Tonada de la muerte

Desde el día que me alumbra,

hijo me llama la muerte

y así repite mi suerte

entre penumbra y penumbra.

Pero la luz me deslumbra

y siento afán de guardarla,

de rehacerla y sembrarla

para que nazcan ventanas.

Y salgo a fundar mañanas

pese a la muerte y su charla.

La muerte ronda conmigo

hasta muy tarde en la noche.

Yo voy a pie y ella en coche,

silenciosa, de testigo.

Sabe que soy su enemigo,

su hijo desobediente.

Por eso silba entre dientes

una tonada de aviso.

Y yo aún sin permiso,

sueño más resplandeciente.

La muerte, madre y consejo,

rompe a afilar la guadaña,

me alza la voz, me regaña

porque no espero a ser viejo.

Traspasando su entrecejo

llego al fondo del secreto.

Y con crecido respeto

veo cómo se deslizan

dos lágrimas por las lisas

mejillas de su esqueleto.

(1989)