El papalote

Será por tu vivienda,

hecha de ruinas y de misterios;

porque rompías la roca

para ganarte un par de medios;

o por tus tirapiedras,

los más famosos de La Loma,

con la mejor horqueta

de la guayaba y duras gomas.

Será por todo esto

que mi memoria se empina a ratos

como tus papalotes,

los invencibles, los más baratos;

y te levanta en peso,

Narciso el Mocho, para ponerte

junto a los elegidos,

los que no caben en la muerte.

El papalote

cae, cae, cae, cae, cae.

El papalote

cae, cae, cae, cae, cae.

Se va a bolina la imaginación.

Buena cuchilla la picó.

Una vez de tus manos

un “coronel” salió brillando.

Qué pájaro perfecto:

cuántos colores, qué lindo canto.

Ninguno de nosotros

iba a volarlo, ya se sabía:

era un encargo caro

del que mandaba, del que tenía.

Llevabas en el puño

aquel dinero de la tristeza;

dinero de aguardiente

de “El Sol de Cuba”, de la cerveza;

y te seguimos todos

a celebrarlo, sucios y locos:

para ti “Carta Oro”

y caramelos para nosotros.

La gente te chiflaba

cuando en la tarde subías borracho;

tú contestabas piedras

y maldiciones a tus muchachos.

Eras el personaje

de los trajines de tu pueblo;

eras para la gracia;

eras un viejo; eras negro.

Una noche el respeto

bajó y te puso bella corona

—respeto de mortales

que, muerto, al fin te hizo persona—.

Pobre del que pensó

—pobre de toda aquella gente—,

que el día más importante

de tu existencia fue el de tu muerte.

(1972)