Olivia

Olivia despertó por la mañana,

como suele hacer la gente:

más o menos con el sol.

Era un sábado más en su ventana;

era otra invitación para la suerte;

era otra semejanza del amor

con que trenzaba hijas y calor

con la soledad.

Era la soledad. Salía el sol.

Olivia, en su península poblada

por la lentitud del día,

por el tiempo sin hacer,

sobre su condición iba parada

como una diosa de la luna fría

que las estrellas quiere conocer.

Y da a una piedra errante de comer

con su soledad.

Era la soledad y vio llover.

Olivia no sabía que la noche

tiende puentes de aguacero

para llegar a su umbral.

Olivia no sabía que hay un coche

y un precipicio al borde del cochero.

Y oyó decir que un astro hinchaba el mar

y salió de su isla a caminar

con su soledad.

Era la soledad. Oyó cantar.