Un día nuestros fantasmas

Un día nuestros fantasmas,

los fantasmas de todo el universo,

van a ajustarle cuentas a la historia.

El fantasma del más desconocido de los asesinados,

de aquel que tuvo madre y hermanitos,

que iba en su bicicleta o en su burro

en busca de victorias y herramientas,

de pan y clavos para un nuevo uso.

Su rostro, su nombre y su apellido

yacen en el olvido.

El fantasma de un hombre con su perro

rodando sierra abajo

después de cortar palo y rajar tierra,

después de un hijo muerto sin zapatos,

después de mil satélites y fiestas,

después de mil manifiestos sagrados.

Su rostro, su nombre y su apellido

yacen en el olvido.

El fantasma de una mujer inútil,

corazón de cazuela,

juguete del altar y los disgustos,

anchándose el dolor y las caderas

para recolectar un negro fruto,

comida de chiquero y pajarera.

Su rostro, su nombre y su apellido

yacen en el olvido.

Los fantasmas de los más desconfiados

de la vejez del tigre,

los que fueron deshechos a traiciones,

los que muriendo se inmortalizaron,

serán la palidez de sus traidores:

ya rugirá la voz del traicionado.

Sus rostros, sus nombres y apellidos

yacen en el olvido.

Un día nuestros fantasmas

—no hace falta que sean, camaradas,

basta con compañeros en la muerte—

van a ajustarle cuentas a la historia,

(1973)