Palabras de Alicia Ortega. Junio de 1999.

SEGUNDA EDICIÓN DE TAMBIÉN TUS ARCILLAS


Raúl Vallejo ha señalado -como una de las características del cuento ecuatoriano de finales del siglo XX- la presencia de héroes sin triunfos, plenos de humanidad. "Surge la figura del antihéroe, ese personaje común, de todos los días que nunca consigue triunfar totalmente a pesar de sus luchas." Desde esta perspectiva, los personajes que se mueven en los cuentos de Modesto Ponce son seres marginales, unas veces signados por el miedo, el dolor y múltiples carencias, otras veces sumergidos en el simulacro de una doble vida que solo camufla la radical soledad de sus existencias.

Sabemos que el ser humano está determinado en su vida siempre y necesariamente por su relación con el espacio que lo rodea. Así, los personajes recreados por Ponce asumen una actitud irreverente y profundamente vital frente al espacio propio y originario de sus vidas. En medio de una situación límite y precaria, ellos intuyen que para vivir requieren extensión y perspectiva; pues para el despliegue de la vida, el espacio es tan imprescindible como el tiempo.

En el cuento "Hay un bosque espeso hacia el oeste", el protagonista -un niño indígena, deforme y contrahecho- vive los primeros años de su vida condenado a un encerramiento forzado, apartado de su familia y de su comunidad. Sin embargo, desde su encierro aprende a desarmar el corral que lo aprisiona para escapar al espacio abierto de la huerta en la que vive su familia y "aprender a recorrer el mundo." A lo largo de estas idas y venidas, descubre los contornos del mundo, aprende a reconocer los signos de la naturaleza, los hábitos del día y las costumbres de la noche. Más tarde es encerrado nuevamente con mayor dureza para impedir cualquier intento de fuga. "Al día siguiente la tapiaron con ladrillo y cemento. El Lucho, metido en el corral, sintió que es el miedo. Tenía diez años." Finalmente el niño se escapa para internarse en un bosque sólido con pronunciadas colinas, quebradas y riachuelos que corren por hondos encañonados. "Un hombre, confiesa la sabiduría de los ancianos del pueblo, podría internarse y vivir allí. Aseguran que nunca será encontrado."

El relato "Esas aves migratorias" está contado por la voz de una sirvienta doméstica que narra el momento en que dos hijos adultos advierten la desaparición del anciano padre después de la muerte de la madre. Los hijos interrogan a la sirvienta por el padre ausente mientras ella afirma no saber nada. Sin embargo, a lo largo del cuento conocemos la ausencia de los hijos en la vida de los ancianos padres, la demencia senil de la madre, la absoluta entrega del padre para asistir a su mujer durante los últimos años de la terrible enfermedad. "Tampoco les digo nada que el cuaderno verde no aparece. Ni les cuento ni les contaré jamás que cuando la señora murió él no me dijo nada hasta la mañana siguiente que le encontré tomado de la mano de ella, dormido sobre sus piernas frías, con los ojos rojos de tanto llorar. Ni les informo que en la otra mano mantenía apretado el cuaderno verde."

El cuaderno verde contiene anotaciones sobre lugares perdidos, caminos polvorientos, senderos de herradura, pueblos pequeños, hoteluchos, chozas enclavadas en alguna montaña, junto a un río o frente al mar. En definitiva, el anciano ha huido, para vivir secretamente su propia soledad y los años finales de vida frente a una muerte próxima e inevitable.

En estos dos cuentos los protagonistas han elegido abandonar el lugar de origen, aunque la partida no concibe el regreso. En ambos casos supone una partida definitiva, de búsqueda y realización final fuera del orden del mundo cotidiano y conocido. Este nuevo camino no está referido a ningún lugar particular, pues el único propósito es abandonarse, sin prisa alguna, al camino elegido como peregrino constante y libre. Igual que el viejo Tolstoi, que al final de su vida decidió abandonar a su familia y a sus bienes, para encontrar su muerte en una vieja estación de tren buscando la siempre anhelada y fugitiva felicidad.

Otra preocupación fundamental, que organiza los sentidos de algunos de los textos recogidos en el libro que estamos presentando, También tus arcillas, es la muerte. El cuento "Nunca me dejes, Laura" está precedido por un epígrafe tomado de la novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo. "Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera, y no cuando El lo disponga." El narrador protagonista de este cuento habla desde su muerte, en un proceso, lento y doloroso, a través del cual va reconociendo su propia muerte y, a la vez, su propia vida recuperada desde una memoria cargada de imágenes y voces del pasado, de su historia familiar y afectiva. En ese monólogo el narrador da cuenta, en un movimiento inverso que va del final hacia los orígenes, los momentos que afirmaron y llenaron de sentido su "yo": la entrada a la lengua y al orden del mundo, el aprendizaje para dominar el cuerpo, el reconocimiento de los afectos y las pérdidas. Es interesante la profunda relación, que establece el narrador, entre el dominio del ser y del dolor: "Y después -¿después de qué?- deduje que quien se duele es, existe y, por tanto, se identifica y está en algún lugar, en algún sitio.

Otra vez la huida. Esta vez definitiva y radical. Solo se trataría de usurparle al destino, a Dios o a la vida la elección de la hora final. Anhelo de fuerza divina para detentar el poder que garantiza la jurisdicción sobre la vida y la muerte. "Obcecado y tozudo, el ser humano, no sabemos, aun antes de los desfallecimientos postreros, de las sacudidas definitivas, de los espasmos finales se caracteriza -en su forma de ser, ¡no lo podemos cambiar!-, por entregarse confiado, a un género de esperanza, de lotería, de última tómbola." Esto afirma el narrador del cuento "También tus arcillas" que da nombre al libro.

En este relato, Juan Manuel encuentra a la mujer amada después de una vida indefensa, descolorida y solitaria. La vida entre ellos es intensa y rica; ella ceramista, él ha instalado un taller de fundición. Después de doce años de matrimonio ella enferma y muere. "El había pensado, cuando Cecilia empezó a toser, que no era sino el tiempo frío y las tardes llenas de bruma. [...] Siempre erramos, pobres adictos y apegados al vivir y al seguir viviendo -a pesar de todo-." Similar al gesto del anciano cuando abandona el hogar después de la muerte de la esposa, Juan Manuel se deja morir "para convertirse en el primer hombre que sucumbió por congelamiento bajo el sol directo de la mitad del mundo...

El cuento "Hijo de hombre" está construido en clave alegórica y recrea escenas bíblicas que son contadas desde una perspectiva terrenal y marginal a las grandes verdades consignadas y atendidas en el registro de la historia. Las figuras históricas, fundamentalmente José y María, son recreadas desde una dimensión plenamente humana. José regresa a Jerusalén después de 40 años de peregrinación, viajes y múltiples oficios que ha debido desempeñar para sobrevivir. "Un hombre que hace de padre sin serlo, forzado a perpetua abstinencia, terminó enloqueciendo -eso tampoco lo supieron los cuatro evangelistas-; la misma mujer, treinta y tres años más joven, que limpia su cuerpo de los últimos restos sanguinolentos del parto, y envuelve al niño, con ternura y pesadumbre, en tejidos de lana o retazos de lino, mujer de quien los Libros Sagrados anunciaron -grave error de juicio- que sería madre sin que obre en ella varón y amor carnal.

El relato registra la relación amorosa y carnal de José con María, su soledad, su abandono y su muerte en una escritura que combina un tono que tiene algo de sagrado, propio de aquellos relatos que han circulado a través de varias generaciones y un tono de registro más cotidiano y profano.

Los narradores quiteños han tenido especial predilección por recrear su urbe, por construir metáforas que permitan proyectar una imagen de la ciudad. Sabemos que se han conformado dos ciudades dentro de una: la ciudad vieja -decadente, laberíntica, pobre y sucia que abarca el centro y se desplaza longitudinalmente hacia el sur- y la ciudad moderna -de grandes edificios, centros comerciales, restaurantes, discotecas y barrios residenciales- que se desdobla en insólito alargamiento hacia el norte. Así, pues, parte significativa de la literatura actual está metafóricamente marcada por dos ejes imaginarios: un "antes" y un "después" de la partición de la ciudad. Aunque la gente pertenece más a nuevos barrios que han configurado sus propios centros, el centro histórico de Quito -la ciudad vieja- aún promete un horizonte de deseos, la posibilidad de descubrir -en su arquitectura que es a la vez esplendor y miseria- una memoria urbana, e iniciar una búsqueda de las claves para configurar nuestros modos de apropiación de la ciudad y de reconocimiento en ella.

Desde esta perspectiva, el cuento de Modesto Ponce, "Tengo un compromiso a las doce", recrea el escenario urbano de la ciudad vieja y la figura del último chulla, heredero de nuestro chulla Romero y Flores a quien está dedicado este hermoso cuento. La narración se desarrolla en primera persona desde la perspectiva del chulla que no tiene nombre pero que es reconocido inmediatamente por la comunidad lectora local. Nuestro narrador vive con su madre, no trabaja, revisa a diario y nerviosamente la agenda cultural y la prensa para asistir a los diferentes eventos culturales de la ciudad y sobre todo, para asistir a los cocteles e intervenir en los grupos que conversan sin hacerle mayor caso.

"Bueno llegamos a San Blas y comienzan los edificios altos que me gustan más que esas casas viejas y sucias del centro antes eran diferentes y limpias cuentan con patios de piedra y pila al centro y macetas de geranios junto a las barandas del segundo piso pero ahora con tanta pobreza tanta gente amontonada dándole y dándole a la vida no nací para eso alguna vez viviré en un pent house [...]." A lo largo de su recorrido por la ciudad mientras se dirige a la Casa de la Cultura, el narrador rememora viejas épocas, su propia historia y amores imposibles, sus aventuras de chulla entrometido en escenarios ajenos, los simulacros y disfraces para granjearse la entrada al lugar deseado, pues como afirma el epígrafe del texto "...si no nos disfrazamos de algo no somos nada..."

Quito entra en este cuento desde la nostalgia y la pérdida de un escenario y unos personajes que ya no existe más. De alguna manera asistimos al esfuerzo de la escritura por registrar y recuperara en la palabra una realidad que se ha desdibujado en la avalancha y expansión de la modernidad urbana. "[...] yo era conocido entrar y saludar a todos sin molestias cuando La Mariscal era una belleza y no como ahora hecha una mierda con tanto edificio donde no debieron estar todo empezó a desmoronarse desde la época petrolera leí una vez a Quito le hicieron pedazos en nombre del progreso...

El narrador se mueve con dificultad en ese territorio que ha devenido irreconocible, señala sus faltas y sus carencias en contraste con un pasado irrecuperable. La ciudad ha mudado de rostro y sus nuevos escenarios no son propicios para satisfacer los deseos de sus habitantes.

En definitiva, este libro de cuentos de Modesto Ponce incorpora y recrea una serie de preocupaciones temáticas que tienen que ver con la complejidad de la vida humana: el amor, la vejez y la muerte; el espacio vital y la felicidad; el dolor, el miedo y la existencia; la ciudad y su historia.