Mujeres que leen

MUJERES QUE LEEN

Modesto Ponce Maldonado

Existen en Quito y en los valles casi treinta agrupaciones de Clubes del Libro. Otras funcionan en Guayaquil, en Cuenca, en Ambato. Al poder multiplicador de la literatura se suma la fuerza y la capacidad también generadora del espíritu y de la mente de la mujer. Porque si detrás del libro hay alguien que lo ha creado, las lectoras en sus reuniones llenas de sentido lo dan vida permanente que podría trascender al autor, pues un libro que nadie ha tocado está muerto y, al ser leído, se le otorga auténtica existencia, a más de que es recreado o vuelve a ser escrito a través de la interpretación y de las sensaciones estéticas, emotivas o intelectuales que provoca.

En estos grupos de señoras se respira un aire diferente. Se citan mensualmente. Participan. Discrepan y discuten. Los puntos de vista se suceden, las páginas danzan entre ellas, repartiéndose y volviendo a unirse. La dimensión profunda de la literatura se muestra de nuevo. A veces invitan a escritores y escritoras, quienes descubren matices inadvertidos o se sorprenden con otros descubrimientos. Una buena novela podría ser siempre una obra inacabada o por rehacerse.

Hace unos años, a causa de los contenidos de mi novela El Palacio del Diablo, una señora opinó que estuvo a punto de lanzarla por la ventana. Estaba en su derecho y no me molesté. Los libros deben defenderse solos. Le pregunté si la había acabado. Me respondió que sí. Yo le besé en la mejilla como respuesta.

Nadie podrá saber, en el misterioso y, a veces, insondable corazón femenino, a qué vuelos y a qué regiones pueden llevar un poema, un cuento, una novela, en un mundo como este en ocasiones repetitivo y lleno de elementos encontrados, de absurdos, durezas o hartazgos, un mundo también descompuesto, brutalmente desigual, que nos aplasta y nos quita esperanza. Joyce, en el Ulises, hace una maravillosa comparación entre la mujer y la luna. Se refiere a “la estimulación de luz, sus movimientos y su presencia; la admonición de sus cráteres, sus mares petrificados, su silencio; su esplendor cuando visible; su atracción cuando invisible.”

Pero aún así, no es suficiente. Con el comentario del libro que escogieron para leer, llega la charla, la charla de las mujeres, donde todas hablan al mismo tiempo y todas se entienden, algo imposible para nosotros los varones. Y en esas conversaciones, además de sus experiencias como lectoras, sale la vida, esa otra vida que tomaron de la literatura. Leer es también respirar, renacer permanentemente, aprender, enriquecerse, pensar mejor y, sobre todo, entender al ser humano, la sociedad y hasta la historia. Y, por cierto, con las lecturas, que abre todas las puertas, brotan, acaso inadvertidas, las propias vidas de cada mujer… Dice Saramago en Memorial del convento (y esto lo he repetido siempre cuando he sido invitado por los clubes): “Charla de mujeres, parece cosa de nada, eso piensan los hombres, pero no se dan cuenta de que esta conversación es lo que mantiene al mundo en su órbita, que si no se hablaran las mujeres unas con otras, ya habrían perdido los hombres el sentido de la casa y del planeta (…). Aparte de la conversación de las mujeres, son los sueños los que mantienen al mundo en su órbita”.

El protagonista del El lado oscuro del corazón, una película del argentino Subiela, cuyos diálogos se hicieron en parte con textos del inolvidable Benedetti, buscaba “una mujer que vuele”. Y así vuelan los Clubes de Libros de las mujeres que leen y aman la literatura.

Quito, diciembre 2009