Iván Vallejo

No buscamos a Iván Vallejo Ricaurte (Ambato, 1959) para que únicamente nos cuente su trayectoria y la hazaña de haber conquistado el Everest sin oxígeno (algo más del 6% lo han logrado, unas 80 personas, de las 1.300 que la han escalado desde que Edmundo Hillary y el sherpa Tensing Norkay lo coronaron por vez primera en 1953, y que ha cobrado 350 vidas desde esa fecha), logro del cual amplia y merecida cobertura han dado los medios.

Buscamos al Vallejo de adentro, al que fue capaz de decirnos que si descubría que no podía llegar sin oxígeno, “por ética”y por compromiso consigo mismo, hubiera desistido para volver a intentarlo el año próximo; al Vallejo que dejó su profesión de Ingeniero Químico que le hubiera dado más frutos económicos pero que no le daba tiempo para el montañismo y se convirtió en profesor de matemáticas; al Vallejo que se endeudó cien veces para su cumplir sus metas y su locura por la montaña; al Vallejo que sabe que el dinero es necesario para vivir, pero no se puede hacer de la vida un peregrinaje tras las cuentas corrientes; al Vallejo que, por enfermedad de su compañero, coronó en 1989 en solitario el Huascarán (Perú, 6.768 metros); al que estuvo alguna vez cuatro horas sepultado bajo la nieve en Chimborazo dialogando con la muerte. Buscamos, en fin, a Iván Vallejo —mientras el país, descompuesto, se derrumba— para que nos dé las pistas o algunas claves que no son ni remotamente referidas por quienes, y hablamos de la clase dirigente y de los dueños de las decisiones, han demostrado haberse aprendido todas las preguntas (cuando se las hacen especialmente a los opositores políticos) y no tener una sola respuesta válida. ¿Qué pasó con el Ecuador? ¿Adónde vamos? ¿Qué podemos hacer?


Siempre miró hacia lo alto

Desde pequeño, por instinto y porque así nació, siempre miró hacia arriba, “como un asunto que vino en la sangre —dijo—, porque no tuve ningún referente familiar que me lleve a la montaña”. Primero fueron los paseos de colegio, “el sabor de la naturaleza, el agua, el aire”, las excursiones a las colinas que rodean a Ambato, al Casigana y también al cerro llamado Pilisurco, aquel que fue el primero en subir, cuando era muy niño, y que hoy, con infinidad de antenas de televisión, fue cubierto íntegramente durante el paro por una masa de miles de indígenas que, también como nosotros, preguntan: ¿Qué pasó con el Ecuador? ¿Qué será de nosotros?

Vallejo, que creció en un medio urbano, confesó que desde pequeño le impresionaban y cautivaban el Tungurahua y el Chimborazo, pensando “como será de llegar arriba”, inclusive antes de enterarse de que efectivamente muchos lo hicieron. A los trece años, con el equipo usual, realizó su primera “ascensión real” a una montaña con el grupo de Fabián Zurita y coronó uno de los Ilinizas. Aprendió mucho, inclusive a morirse de frío, “porque no tenía saco de dormir”, recordó.

Pensando que quien mira hacia arriba, no solo ve más lejos, sino que es capaz de ir y llegar a ese más allá que posiblemente esté vedado —le dije— a un político o a un financista que únicamente ve sus intereses inmediatos, pregunté qué significa en su vida ese impulso de horizontes. Él respondió que el ser humano no puede quedarse corto, que siempre debe ir más allá, en todos los sentidos, que debe estar en permanente búsqueda, en constante desafío, para encontrar lo que se quiere realmente hacer en la vida, pero que, cuando se entrega a una actividad “íntegramente”, y recalcó esta palabra, “los resultados vienen de por sí”, porque se ha puesto “paciencia, tenacidad, valor y, sobre todo amor” en lo que se hace. Opinó que no todas las puertas se pueden abrir de inmediato, en el sentido de que debe pensarse y actuarse con los pies sobre la tierra. De muy joven “jamás pensé en el Everest y me limitaba a ver las fotografías; pero pensé firmemente en el Chimborazo, en el Cotopaxi y después en El Altar”. Y llegaron, por supuesto. “Fui por etapas y cada una de ellas me abría la siguiente”.

Y, al fin, llegó el momento de salir del país, principalmente al Perú, para escalar el Artesonraju, el Alpamayu, el Huascarán, y a Bolivia para coronar el Illiampu. Fue a partir del año 1988. “Cuando, por un azar del destino, fui por primera vez al Himalaya en 1995 y miré al Everest, regresé asustado y no pensé en la posibilidad del ascenso en esa ocasión”. No solo fue, por cierto, la inmensidad de la montaña, sino también los costos, la distancia, el desconocimiento de la zona. Fue más tarde, con un grupo de amigos, que pensaron en esa aventura. Iván Vallejo ha soñado y sueña, pero no son sueños obsesivos, sino realizables. En 1996 regresó por segunda vez al Himalaya con su compañero Julio Mesías, y fue cuando “empecé a entender el concepto del Everest”, confesó, al escalar una montaña de más de 7.000 metros. En 1997 volvió y subió al Manasalú (8.163 metros) . Otro año más, 1998, y vence al Broadpeac (8.047 metros). Solamente ese momento se sintió preparado para los 8.848 metros del Everest. Las cadenas de Los Himalayas y del Karacorum tienen catorce picos de más de ocho mil metros y más de trescientos sobre los siete mil. El Everest es llamado Chomo Lungma (Diosa madre de las montañas) por los tibetanos, y Sagarmatha por los nepalís.

“No hacemos ni dejamos hacer”

“He tenido años muy duros, especialmente por las deudas, pero nunca, nunca, me di a torcer. Me siento muy satisfecho conmigo mismo, sobre todo. En las cartas que escribí en 1997 yo les prometí a los auspiciantes que me han apoyado estar en el Everest en el 99, y cumplí”. Pero, “aparte del logro personal, pensé mucho en el país, y más aún ahora que me encuentro con gente en la calle, en el taxi, en todas partes que me dicen: gracias Iván por recordarnos que los ecuatorianos sí podemos.”

Después se le propuso que olvidáramos temporalmente al Everest y que habláramos sobre el país. “Vea —respondió—, yo me fui en marzo, cuando la crisis comenzaba, y regresé hace poco, con la crisis agudizada. En este país no se hace ni se deja hacer”. Vallejo cree que el caminar diario de un país es como escalar una montaña y ahora “estamos atrancados en el campamento base, desorganizados, no sabemos qué llevar en la mochila, no tenemos voluntad para caminar”. Añadió que “es bueno reconocer que estamos en problemas, que es como decir ‘esta nevando, hace frío’, pero en el país no andamos, no caminamos, y si un montañista se queda parado, se muere congelado; el país corre el peligro de morir por congelamiento”.

El problema, convenimos con Iván Vallejo, es que “nosotros no sabemos adónde vamos”, y quienes nos han dirigido están perdidos o tienen otros intereses . Mientras él sabía a qué montaña iba, el Ecuador no sabe “a que lado está el horizonte”, y este horizonte puede ser muchas cosas: “creer en nosotros mismos, colaborar todos para que no haya corrupción”...

La solidaridad, el trabajo en equipo

Quienes coronan una empresa de este tipo “solamente son los abanderados de un trabajo en equipo” que obtienen el resultado por todos y con la bandera de todos. “Aquí no pasa eso: cada cual tiene su bandera y nos debilitamos con nosotros mismos”.

¿Qué les diría Iván Vallejo a quienes tienen el poder, a la clase dirigente? Parece que en el Congreso Nacional, cuando fue condecorado, ya se los dijo: “hay tres ingredientes que mezclar para obtener los objetivos: coraje para superar los momentos difíciles, entusiasmo para tener vitalidad en las cosas que se hacen y multiplicar la fe, y, en tercer lugar, el amor. Cuando se ama lo que se hace, todo es diferente”.

Iván Vallejo, un gran optimista, dueño de una extraordinaria firmeza, cree que el Ecuador es único, generoso, un país que tiene de todo. “Si no nacía en este país, que es mi suerte, y no vivía a 2.800 metros de altura, jamás hubiera subido al Everest. Los europeos, para ir al Mont Blanc, de 4.807 metros, tienen que realizar viajes largos; nosotros, en tres horas, estamos en la ruta de los 5.897 metros del Cotopaxi”.

Hay un Ecuador oculto

En el transcurso de la conversación, nos dimos cuenta que Vallejo tiene mucho más sentido de la realidad y más claridad mental que muchos, ¡demasiados!, que forman la clase dirigente. ¿Hay un Ecuador oculto que no debe tardar en expresarse? Un Ecuador disperso, fragmentado, pero distinto, lleno de ivanes vallejos, que deben encontrarse alguna vez (y ojalá sea pronto), para reconocer que existen lenguajes comunes, muy distintos a los que estamos mal acostumbrados a escuchar? “Tenemos una madera poderosa para caminar, para ser creativos”, pero —es obvia la conclusión— carecemos de verdaderos dirigentes y los seudodirigentes de las últimas décadas han fracasado. Mencionó también que somos derrotistas y que el pesimismo nos abate, que nuestra música, por hermosa que sea, también nos inmoviliza. Se mostró muy rebelde antes esas posiciones y formas de ser, tan propias de nuestra gente.


Y si cruzamos las palabras

Porque si entremezclamos los términos y, si se quiere, jugamos con los conceptos, trasladando el sentir y el ser de ese Vallejo de adentro, que es una muestra de lo que podemos ser, a ciertas realidades del país, descubriremos, en un paralelismo sorprendente, más verdades de las que imaginamos. ¿Trabajamos en equipo? ¿Somos solidarios con el grupo, con los demás, o egoístas e individualistas? ¿Tenemos conciencia de que somos trece millones de habitantes y que estamos en la misma empresa: subir más arriba y hacer felices al mayor número de personas, no a una minoría? ¿Quiénes dirigen a los demás, piensan en el bien del grupo o en el de ellos mismos? ¿El ecuatoriano tiene coraje, entusiasmo y amor? ¿Confía en sí mismo, en sus fuerzas, o espera que alguien le resuelva el problema? ¿Sabemos qué queremos y adónde vamos? ¿Conocemos los objetivos que pretendemos y sabemos de los medios para lograrlos? ¿Son nuestros sueños sueños realizables, o son obsesiones, pesadillas, fantasías sin asidero?


(Julio, 1999)