Los Cuentos de Juan Valdano (2012)

Los cuentos de Juan Valdano

Hace dos años conocí Cuentos de Proteo, una colección de nueve relatos del doctor Juan Valdano, hoy incluidos en esta Antología Personal en II MITOS. Fue mi primer encuentro con sus cuentos. Un comentario mío sobre esos textos apareció en la Revista 7 Días del diario El COMERCIO, cuando semanalmente algunos escritores, con el mismo Juan Valdano, Ramiro Arias, Peter Thomas de la Universidad de Carolina del Norte e Iván Oñate, nos turnábamos en una pequeña columna que hablaba de literatura. La revista desapareció un día. Salvo uno, no hay un suplemento cultural vinculado a la prensa. Se ha impuesto la “libertad” de publicar lo que la gente pide o lo que conviene, en una sociedad donde las “cosas” o lo “pasajero” tienen la preferencia, no lo que “necesitamos” como seres humanos. ¿Hasta dónde la libertad de expresión y desde dónde el derecho a la información del cual nadie habla? Lo segundo es la contrapartida de lo otro, no su derivación como quieren convencernos. Disculpen la digresión, porque aquí y ahora vamos a hablar de literatura, de un libro.

Cuando mi querido amigo Juan tuvo la gentileza de proponerme, con el riesgo consiguiente, que comentara los Cuentos que esta noche presentamos —tal vez los libros deberían recibirse con los brazos abiertos y no presentarse—, nuevamente me sentí tentado de conocer el porqué de sus cuentos dentro de su vasta obra, las motivaciones que le llevaron a escribirlos, la raíces interiores, tanto vitales como estéticas que le impulsaron a crearlos. Porque la mayor parte de la obra Valdano, doctorado en Letras y Filosofía y catedrático universitario, se ocupa del ensayo literario, histórico y sociológico, de la novela histórica. Es autor de 30 obras, conocido y respetado en los medios académicos y universitarios

Mi felicitación a Editorial Eskeletra y a su director Ramiro Arias por haber programado la edición, no sólo con el profesionalismo de siempre, sino con la mística que les permite seguir avanzando. Me siento orgulloso de compartir la mesa con mi amigo Raúl Serrano Sánchez. Nos une una amistad que no deja espacios vacíos ni treguas. Nos separa una generación y una montaña de libros que él ha leído y yo no.

Conocemos que el cuento tiene matices únicos que lo hermanan con otros universos, con lo poético en gran medida, con lo invisible. El cuento puede ser mágico, fascinante, vasto, muy vasto dentro de su cortedad. Incitante, sugerente, engoblador. El cuento es capaz de elevar y despeñar a la vez, más por lo que no dice, por lo que oculta. Es un mundo pequeño que se multiplica, un instante que no termina, un pedazo de vida donde puede encontrarse todo, una situación que nos transporta a universos multiplicados.

De modo que, respecto al autor de esta noche, me propuse como reto indagar en busca de respuestas. Era un clavo que tenía que sacármelo. Pienso que el Valdano que escribe los cuentos es, en alguna forma, otro. Sucede con todos los escritores, camaleones, proteicos, enmascarados. Todos quienes escribimos somos otros también, pero quizás este sea un caso especial. Y que Juan me perdone el atrevimiento. Ante la rigurosidad de sus ensayos y la necesidad de objetividad, desde el dedicado a Montalvo hasta sus interpretaciones de lo ecuatoriano; ante la perspectiva de una novela histórica como Mientras llega el día, Anillos de serpiente o El fuego y la sombra, inmerso en la avalancha de los sucesos humanos y en la complejidad de las épocas, es posible que a la inquietud intelectual, a la vena creativa y al oficio de escribir, a su amplia cultura, se hayan sumado nuevos niveles de imaginación y sensibilidad, una emotividad que buscaba expresarse en otros lenguajes, en otras formas. Acaso los estudios y las novelas los haya escrito con las cortinas abiertas; los cuentos con las cortinas cerradas.

No podía renunciar a su gran erudición, a su formación, a la referencia a los clásicos, a la mitología, a la literatura, a la filosofía, a sus conocimientos y experiencias sobre el fenómeno humano, sobre todo a sus reflexiones. A Valdano seguramente le caían desde alguna parte o desde una Nube que rastrea escribidores, semejante a la Red informática donde vamos ahora en busca de todo, episodios, instantes, secuencias, momentos, cruce de hechos, casualidades, y dentro de su interior, al apasionarse por esos descubrimientos, se iban lentamente formando los relatos, hasta que llegaba el momento de replegarse, abandonar el mundo grande y enfrentarse con las pequeñas historias de las cuales se había enamorado.

Personalmente me llama la atención la capacidad embriagante del género cuentístico. Su posibilidades de profundidad. Conocemos cuentos largos, otros cortos, cuentos que se rompen con la sorpresa, con el zarpazo, otros que son una sorpresa continua; también los hay redondos, que se encierran, envolventes; también existen aquellos que paran de contar y que continúan en la mente del lector, quien busca otros remates a su manera; cuentos que se muerden la cola, otros que no parecen tener comienzo ni final y nos dejan parados en media calle, bajo la lluvia, sin saber qué camino tomar o simplemente quietos, con los huesos calados, embriagados y, en fin, debemos mencionar a los que nos sacuden, nos hacen gritar, nos enmudecen o nos llevan a transitorios mundos, a frecuencias desconocidas, breves, efímeras, fugitivas.

Los cuentos de Juan Valdano son cuadros completos, frescos en los cuales, mientras se mantiene fiel al tema o a la estructura narrativa escogida, el autor utiliza todos los recursos para decir todo lo que desea decir, no más, no menos tampoco. Sirva de ejemplo el excelente relato inédito Asedio en la Camarga, con un evocador epígrafe sacado del mismo texto: “Cada uno de nosotros lleva consigo la historia de la humanidad entera”. Tres vértices: uno, el joven investigador que rastrea un episodio oculto de la época de las cruzadas, en 1270; dos, una mujer misteriosa, que se ha quedado recientemente sola, bella, que dirige una biblioteca y que le facilita la documentación siempre que la examine en su propia casa; tres, el episodio en sí sucedido hace siglos. Los niveles temporales se entrecruzan. Ella y él están cerca, en silencio, en el nivel espacial de un salón. Él estudia, absorto, los documentos extendidos sobre una mesa. Ella espera. Se insinúa la intervención de cuarto vértice, el de la atracción, del amor, empujado con algo de vino, pero la mención se diluye y queda fuera, para otra historia diferente que estaría por llegar; no lo sabremos. Y entre las páginas, el diálogo de los personajes: — “El pasado ¿para qué ir a desenterrarlo, si lo que uno siempre hace es esperar a que regrese?” —En verdad, lo que llamamos futuro es el pasado que regresa”. Y, en el fondo, el paralelismo, el símbolo, el significado: la espera, la incertidumbre durante el asedio a la ciudad mora; la espera y el asedio no declarados, en la casa vieja, demasiado grande, entre la mujer y el varón.

En Reditus mundi sigue con uno de sus temas preferidos: el tiempo, ese constante tormento que nos lleva y que no sabemos ni siquiera qué es. Se trata del cuadro del infierno en la Compañía de Jesús, de la anoréxica y desequilibrada Mariana de Jesús y de Hernando de la Cruz antes de tomar los hábitos, ante la figura delicada, ingrávida, de la azucena de carne. El cuento concluye diciendo: “Todo retorno es un anticipo, toda profecía es un recuerdo”.

En Saduj que, invirtiendo las letras, se lee Judas, otro de los inéditos, toca el tema, también constante en el escritor, del poder y de una de sus consecuencia, la relatividad de la historia. Es una historia de celos y traiciones. Hay dos relatos y Saduj, hijo de María Magdalena, es el eslabón que los une. Al sentir él que ella prefiere a Jesús y sale a su encuentro y lo llena de alabanzas, desatendiendo a su hijo que también llega con el Maestro, igualmente cansado y sudoroso, no puede superar el rencor y termina entregándolo. Saduj declara: “… yo no soy el que soy; soy otro, y sólo Dios sabe, en definitiva, cuál es mi nombre y desde cuando existo”.

Y permítanme, porque no deseo tratar de abundar en referencias teóricas sobre lo que se ha dicho sobre el arte de hacer cuentos, citar dos ejemplos que me vinieron a la memoria mientras preparaba estas líneas y que no tienen otra intención que recordarnos las dimensiones ilimitadas, el cosmos que estas historias pequeñas pueden encerar. Hace poco, casi de casualidad —confieso que no es asunto de erudición—, pesco en el Internet el dato de que ahora el cuento más corto del mundo ya no es el famoso del dinosaurio de Monterroso, tan recordado él por los que le conocieron en Quito. Parece que ese lugar ocupa un cuento del mexicano Luis Felipe Lomelí, de 2005, que se titula El Emigrante y dice así: —“¿Olvida usted algo? —¡Ojalá! “. Estas cuatro palabras son ya una novela larga que no hará falta que se escriba. Y, el otro, de José Saramago, llamado Silla, que relata en 30 páginas un episodio que sucede en no más de tres segundos.

Pero regresemos al autor de esta noche. El primer encuentro, o desafío empieza con el texto, en la primera página. El lenguaje de Valdano es ordenado, claro, limpio, rico en giros y expresiones, de gran equilibrio y belleza. Corre sin tropiezos, invita, informa, sugiere. Es el lenguaje de un escritor de oficio, que ha vivido largo, ha leído mucho y ha pensado aún más. Y esos textos, frase tras frase, dentro de la específica estructura, nos llevan a los personajes, a los ambientes, a lo que sucede y el autor nos quiere trasmitir, a las situaciones. Sólo leerlo, y hay relatos que se pegan al lector, es ya un placer; un placer y, naturalmente, una espera constante de sorpresas. Sus páginas encierran espesuras, datos, comentarios, tanto del narrador como de los personajes, que reflejan, en el fondo, trayectoria intelectual, erudición, cultura y, aún más, una posición ante el mundo. Porque quien escribe da siempre su visión de las cosas.

Cuando comenté en la prensa Juegos de Proteo, que en el libro que está noche recibimos está en II MITOS, opiné que “se trata de un extenso y profundo despliegue de erudición, en el cual el autor recrea a los clásicos, comenzando, como no podía ser de otra manera, por los griegos. Valdano ha escrito diez relatos magistrales, ´diez fantasías´ (como las llama), donde están referidas y entremezcladas, sin límites precisos por cierto, la literatura, el arte y la historia, la mitología, la religión (esa otra forma de mitología), la crónica y la leyenda, pero, sobre todo, su propia y fecunda imaginación.

“Desde los personajes homéricos hasta las mazmorras de la Inquisición en el siglo XIII; desde los últimos y tristes años de Miguel Ángel mientras escucha cantar y tocar el laúd a una bella joven hasta el viaje de un grupo de dominicos que, enloquecidos por propagar la fe y en busca de oro, se lanzan por los ríos y selvas amazónicas a encontrar la muerte; desde la recreación, en fascinante relato, del famoso enano y bufón de corte Sebastián de Morra pintado por Velásquez a mediados del siglo XVII hasta misteriosos y alucinantes sucesos en pueblos perdidos de las sierras andinas. Más cercana a nuestros tiempos, no falta la historia de un jipi sobre su Harley Davidson ni las predicciones apocalípticas sobre seres que, en su demencia adquirida por la presión externa de una sociedad dirigida por ocultos poderes —no importan que sean a nombre de dioses o de demonios— decidan que los humanos no merecen vivir”. Se escribe en el posfacio: …”quien se adentro en este libro habrá de descifrar esa señal de ruta inscrita en su pórtico (…) Proteo es el dios de este laberinto”.

De este grupo, mis relatos preferidos son Ángelo Landriani (“fantasía amazónica”) y La gran farsa del mundo (“fantasía barroca”). Bastan las denominaciones de las fantasías para inclinarse por la lectura: homérica o la interminable espera del ausente; gótica o la historia del cancerbero tricéfalo que en los sótanos inquisitoriales atormentaba a los herejes; renancentista o cómo el rostro del joven amante de Miguel Ángel sirvió para delinear el del juez bondadoso del final de los tiempos; andina en el Ecuador de 1879, cuando Wimper ascendió al Chimborazo, donde un juglar ciego de Chuquipoquio contaba viejas historias; romántica, donde aparece un misterioso Pizarro, como sombra, desafiando a un juego de cartas a un invencible Demetrio: sus vidas serían el precio de la derrota; apocalíptica, cuando salta al 2033 para la reanudación de las leyes del caos ante una naturaleza ultrajada por la rapiña y la estupidez humana, autocalificada “racional” por sí misma, no por ningún otro ser viviente.

Cada relato es un viaje a otras épocas, lugares y mundos. El universalismo, la apertura, la capacidad de asimilación del autor no tiene límites. Y Valdano no podía sino buscar, a través de la literatura, de la

palabra, de la estética, de la imaginación, lo que no puede expresar la historia o el ensayo. La historia y el ensayo dicen lo que dicen. El campo de la sugerencia es limitado o va solamente hasta el planteamiento. La literatura va mucho más allá y llena los silencios, resuelve interrogantes, señala caminos, responde preguntas, abre puertas. Descubre. Evoca. Llega al fondo y emerge constantemente, como en oleadas.

Y he encontrado algo más, algo que requeriría un trabajo paciente de rastreo, una minuciosa tarea en pos de los significados, los referentes, las alusiones, las insinuaciones veladas, los signos. Estas manifestaciones de quienes escriben a veces caen solas, aparecen en el momento de aplastar una tecla y no otra, llegan sin ser llamadas por el empuje de todo lo acumulado en la vida, por el subconsciente siempre alerta que no deja de intervenir. Una de las últimas novelas de Murakami, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, hace apasionantes reflexiones sobre esas otras energías subyacentes, determinantes en el acto creativo.

Otra característica sorprendente que he encontrado como lector es toparme, al recorrer las páginas, como flechazos, o como remansos, o como reflexiones hechas mientras las líneas avanzan, a opiniones, epígrafes sacados de los textos frases, comentarios, reflexiones, salidas del narrador o de los personajes, que detienen y paralizan, por su fuerza, por su poética, por sus significados. Para mí estos hallazgos se relaciona con otra faceta más de Juan Valdano: su gran dosis de sabiduría. Acostumbrado yo a dejar marcas de lápiz en los libros (siempre de lápiz para que yo mismo o alguien que venga luego pueda borrarlas sin dejar huella), leo: “---no olvides que el hombre fue amasado con la ceniza de dioses caducos y su destino no ha sido otro que andar insatisfecho por el mundo”… /“…siempre corremos tras ese algo; de ese algo que nos falta para ser nosotros mismos”… / “Un hombre es la suma de sus obsesiones”. / “El ser humano es siempre el mismo, sólo cambian los rostros, los nombres, las identidades; cada uno de nosotros lleva consigo la carga de la humanidad entera”. / Génesis y apocalipsis no son sino, a la postre, un mismo instante cumbre en el que el espacio y el tiempo vuelven a juntarse (…) a lo mejor (…) estamos reinventado el pasado y al mismo tiempo, recordando el futuro”… /

Y hay algo más que debe ser resaltado. La fantasía, la imaginación, el desborde envuelven a los relatos de Valdano; más aún, los sostienen. No obstante, la coherencia, la verosimilitud, la organización de los contenidos y la precisión del lenguaje permiten que el lector, sin sobresaltos ni imprevistos, aunque sí con descubrimientos, avance sin detenerse en los diferentes niveles y claves.

Al pensar en la obra del doctor Juan Valdano bien vale la pena citar a Coetzee en una de sus más hermosas novelas, que se trata justamente del oficio de escribir: “¿Cuál es la tarea (,…) a fin de cuentas, cuál ha sido la tarea de su vida más que insuflar vida a la materia inerte?”

Sobre SEÑALES, la tercera parte del libro, no deseo extenderme y abusar de la paciencia de los presentes. Estoy seguro además que la mayoría leerán el libro. No creo que puedan dejar de hacerlo. Rescato solamente un elemento cuya mención se repite en los cuentos: el espejo, sin duda como un símbolo de cambio, de reflejo, de multiplicación o alteridad, de engaño. Creo reconocer en este objeto otra representación de las temáticas del autor. Hay un pintor que se ha pintado a sí mismo sin saberlo: era quizás otro o también el mismo y no lo sabía. Hay un relato que nos lleva a la matanza de Alfaro y sus compañero y a una mujer que se mira al espejo al recordar años después los sangrientos episodios. La mujer regresa al pasado. Uno de los asesinados por la turba no era el que debía ser. Otro, que se refiere a alguna leyenda contada por Manuel J. Calle sobre los héroes de la batalla del Pichincha, vuelve al tema de la relatividad de la historia. “Asumiendo la contradicción, que es la esencia de lo humano (…) —dice el narrador en este relato—yo diría que todas (las historias) son falsas y todas son verdaderas”. Por eso la literatura es infinita: todo en ella es verdad porque todo es mentira. Solamente tiene que estar bien hecha, porque la Vida o la Nube seguirán asistiendo por siempre a los escribidores.

Los cuentos que rematan esta Antología Personal tienen un corte intimista vinculado con lo existencial, los dramas interiores, las soledades y los aislamientos, los fantasmas del escritor, sus momentos vacíos. Juan Valdano ha apagado la luz de su mesa y tiene el resplandor de la pantalla. Acaso, en una esquina, ha preferido prender un candil. Se ha olvidado del mundo y se ha replegado en sí mismo. Muy pronto irá a descansar.

Gracias.

Quito, noviembre 2012