Diario El Comercio, Revista Familia, septiembre 2005

Cómo se hizo EL PALACIO DEL DIABLO

Modesto Ponce Maldonado

  

Es sabido que el escritor da su visión sobre el mundo, pero se conoce menos acerca de cómo se construye una novela. Una buena novela es una estructura, un universo autónomo que toma cosas de la vida y de la historia y los pone sobre los hombros de los personajes. Cuando es escrita a la madurez, tal vez se escribió sola durante veinte o treinta años, y sólo bastaba ponerla en palabras.

El autor de El Palacio del Diablo escribió primero un libro de cuentos llamado También tus arcillas. Tuvo dos ediciones y fue considerado entre los diez mejores libros ecuatorianos del año. El autor piensa que sin estos relatos cortos la novela no hubiese sido lo que es. El cuento nace de un pequeño grano que germina con esfuerzo. La novela es una concepción totalizadora.

El cuento no se extiende pero tiene la dimensión de lo profundo. La novela se extiende y su dimensión debe ser un especie de oleaje.

El autor de El Palacio del Diablo concibió sobre todo personajes, pero desconoce cómo la escribió. Nunca la planificó tal como está. Y aunque cada página implica una gran esfuerzo, existen elementos que vas más allá de las vivencias o de los criterios. Puede ser un “otro yo” que también escribe; un “esclavo”, como decía García Marquéz, que sigue en la computadora mientras el escritor duerme o está en las calles; una constante presencia del subconsciente que dicta sus condiciones. Y, en el fondo, nada más que la ventaja de haber vivido muchos años...

Quizás por esta libertad interior, por toda una existencia vivida, por muchas lecturas, por la lección aprendida de los cuentos que fueron, en suma, los maestros, El Palacio del Diablo es como es: la pintura de varias vidas enfrentadas con el poder, representado por un banquero corrupto, un ambiguo “señor Presidente”, la casta militar y sus mentiras, la hipocresía de la Iglesia, la alta sociedad quiteña. Varias vidas como la de un periodista joven y rebelde, sus amores, un ángel convertido en ser humano, una empleada doméstica con sus tristezas, el desfile de personajes femeninos inolvidables portadores de un profundo e intenso erotismo, el rescate del amor y el respecto como los únicos requisitos que permiten hacer vivible la existencia.

El autor no puede ser ni comentarista ni crítico de la obra. Verdadera crítica literaria casi no existe y pocos se dan el trabajo de leer y comentar una novela ecuatoriana, si saben que implica muchas horas de lectura y tomar un dato cualquiera del Internet es más fácil. El problema del Ecuador es que no nos queremos ni amamos lo nuestro. Los jueces de El Palacio del Diablo han sido los lectores. Y han sido esos lectores los que han situado a esta novela en los primeros lugares de venta de libros ecuatorianos. Basta mirar las encuestas.


(Quito, IX-2005)