Cecilia Miño

CECILIA MIÑO G.

Junio 23, 08

Comentario

 Me seduce la idea de comentar “La Casa del Desván” por la necesidad de abordar lo que yo llamaría una sola variable: el tiempo y la conciencia. El tiempo es relativo y el tiempo personal es una realidad interior, y, por tanto, igualmente es relativo. La relatividad implica que no existen reglas morales absolutas. Y digo esto porque en el marco de la moralidad se inscriben las acciones buenas, cuerdas, aceptables por el común o las malas, insanas, inaceptables. De aquí llegamos a las magníficas, virtuosas, ejemplares hasta las condenables, a las que deben confinarse, ocultarse; inaceptables para el bien común. Sobre esta premisa se inscribiría el tema locura, como el desborde incontrolable de la conducta en razón de la rotura mental.

Me he preguntado a lo largo de la lectura: Mario Ramón ¿está loco? Yo pienso que no, pese a sus desatinos conductuales, porque la conciencia que puede ser pequeña, mediana o amplia, está fuera del tiempo; las experiencias se acumulan en el campo subconsciente y de acuerdo al tamaño de la conciencia pueden desbordarse... El pasado siempre está presente, latiendo en el claroscuro de la memoria, pero, sobre todo, actuando desde el desván psíquico; desde las imágenes de la realidad interna siempre vivas y dinámicas. A veces se necesita retornar a estaciones fundamentales, como cuando se dice que se necesita retornar al útero materno. Se dice, además, que una de las razones para sentir esta necesidad se da por un no resuelto trauma de nacimiento. Lamentablemente no pude volver a ubicar las palabras de Mario Ramón en las que se aprecia claramente ese paso entre túneles sin tiempo que constituye el acto de nacer.

Y, allí está la prueba de que a pesar de síntomas que hablan de una psicosis, el monólogo interior: intenso, coherente, de una lógica impecable y de una riqueza sentimental clara, muestran que el protagonista sabe perfectamente quién es, aunque el mundo lo ubique en la categoría de loco. Él se ríe y más de una vez le dice al medico: imbécil… “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento, el momento en que el hombre sabe para siempre quien es”. (J.L. Borges)

Resulta fascinante a lo largo de la lectura plantearse la disyuntiva: ¿Está loco y yo estoy de acuerdo con el medico, Carmela y el mundo, o no está loco y estoy de acuerdo con su vida, sus recuerdos, sus pasiones y su retirada del acontecer social que impone una realidad? El monólogo interior o ese fluir de la conciencia es, para mi la sustancia verdadera del personaje y la alquimia de la novela. La construcción de la patología sirve para configurar la trama de la historia. No está por demás destacar que el autor deja un margen a la duda y, justamente, al haber penetrado esta en el espíritu, el arte se ha vuelto más sutil y escabroso, al mismo tiempo. Crea la  incertidumbre típica de la conciencia moderna.

El movimiento que surge entre el discurrir del tiempo real y del tiempo interior del protagonista  da lugar a lo subyacente, a lo que se puede leer entre líneas. Por otra parte,  los saltos en el tiempo o flash back y la superposición del espacio llamado tiempo en la mente del protagonista hablan de una novela moderna; de ese Ulises actual, siempre enfrentando mil peripecias cada día y cada vez más lejos de su propio Yo, si no lo sostuviera el diálogo consigo mismo.