Palabras del autor. Junio de 1999.

Primero fue el tiempo, vasto, inapelable, que fue excesivo para la espera y que hoy parece corto, corto y acaso hasta suficiente —quién sabe- para que lo que fue vivido se desate y multiplique en lenguajes de memoria recobrada e inventos imaginados. 

Después fue el miedo, cuando por primera vez, ante la pantalla en blanco, pulsé la primera letra, cien veces repetí la primera línea, sin saber qué iba a contar y para quien. Sucedió hace seis años. El miedo a no llegar a ninguna parte, a equivocarme, la sensación de incertidumbre —qué fácil re­sulta sin prácticas previas (sucede en el fútbol y también en el amor)—, cuando suponemos ingenuamente que el tiempo de los errores ha terminado. 

Pudo haber sido también la nostalgia; la nostalgia de no haber escrito antes, a los 30, a los 40 años. No obstante, jamás se presentó ni llegó a presionarme. ¿Qué se puede con­tar sin haber vivido? ¿Qué se puede contar, en realidad? 

Quiero comentarles que, hasta hoy, me impresionan dos palabras leídas en "Las alas de la paloma" de Henry James, treinta años atrás, cuando el famoso novelista hablaba de los “días irrecuperables”. Las palabras irrecuperables, en cambio, no duelen ni dañan. Hay que cernir, cortar romper; depender de la paciencia, de la insatisfacción, de las semanas aparen­temente estériles, del trabajo, del tiempo que sigue pasando ante páginas que van lentas, de tropiezo en tropiezo. 

Así nació este libro, cuya segunda edición se presenta hoy, apenas a dos años y medio de la primera, y en esta misma sala, después de haber escrito tres veces más de lo editado; y también leyendo, leyendo todo lo posible. 

Espero que, en algún momento, una nueva novela que avanza, a veces rauda, a veces rauda, a veces cayéndose sofocada, se libere del autor y comience a caminar. 

Una confesión, si me permiten: quise escribir un segundo libro de cuentos y lo comencé. Pero la novela, que estaba adelantada, se impuso sola. Fueron seis meses sin escribir nada, esperando el desenlace del combate entre cuento y novela. El cuento tortura, fatiga, acosa. Es corno no salir de un cuarto. La novela es diferente; es un camino abierto, un universo, con problemas distintos. El cuento puede enloquecer. La novela puede matar de sed. 

Algo o quizás mucho se aprende, no lo sé. El peruano Julio Ribeyro pensaba que no basta escribir bien para ser escritor. Escribir es un oficio largo. Cortázar opinó que "si los cuentos no nacen de una profunda vivencia, la obra no irá más allá de un mero ejercicio estético". 

Sin embargo, aunque muchas cosas puedan decirse sobre esta extraña ocupación, esta manía enajenante, lo que cuenta, en último término, son ustedes, los lectores. A ustedes debo esta segunda edición. Lectores amigos, cercanos, las más de las veces anónimos. Personas que, sin conocerme, me hacen llegar una carta. Otra que me dicen: "ah, es usted el que escribió ese libro".Mujeres que se han entusiasmado con el relato "Nos veremos pronto, mi amor", que está ahora en dos antologías. Alguien que me dice que piensa incluir el cuento "Tengo un compromiso a las doce" en otra antología. Un ci­neasta que me cuenta que le gustarla hacer un guión a base de este mismo cuento. Escritores y amigos que gustan de algunos relatos, y de otros no. Mujeres estudiantes que me envían una carta manuscrita en papel hecho a mano, al cual no le hizo falta el perfume. 

Sí. Son ustedes, los lectores los que mantienen la esperanza. Es verdad que se lee poco en este país, pero semana a semana se presentan libros. Están también los que asisten a las exposiciones de pintura; los que van a mirar las obras de teatro, los que asisten a escuchar los conciertos; quienes van a las conferencias; quienes gustan del buen cine. En el país se hace más cultura de la que imaginamos. Pocos la ha­cen, pero estos pocos viven y contagian. Con el país en ruinas, unos y otros, repito, mantienen la esperanza. Una conclusión nos queda —y valga la digresión—: ahora sabemos por lo menos que los principales culpables son las clases di­rigentes, los que, en una y otra forma, han gozado del poder político y económico en los últimos cincuenta años. Los prin­cipales culpables —aunque todos somos responsables— son los que están arriba; no los que están abajo. La principal tarea del momento es desnudar las mentiras disfrazadas. 

Mis reconocimientos a los críticos que en Quito, y en Guayaquil y en Cuenca dónde también se presentó la primera edición, encontraron méritos en la obra. En la contratapa del libro están sus nombres y algo de lo que opinaron. Ellos posibilitaron que en 1997 tanto el diario HOY como EL TELÉGRAFO hayan incluido a También tus arcillas como uno de los mejores libros del año. 

Mis agradecimientos a Miguel Betancourt que, generosamente se ofreció a facilitarme una de sus obras para ilustrar la portada; una obra que me entusias­mó por su simbolismo y significado: el lenguaje sin palabras de los quipus, la palabra de los que no conocieron la escri­tura, pendiente sobre un muro de piedra donde lo escrito es­crito debe quedar. 

Mis agradecimientos a Soledad Kingman por facilitarnos esta Posada de las Artes. A Alfredo Rúales que, con acierto, diseñó la portada, y a Víctor Jiménez que realizó un buen trabajo en el diseño de los textos. A mi hijo José Modesto que se encargó de la fotografía de la solapa con gran entu­siasmo. 

Mis reconocimientos especiales a mis queridos Alicia Ortega y Rodrigo Villacís Molina por sus generosos comentarios, por su critica, por el aliento que sus palabras me ' brindan. Sus opiniones y su amistad me comprometen a seguir adelante. 

Mi gratitud especial a Editorial Eskeletra, que lucha en un medio inhóspito por la literatura; a Ramiro Arias, cuya amistad he cultivado a través de los libros, por haber confiado en la obra, por su apertura. 

Gracias a mi mujer que tolera mis extravíos mentales y que hace de critica, de compañera, de faro. Ella ha creado, con su decisión y ternura, el ambiente necesario para que es­tos y otros textos se hayan tejido, sin presiones,, sin condicionamientos. 

Gracias a mi hijo y a mi hija por acompañarme, por creer en mí. 

Y gracias a mis tres primeros nietos que vivían fuera del país y no pudieron asistir a la presentación de la prime­ra edición, pero que esta noche están con nosotros como invi­tados especiales. 

Y, nuevamente, gracias a ustedes por su presencia. 


Junio de 1999