquilo y para apreciar el paisaje siempre variable. Al principio un canal estrecho entre cientos de islas conducía a un canal más grande con el intrigante nombre de Lago Mosquito. Un final repentino a través del canal Haulover conducía hasta el Río Indiano.

Ahora bien, mientras los grandes acontecimientos pueden ofrecer lecciones duraderas para despertar alguna verdad, los momentos tranquilos construyen el carácter a partir de la asociación con la naturaleza en todas sus formas. Nunca vimos un manatí (especie de león marino), pero los pájaros marinos y toda clase de criaturas acuáticas incluyendo las serpientes acuáticas, nos devolvieron a un lugar común de nacimiento.

Dejamos atrás la isla Merritt y al otro lado ya estaba Cabo Cañaveral. Ni siquiera encontramos interesante el considerar acercarnos.

Abandonamos la Red de Canales en la ensenada de Júpiter y decidimos entrar en Fort Lauderdale. El contraste inmenso llegó a nuestro viajecito sin importancia. Amarramos como lo habíamos hecho en todas partes, pues carecíamos de dinero y de deseos de usar otros barcos.

No llevábamos mucho tiempo allí cuando apareció la lancha de la policía local para decirnos a las claras que no éramos bienvenidos. Nuestro pequeño barco rayado por el viaje sencillamente no se encontraba a la altura esperada en Fort Lauderdale. Pasamos la noche y salimos con las primeras luces.

Como si intentara decirnos algo, reforzando nuestra prisa por marcharnos, el ancla se desplazó un poco durante la noche, cuando el viento giró, y tuvimos que lanzar una segunda ancla.

Luego evitamos Palm Beach y Miami como el veneno, y recorrimos la costa por el interior de la línea de arrecifes, a través de los Cayos de Florida (Keys), deteniéndonos en Marathon. Después nos dimos cuenta de que ya habíamos pasado Cayo Largo, famoso por la película de 1.948 con Lauren Bacall y Bogart.

No nos importaba el encontrarnos en los Cayos y era el momento de sacar las piernas a tierra otra vez.