Palabras del autor

LA CASA DEL DESVÁN

Presentación en FLACSO

Junio 18, 2008


Únicamente unas breves palabras. No es noche de discursos. Es noche de diálogos, en los cuales ustedes pueden, por supuesto, intervenir. En realidad, un escritor dice a través de sus libros todo lo que puede decir, aunque a veces hablamos más de lo debido o peroramos sin término empujados por una cascadas de ideas fuera de control o espoleados por nuestras angustias. A veces pienso que debe lograrse la conquista del aislamiento y del silencio, aunque cueste. La certeza de la muerte, con el salto a la Nada, pudiera ayudar.

Gracias, en primer término a los presentes. Las expectativas y hasta la ilusión han sido desbordadas, debido a la generosidad, a la amistad y al cariño de cada una y cada uno de los asistentes. De corazón, y emocionadamente, gracias… Si la vida no tiene sentido sin los sueños, escribir no tiene sentido sin posibles lectores. Sin ustedes.

El lugar común es hablar sobre la soledad del escritor. Aunque en el acto de escribir no se debe pensar sino en escribir y en crear personajes y mundos, y en nada más, los libros están destinados para los otros. Hacerlo es, por tanto, un acto de amor, aunque debo confesar, siguiendo a Xavier Velasco, ese loco autor de la novela Diablo Guardián (una obra que, a pesar de su dureza, es capaz de producir resultados mágicos), que escribir y hacer trampas es la misma cosa. De modo que podemos hacer un pacto: cada uno de ustedes puede opinar con total libertad lo que se le ocurra, y yo, como escritor, me refugio en las trampas y repito mentiras. La verdad es que jamás me he sentido mal cuando recibo una crítica o un desacuerdo; y las alabanzas, si las hay, las tomo con sencillez. En ambos casos me siento agradecido de que me hayan leído. A una señora joven que me dijo en un club del libro que estuvo tentada de echar El Palacio del Diablo por la ventana (debido a sus contenidos), le pregunté si la había leído toda; me digo que sí y yo me levanté a darle un beso en la frente. En un país aislado, pequeño hacia fuera y, en mucho sentidos que no hemos aprendido a apreciar, hermoso y grande por dentro, con limitado número de lectores, escribir y publicar debe ser también un acto de humildad, a fin de no caer en la amargura o en la paranoia.

Gracias a Editorial Planeta y a su gerente general Osvaldo Obregón, mi buen amigo, quien confió desde un comienzo en la novela y, en cuanto se conoció que La Casa del Desván se encontraba seleccionada entre las diez finalistas del Premio Planeta-Casa de América 2008, en pocas semanas organizó con eficiencia y entusiasmo la edición, impresión, presentación y distribución de la obra.

Mi gratitud especial a Eduardo Villacís y María Mercedes Moreno, entrañables amigos, por la ilustración y el diseño gráfico de la carátula. No es usual una portada tan bien lograda, donde se encuentra la esencia misma de la obra. Se debe al talento creador de Eduardo, a su sensibilidad, pues él leyó toda la novela y habló dos horas conmigo para concebirla, al igual que María Mercedes, extraordinaria diseñadora y mujer de alma dulce, quien hace algunos años me dijo: “Oye, Modesto, algún día quiero diseñar un libro tuyo”. María Mercedes y Eduardo son marido y mujer, o mujer y marido, y en su casa todo es colores y sabores de aguas aromáticas.

Mi gratitud emocionada, aún antes de someterme a sus preguntas y cuestionamientos, a Gabriela Alemán, magnifica escritora de varias obras, con un doctorado de la Universidad de Tulane, amiga encontrada y siempre reencontrada a través de la palabra; a Andrea Ávila, comunicadora social, profesora universitaria y lingüista, amiga de charlas largas y profundas con tazas de café incluidas; a Omar Ospina, periodista, y de los mejores, de gran cultura, franco, directo y gran humanista, que aprendió su oficio de la misma vida, pues estudió Letras y Filosofía. Me siento orgulloso que hayan aceptado acompañarme esta noche.

Gracias a las amigas y amigos que han permanecido cerca mientras escribí La Casa del Desván, que conocieron la obra, que participaron de mis consultas y delirios, que me dieron sus opiniones, que se interesaron y preguntaron. Felizmente son pocas y pocos. No quiero nombrarlos. Aquí están presentes y cada uno sabe cuando los quiero y necesito. No tendría palabras para expresar lo que significan en estos últimos años las amistades encontradas gracias a la palabra y a la literatura, los afectos descubiertos, esa carga de humanidad y de sensibilidad encontradas, más allá de las generaciones, del género, de las formas de vida.

En cierto modo, cada obra me cambia, después de cada libro soy otro, pero esos libros han sido la oportunidad de esas nuevas amistades y de esos lazos maravillosos, llenos de sorpresas invalorables y aprendizajes. En todo caso, reafirman en mí lo único que hace que la vida valga la pena: el amor y la capacidad de crear. El verdadero amor, y la amistad también es una forma de amar, equivale a “dar puntadas sin hilo”, según una inolvidable frase de Gustavo Martín Garzo.

Mi cariño profundo a los más cercanos a mí, aunque no todos pudieron estar presentes. Algunos viven afuera. Lazos de sangre o de afinidad que no son, en suma, sino la oportunidad que nos da la vida, inclusive las casualidades, de afectos perdurables, ataduras de siempre y vínculos que se agradecen a la vida. Todos los míos saben que pueden contar siempre conmigo y conocen mi corazón, como conocen mis defectos y virtudes.

A la compañía Ferrero, siempre cercana a la cultura y a las manifestaciones artísticas, gracias también por su presencia en este acto.

Ahora me dirijo con amor a Rosi, mi mujer, la primera lectora, crítica y consejera, de quien únicamente diré que, en el largo trecho que caminamos juntos, ella no solamente es, sino que siempre está. Con eso lo he dicho todo. Es y está inclusive cuando necesito escribir, o leer en silencio, o pasearme por parajes imaginarios. A veces, cuando me interrumpe, yo, que vuelvo a mentir y hacer trampas, simulo impaciencia sabiendo que, en el fondo, no me gusta estar sin ella.  

Gracias.