1. LA SEDUCCIÓN DEL SAMSARA

NINETTE DIANE OBADIA

Ninette Diane Obadia nació en los Estados Unidos de América, donde perseguir la felicidad es un principio aprendido con rapidez. Sus padres eran judíos sefarditas; su padre, un hombre de negocios con éxito, era bastante ortodoxo a su manera y su madre más liberal. Sin la intención de socavar la memoria de su madre, Violeta, hay que decir que llegó a dominar la vida de Ninette y a condicionarla, de acuerdo con la idea tradicional de que debería ser bien educada y casada con el príncipe disponible que fuera más rico y hermoso.

Su padre, David, un hombre afable y dulce que había plantado sus árboles en Jersusalén según la tradición, la adoraba. Sin embargo, al no ser expresivo, Ninette se fue apartando afectivamente de él debido a las insinuaciones de Violeta sobre que a David realmente no le importaba ella.

Fue justo después de emanciparse cuando ella descubrió la verdad sobre el cariño de su padre. En aquel momento, se encontraba lejos de lo que se consideraría como circunstancias de un nacimiento favorable (para el Dharma).

Cuando nos encontramos por primera vez en la Universidad, la New School de Nueva York, ella se encontraba inmersa en una vida de codicia. Había estudiado francés en la Sorbona en París y se había graduado en la Universidad Syracuse (Nueva York) especializándose en Educación, y ya en ese momento estudiaba Antropología.

Fue justo tras su primer gran desengaño cuando se presentó al Cuerpo de Paz, una organización de voluntarios que colabora con el Gobierno americano para desarrollar relaciones de paz y progreso entre los países. Era una candidata perfecta, pero fue rechazada cuando sus padres encontraron sus papeles y forzaron una respuesta negativa de la Administración. Eso representaba un punto de partida claro fuera de la norma. Era evidente el hecho de que su vida había sido conformada demasiado, hasta el punto de que incluso compraba sus ropas ante el control permanente y la persuasión de su madre.

Ella estaba divorciada. No era sorprendente en realidad, pues la presión la había llevado a una unión hecha en el Samsara manchado, que duró justo lo suficiente como para que las primeras hojas cayeran de las rosas.

Por entonces yo no estaba involucrado en el Dharma, era un psicólogo estudiando el Doctorado con Leon Festinger. No tenía ni idea de lo que era el budismo o el Chan, y en verdad no tenía ni el menor interés. El día en que nos conocimos era mi cumpleaños, el 11 de abril, y salimos de la New School para una cita. Yo le regalé un pequeño cencerro de vaca hecho de cobre y ella me dio un guijarro que había traido de la playa de Shelter Island. Un comienzo sencillo, pero memorable.

Desde aquel momento, el Dharma comenzó su llamada en silencio.

Recuerdo la primera vez que me llevó a ver a su padre. Ya que yo no era judío, aunque sí un admirador de esa cultura, el resultado no estaba claro. Dormimos allí esa noche, por separado, respetando la moralidad de David. Yo bajo la vigilancia de un perro chino blanco y oscuro de un metro de altura. Al día siguiente David y yo hablamos sobre la Kabala, la existencia y la imagen de Dios. Para agrado de Ninette, él se moderó y recompensó mi presencia con dos libros de la Kabala que conservo. Nos marchamos cuando David salía a visitar a un rabino conocido suyo. Por precaución no bajó en nuestro ascensor, temiendo que pudiera ser visto por los vecinos con su hija de la mano de un barbudo pagano.

La imagen que tenía de su padre había empezado a cambiar, y ahora se cuestionaba todas las viejas ideas que siempre había mantenido sobre él.

Para Ninette una cortina de oscuridad se empezó a descorrer. Entonces decidió que deberíamos visitar al hermano mayor de la familia, Sion; para gran sorpresa suya, me recibió con el corazón abierto y tratamos temas filosóficos tras ser invitados a comer. Otro velo había caido cuando ella comenzó a darse cuenta de que, bajo el aparente aspecto duro y serio de aquellos a los que respetaba, había en muchos casos otra persona diferente que podía sobresalir sorprendentemente de manera noble con las circunstancias. Su única decepción con la familia fue John, otro hermano que, desde el principio, torció el gesto ante nuestra relación.

Esto es una lección que todos pueden aprender.

Se trata de cuestionar nuestras propias ideas sobre el mundo. Es cuestionar el pánico, los miedos y la aversión; y aún más, ver el futuro como si fuera la oportunidad de cambiar, no como un sendero estrecho que uno está obligado a seguir.

No se trata del “¿Qué?” esencial en el Chan, sino de un ¿Qué? inicial que se pregunta “¿Qué hay detrás de lo que mi mente ha construido?”, y después “¿Por qué estaba yo tan equivocado?”, y por último “¿Cómo puedo recuperar una mente abierta y flexible?”

Ella ya había cambiado en parte. Bastante distante de la chica bonita que se atragantaba al relacionarse con lo feo o lo estúpido, o al ser vista fuera de la norma social más elevada, aceptó el ser vista en el ballet de Nueva York, ella vistiendo con elegancia un vestido largo blanco de fiesta, acompañada en las primeras filas por un individuo barbudo de pelo largo, que vestía vaqueros azules y camisa de cuello abierto. En verdad me sentía privilegiado por su presencia.

La princesa había perdido su zapato y yo, sin ser un príncipe, lo había encontrado.

Esto es para todos una segunda lección importante que ella empezó a aprender. Uno no puede juzgar las apariencias. Uno tiene que abrir la ostra para encontrar la perla. Y si aprendes a hacerlo con diligencia, calma y paciencia, podrás ser capaz de ver la perla que yace dentro de ti mismo. Para Ninette esto era un comienzo. No fue fácil, y cada capa que la familia, la religión, la educación y la sociedad había colocado tenía que ser barrida, a veces con una gran resistencia interna de la Identidad.

Pero uno no puede avanzar sobre un camino de virtud natural y dignidad sin ese primer paso. Y Ninette, a diferecia de la mayoría, flotaba menos en su mundo personal de sufrimiento y belleza, y puso su primer pie dentro del Samsara exterior donde todo el sufrimiento de los demás está camuflado.

Su madre Violeta vivía en California, divorciada de David, y nosotros queríamos cambiar de Nueva York. Es una ciudad magnífica si la dominas antes de que ella te domine a ti, así que condujimos ociosamene hasta California, durmiendo en el coche siempre que nos deteníamos.

Ella no tenía ningún reparo sobre la bienvenida que nos esperaba, porque Violeta ya había roto muchas reglas tradicionales. En ese momento estaba enamorada de un auténtico caballero, un negro llamado Damon, que la adoraba. Sin embargo, vio a su madre, aunque algo cambiada, como una fuerte persona desalentadora, con quien ahora se sentía preparada para enfrentarse en iguales condiciones sin doblegarse bajo su presión sutil.

Violeta estaba encantadora como nunca, y Ninette alcanzó a ver el sufrimiento creado que no había percibido antes. Violeta había sufrido y todavía seguía sufriendo, y curiosamente se dio cuenta de que ese sufrimiento había pasado a ella. La clave era mostrarse amable.

Hay un antiguo adagio que ella empezó a comprender: “Si lo entiendes, no hay nada que perdonar”.

Esa es una lección de oro que todos pueden aprender. Más aún, puedes aprender a perdonarte a ti mismo. Solo hay error, y con error no debe haber culpabilidad o recriminación, simplemente una responsabilidad correcta para corregir lo equivocado.

Tanto Violeta y Damon, como David y su hermana Marilyn vinieron a visitarnos mucho después en la isla de Ibiza.

En California conocimos y nos relacionamos con la familia de Violeta, y Ninette se dio cuenta entonces de que, en poco tiempo, se había emancipado por completo de su madre, y también de su anterior marido.

La habían persuadido para unirse a él y le dejó tras un año, con mucho miedo, justo antes de conocernos. Tuvo que dejar atrás el temor a sus represalias, pues tras escapar, sin un gran apoyo de sus padres, había resultado incluso amenazada por una violencia mafiosa contratada por el marido.

Pero la princesa había roto sus collares y pulseras, y había entrado en un mundo distinto. Ya no tendría más miedo.

Ninette había empezado a aprender que no hay nada realmente que temer excepto el miedo en sí mismo. Es fácil saberlo, pues el adagio lo dice claro. Pero el despojarse del miedo no es algo liviano, ya que cuanto más fuerte uno se apega a la esperanza de liberarse del miedo, más fuerte asoma un miedo sobre ti.

Es más bien como estar suspendido del cielo por un cordón prieto. Tu mente está llena de terror e intentas soltarte con denuedo. Tratas de cortar el cordón con un cuchillo de conocimiento, pero eso no funciona. Tratas de desatar el nudo, pero ha sido hecho por expertos en cautividad social. Ruegas al cielo para que los dioses te liberen, pero estás solo.

Miras hacia abajo el agua fresca balsámica del lago que se extiende debajo. Ahí es donde quieres estar. Gritas a tus amigos pero ellos están luchando con sus propios miedos en el Samsara.

Sientes la vulnerabilidad que has aprendido y empiezas a llorar con lástima por ti mismo. Pero ¿quién te oye? Nadie. Intentas escalar por el cordón al cielo, pero siempre te resbalas. Entonces estás preparado para rendirte y quedarte simplemente ahí colgando con tu propio cordón de miedo.

Entonces de repente miras el cordón hecho de hebras de múltiples miedos. Intentas cortarlas una por una. Es una tarea inútil, pues el miedo de que salgan nuevos miedos te sacude.

En ese momento te das cuenta de que es tu propia mente la que ha construido los miedos, como si de repente recordaras el Dharma y supieras que la mente creada es una sustancia vacía, es ilusión. En ese instante el cordón simplemente desaparece y empiezas a caer despacio con una mente en calma y suelta hacia el agua fresca de la verdad.

Seguro, no es fácil. Ninette dio su primer paso pequeño. Tú también puedes hacerlo mediante una instrospección que está situada lejos de quien tú crees que eres.

Una nueva persona regresó a Nueva York.