Diario EL HERALDO

Diario El Heraldo, Ambato, 16 de octubre 1999

ARIEL


El libro de Ponce Maldonado brin­da varias emociones, pero la primera preocupación es por dónde empezar; se me ocurre que al citar su nombre se hace impostergable hablar, o mejor dicho, descubrir al autor, que es alguien a quien se atribuye una vocación "escondida" que un día ya no pudo mantenerse al margen de la luz, y ya en la madurez, se da a conocer como escritor, y escritor de oficio, pues llevaba años escribiendo quizá sólo para sí, mientras sus cuartillas permanecían bajo siete llaves. Pero se rompió el cerco de su individualidad y afloró la sorpresa: es un narrador con solvencia hecha y derecha, provisto de mucha propiedad y no menos versatilidad

La sorpresa también está en que años y años fue un empresario (hombre de es­critorio que de escribidor pasó a escri­tor). Siempre creí que determinados ámbitos mataban la sensibilidad -de "qÜRn B''lMga- yiftípfierse• •esperaffe**' que por allí salga una narrador tan vit¿í Esto quizá desmistifique aquella tenden­cia a creer que una actividad creativa co mo la literaria sea algo deslindada de la rutina, y más bien se puede concluir en que la creación puede, de pronto, saltar camuflada en cualquier recodo de los de­monios que habitan ai individuo. Y aquí va un chisme: Modesto Ponce, se dice, siempre fue un lector contumaz.

Por todo ello, mi curiosidad se adentó en el libro con mayor interés, para sa­ber en qué momento se detectaba si Modesto Ponce (quiteño, 60 años) debía seguir en la gerencia de compañías y abandonar su afán de referir historias para sa­ber en qué momento se detectaba si Modesto Ponce (quiteño, 60 años) debía seguir en la gerencia de compañías y abandonar su afán de referir historias. Al leer su primer cuento, Sara, se colige al instante que en el autor la vocación esté­tica existe a ultranza, que no hay lugar para la improvisación y menos al recurso forzado. 

Es un cuento de estructura cir­cular en cuanto se refiere al tiempo de narración, con el uso de un narrador tes­timonial que se vale de la metáfora para hipnotizar al lector: "adornadas con cor­tinas de colores cuyas flores se escapa­ron hace mucho tiempo, dejando atrás sus siluetas"; "color verde ligero que tiene el agua salada sobre la palma de la mano". También se plantean temas sem­piternos -como el amor, la solidaridad, los recuerdos-.

Este cuento encuentra lugar en algún puerto olvidado en la brumosa geografía europea del norte ¿Escocia, Dinamarca?.

Hay cuentos a manera de confesiones en los que entran en franca pugna senti­mientos opuestos, Son cuentos extrema­damente dolorosos como Tengo un compromiso a las doce, doloroso por­que la soledad en toda una desnuda di­mensión; es el caso de un arribista -el clásico arribista quiteño, que es la dege­ neración actual del legendario y auténtico chulla quinteño- en su más completo y redondo retrato. Se me antoja como una suerte de actualización o adaptación a los años noventa de El Chulla Romero y Flores de Icaza. ¿Qué tal?

Es que Modesto Ponce es un juglar del 2000, ni más ni menos. En él no se dará chance a la faifa del milenio, porque siempre parte de un manejo oportuno de planos narrativos que involucran person-sajas, tiempos, casos, temas, etc. Siempre sabe lo que dice. Hay versatilidad de ámbitos, es como si su creador fuera un alfiler de cabeza fosforescente, que colo­cado en un mapa mundi, salta de un sitio a otro y donde se incrusta hace que aflo­re una historia y se desparrame.

Los hombres sin rostro es un cuento cargado de crudeza. Muestra la brutali­dad como pan de cada día detrás de los muros policiales. ¿Por qué será que el cuento hace recordar el asesinato de los hermanos Restrepo?

Los finales de los cuentos son muy drásticos. Determinantes. (Siempre pen­sé que ese era el éxito del cuento. Si, pe­ro también tiene que estar bien escrito, y éstos lo están).

En el cuento Hay un bosque espeso hacia el Oeste se transita por los cami­nos de la generación de los años treinta -por temática, por personajes-, al leerlo es como leer a Demetrio Aguilera Malta, al menos ese sabor se me presentó al de­gustarlo

El amor, por supuesto, se constituye en tema recurrente, sus víctimas y perso­najes se exorcizan con recuerdos, prome­sas, golpes de pecho y sentencias.

También tus arcillas es un libro con los cuentos de los noventa, llenos de re­ferentes como tarjetas de crédito, fax y almuerzos de negocios, que no erosionan la narrativa sino que le dan cabida en su propio espacio. Lo afirmé: la rutina no es exluyendo de la buena narrativa. No tiene porque serlo.