Los 4 Estados Sublimes o Inconmensurables

El Buda llamaba a menudo a estos cuatro estados de la mente las cuatro "Brahma-viharas": las moradas divinas, los lugares excelentes y sublimes en los que la mente se extiende hacia el mundo inconmensurable de los seres vivientes, abrazándolos a todos en estas emociones ilimitadas.

Estos 4 Estados Sublimes o Inconmensurables son:

Alegría (por los otros)

Compasión

Afecto Benevolente

Ecuanimidad

Se considera que son las actitudes ideales hacia el exterior, las fuentes que subyacen a los modos de conducta idóneos hacia los seres vivos. En su calidad de grandes sanadores de las tensiones y los conflictos, de constructores de la armonía y la cooperación, sirven como poderosos antídotos contra los venenos del odio, la crueldad, la envidia y la parcialidad que tan extendidos están en la vida moderna.

En el Budismo Mahayana, la vía gradual está basada en el desarrollo paulatino de la Bodhichitta o "mente de Iluminación" por medio de la Bodhichitta de la INTENCIÓN, con las experiencias de Compasión, y por medio de la Bodhichitta de la ACCIÓN, con las experiencias del Afecto Benevolente.

Los principales elementos de la Bodhichita son estos 4 Estados Sublimes o Inconmensurables, catalizadores para descubrir la Mente pura.

La Ecuanimidad

Desarrollar la Ecuanimidad supone liberarse de nuestras preocupaciones respecto a los intereses mundanos de esta vida, superando así las frustraciones y ansiedades que padecemos a diario. La Ecuanimidad correcta repercute en tener disponible más energía para dedicar a la práctica del Dharma y ésta será más pura.

Las reacciones de las que necesitamos liberarnos gracias a la Ecuanimidad se resumen en 4 puntos con sus dos extremos:

1. Alegrarse al obtener felicidad, o disgustarse al experimentar sufrimiento.

2. Alegrarse al obtener bienes o riqueza o ganar cosas, o disgustarse al caer en la pobreza o perder cosas.

3. Alegrarse con las reacciones positivas de los demás al recibir alabanzas o reconocimiento, o disgustarse con las reacciones negativas de los demás al recibir críticas o no ser valorado.

4. Alegrarse al recibir premios, o disgustarse al recibir castigos.

Está claro que estos 4 puntos se basan en las expectativas previas que tenemos asociadas a nuestra conducta.

Mientras estemos apegados a la felicidad, la riqueza, las alabanzas o los premios externos, nuestra mente estará en desequilibrio. Seremos personas inestables, vulnerables y emocionalmente dependientes de estas condiciones externas. Dedicaremos demasiada energía a asegurarnos estos placeres mundanos y a protegerlos con el fin de no perderlos. Cuando comezamos el camino del Dharma, nuestra motivación estará muy influenciada por estos apegos y, en consecuencia, tanto nuestra práctica como el resto de actividades girarán en torno a los intereses mundanos de esta vida.

Por ello podemos meditar con esta reflexión:

“No importa si recibo o no respeto, reconocimiento o alabanzas. En realidad, mi propia naturaleza no lo necesita ni obtiene ningún beneficio de ello, ni le perjudica el perderlo. Las críticas no pueden dañarme. Los bienes y riquezas los puedo perder en cualquier momento, y la felicidad de esta vida es muy inestable. No tengo por qué interesarme en estas cosas ni preocuparme tanto por ellas.”

Tenemos que descubrir esta propiedad natural de la mente equilibrada, la Ecuanimidad, porque no es algo que posea la Identidad. Al principio de nuestro adiestramiento, si tenemos un fuerte deseo de experimentar buenos resultados en la vida, esta ambiciosa motivación contaminará la pureza de nuesra práctica, porque estará mezclada con el apego y las preocupaciones mundanas.

Deberíamos cultivar la misma actitud pensando que las cosas que consideramos nuestras, en realidad, las hemos conseguido gracias al esfuerzo y la colaboración de otras personas, incluso indirectamente en el pasado. Además nuestras propiedades están sólo a nuestra disposición temporalmente y más tarde las dejaremos para que otros las utilicen como nosotros las recibimos.

La Ecuanimidad no significa mantener una indiferencia intelectual, sería un error el desentenderse de procurar hacer bien las cosas o de los efectos de nuestra conducta en los demás. Pero al mismo tiempo, una vez ponemos en juego nuestras mejores intenciones, aceptar los efectos aparentemente agradables o desagradables que puedan ocasionar.

En conclusión, la Ecuanimidad significa asumir con responsabilidad las consecuencias y los resultados de nuestros actos, cuando han sido fruto de una intención correcta y natural (con Compasión), sin que la Identidad interprete los resultados ni como positivos ni como negativos ni con indiferencia intelectual.

La exposición por Nyanaponika Thera

La Alegría compartida (Mudita)

¡Abre tu corazón a la alegría con los demás!

¡Pequeña sin duda es la medida de alegría y gozo experimentada por muchos seres! Cuandoquiera que un poco de felicidad les llega, entonces puedes alegrarte de que al menos un rayo de gozo ha atravesado la oscuridad de sus vidas y despejado la niebla gris y tristona que envuelve sus corazones.

Tu vida ganará en gozo si compartes la felicidad de los demás como si fuera tuya. ¿Nunca te has fijado cómo en los momentos de alegría las facciones de los hombres cambian y se alumbran con la alegría? ¿Nunca te has dado cuenta de cómo la alegría anima a los hombres a nobles aspiraciones y hechos, más allá de su capacidad normal? ¿No te llenó el corazón esta experiencia de felicidad gozosa? Está en tus manos aumentar esta experiencia de alegría compartida al producir alegría en otros, al traerles gozo y solaz.

¡Enseñemos a los hombres el verdadero gozo! Muchos lo han desaprendido. La vida, aunque llena de pesar, también contiene fuentes de alegría y gozo que la mayoría desconoce. ¡Enseñemos a la gente a buscar y encontrar el verdadero gozo dentro de sí mismos y a alegrarse de la alegría de los demás! ¡Enseñémosles a desplegar su gozo en alturas cada vez más sublimes!

El gozo noble y sublime no es ajeno a la Enseñanza del Iluminado. A veces se considera erróneamente que la Enseñanza de Buda es una doctrina que produce melancolía. Nada más lejos de la verdad: el Dharma conduce paso a paso una felicidad cada vez más pura y elevada.

El gozo noble y sublime es una ayuda en el camino que lleva a la extinción del sufrimiento. No es el deprimido por la tristeza, sino el poseedor de gozo quien encuentra esa calma serena que lleva al estado de mente contemplativo. Y sólo una mente serena y recogida es capaz de obtener la sabiduría liberadora.

Cuanto más noble y sublime sea el gozo de los demás, más justificada estará nuestra alegría compartida. Una causa de nuestra alegría compartida es su noble vida que les asegura felicidad aquí y en vidas subsiguientes. Una causa aún más noble de nuestra alegría compartida es su fe en el Dhamma, su comprensión del Dhamma, su seguimiento del Dhamma. ¡Démosles la ayuda del Dharma! ¡Esforcémonos por hacernos más y más capaces de ofrecer esta ayuda!

La alegría compartida significa una sublime nobleza de corazón e intelecto que sabe, comprende y está lista para ayudar.

Alegría compartida que es fuerza y da fuerza: ésta es la alegría más alta.

¿Y cuál es la manifestación más elevada de la alegría compartida?

Mostrar al mundo el camino que lleva al final del sufrimiento, el camino señalado, recorrido y realizado a la perfección por Él, el Exaltado, el Buda.

La Compasión (Karuna)

El mundo sufre. Pero la mayoría de los hombres tienen cerrados sus ojos y oídos. No ven la corriente ininterrumpida de lágrimas que fluye por la vida; no oyen los gritos de dolor que llenan continuamente el mundo. Su propio pequeño dolor o alegría les tapa la vista, les tapa los oídos. Atado por el egoísmo, sus corazones se vuelven rígidos y estrechos. Al ser rígidos y estrechos, ¿cómo podrían esforzarse por metas más altas, para darse cuenta de que sólo la liberación del deseo egoísta conseguirá su propia liberación del sufrimiento?

Es la compasión la que elimina esta pesada barra, abre la puerta a la libertad, hace al corazón estrecho tan ancho como el mundo. La compasión le quita el peso inerte al corazón, la pesadez paralizante; les da alas a los que se apegan a las tierras bajas del ser.

A través de la compasión, el hecho del sufrimiento permanece vívidamente presente en nuestras mentes, incluso en los momentos en que personalmente no estamos atrapados en él. Nos da la rica experiencia del sufrimiento, y así nos fortalece para encararlo con preparación, cuando nos lo encontramos.

La compasión nos reconcilia con nuestro propio destino al mostrarnos la vida de los demás, que a menudo es mucho más difícil que la nuestra.

¡Mira la caravana sin fin de los seres, los hombres y las bestias, cargados con pena y dolor! El peso de cada uno de ellos, también nosotros lo hemos llevado en tiempos pasados en la secuencia insondable de nacimientos repetidos. ¡Mira esto, y abre tu corazón a la compasión!

¡Y esta desgracia podría ser nuestro destino otra vez! El que vive sin compasión ahora, llorará un día por ella. Si falta simpatía hacia los demás, tendrá que adquirirse a través de la larga y penosa experiencia propia. Esta es la gran ley de la vida. Ahora que los sabes, ¡estáte atento a ti mismo!

Los seres, hundidos en la ignorancia, perdidos en la delusión, se apresuran de un estado de sufrimiento a otro, sin saber la causa real, sin saber cómo escapar de él. Esta percepción de la ley general del sufrimiento es la verdadera base de nuestra compasión, no un hecho aislado de sufrimiento cualquiera.

Por tanto, nuestra compasión incluirá también a los que en estos momentos pueden estar contentos, pero actúan con mente malvada y engañada. En sus actos presentes veremos su futuro estado de angustia, y surgirá la compasión.

La compasión del hombre sabio no lo convierte en víctima del sufrimiento. Sus pensamientos, palabras y actos están llenos de piedad. Pero su corazón no vacila; permanece sin cambiar, sereno y calmo. ¿Cómo podría ayudar si no?

¡Que esta compasión surja en nuestros corazones! La compasión que es la sublime nobleza del corazón e intelecto que sabe, comprende y está listo para ayudar..

La compasión que es fuerza y da fuerza: ésta es la compasión más elevada.

¿Y cuál es la manifestación más elevada de la compasión?

Mostrar al mundo el camino que lleva al final del sufrimiento, el camino señalado, recorrido y realizado a la perfección por Él, el Exaltado, el Buda.

El Afecto Benevolente (Metta)

El Afecto, sin deseo de poseer, sabiendo bien que en último término no hay posesión ni poseedor: ése es el amor más elevado.

Amor, sin hablar ni pensar en "yo", sabiendo bien que este llamado "yo" es una simple delusión.

Amor, sin elegir ni excluir, sabiendo bien que hacer eso significa crear los propios contrastes del amor: el desagrado, la aversión y el odio.

El Amor, que abarca imparcialmente a todos los seres, no sólo a los que nos son útiles, agradables o divertidos.

El Amor, que abarca a todos los seres, sean de mente noble o mente vulgar, buenos o malos. Abarca a los nobles y buenos porque el amor fluye a ellos espontáneamente. Incluye a los de mente vulgar y malvada porque son ellos quienes tienen una mayor necesidad de amor. En muchos de ellos puede que la semilla del amor muriera porque le faltaba calor para crecer, porque murió de frío en un mundo sin amor.

El Amor, que abarca a todos los seres, sabiendo bien que somos compañeros de viaje en esta ronda de existencia -que a todos nos toca la misma ley del sufrimiento.

El Amor, pero no el amor sensual que quema, abrasa y tortura, que inflige más heridas de las que cura -que arde con fuerza ahora y se extingue al instante siguiente, dejando atrás más frío y soledad de la que se sentía antes.

Más bien, el Amor que se posa como una mano suave pero firme en los seres afligidos, sin cambiar nunca en su simpatía, sin oscilar, sin preocuparse de las respuestas que encuentra. El Amor que es un frescor reconfortante para los que arden con el fuego del sufrimiento y la pasión; que es el calor que da vida a los abandonados en el frío desierto de la soledad, a los que tiritan en la escarcha de un mundo sin amor; a aquellos cuyos corazones se han quedado vacíos y secos por sus repetidas llamadas de auxilio, por su honda desesperanza.

El Amor, que es una sublime nobleza de corazón e intelecto que sabe, comprende y está lista para ayudar.

El Amor, que es fuerza y da fuerza: éste es el amor más elevado.

El Amor, al que el Iluminado llamó "la liberación del corazón", "la belleza más sublime": éste es el amor más alto.

¿Y cuál es la manifestación superior del Amor?

Mostrar al mundo es camino que lleva al final del sufrimiento, el camino señalado, recorrido y realizado a la perfección por Él, el Exaltado, el Buda.

La Ecuanimidad (Upekkha)

La Ecuanimidad es un equilibrio mental perfecto, inconmovible, arraigado en la penetración (insight).

Al mirar al mundo a nuestro alrededor, y a nuestro propio corazón, vemos claramente qué difícil es lograr y mantener el equilibrio de mente.

Al mirar a la vida nos damos cuenta de cómo se mueve continuamente entre contrastes: subida y bajada, éxito y fracaso, pérdida y ganancia, honra y censura. Sentimos cómo nuestro corazón responde a todo ello con alegría y pena, gozo y desesperanza, desilusión y satisfacción, esperanza y miedo. Estas olas de emoción nos elevan y nos derriban; y en cuanto hallamos descanso, ya estamos en poder de una nueva ola otra vez. ¿Cómo podemos esperar hacer pie en la cresta de las olas? ¿Cómo podemos construir el edificio de nuestras vidas en medio de este océano de existencia siempre intranquilo, si no es en la Isla de la ecuanimidad?

Un mundo en el que esa pequeña medida de felicidad concedida a los seres se suele asegurar después de muchos desengaños, fracasos y derrotas;

Un mundo donde sólo el valor de empezar de nuevo, una y otra vez, tiene esperanzas de éxito;

Un mundo donde el escaso gozo crece entre la enfermedad, la separación y la muerte;

Un mundo en el que los seres que hace poco estaban conectados a nosotros a través de la alegría simpatética, están al siguiente instante en necesidad de nuestra compasión -un mundo así necesita ecuanimidad.

Pero la clase de ecuanimidad que se necesita debe estar basada en la presencia de mente vigilante, no en la torpeza ausente. Tiene que ser el resultado de un entrenamiento duro y deliberado, no la consecuencia de un humor pasajero. Pero la ecuanimidad no merecería llamarse así si tuviera que producirse mediante el esfuerzo una y otra vez. En ese caso seguramente se debilitaría y acabaría por ser derrotada por las vicisitudes de la vida. La verdadera ecuanimidad, sin embargo, debería superar todas estas pruebas y regenerar su fuerza a partir de fuentes internas. Poseerá el poder de la resistencia y de renovarse a sí misma sólo si está arraigada en la penetración (insight).

¿Y cuál es el origen de esa penetración (insight)? Es la clara comprensión de cómo se originan todas estas vicisitudes de la vida, y de nuestra propia naturaleza. Debemos entender que las varias experiencias que tenemos brotan de nuestro kamma -nuestras acciones de pensamiento, palabra y hecho- llevado a cabo en esta vida y otras anteriores. El kamma es la matriz de la que surgimos (kamma-yoni) y, nos guste o no, somos los dueños inalienables de nuestros actos (kamma-ssaka). Pero en cuanto realizamos una acción, perdemos nuestro control sobre ella: se queda para siempre con nosotros y vuelve inevitablemente a nosotros como nuestra herencia (kamma-dayada). Nada de lo que nos ocurre viene de un mundo "externo" hostil y ajeno a nosotros; todo es el resultado de nuestra propia mente y actos. Dado que este conocimiento nos libera del miedo, es la primera base de la ecuanimidad. Cuando sólo nos encontramos a nosotros mismos en todo lo que nos ocurre, ¿por qué tendríamos que sentir miedo ?

Sin embargo, en caso de que surjan el miedo o la incertidumbre, conocemos el refugio en donde se pueden calmar: nuestras buenas acciones. Al tomar este refugio, la confianza y el valor crecerán en nosotros -la confianza en el poder protector de nuestras buenas acciones realizadas en el pasado; el valor de realizar más acciones buenas ahora mismo, a pesar de las desalentadoras dificultades de nuestra vida actual. Porque sabemos que las acciones nobles y sin egoísmo proporcionan la mejor defensa contra los duros embates del destino, y que nunca es demasiado tarde sino que siempre es el momento correcto para las buenas acciones. Si ese refugio, el hacer el bien y evitar el mal, se establece firmemente en nosotros, un día tendremos la certeza: "La desgracia y el dolor arraigados en el pasado disminuyen cada día. Y esta vida actual -intento hacerla inmaculada y pura. ¿Qué puede traer el futuro sino el aumento de lo bueno?". Y de esa certeza nuestras mentes se volverán serenas, y ganaremos la fuerza de la paciencia y la ecuanimidad para soportar todas nuestras adversidades del presente. Entonces nuestras acciones serán nuestras amigas.

De igual manera, todos los diversos acontecimientos de nuestra vida, al ser el resultado de nuestras acciones, también serán nuestros amigos, incluso si nos acarrean pena y dolor. Nuestras acciones vuelven a nosotros en una guisa que a menudo las hace irreconocibles. A veces nuestras acciones vuelven a nosotros en el modo en el que los demás nos tratan, a veces como un vuelco completo en nuestras vidas; a menudo los resultados van en contra de nuestras expectativas o de nuestra voluntad. Estas experiencias nos señalan las consecuencias de nuestras acciones que no previmos; hacen visibles los motivos semi-conscientes de nuestras acciones anteriores que intentamos ocultarnos incluso a nosotros mismos, cubriéndolos con varios pretextos. Si aprendemos a ver las cosas desde este ángulo, y a leer el mensaje que nos trae nuestra experiencia, entonces el sufrimiento también será nuestro amigo. Será un amigo severo, pero veraz y bienintencionado que nos enseña la materia más difícil, el conocimiento de nosotros mismos, y nos previene de los abismos hacia los que nos dirigimos a ciegas. Al mirar al sufrimiento como maestro y amigo, lograremos soportarlo mejor con ecuanimidad. Como consecuencia, la enseñanza del kamma nos brindará un poderoso impulso para liberarnos del kamma, de aquellas acciones que nos arrojan una y otra vez al sufrimiento de los nacimientos reiterados. Así surgirá un desagrado ante nuestro propio deseo, nuestra propia delusión, nuestra propensión para crear situaciones que ponen a prueba nuestra fuerza, nuestra resistencia y nuestra ecuanimidad.

La segunda perspectiva sobre la que debería basarse la ecuanimidad es la enseñanza del Buda sobre el "no-yo" (anatta). Esta doctrina muestra que en último término las acciones no las realiza ningún "yo", ni sus resultados afectan a ningún "yo". Más aún, muestra que si no hay ningún "yo", no podemos hablar de nada "mío". Es la delusión del "yo" la que crea el sufrimiento e impide e interfiere con la ecuanimidad. Si se echa la culpa a esta o aquella cualidad nuestra, uno piensa: "Yo tengo la culpa", y su ecuanimidad se tambalea. Si este o aquel trabajo no tiene éxito, uno piensa. "Mi trabajo ha fracasado", y su ecuanimidad se tambalea. Si se pierden riquezas o a algún ser querido, uno piensa: "Lo que era mío se ha esfumado", y su ecuanimidad se tambalea.

Para establecer la ecuanimidad como un estado de mente inconmovible, uno tiene que renunciar a todos los pensamientos posesivos de "mío", empezando con las cosas pequeñas de las que es fácil desapegarse, y avanzando poco a poco a las posesiones y objetivos a los que se aferra uno con toda sus fuerzas. Uno debe también abandonar la contraparte de estos pensamientos, todos los pensamientos egoístas de "yo", empezando con una sección pequeña de la propia personalidad, con cualidades de poca importancia, con las pequeñas debilidades que uno ve claramente, y avanzando gradualmente hasta las emociones y aversiones que uno considera como el centro del propio ser. Así debería practicarse el desapego.

La ecuanimidad entrará en nuestro corazón hasta el grado en que abandonemos los pensamientos de "mío" o "yo". Porque ¿cómo podría causarnos agitación debido a la lujuria, el odio o la pena cualquier cosa que reconocemos que es ajena y está vacía de un "yo"? Así, la enseñanza del no-yo será nuestra guía en el camino a la liberación, a la perfecta ecuanimidad.

La ecuanimidad es la corona y culminación de los cuatro estados sublimes. Pero no debería entenderse que esto significa que la ecuanimidad es la negación del amor, la compasión y la alegría compartida, o que los relega porque son inferiores. Al contrario, la ecuanimidad los incluye y satura completamente, al igual que ellos llenan la perfecta ecuanimidad.

Enlace a la Meditación de la Bodhichita con los 4 Inconmensurables

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Las interrelaciones de los cuatro estados sublimes

Entonces, ¿cómo se interrelacionan e influyen estos cuatro estados sublimes?

El amor inconmensurable protege a la compasión de volverse en parcialidad, evita que haga discriminaciones seleccionando y excluyendo y así la protege de caer en la parcialidad o la aversión hacia la parte excluida.

El afecto correcto le imparte a la ecuanimidad su altruismo, su naturaleza inconmensurable e incluso su fervor. Pues el fervor, transformado y controlado, también es parte de la perfecta ecuanimidad, y refuerza sus poderes de aguda penetración y sabia templanza.

La compasión previene que el amor y la alegría compartida olviden que, aunque los dos disfrutan o dan felicidad temporal o limitada, en estos momentos sigue habiendo en el mundo horribles estados de sufrimiento. Les recuerda que su felicidad coexiste con un dolor sin límites, quizás en la puerta de al lado. Es un recordatorio para el amor y la alegría compartida que hay más sufrimiento en el mundo del que ellas son capaces de mitigar; que, una vez que el efecto de ese alivio se ha desvanecido, la pena y el dolor surgirán sin duda otra vez hasta que el sufrimiento sea arrancado del todo con la consecución del Nibbana. La compasión no permite que el amor y la alegría se cierren ante el ancho mundo confinándose a un estrecho sector de él. La compasión evita que el amor y la alegría compartida se conviertan en estados de complacencia autosatisfecha dentro de una mezquina felicidad protegida celosamente. La compasión agita y anima al amor a ampliar su ámbito; agita y anima a la alegría a buscar nuevo sustento. Así, les ayuda a los dos a crecer hasta convertirse en estados inconmensurables de verdad (appamanna).

La compasión cuida de que la ecuanimidad no caiga en una fría indiferencia, y la aleja del aislamiento egoísta o indolente. Hasta que la ecuanimidad haya alcanzado la perfección, la compasión le urge a entrar una y otra vez en la brega del mundo, para que pueda superar la prueba, endureciéndose y haciéndose más fuerte.

La alegría compartida refrena a la compasión para que no se vea abrumada por la visión del sufrimiento del mundo, para que no sea absorbida por él a exclusión de todo lo demás. La alegría compartida alivia las tensiones de la mente, calma la dolorosa quemazón del corazón compasivo. Mantiene a la compasión alejada de la preocupación melancólica sin propósito, de un sentimentalismo fútil que sólo debilita y consume la fuerza de mente y corazón. La alegría compartida desarrolla la compasión hasta convertirla en una simpatía activa.

La Alegría compartida le da a la ecuanimidad la gentil serenidad que suaviza su aspecto severo. Es la sonrisa divina del rostro del Iluminado, una sonrisa que permanece a pesar de su profundo conocimiento del sufrimiento del mundo, una sonrisa que da solaz y esperanza, audacia y confianza: "Las puertas a la liberación están abiertas de par en par", así dice.

La ecuanimidad arraigada en la penetración es el poder que guía y modera a los otros tres estados sublimes. Les señala la dirección que han de tomar, y vigila que se tome esa dirección. La ecuanimidad evita que el amor y la compasión se malgasten en búsquedas vanas y se pierdan en los laberintos de la emoción sin control. La ecuanimidad, que es un autocontrol vigilante con vistas a la meta final, no permite que la alegría descanse satisfecha con resultados modestos, olvidando los verdaderos objetivos hacia los que debemos esforzarnos.

La ecuanimidad, que significa "equidad de mente", le da al amor una firmeza y lealtad equilibrada y constante. Le otorga la gran virtud de la paciencia. La ecuanimidad provee a la compasión un valor y audacia equilibrados y sin vacilaciones, permitiéndole enfrentarse al terrible abismo del sufrimiento y la desesperanza que reta a la compasión inconmensurable una y otra vez. Al lado activo de la compasión, la ecuanimidad es la mano firme y calma dirigida por la sabiduría -indispensable para los que quieren practicar el difícil arte de ayudar a los demás. Y aquí la ecuanimidad significa de nuevo paciencia, la paciente devoción a la labor de la compasión.

En este y otros sentidos, se puede decir que la ecuanimidad es la corona y culminación de los otros tres estados sublimes. Los tres primeros, si no están conectados con la ecuanimidad y la penetración, pueden apagarse por falta del factor estabilizante. Las virtudes aisladas, si carecen del apoyo de las otras cualidades que les dan la necesaria firmeza o flexibilidad, se deterioran a menudo para convertirse en sus defectos característicos. Por ejemplo, el amor benevolente, sin energía y penetración, puede declinar fácilmente y volverse una mera bondad sentimental de naturaleza débil y poco fiable. Además, estas virtudes aisladas nos llevan a menudo en dirección opuesta a nuestras metas iniciales y contraria también al bienestar de los demás. Es el carácter firme y equilibrado de una persona lo que combina las virtudes aisladas en un todo orgánico y armonioso, en el cual las cualidades individuales muestran su mejor manifestación y evitan las trampas de sus debilidades respectivas. Y ésta es la verdadera función de la ecuanimidad, la manera en la que contribuye a una relación ideal entre los cuatro estados sublimes.

La Ecuanimidad es un equilibrio mental perfecto e inconmovible, arraigado en la penetración. Pero en su perfección y naturaleza inconmovible la ecuanimidad no es densa, lenta ni fría. Su perfección no viene de una "vacuidad" emocional, sino de una plenitud de comprensión, de su ser completa en sí misma. Su naturaleza inconmovible no es la inmovilidad de una piedra fría y muerta, sino una manifestación de la fuerza más elevada.

Todo lo que causa estancamiento se destruye aquí, lo que represa se elimina, lo que obstruye se desbarata. Los torbellinos de las emociones y los meandros del intelecto se desvanecen. La corriente de la conciencia discurre sin impedimentos, calma y majestuosa, pura y radiante. La atención consciente (sati) ha armonizado el calor de la fe (saddha) con la agudeza penetrante de la sabiduría (panna); ha equilibrado la fuerza de la voluntad (viriya) con la tranquilidad de mente (samadhi); y estas cinco facultades internas (indriya) han crecido hasta convertirse en fuerzas internas (bala) que no pueden perderse. No se pueden perder porque ya no se pierden en los laberintos del mundo (samsara), en lo difuso de la vida (papanca). Estas fuerzas internas emanan de la mente y actúan sobre el mundo, pero al estar protegidas por la presencia de la mente, no se atan a sí mismas a nada, y regresan sin cambios. El amor, la compasión y la Alegría siguen emanando de la mente y actúan sobre el mundo, pero al estar supervisadas por la ecuanimidad, no se apegan a nada, y regresan sin haberse debilitado ni manchado.

En el Arahat, el Liberado, nada disminuye al dar, ni él se vuelve más pobre por dar a los demás las riquezas de su corazón y mente. El Arahat es como el cristal claro y bien tallado que, al no tener manchas, absorbe por completo los rayos de luz y los envía de vuelta, intensificados por su poder de concentración. Los rayos no pueden manchar el cristal con sus variados colores. No pueden atravesar su dureza ni alterar su estructura armoniosa. En su genuina pureza y fuerza, el cristal permanece sin cambios. "Al igual que todas las corrientes del mundo entran en el gran océano, y todas las aguas del cielo llueven sobre él, no se percibe aumento ni disminución del gran océano" -tal es la naturaleza de la ecuanimidad. La santa ecuanimidad o -por expresarlo de otra manera- el Arahat dotado de santa ecuanimidad, es el centro interno del mundo. Pero hay que distinguir bien este centro interno de los innumerables centros aparentes de las esferas limitadas; es decir, de sus "personalidades", leyes gobernantes, etc. Todos ellos son sólo centros aparentes, porque dejan de ser centros en cuanto sus esferas, obedeciendo a las leyes de la impermanencia, sufren un cambio total de su estructura; y en consecuencia su centro de gravedad, material o mental, se desplaza. Pero el centro interno de la ecuanimidad del Arahat es inconmovible, porque es inmutable. Es inmutable porque no se aferra a nada.

Dice el Maestro:

Para el que se apega, existe el movimiento; pero para el que no se apega, no hay movimiento. Donde no hay movimiento, hay quietud. Donde hay quietud, no hay deseo. Donde no hay deseo, no hay ir ni venir. Donde no hay ir ni venir, no hay surgir ni desaparecer. Donde no hay surgir ni desaparecer, no hay ni este mundo ni otro más allá, ni un estado intermedio. Esto, en verdad es el fin del sufrimiento.

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LA PRÁCTICA

En el presente texto, el Venerable Nyanaponika Thera, uno de los grandes intérpretes de las enseñanzas budistas de nuestro tiempo, ofrece una exposición sobre estos cuatro estados sublimes, explorándolos en sus sutiles y complejas interrelaciones. Aunque breve, este tratado sigue siendo uno de los ensayos sobre el Dharma más inspirador y edificante que han aparecido en nuestra era.

Wheel Publication No. 6

BUDDHIST PUBLICATION SOCIETY

KANDY, SRI LANKA

(Estas publicaciones son altamente recomendadas para todos. Sin excepcion son obras del Dharma escritas con corazón y benevolencia)

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Se dice que estas cuatro actitudes son excelentes o sublimes porque constituyen la manera correcta o ideal de conducta hacia los seres vivos (sattesu samma patipatti). De hecho, proporcionan la respuesta a todas las situaciones que surgen del contacto social. Son los grandes eliminadores de la tensión, los grandes pacificadores en los conflictos sociales, y los grandes sanadores de las heridas recibidas en la lucha por la existencia. Igualan las barreras sociales, construyen comunidades armoniosas, despiertan la magnanimidad olvidada hace tiempo, reviven la alegría y la esperanza abandonadas tiempo atrás, y promueven la hermandad humana contra las fuerzas del egoísmo.

Los Brahma-viharas son incompatibles con un estado mental de odio, y en eso se parecen a Brahma, el gobernante divino pero transitorio de los cielos superiores en la concepción budista tradicional del universo. Al contrario que en otros conceptos de las deidades de Oriente y Occidente, a quienes sus devotos les atribuyen muestras de ira, furia, envidia e indignación, Brahma está libre de odios; y de cualquiera que desarrolle asiduamente estos cuatro estados sublimes por su conducta y meditación, se dice que se convierte en alguien igual a Brahma (Brahma-samo). Si se convierten en la influencia dominante en su mente, renacerá en mundos favorables, los reinos de Brahma. Por tanto, a estos estados de mente se les llama semejantes a Dios, semejantes a Brahma.

Se llaman moradas (viharas) porque deberían convertirse en las moradas constantes de la mente en las que nos sentimos "en casa"; no deberían quedarse en lugares de visitas esporádicas y breves, rápidamente olvidados. En otras palabras, nuestras mentes deberían quedar totalmente saturadas por ellos. Deberían convertirse en nuestros compañeros inseparables, y deberíamos mantenerlos presentes en todas nuestras actividades comunes. Como dice el Metta Sutta, el canto del Amor Benevolente:

Al estar de pie, caminando, sentado, tumbado,

Cuandoquiera se sienta uno libre del cansancio

Que establezca bien esta presencia de mente -

Esto, se dice, es la morada divina.

A estos cuatro estados -el afecto, la compasión, la alegría y la ecuanimidad- se les llama también los estados inconmensurables (appamanna), porque, en su perfección y su verdadera naturaleza, no deberían limitarse en cuanto al rango de seres hacia los que se extienden. Deberían ser no-exclusivos e imparciales, sin trabas de preferencias selectivas o prejuicios. Una mente que ha llegado a esa inconmensurabilidad de los Brahma-viharas no albergará odios de tipo nacional, racial, religioso o social.

Pero a menos que esté arraigada en una afinidad natural para esa actitud mental, no nos será fácil efectuar esa aplicación ilimitada mediante un esfuerzo deliberado de la voluntad y evitar con consistencia cualquier clase o grado de parcialidad. Para conseguir eso, en la mayoría de los casos tendremos que usar estas cuatro cualidades no sólo como principios de conducta y objetos de reflexión, sino como temas de meditación metódica. A esa meditación se la llama Brahma-vihara-bhavana, el desarrollo meditativo de los estados sublimes. El objetivo práctico es conseguir, con la ayuda de estos estados sublimes, esos estadios superiores de concentración mental llamados jhana, "absorción meditativa".

Las meditaciones sobre el afecto, la compasión y la alegría pueden producir cada una el logro de las tres primeras absorciones, mientras que la meditación sobre la ecuanimidad conducirá sólo al cuarto jhana, en el que la ecuanimidad es el factor más significativo.

Por lo general, la práctica meditativa persistente tendrá dos efectos culminantes: primero, hará que estas cuatro cualidades se hundan profundamente en el corazón de modo que se convertirán en actitudes espontáneas que no se pierden fácilmente; segundo, provocará y asegurará su extensión ilimitada, el despliegue de su alcance que todo lo abarca. De hecho, las detalladas instrucciones que se dan en las escrituras budistas para la práctica de estas meditaciones tienen el claro propósito de desplegar gradualmente la cualidad ilimitada de los estados sublimes. Rompen sistemáticamente todas las barreras que restringen su aplicación a individuos o lugares particulares.

En los ejercicios meditativos, la selección de personas a las que se dirigen los pensamientos de amor, compasión o alegría compartida avanza de lo más fácil a lo más difícil.

Por ejemplo, cuando se medita en el amor benevolente, uno comienza con la aspiración al bienestar propio, usándolo como referencia para su extensión gradual:

"De la misma manera que yo deseo estar alegre y libre del sufrimiento, ¡que también pueda aquel ser, que también puedan todos los seres estar alegres y libres del sufrimiento!".

Entonces, (como una practica para principiantes) uno extiende el pensamiento del amor benevolente a una persona por la que tiene un respeto afectuoso como, por ejemplo, un maestro o profesor; luego a gente querida, a los que nos son indiferentes, y por último a los enemigos, si los hay, o a los que nos disgustan. Dado que esta meditación se ocupa del bienestar de los vivos, uno no debería elegir personas que han fallecido; uno también debería evitar personas por las que siente atracción sexual.

Una vez uno ha superado la tarea más difícil, el dirigir los pensamientos de amor benevolente a gente desagradable, uno debería "romper las barreras" (sima-sambheda). Sin hacer ninguna discriminación entre estos cuatro tipos de personas, uno debería extenderles su amor benevolente por igual.

A esas alturas de la práctica, uno habrá llegado a los estados superiores de la concentración: con la aparición de la imagen-reflejo mental (patibhaganimitta), se habrá llegado a la "concentración de acceso" (upacara samadhi), y el progreso subsiguiente llevará a la plena concentración (appana) del primer jhana, y después de los jhanas superiores.

Con vistas a la expansión espacial, la práctica comienza con los que están en el entorno inmediato de uno, como la familia, luego se extiende a las casas vecinas, toda la calle, la ciudad, el país, otros países, el mundo entero. En la saturación de las direcciones, el propio pensamiento de amor benevolente se dirige primero al este, luego al oeste, al norte, al sur, las direcciones intermedias, al zenit y al nadir.

Los mismos principios de la práctica se aplican al desarrollo meditativo de la compasión, la alegría compartida y la ecuanimidad, con las debidas variaciones en la elección de las personas. Los detalles de las prácticas se encuentran en los textos (ver Visuddhimagga, capítulo IX).

El fin último de alcanzar estos Brahma-vihara-jhanas es provocar un estado mental que puede servir de base firme para la penetración liberadora de la verdadera naturaleza de todos los fenómenos, en su calidad de impermanentes, sujetos a sufrimiento e insustanciales. Una mente que ha alcanzado la absorción meditativa inducida por los estados sublimes será pura, tranquila, firme, recogida y libre del vulgar egoísmo. De esta manera, estará bien preparada para el trabajo final de la liberación que sólo puede completarse mediante la penetración intuitiva (insight).

Las afirmaciones precedentes muestran que hay dos formas de desarrollar los estados sublimes: primero, por la conducta práctica y la apropiada dirección del pensamiento; y segundo, por la meditación metódica dirigida a las absorciones. Cada una será de ayuda a la otra. La práctica meditativa metódica ayudará a que el amor, la compasión, la alegría y la ecuanimidad se conviertan en algo espontáneo. Puede ayudar a que la mente se haga más firme y calma a la hora de soportar las numerosas irritaciones de la vida que nos desafían a mantener estas cuatro cualidades en pensamiento, palabra y obra.

Por otra parte, si la conducta de uno está gobernada cada vez más por estos estados sublimes, la mente albergará menos resentimiento, tensión e irritabilidad, cuyas reverberaciones a menudo se insinúan sutilmente en las horas de meditación, creando ahí el "obstáculo de la inquietud". Nuestra vida y pensamiento cotidianos tienen una marcada influencia sobre la mente meditativa; sólo si se estrecha con persistencia el abismo que las separa habrá oportunidad de un progreso continuado en la meditación y de alcanzar la meta más elevada de nuestra práctica.

El desarrollo meditativo de los estados sublimes se verá asistido por la reflexión repetida sobre sus cualidades, los beneficios que otorgan y los peligros de sus opuestos. Como dice el Buda, "Lo que una persona considera y hace objeto de reflexión durante largo tiempo, hacia eso se volverá e inclinará su mente".

Enlace a la Meditación de la Bodhichita con los 4 Inconmensurables