Alicia Yánez Cossio

SURCO FECUNDO

Modesto Ponce Maldonado


Estar en el departamento de Alicia Yánez es conocer y vivir su mundo. Le desagrada las entrevistas de periodistas estadounidenses: “con tantas obras que has escrito, debes estar muy rica” (risas). Las paredes están cubiertas con estanterías llenas de libros. Ahora, lee y escribe casi todo el día, pero concede mucho tiempo a sus cinco hijos y a sus nietos. “La familia da, no sólo felicidad, sino seguridad”: los Yánez Cossío son diez hermanos. Sale muy poco: “no socializo; me molesta el ruido y la contaminación. Algún día viviré en el campo” —dice.

La amistad con la entrevistada, la solidaridad con su obra y los temas compartidos prolongaron la conversación. Atrás de sus palabras se descubre una personalidad estructurada, con ideas firmes, feliz de ser como ha sido y es, pero con una dosis de no resignada tristeza por lo que ocurre fuera de sus paredes, en el mundo que le tocó vivir. Alicia Yánez es una mezcla extraordinaria de dulzura y reciedumbre.

¿Por qué la literatura?

Empezamos por lo que ha sido —además de su familia— la vida de esta escritora, considerada como la mejor novelista ecuatoriana en la actualidad.

“Todo comenzó —dice riéndose— porque desde la escuela padecí de ‘discalculia’, una dislexia aplicada a los números, que me impedía poder realizar normalmente aún las cuatro operaciones... dejé hace tiempo de usar chequera”. Esta situación la llevó a escribir, primero cartas a seres imaginarios que se convirtieron luego en “cartas al abuelo”. “Tenía que demostrar que tenía talento, y además sentía el deseo de expresarme”. Adicionalmente vivió en un ambiente familiar positivo, a más de recibir el apoyo de profesores que supieron descubrirla.

Sin embargo, la inutilidad aritmética no fue sino el pretexto. Quien escribe necesita algo adicional a la realidad y se siente empujado a transmitirlo a los demás. “El autor existe para contagiar el desasosiego”, dice Saramago. En Alicia esta sensación puede identificarse como “rebeldía”. “La rebeldía es una constante es la mayoría de la familia” y fue, en buena parte, fruto de la mente abierta de su madre. Reconoció que la rebeldía exige independencia, y que la independencia tiene su precio, el precio de no entregarse sino a lo que se cree. Tal vez, también el precio de la soledad...

Al comienzo, se consideró nada más que “una ama de casa que escribía”, inventando días de treinta horas. “Ahora, con paz y tranquilidad, creo que soy una escritora”. Reconoció que quizá sin la presión y las dificultades propias de la vida, no hubiera escrito. Estuvimos de acuerdo que es el dolor, los vacíos y los desengaños los que espolean la imaginación y conducen hacia la creación. “Por cierto, también he superado el feminismo” —confesó con una sonrisa.

Un Dios distinto

“Las cosas me tocaron —dijo— y aprendí a preguntar y a gritar ¿por qué?”. La cuestión religiosa fue un determinante en su vida, como lo fue también la situación de la mujer, dos temas que resaltan en su obra. Desde Bruna, soroche y los tíos hasta La cofradía del mullo del vestido de la virgen pipona o la deliciosa La casa del sano placer, el ingrediente religioso está presente. “No me interesa, aún más, no acepto al Dios tradicional, al Dios teológico con representantes que creen hablar a su nombre. ¿Por qué tantas mentiras?; yo prefiero la búsqueda humilde y secreta de un Dios personal”. Piensa que Cristo fue un hombre único y que su doctrina es maravillosa, “pero no fue Dios”. Ella comenzó detestando los rezos repetitivos, “que deben cansar a la virgen que los escucha”, y terminó rechazando el dogma y a la Iglesia apoderada del Ser Supremo.

Desde que Alicia fue madre, esta idea se la acentuó: seguramente ella no pudo aceptar jamás que un Dios permita (y hasta promueva) el sacrificio de su hijo en la cruz. Criticó al Papa actual, que “va de un lado a otro pidiendo perdón de los pecados de sus antecesores, que no tiene ningún sentido”.

Reconoció que también siente rebeldía de las situaciones de explotación e injusticia. Sin embargo, con gran talento y singular honestidad, precisó que esos combates no se hacen con las palabras, sino con la acción, y con la acción en grupo; y ella no nació para eso.

Testigo de una revolución

Con su marido, el intelectual cubano Luis Campos Martínez, ya fallecido, Alicia vivió en la isla desde 1956 hasta 1961, en la provincia de Oriente, desde donde se extendió la revolución. Dos de sus hijos nacieron allí. Su obra Retratos cubanos recoge episodios, en los cuales “el agresor siempre es la guerra”, pero que dejan traslucir que acaso fueron “tiempos de guerra para la paz del futuro”, según dice la contraportada de la obra.

Cercana a uno de los procesos más importantes del siglo pasado, dijo que “la revolución triunfó fácilmente por la corrupción y abusos de la soldadesca grosera y degenerada de Batista... fue una época hermosa, debido al fervor de la gente que vaciaba las calles en la noche para escuchar clandestinamente a Radio Rebelde y apoyaba con todo lo necesario a la revolución. Fidel entró a las ciudades sin disparar un solo tiro y sin resistencias...” Reconoció que para mantener el proceso se creo un ambiente de control y espionaje, empujado por los que antes nada tenían y después recibieron vivienda, salud y educación. Reconoció que se mató, pero a base de procesos (naturalmente bajo la justicia revolucionaria), “que en general fueron justos”. Jamás, como política de gobierno, se dio el caso de desapariciones masivas o torturas institucionalizadas, como sucedió con Pinochet. “Fusilar, por ejemplo, a ese hombre horrible que fue Sosa Blanco, que torturaba a niños delante de sus madres, fue un acto de absoluta justicia”. No se explica cómo, en situaciones extremas de injusticia, desigualdad y corrupción, como sucede hoy en Ecuador y otros países latinoamericanos, no se dan procesos de rebelión. “El Ecuador actual está embrutecido; la gente no piensa ni se cuestiona... y la clase dirigente no se da cuenta de lo que puede venir... jamás hemos estado tan mal” —expresó.

La obra

La crítica dice que “Alicia Yánez sorprende por su inagotable capacidad creadora... el código maravilloso y el tratamiento poético sitúan (a sus novelas) en las fronteras del lenguaje del símbolo”. También se opina que ella ha escrito sobre “la realidad fantasmal del Ecuador”. Se trata de una autora de textos mágicos.

Primero fue la poesía: Luciolas (1949), De la sangre y el tiempo (1964), que siguió con Poesía (1974). En 1951 escribió teatro, Hacia el Quito de ayer y en 1994 Manuela Libertad, ambas representadas. El cuento está en El beso y otras ficciones (1994), editada en Bogotá y traducida al italiano, En la línea más débil del triángulo (1992) y en Retratos cubanos (1998). La literatura infantil en El viaje de la abuela (1996), primer premio del concurso “Darío Guevara Mayorga”, Pocapena (1998), La canoa de la abuela (2000), El triquitraque (en preparación), estos últimos editados por Alfaguara. Tiene también textos pedagógicos.

Pero es en la novela que Yánez Cossío alcanza su más alto nivel. “Nunca pensé en escribir novelas” —confesó—, pero Bruna (1972) nació de unir dos o tres cuentos, y obtuvo el Premio Único de novela del diario El Universo, “un hecho que me hizo descubrir —expresó con humor y sencillez— que “yo sí podía”. Esta novela está traducida al inglés y al italiano y tiene cinco ediciones en español, la última de este año. Siguieron Yo vendo unos ojos negros (1979), Más allá de las islas (1980), con dos ediciones al español, traducida al alemán y al inglés, las mencionadas La cofradía... (1994), traducida al inglés, y que fuera escrita íntegramente a lápiz, y La casa... (1989), con cuatro ediciones. Después apareció El Cristo feo (1995), premios “Joaquín Gallegos Lara” y “Sor Juana Inés de la Cruz”, con tres ediciones, Aprendiendo a morir (1997), editada por Planeta y Amarte pude (2000), con dos ediciones. Es posible que con la autora, que no pensó en hacer novelas, se cumpla lo que escribió Margarite Duras: “la escritura es lo desconocido; antes de escribir no sabemos nada...”

Alicia Yánez, tal vez debido a su tendencia al aislamiento, ha sustituido las novelas de ficción pura, por las novelas históricas, entre las cuales se encuentran las dos últimas, inspiradas en Mariana de Jesús y la poeta cuencana Dolores Vintimilla. En breve se presentará Sé que vienen a matarme, basada en la vida de García Moreno, “un tirano que siempre estuvo en mi mente, desde que nos obligaban en la escuela a rezar por su beatificación”. Añora, todo caso, el contacto “con los pueblos y con la gente, de donde salen las cosas mucho más puras y auténticas”, tal vez para escribir una novela que completaría, como una trilogía, La cofradía y La casa, y que la tiene en mente.

Alicia estudió periodismo en España, se ha dedicado a la docencia, forma parte del Grupo América, ha sido invitada a Israel, España, Portugal, Brasil y Colombia. En 1990 recibió la Condecoración de Primera Clase al Mérito Cultural, es miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y ha participado en varias ferias internacionales del libro.

Después de despedirnos, quizás Alicia se quedó pensando en seguir buscando al único Dios posible, o en qué significa ser mujer en este país, o jugando con su nieta Baltasara, o planeando la próxima novela que escribirá con el ambiente de una pequeña ciudad serrana, “llena de cursilerías”, cuyo nombre nos reservamos.


(Quito, agosto 2001)