Antonio Sacoto

Antonio Sacoto Ph.D., ecuatoriano, ha sido profesor emérito de la City University of New York

El relato de Modesto Ponce Maldonado es nuevo, novedoso, innovador, sugestivo, lleno de insinuaciones, de vivencias, de calor humano y con un estilo vigoroso y lenguaje adecuado que emanan de la propiedad de sus personajes, a quienes los va cincelando como el orfebre orgulloso de su obra, paso a paso, palabra a palabra, imagen tras imagen, descubriendo cada vez algo más de la trama a través de las medias voces, por los hints, por lo que no se dice: la trama, el estilo y los niveles narrativos que hacen la historia, obedecen al desdoblamiento de los qué y cómo (de la trama), al alto interés en el tratamiento de los varios ingredientes que configuran un buen relato. De allí que el tratamiento que se da a cada uno de los cuentos es único,  sui generis. Por ejemplo, en el cuento También tus arcillas, Juan Manuel y Celia son personajes cotidianos, sin mayor espesor y cuyo lenguaje refleja la simplicidad de una vida sencilla, sin altibajos, sin aspavientos. Sin la dimensión de los sueños inalcanzables, sin pujos... es gente simple en su devenir y la gran propiedad del lenguaje coadyuva y da relieve y cohesión al desdoblamiento y clímax de la historia y cincela matices claros a sus personajes. Muy por el contrario, el tratamiento de Hijo del hombre, donde el autor se explaya en alusiones bíblicas y sus toponimias, que cobijan la trama y los personajes en una fina, delicada alegoría, y en donde predomina más la narración, la descripción, que el diálogo y el monólogo, dando así un cariz más subjetivo.

Estilo, lenguaje, niveles narrativos se desprenden de la exigencia de la historia y sus personajes, y cada una tiene su propia gama de ingredientes. Tengo un compromiso a las doce es un largo monólogo sui generis que no se ubica ni en el monólogo interior indirecto, que es impreciso, en primera persona, sin puntuación, sin identificar al narrador caótico, ni en el monólogo interior indirecto con la participación del autor, tercera persona coherente. El monólogo de Tengo un compromiso a las doce tiene elementos del uno y del otro y se desliza con maestría, creando aristas perfectas del personaje. Del mismo modo, Nos veremos pronto, mi amor se diferencia por el lenguaje lacónico, el estilo expresionista: racionalizando toda imagen y palabra, lenguaje igualmente apropiado para sus personajes: médicos, ejecutivos... Así podríamos indicar las diferentes cualidades del lenguaje y del estilo como las características del manejo técnico y la desenvoltura de la trama de los trece cuentos compactos que componen esta colección.

Sin embargo, queremos subrayar algunos puntos de la composición de algunos de estos cuentos. La historia se lanza con una anticipación del asunto al citar en Hijo del hombre: “Mas José, siendo como era justo y no queriendo delatarla, deliberó dejarla secretamente. Mateo, I, 19”. El texto se abre con descripciones en tercera persona de un narrador todavía incógnito: “Sabe que la ciudad está cerca. La presiente. Al superar una colina de zarzas y pedrejones, finalmente la mira, a lo lejos, cercada por la muralla, con el templo soberbio y el palacio que ordenó levantar Herodes, llamado el Grande, aquel que terminó entre espantos y gusanos, devorado por la gangrena, comido en vida. El Cedrón, que sigue su precario curso frente al muro, lleva ahora agua”. Se continúa en la vívida, poética narración a través de la cual se bifurcan los temas y personajes: “Al verla a la distancia, se toma de la cabeza y llora en silencio: quisiera retroceder, no seguir más, pensar en la muerte”... “Otro hombre, fiel cumplidor de los presagios del profeta Isaías, vocero de Yavhé, la sudó también algún tiempo atrás, próximo a suplicio y dolorosa muerte”. Se introduce así la alegoría y en despliegues temporales o retrocesos narrativos ese hombre rememorará cuarenta años antes, zigzagueando tiempo y espacio, al “ahora”, presente de la vida de Jesús y pasado, pero la temática se echa a andar en ríeles simultáneos. Lo que en ficción ocurrió, según el narrador, cuarenta años antes, y el presente nutrido de juicios bíblicos, ergo en dos planos: uno el de la ficción y para ello descansa en el nivel onírico porque así pierde peso, solidez y se conjetura únicamente bajo el pardo nubarrón de “soñará nuevamente: “aparecerán en sus pesadillas”. La construcción paratáctica, muy de ritmo bíblico, se encuentra en: “Iba despacio. El tiempo de las premuras terminó. Su andar era de pasos lentos. Su caminar de plazos vencidos”. El mismo estilo lacónico, pero primigenio de la Biblia, no está ausente en este relato. “Pescadores dolidos por sus congojas y su mirada de laguna quieta”.  “La noche ha caído. Lleva barba. Es blanca y larga”. Hijo del hombre es una hermosa narración tratada con la más fina fibra del orfebre para tejer delicadamente la historia bíblica desde un nivel alegórico con elementos de ficción, creación del autor, sin rasguñar la sensibilidad del lector.

Tengo un compromiso a las doce, con una dedicatoria a Luis Alfonso Romero y Flores, es la evocación es este connotado personaje de la narrativa icaciana. Para mayor ahondamiento sobre este personaje clásico de la literatura y sociología ecuatorianas, refiérase a mi estudio del Chulla Romero y Flores en el libro 14 novelas claves de la literatura ecuatoriana. Escasamente asistimos a dos días de la vida de la vida de este moderno y complejo chulla quiteño y, sin embargo, en las pocas páginas, se nos dará a conocer cómo vive, cómo se viste, cuáles son sus gustos, sus aspiraciones, sus preferencias, qué come. Se desdobla la historia durante el almuerzo cuando él, muy cuidadosamente, recoge sus mangas para que no se le ensucien, servilleta al cuello para no manchar las corbatas muy caras y come un “arrocito de cebada hervido con hueso y queso con miel... Y a la noche cenará “un poco de fideo y agua de yerba luisa con pan lampreado y no café”... No importa lo que coma en casa porque abriga la esperanza de que por algún lado le caerá un cóctel, quizás algunos bocaditos y así no tendrá los estrujidos duros de un estómago vacío, como le sucederá luego cuando su madre había enfermado. Su madre, desgastada, anímica y enferma, tiene que procurarle el pan de cada día y su padre, un bohemio irresoluto e irresponsable, había fallecido muchos años atrás con cirrosis en el Hospital del Seguro. Su vida se enmarca por los altos niveles de la cultura: “iré esta noche a la exposición y al cóctel en la Casa de la Cultura”(74), o asistirá a algún evento social, cultural, donde podrá codearse con gente a quien no conoce y no le identifica y logrará aquietar los golpes de un estómago vacío: “pero no sirven tengo que llenar el estómago con algo y voy a un grupo saludo reconozco a dos pintores y los felicito, saludo a los demás, me dan la mano pero no me miran...”.  Pronto encontrará alguien que le brinde un cigarrillo y un fósforo, porque según él se los había olvidado en su carro. Pronto pasará el charol de donde se alcanzará un vaso de whisky y pronto tendrá a mano los antojadizos y esperados bocados. Así se va conformando la silueta de este centauro de los oportunistas, vividor a toda costa, arribista y de cuyo arte de engañar, ¿los engaña o se engaña él? Se siente ufano y satisfecho. En retrocesos de la trama nos cuenta que fue estudiante del colegio Gonzaga y también del San Gabriel; recuerda principalmente la imagen de Teresa, la adolescente con el uniforme de La Providencia, la falda plegada con gola y medias negras de quien él, al parecer, se enamoró. En el fondo es un antihéroe, una figura desgarradora, patética, que da pena, porque es el hazmerreír de los vecinos: “no está la vieja del frente a esta hora la tienda está cerrada porque cada vez se queda mirándome y se ríe eso no me gusta”... “Llego a la Casa de la Cultura los guardias se ríen no sé por qué pero ya me conocen...”

Adviértase el punto de vista de la gente que le tiene una lástima bondadosa, a un hombre que es la antítesis de la famosa frase de Eugenio María de Hostos: “es un crimen el no ser hombre útil”. Se cuentan los episodios de cómo entraba a los toros, asistía a los velorios, atendía charlas, exposiciones y cómo pretendía lucir nítidamente aunque el tiempo había arrugado ya su figura, pues frisaba los cuarenta años y había perdido algunos dientes, casi la mitad de la dentadura. El tratamiento de este personaje es tan logrado que sólo subrepticiamente en la página anterior al final se da a conocer su nombre, Humbertito, y el de su madre, Inesita.

Estos individuos quizá emanan del mimo de sus madres, que encuentran en ellos la genialidad para contar un cacho, la chispa vibrante de un chiste y la memoria de un elefante. Si bien el personaje es arquetipo porque ya lo trataron Gonzalo Almeida en Sobre el árbol abatido y Jorge Icaza, no deja de personalizar rasgos de un tratamiento nuevo, en una esfera socioeconómica nueva, pues nos encontramos con el boom petrolero del Ecuador cuando en realidad acompañan a cada acto cultural un enorme derroche de licores y bocados. Y por ende suele asistir gente idónea y afín con el arte y la cultura, al igual los que encontraron un modus vivendi para su apetito. Su sueño es vivir en un pent house, vivir elegantemente, con abrigo cruzado, con bufanda de seda, con un carro Peugeot, una sala llena de libros y de obras de arte, codeándose con lo mejor de la élite social y cultural de la capital, pero en el fondo no encontramos sino un profundo vacío y una falta de identidad y compromiso consigo mismo. El sondeo psicológico de este personaje saca a relucir raíces ancestrales que ya se encontraron en otros prototipos de este espécimen y de raíz hidalga, española, muy del siglo de oro, reflejados en un Lazarillo de Tormes cuando el hidalgo menosprecia el trabajo y sin embargo suele pasar las calles limpiándose los dientes con palillos, pretendiendo haber comido y muchos otros casos. Realmente hay raíces-indoamericanas en una serie de complejos frente a la sociedad y ese continuo escalamiento a las esferas sociales llamadas aristocráticas o altas. El autor no pretende bucear exhaustivamente en la psicosis de este personaje, pero los hechos referidos reflejan claramente esta actitud totalmente derrotista y patética. Además, el cuento trasluce eficaz, clara y certeramente el cinturón social de la época: prejuicios de casta y clase, por un lado, y abundancia económica de los setenta, por otro. Por todo lo anotado es un cuento mordaz, sarcástico, penetrante, lleno de insinuaciones, una verdadera denuncia contra esta clase de pícaros modernos, muy fines del siglo XX, que saturan, a veces, sitios y centros en busca de un buen vivir, cómodo, pero por supuesto gratis.

Nos veremos pronto, mi amor (**) es una historia divertida, muy actual, donde predomina el cinismo, la traición sin escrúpulos y el “no ha pasado nada, todo vuelve a lo mismo”. Julia, una atractiva doctora, asiste a un congreso donde conoce al doctor Damián Cistela y con quien empieza una relación que el autor la va desenvolviendo desde el acercamiento de formal del “usted” al “tú”, desde “encantado de conocerla, usted es muy hermosa”, hasta el beso que se dieron, que debería tomárselo como un beso de buenas noches, y la noche que pasaron que la obligaba a recapacitar, y el fin de semana en una hermosa playa bajo el pretexto de que la universidad le ha invitado a varias conferencias que no puede perderlas. El hecho es que el autor logra con maestría trenzar tres niveles narrativos interrelacionados a través de las faxes (***) de Julia a su marido que siempre termina  con “te quiero, besos, tu mujer, Julia”. Intercalados con los textos de cada fax se encuentran el recuerdo de los encuentros con Damián, su acercamiento, la cena, el paseo en automóvil, la noche embelesada, una noche en un hotel y el fin de semana en una playa. Los textos de los diferentes faxes se interrumpen, ya sea por un flash back, recuerdo de lo que sucedió la noche anterior o por una llamada de él desde el loby del hotel o desde la mesa del desayuno. La narración es clara, directa, precisa, y se advierte una aventura amorosa que sucede en esos congresos. Un amorío sin mayor trascendencia, puesto que ella misma le dice: “las reglas están claras para mí, el lunes regresamos juntos. El martes estaré en Quito. Debes aceptarlo. A lo lejos las cosas se ven a veces diferen...”. (No sé por qué en el texto se repiten dos veces: “A los lejos a veces las cosas se ven diferen...”. Debería ser “diferentes”, no sé qué es lo que quiere decir el autor o es un error de imprenta) (****) . Es una historia que se lee con muchísimo interés y que refiere un ámbito nuevo, una sociedad nueva, modernizada, en donde se van perdiendo ciertos valores éticos y morales y la infidelidad es una cosa bastante común. Hay una intensidad in crescendo que se intensifica en un desdoblamiento moroso, calculado y frío.

Un hombre y una mujer que rápidamente se encaminan hacia una aventura amorosa. Cada uno de ellos sabe lo que busca, lo que quiere, sin titubeos se lanzan a la corriente que desembocará en el amor. ¿Una aventura más? Después de todo son personas maduras, profesionales y orquestan como nota al margen del congreso “una cana al aire”, una aventurilla, sin embargo el logro del cuento se encuentra en el frío y calculado acercamiento al hecho, sin desalojar o desviar una sola oportunidad, mientras en la más cálida mentira ella engaña a su marido e hijos. No es una preocupación moral, religiosa, sino la canalización de una acción anunciada, es decir no interesa lo que sucedió sino cómo. La estructura es de seis día, divididos en seis apartes, en que ella, Julia, se comunica con su marido,  a quien nunca le menciona por el nombre. Es la escritura de varios faxes a su marido (excepto el sábado que escribe una carta para llevarse con ella), interrumpidos de flash backs, recuerdos, por timbrazos telefónicos, por golpecillos en la recámara. La interrelación de estos hechos in crescendo es magistral, porque ellos se anticipan a la relación que en forma calculada, aunque innecesaria, ella esconde en sus faxes. Por ejemplo, en el primer apartado. Lunes 8 a.m.: “Amor mío, fue vuelo largo y aburrido... los extraño mucho”. Un flash back o recuerdo : “Es un gusto, doctor; soy Julia”. Continúa el fax: son muy agradables y cultos, vi al doctor Damián Cistela, el peruano que escribió la novela, ¿recuerdas? Ahora otro flash back: “Encantado, es un placer... En el cóctel le hablé por un momento, está por publicar su segunda obra. Otro flash back:  “Usted es encantadora, Julia, y quisiera verla al desayuno”. Continúa el fax. Adviértase la maestría como el autor encaja el hecho de que ella ya la había conocido antes a ese doctor, que él había lanzado una frase picante, jugosa, que invitaba a algo más que simplemente “usted es encantadora, Julia, y quisiera verla quizá al desayuno”. En el segundo apartado. Martes 18 y 30 nuevamente, en el mismo lenguaje se dirige a su marido: “amor mío, cómo estás...etc”. Para intercalar un flas back: “espero que ni le importe, Julia, que haya reservado una mesa para los dos. Sus ojos son hermosos y debo confesarle que prolongaron mi vigilia...”, con lo que se advierte ya el lance claro y derecho del doctor a Julia. Dentro del apartado se advierten ciertas correlaciones: primero, el flash back con lo que se desenvuelve y relata la historia en breves palabras, lacónicamente. Cuando uno de los flash backs viene precedido de una mentirilla; en psicología diríamos que esa mentirilla es la campana cerebral que impele al recuerdo. Hay una progresión también in crescendo: mientras mayor es la mentirilla, mayor es el recuento flash back de lo sucedido. En el primer apartado el recuento flash back “es un gusto doctor, soy Julia” viene precedido al comentario que le hacía a su marido en el fax, indicándole que hoy es un día complicado con la presentación de delegados y la apertura del seminario. En el segundo apartado, vía fax, le dice: “Desayunamos todos los delegados”, pero enseguida el recuento o flash back dice: “Espero que no le importe, Julia, que haya reservado una mesa para los dos”. En el mismo apartado dice a su marido: “esta noche habrá una cena, iré con el vestido blanco que te gusta y, no te preocupes, iré con el chal sobre los hombros”. El recuento o flash black: “Estás muy linda, espero que no tengas frío con los hombros descubiertos”. Y así, sucesivamente, veremos en los otros apartados como la mentirilla, cada vez mayor, tiene una seguidilla en el recuento de lo sucedido vía flash black. El hecho es que a través de los seis apartes o de los seis días con sus respectivas interrupciones, van creciendo los encuentros  ada vez más comprometidos de Julia y el doctor Damián, hasta que lo esperado sucedió. Una noche, amor y planes para un fin de semana en la playa. Julia es una mujer hecha y derecha y sabe lo que hace, y por ello en forma fría y calculada escribe sus faxes. A pesar del “amor mío”, “te extraño”, no encuentra sino frivolidad, frases manidas en referencia al amor. Con mesurado laconismo,vía fax le comunicará a su esposo que comunique a sus chicos: “Saldré el lunes de Sao Paulo, llegaré el lunes o martes”. Ha pasado el fin de semana con el dcctor Damián, y ella también lo dice a él: “Las reglas están claras para mí. El lunes regresdaremos juntos. El martes estaré en Quito”. El cuento y la aventura se terminan, “a lo lejos las cosas se ven a veces diferen” –adviértase, no termina “diferentes”-, esto es lo que ella le dice al doctor Damián (****); igualmente a su marido en la carta que le lleva le dice “a los lejos las cosas se ven a veces diferen”, interrumpida por un timbrazo en el que él pediría que baje a desayunar. Esta historia, trivial en esencia, cumple su contenido, está elaborada con maestría de lenguaje, sobre todo de lenguaje de comunicación, es decir significativo y en ningún momento expresivo. Es vía fax que ella se comunica con el esposo y a través del recuento, retroceso, flash back el deselvovimiento del encuentro con el doctor Damián.

El último cuento También tus arcillas, título que lleva el libro, nos conlleva a una bella narración con una aproximación nueva, tanto por el estilo como por el tratamiento: el nivel narrativo que no sucumbe a lo melodramático ni se cobija en la ternura, pero tampco está susente de ésta. El relator quiere narrar una historia simple, por demás simple, casi insípida, pero mantiene el interés y nos lleva a un final también simple. Es la historia de un parto en el que el aún no nato se aferra a su suave, gelatinoso, acuoso y caliente lecho, negándose a abandonarlo. "Deseaba quedarse allí, instalarse unido por tendones, venas y tejidos, nutriéndose y respirando por cuenta ajena... con la esperanza de perpetuarse como parásito de un viente de mujer. Fue inútil”. Él trató de quedarse, de sostenerse, usando sus piernas y brazos gelatinosos, pero fue expulsado, fue parido. El autor describe sigilosamente esta lucha por quedarse en el cálido y generoso albergue, pero “la madre no pudo soportar al inquilino que se opuso al desalojo y al resistirse la desangró”. “La señora ha muerto, notifiquen a los familiares”. Así, huérfano de nacimiento, Juan Manuel, que es el nombre del niño joven protagónico, ensimismado, tímido, índigo, como lo llama el autor, enfermizo, intrascendente, transcurre su vida sin pena ni gloria. No sé si el autor insinúa que tal vez por este inútil existencialismo del cual Juan Manuel no sabe salirse, no sabe luchar, sino sólo sumirse a su accidente o destino, tiene una vida abúlica, vacía, repito, intrascendente. Ya de joven, cuando trabajaba en un taller de metarlurgia, conoce a Celia, igualmente un ser intrscendente, pero que lo unía la afinidad de que ella trabajaba en cerámica. Ella, “de talla, tenía el pelo desordenado, lleno de rizos, como si hubiese salido del agua, repartidos por igual a un lado y a otro del rostro, hasta la altura de los hombros, su cara era redonda, enormes los ojos y siempre sonreía. Podría presumirse que la madre la fabricó así, con signos inequívocos de ternura, mientras cuidaba de sus pétalos”. Ellos disfrutaron de la armonía, la paz, el sosiego, la afinidad de su carácter más bien retraído y el trabajo, ella en arcilla, él en metal. La vida también sin altos ni bajos, instrascendente, ella enfermó, tosía pero no se advirtió el peligro. “Ella murió cuando los signos y los ecos se apagaron”. Juan Manuel también murió y “fue el primer hombre que sucumbió por congelamiento bajo el sol directo de la mitad del mundo, rodeado de un valle caliente, junto a una forja y al horno donde Celia quemaba sus arcillas de colores. Si alguien le hubiese cerrado los ojos habría dicho: ‘Este muerto no tiene la mirada muerta”. La sencillez de la narración, la simplicidad de los personajes, la intrascendencia de trama y personajes le dan un ritmo moroso, lento, quizá con una dimensión ontológica y filosófica que no la advertimos pero sí mantiene vivo el interés de la historia.

Sara es el primer cuento de esta colección y el autor nos recrea con una narración lenta en ritmo cadencioso, una ternura a cierta distancia, una enorme simpatía por sus personajes. Sara, la niña de diez años que se  regodea de los mimos que los ofrece a su abuelo arrugado, envejecido, pero con dignidad y lleno de recuerdos de algún amor furtivo, cuya llama es viva todavía y le abraza, es por eso que por día a día se repiten ritualmente las mismas cosas, las mismas caminatas, las mismas observaciones del horizonte y el abuelo vuelve a contar sus historias sin irse más allá de lo que podría quizá lastimar un poco los recuerdos de su esposa, la abuela de Sara. Ella observa como de un baúl grande “ha tomado ese vestido de gasa que evoca la espuma del mar y lleva el color verde ligero que tiene el agua salada sobre la palma de la mano. Lo apriet contra el pecho y, al hacerlo, llora; lo besa al olerlo una y otra vez”, divce el narrador. “Perteneció a la mujer de pelo largo, cuyo retrato cuelga sobre su cama. Sara sabe que no es a abuela a quien conoció vestida de negro en las fotografías”. Además ella lo sabe porque cuando hurga en el baúl de los recuerdos advierte estas memorias y es por eso que siempre al día sigguiente en el desayuno le dice “abuelo, cuéntame otra vez la historia”. Él volverá a contarla pero él le advertirá: “No vayas al faro, está abandonado desde hace años...” Ella recibe más bien esta advertencia como una invitación, entonces una y otra vez irá al faro, allí encontrará “junto al barandal del faro, y en lo más alto, se halla atado, sin que el mar y el viento lo hayan desgarrado, un peñuelo de gasa que parece tener el verde claro del agua cuando se la toma en las palmas de las manos”. Hermosa historia con un final abierto, pues sin lugar a duda el pañuelo es parte del vestido, símbolo que puede ser interpretado por el lector como él quiera. Reslata nuevamente la narración rítmica, mesurada, con una enorme simpatía para Sara y su abeulo y para la misma trama del cuento.

Conclusión: Por lo anotado se advierte claramente la magnitud del cuento de Modesto Ponce, un horizonte temático infinito, tanto por las pasiones que engendra, personajes, seres humanos, cuanto porque el cordón sociológico de su ciudad, Quito, envuelve la vida, las pasiones, el devenir, su idiosincracia y hasta su anacronismo. Es admirable el tratamiento técnico que da a cada uno de los cuentos, igualmente la propiedad del lenguaje y el estilo vivo, activo, volcánico, de acuerdo a las circunstancias, es decir apegándose al tema y a sus personajes. Por todo ello, Modesto Ponce se coloca entre los mejores cuentistas del Ecuador contemporáneo.

 

(*) La edición  de la CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA (C.C.E.) tiene innumerables errores. Unos pocos han sido correguidos cuando atentan contra el sentido del texto. Otros se han mantenido tal como están.

(**) Nos veremos pronto, mi amor está incluido en la Antología básica del cuento ecuatoriano de Eugenia Viteri.

(***) Antonio Sacoto se refiere equivocadamente a “llamadas telefónicas”, cuando en realidad son varios faxes de Julia a su marido. Como el cuento está formado principalmente por los textos de los sucesivos faxes, se pierde totalmente el sentido si se mantiene la referencia a las llamadas.

(****) No hay error de imprenta ni duplicación. Es intencional. Antonio no captó la intención del autor:  Julia en realidad interrumpe, con la llamada de Damián, la carta que estaba escribiendo a su marido.

(*****) Se equivoca Antonio, por no distinguir los textos de los fax que están en letra normal, mientras todos los flash backs están en cursiva. De lo contrario, el cuento se haría casi imposible de entender. La frase “a lo lejos las cosas a veces se ven diferen” , que es la escencia del remate del cuento, se repite dos veces pero está dirigida al marido.