Palabras del autor

PRESENTACIÓN DE LA PRIMERA EDICIÓN DE TAMBIÉN TUS ARCILLAS, QUITO, ENERO 1997.  


Un niño se halla sentado en un balcón, sobre una vieja alfombra desflecada, en el segundo piso de una vieja casa del centro de Quito, en la calle Ambato, a tres cuadras de la avenida 24 de Mayo. Tiene un lápiz en la mano, con el cual golpea un tambor. En un momento dado el lápiz salta de sus dedos y cae a la calle. Un chico, al verlo, lo toma y desaparece corriendo. El niño llora por su lápiz perdido.

Esta escena ocurrió hace cincuenta y cinco años. Ese niño fui yo. Tenía tres años. Perdí mi lápiz y es el primer recuerdo que conservo de mi vida. Debo confesar que lo perdí por demasiados años. Por un tiempo excesivamente escazo lo reencontré en los años universitarios. Escribí algunos cuentos; algunos de ellos ya no existen. Un cuento y un poema, desflecados como la alfombra del balcón, fueron publicados gracias a una mano amiga en Letras del Ecuador. Desde entonces, nada. Nada, hasta hace cuatro años que volví a encontrar el lápiz perdido. El libro que esta noche se ha presentado son las páginas rescatables, digeribles si se quiere, de estos últimos años, en realidad una pequeña parte del trabajo del año 93 (el del 92 no sirve), algo más del 94 (año en el cual comencé también una novela) y especialmente del 95. El lápiz no ha podido se reemplazado totalmente por el computador. En realidad, como alguien dijo, se escribe cuando se reescribe, y eso no puedo hacer sino con papel, lápiz y borrador, y con algo música, que puede ser Bach, Malher, sobre todo Piazzolla, y mejor si es en la madrugada, o en una tarde de lluvia, de esa lluvia tan propia nuestra, cerrada y gris, que es capaz de aislarnos de todo. Tengo la sensación de que, esta vez, no perderé nunca más el lápiz.

Siempre he pensado que escribo como una forma de sobrevivir, de respirar. Esto no es novedoso, ni original tampoco, pero hay que decirlo. Escribo también porque al hacerlo no miento ni me veo tentado a mentir. Clarice Lispector dijo que escribe "porque no tiene nada que hacer en este mundo".

¿Por qué se escribe? ¿Por qué se hace literatura? Cuando el libro estaba listo para imprimir, justamente en los tiempos en que uno no sabe en qué momento debe parar la tentación de volver a mirar los cuentos, medité, con más frialdad que instinto, sobre el significado de los dos epígrafes que encabezan mis textos. Quienes se han aventurado en comprar el libro o piensan hacerlo, verán que he tomado de Carlos Fuentes esta frase: "La realidad es un sueño enfermo"; y del genial escritor portugués José Saramago, que pronto será Nobel, otra frase: "Llueve sobre nosotros el tiempo".

Realidad y Tiempo! La primera es una coordenada en cierto modo aniquiladora, brutalmente objetiva, cada vez más falsa. La realidad es, ahora, para nosotros, la lectura de los periódicos, las noticias de televisión, las promesas de los políticos, la macroeconomía, las estadísticas, el crecimiento económico, las vitrinas llenas de productos importados, la última moda, hasta la realidad virtual que nos proporciona la electrónica... y también, dos tercios de los habitantes en la pobreza, miles de niños en las veredas mendigando o vendiendo flores o caramelos, la miseria, el hambre, el abandono, la violencia y la muerte incrustada en todos los niveles, aguardándonos en una noche, en la vuelta de la esquina, la falta de esperanza, la desesperanza...

Y la segunda coordenada -el Tiempo-, que no es más que la insoportable fatalidad, el devenir inexorable, quizá la única realidad. Posiblemente por esto Sábato decía que "Un Dios no escribe novelas". )Para qué? No la hacen falta. 

La literatura, así también como la religión, rompen la realidad y rompen también el tiempo; y, al romperlos, ambas quieren vencer, cada cual a su modo, a la muerte. Ambas nos ofrecen al espejismo de la inmortalidad, la ilusión del "algo más" o de "más allá", que da exactamente lo mismo. La diferencia está en que la religión explica, da respuestas, apacigua con sus misterios y esperanzas, con su lógica, nos promete otra vida, mientras la literatura no nos promete nada, ni nos organiza la vida ni la eternidad; la literatura simplemente crea otras realidades, posiblemente más coherentes, más legítimas, menos contaminadas. "La realidad es un fracaso del hombre", escribió Cortázar. Y él supo por qué lo dijo. Por ese motivo, glosando a Henry James en Las Alas de la Paloma, es quizá preferible solamente "frecuentar la realidad". "Se escribe...como si estuviéramos obligados a construir un mundo fuera del que tenemos"... y porque "al hombre no le basta la vida, nunca le ha bastado", ha dicho Soledad Puértolas.

Porque los seres humanos, diga lo que se diga, somos simples soñadores, aves de paso que soñamos siempre con volar más alto, que ir a otro lugar, con ser otros, con cambiar, igual que El Principito o que el Juan Salvador Gaviota. Aunque, habrá que decirlo, con una mezcla de tristeza y rabia, hay sueños y sueños, señoras y señores. No dejan de serlos los del ávido candidato a presidente, prepotente y mentiroso, que sueña que su sonrisa sea aceptada por todos. No dejan de serlo aquellos que cruzan por la mente de tal o cual señor economista que piensa que la felicidad de los hombres se hará que la combinación precisa y exacta de algunas variables económicas (más la paciencia de la gente, por supuesto). Desgraciadamente los sueños de los políticos de la eterna sonrisa y de los macroeoconomistas, se convierten en pesadillas de los demás. No dejan de serlo los sueños de los que se cobijan bajo la quizá profética bandera de los siete colores, la bandera del arco iris, pintada en nuestros páramos, lagunas, selvas y, ríos. No dejan de serlo los sueños de los que esperan días mejores, de quienes confían en comer el día de mañana, de quienes aspiran una vida mejor para sus hijos. No dejan de serlo inclusive aquellos que planifican una fábrica, organizan un negocio, luchan por crear aun en ese campo aparentemente tan frío. O para quienes creen que cambiarán al mundo con un fusil, una palabra o un pasamontañas que les cubre el rostro. Tampoco los que planean asaltar el banco el día de mañana, subir las tasas de interés o los precios injustificadamente o efectuar un secuestro. El ser humano se pasa soñando. Somos inventores de mitos, constructores de leyendas que imaginamos. No tenemos ni siquiera seguro el día de mañana y soñamos que estaremos vivos... Sin soñar no somos nada, absolutamente nada. (Qué sería de nosotros sin los sueños! Un personaje de Juan Manuel Rodríguez se iba "durmiendo con la idea de que el hombre más grande era el que convertía sus sueños... en el único objeto de la existencia".

Aun así, los límites de la realidad no se conocen. )Dónde termina lo uno y comienza lo otro? )Qué es nuestro inconsciente? )Qué son nuestras emociones, nuestras premoniciones, inclusive nuestro lenguaje? )Decimos realmente lo que aparentamos decir? Estos interrogantes son válidos porque, a pesar del rechazo que la llamada realidad produce, quien escribe, o quien pinta, hace música o hace cine, se nutre y depende de esa misma realidad, de modo que ésta se bifurca, en una especie de dicotomía, entre la oposición y la interpretación, entre la negación y el testimonio sobre lo negado. Quien escribe también interpreta; da un testimonio personal sobre cómo ve a las personas y el mundo, a Dios, a la muerte, el sexo, al amor, a la sociedad. Todos escriben sobre lo mismo. Al fin y al cabo nos pasamos hablando siempre sobre las mismas cosas, riéndonos o llorando de lo mismo.  

Sin embargo, la ventaja de quien escribe es que no tiene la necesidad de convencer a nadie... Tiene la ventaja también de que nadie le controla... Tampoco sacará "provecho" de su libro de poesías, de sus cuentos, de su novela, salvo la experiencia indescriptible de haberlo escrito y la nostálgica soledad que deja haberlo terminado... Tiene el riesgo, eso sí, de que nadie lo lea.

La capacidad de ensoñación, de irrealidad, ya en el campo de la literatura y del arte en general, nos lleva de la teoría del sueño a la teoría del pesimismo. Escribir es un acto de inconformidad, de rebeldía, de resentimiento; es algo que supone, o presupone, una actitud de intolerancia, de saturación, ante lo externo, ante las cosas, ante lo que está pasando; una posición de no aceptabilidad, de rechazo al conjunto que miran nuestros ojos y trata de comprender nuestra mente. Y, de nuevo, al hablar del pesimismo, volvemos al tema de la muerte, de la inevitabilidad de la muerte. La teoría del pesimismo es la teoría del desencanto, si Raúl Pérez Torres me permite tomar prestado el título de su novela.

Pero escribir es, sobre todo, y más allá de estas consideraciones, un acto de amor y un acto de humildad. Amor, porque hay un afán incontrolable de participar. Por eso estoy aquí este momento. Por eso está mi libro al alcance de ustedes. Por eso estoy aquí parado, hablando. Porque -no recuerdo a quien oí decirlo- un libro que nadie ha leído es un libro muerto, más aún un libro que no existe.

Y, además, un acto de humildad, de profunda y definitiva humildad. Si no nos satisface totalmente el mundo, sería estúpido y poco inteligente que nuestras pocas páginas encerradas en dos cartulinas platificadas, que ni siquiera sabemos dónde van a ir y cómo van a terminar, no encuentren en nosotros una invencible dosis de humildad, a más de nuestro amor, a más de nuestra ternura, por supuesto. Bryce Echenique hablaba sobre el "segundo oficio más viejo del mundo (el primero sabemos cúal es): contar una historia y que te hagan caso". Escribir "es lo más cerca que está de la vida, es la parte de la vida que uno no conoce", decía uno de los personajes de Jorge Enrique Adoum en Ciudad sin Angel.

No quiero ni debo hablar de mis cuentos. No tengo derecho. Lo he perdido desde este momento. Sin embargo, siento la necesidad de decir algo sobre los procesos que me llevaron a tal o cual tema. )Por qué, en decenas de temas anotados, escogí justamente esos? Debo declarar que no lo sé. Sé cómo escribí cada cuento; no podré olvidarlo jamás, pero desconozco por qué escribe "ese" cuento. Tampoco sé porque lo escribí en determinasa forma y no en otra. Cuando un cuento comienza a vivir, y esto sucede casi siempre en las primeras líneas -otros hay que nacen muertos, que no tendrán destino jamás o que deberán esperar pacientemente una especie de reencarnación- el autor mantiene en su mente la historia pero no puede controlar cómo lo va escribiendo. El cuento, el personaje, la situación toman existencia propia y quien escribe se torna en amanuence de sus creaciones. El escritor convertido en escribiente; el escribidor transmutado a copista de los dictados y exigencias de sus propias creaciones.

Siempre he pensado que mis cuentos pueden carecer de unidad. Posiblemente sea un defecto y ustedes serán los jueces. Yo, repito, perdí la capacidad de opinión. Laura Hidaldo, con el criterio claro que le caracteriza y con esa dulzura que le caracteriza aún más, me decía: "no te preocupes, se nota que son escritos por la misma persona". Lo que sucede, y esto debo declararlo, es que cada uno de los cuentos fue para mí un mundo único y no pude hallar otra forma de contarlo sino tal como están.

Existen otros cuentos que se quedaron en el camino. Algunos eran los más queridos porque fueron los primeros. Incontables semanas luché para sacarlos a flote. No pude. La misma Laura me ayudó a tener el coraje de abandonarlos en el cajón o en un archivo de la computadora. Allí estarán, pobres, resentidos, amargados, relegados, sufriendo por mi la ingratitud de quien los creó, acusándome, con razón, de que fui incapaz de entender todo lo que ellos mismos me ofrecían.

Mis agradecimientos al doctor Ernesto Albán Gómez por sus palabras, amigo de siempre, hombre profundo, de singular talento, y a Edgar Alan García, poeta y escritor, noble amigo.

Mi gratitud al Distrito Metropolitano de Quito en la persona de su alcalde, el doctor Jamil Mahuad y a la Lcda. Rosángela Adoum, Directora de Educación y Cultura, por el auspicio recibido en la publicación de este libro. Mis agradecimientos a Seguros Rocafuerte y a su gerenta administrativa- finananciera María Mercedes Prado, que facilitaron la edición. Igualmente para mi amigo caballeroso doctor Aadrúbal de la Torre, director de CIESPAL, y al señor Arturo Castañeda, jefe de la imprenta. A Soledad Kigmann por su solidaridad al acogerme en esta Posada de las Artes.

Gracias a mi hijo José Modesto y a mi hija Ana María, sobre todo compañeros que me ha dado la existencia, por comprender y sentir qué ha significado para mí esta aventura.

Pero hay una persona que durante veinte años me ha dado su amor, su inmensa ternura, su comprensión, su valor, su imponderable alegría. Sin su presencia nunca hubiera escrito una sola página. Me refiero a Rosi, mi mujer. Sobre todo, gracias a ella, y gracias a la vida que me permitió encontrarla.

Y, por supuesto, gracias, muchas gracias a todos ustedes por su presencia.