04. EL BOMBARDEO ALEMÁN

Durante siete noches entre el 21 y el 29 de abril de 1.941, el centro de Plymouth, junto con Stonehouse y Devonport, fue arrasado por los asaltos aéreos alemanes con la intención de destruir la moral británica. Yo acababa de cumplir mi octavo cumpleaños.

Para la defensa de Plymouth había solo cuatro cazas biplanos Gloster Gladiator. Tras la segunda noche, solo sobrevivieron dos edificios en el casco antiguo: el Banco Nacional de Westminster en Bedford Street y la oficina de la Agencia Occidental de Noticias en Frankfort Street.

Primero llegó un grupo de bombarderos Heinkel 111 volando a unos 3.500 metros de altitud. Incluidos en la carga de bombas que lanzaron, se encontraban 34 potentes explosivos de acción retardada, seguidos de 12.500 bombas incendiarias y otras bombas de gran potencia.

Más adelante dos escuadrones lanzaron sus cargas explosivas, que incluían 17 “blockbuster” de una tonelada de peso; según su nombre, cada bomba era capaz de arrasar una manzana completa de edificios. Para añadir terror al que ya llovía sobre la ciudad, otro escuadrón que había sido enviado a bombardear la planta de fabricación aérea Westland en Yeovil, se desvió para dirigir sus bombas sobre Plymouth, cuando el mal tiempo evitó que localizaran su objetivo inicial.

Amigos y vecinos pensaban todos que lo peor había pasado, pero estaban equivocados. No obstante, a pesar de la destrucción, solo una pequeña fracción del cuarto de millón de habitantes murió en la región; la mayoría se metió a salvo en los refugios, mientras los bombarderos cruzaban los centros navales y el área portuaria.

Contemplé las llamas como un gigantesco incendio forestal imparable en la distancia, y no había quejidos ni pesadumbre, excepto entre aquellos que habían perdido algún pariente. Más bien había una sensación de “muy bien, todavía no habéis vencido”. Para mí como niño, ese espíritu de cooperación en la dificultad era realmente evidente cuando veía a una familia ayudando a otra familia con un espíritu unido. Tras dejar Inglaterra, nunca volví a encontrarlo de nuevo, excepto al final de la Revolución de los Claveles, cuando me encontraba en Lisboa y presencié el nacimiento de Portugal como país democrático. ¿Dónde se ha marchado esa solidaridad humana hoy? La guerra no está tan lejana de nosotros cada día.

Escenas de Plymouth en llamas durante el bombardeo alemán en 1.941

Nunca estuve en medio de los edificios ardientes. Nunca perdí familiares o amigos. Solo sufrimos la pérdida del novio de Rose, que se hundió con su barco en la marina.

Pero la sensación de solidaridad iba más allá de la empatía mental hasta alcanzar una unidad de propósito y dignidad. Hoy veo desastres humanos pasados por alto para acudir a un partido de fútbol con el objetivo de ensalzar a los héroes, cuando los auténticos héroes son aquellos que, sin futuro y sin nada, aún mantienen su dignidad y honestidad.

Cumplí diez años y la guerra no me había tocado, pero sí lo hizo el espíritu de solidaridad ante la amenaza a la supervivencia. Aprendí que uno no debe darse por vencido nunca jamás.

Era la fuerza lo que empujaba a mi padre y mi abuela, mientras que mi madre y mi abuelo recogían los restos cuando había una caída. Fue la fuerza lo que dio a Gran Bretaña, con la ayuda de los Aliados y los americanos, la victoria final. Es una deuda que recordaré siempre.

Con todo eso, sorprendentemente había pocos insultos contra el pueblo alemán. Adolf Hitler era el villano, el enemigo, y Churchill era el héroe popular. Todos los carteles y todos los temas se dirigían precisamente a la fuente del infierno.

Cuando los prisioneros marchaban cruzando la ciudad, la gente los ignoraba. Hay dos informes que lo dicen todo.

El soldado de infantería Kart Bock fue capturado en Holanda en 1.944:

“… horas más tarde, un tren nos llevó a alguna parte de Inglaterra. No era un tren corriente, nos sentamos en asientos tapizados. No nos chillaron ni nos escupieron como en Holanda.”

Hans Reckel fue capturado en Francia y recuerda:

“El 24 de julio de 1.944 en una mañana oscura y brumosa alcanzamos suelo inglés en Gosport. En las calles casi todo lo que encontramos eran mujeres en ropa de trabajo o fumando cigarrillos que apenas nos miraban.”

Como niño luego nunca encontré rencor, aunque es cierto que en Gran Bretaña estábamos siempre ocupados.

Cerca de nosotros, a unos dos kilómetros en Stag Lodge, había un campo de prisioneros de guerra, el Campo de Hazeldene, vigilado por los americanos… Ninguno quería escapar. Me hice amigo de unos italianos al otro lado de la alambrada, y de los americanos que nos daban a mí y a otros niños raciones de comida, chocolate y tebeos… Recuerdo aquellos tebeos… Probablemente me influyeron mucho, porque Superman no era un héroe común. Estaba siempre al lado de la justicia y vencía.

Estos son pequeños acontecimientos insignificantes quizás, pero la mente humana construye el carácter sobre estos hechos en la infancia, y no puedo evitar sino el sentir tristeza cuando veo las consolas de Gameboy y los videojuegos de guerra utilizados ahora. Es una destrucción de la mente del niño que parece no hacer nada más que proporcionarle una sed por la violencia codiciosa. Entonces me siento afortunado por haber vivido en una época semejante a aquella.