POSO WELLS de Gabriela Alemán

Poso Wells de Gabriela Alemán

POSO WELLS, DE GABRIELA ALEMÁN, O LA BÚSQUEDA DE NUEVOS SIGNIFICADOS

Modesto Ponce Maldonado

He seguido de cerca la trayectoria y los caminos —los llamaré así, cuando no las habitaciones cerradas, las calles perdidas o los túneles húmedos— de Gabriela Alemán en su peregrinaje estético. Es escritora, viajera y conocedora de países y ciudades (nació en Río de Janeiro, y hace algunos años, con un grupo de cien escritores jóvenes, tuvo una encerrona con quince grandes, entre los cuales estuvo Saramago, Amado, Roa Bastos), con un PHD en teoría y crítica de cine, profesora universitaria, ensayista, escogida recientemente, con motivo de la Feria del Libro en Bogotá, como uno de los 39 autores latinoamericanos menores de 39 años más importantes. Estudió filosofía en Paraguay. Está presente con frecuencia en los diferentes medios con su palabra, sus opiniones y su imagen llena de una melancólica alegría y de una mirada que refleja o se sumerge en profundidades. En Gabriela Alemán hay autenticidad personal y autenticidad estética.

Tengo presentes sus primeros libros de cuentos: Maldito corazón (El Conejo, 1996) y Zoom (Eskeletra, 1997). Este último tenía originalmente un título fascinante que Gabriela lo cambio, y que yo, insistente, siempre le pido que lo use en alguna obra nueva. En la contratapa de Maldito corazón se lee que “estos cuentos están escritos sobre el débil trazo que separa el amor del espanto”. Los dos grandes temas son el cuerpo y el amor. En un comentario que escribí sobre esa obra añadí: “Sobre la leve frontera que separa lo tangible de lo imaginario (…) e inclusive más allá de los límites de la realidad y la pesadilla”. Opiné que “se da una inversión de los planos: el sueño ocupa el lugar de la realidad y la realidad pasa a ser categoría simplemente soñada. (…) Los ambientes son cerrados: cuartos, camas, locales cercados por cuatro paredes, y sobre todo cuerpos”.

En Zoom, que fue escrito día tras día en un café, en la verdadera soledad de un centro comercial con cientos de visitantes, pensé en esos mismos cuerpos, pero disfrazados, pensé en máscaras, porque además de los cuerpos parecen estar las almas. Pensé en disfraces y, por tanto, en cuerpos más solos. El disfraz oculta, protege, disimula, evade, engaña sin querer engañar. ¿Los disfraces son las verdaderas almas? Persona es igual a máscara. También descubrí la sensualidad, el erotismo, también camuflados pero llenándolo todo, invadiendo los espacios que se repiten y vuelven a sus lugares cercados por cuatro paredes cómplices. Ocultos, no huimos de nosotros mismos, porque podemos mirarnos desnudos antes los espejos y podemos dormir desnudos. No ocultamos de los demás. Tenemos miedo.

En Fuga permanente (Euterpe editores, 2001), impreso en Paraguay, la autora se renueva y busca otros personajes y escenarios, diferentes entre sí. Los textos carecen de ciertas ligaduras comunes de los relatos anteriores. Hay espacios y distancias entre ellos. Aire, en suma. Gabriela Alemán se abre y abre también ciertas puertas para salir a la calle, a los bares, busca el diálogo de las vecinas de barrio, las preocupaciones cotidianas de la gente, sus angustias, los amores tras las biombos que a veces colocan las circunstancias, los recuerdos de los viejos, la filmación de una telenovela. En uno de los cuentos juega consigo misma y lo comenta con el lector al escribir que en ese texto no hay narrador omnisciente, que es la autora la que habla. En otro juega con el diálogo y obliga al lector a bucear y descubrir el verdadero diálogo, el no escrito. No están ausentes las referencias literarias y filosóficas. Mis preferidos son los dos últimos: Todos dudamos al amanecer y Hablar,escribir, recordar. En este libro Gabriela Alemán mantiene una de sus principales y más valiosas características: la capacidad de sugerir, a veces casi como un desafío el lector, de entregar puntas de ovillos o señales o de inventar atmósferas de misterio y extrañeza.

Viene luego Body Time (2003), su primera novela, ubicada en New Orleans. El proceso de apertura de la escritora continúa, ya con oficio, con trayectoria, hacia una ciudad —sin duda entrañable para ella—, donde vivió cinco años, y hacia sus calles y recovecos. En las últimas páginas de esta obra Gabriela escribe: “La escritura crea la realidad (…). Porque las palabras eran como gotas de lluvia, que no sé pueden parar y aún, al tratar de esquivarlas, caen con su grave frescura, dejando sentir su peso, el peso de lo que está fuera de nuestro control”. Sin pretenderlo, acaso sin saberlo siquiera, Gabriela Alemán nos señala los parámetros de sus textos: espontaneidad, fidelidad a la ruta determinada por la sensibilidad, el subconsciente, el instinto y la vida... Porque lo demás se llama trabajo, constancia, dedicación. Body Time es una novela que toma como pretexto un congreso de literatura para adentrarse, con una estructura no lineal, en una historia negra, llena de sitios a media luz, bares, prostíbulos, lugares de la noche, sexo, placeres extremos, drogas, una muerte extraña que abre la primera página… Historia, sobre todo, sobre lo indecible, donde se mira “a través de lo aparente”, a través de la sugerencia, que es otra de las características más sobresalientes de la prosa de la autora.

Y ahora, tenemos Poso Wells (Eskeletra, 2007) —el título de entrada es un juego de palabras y significados—, su segunda novela. Para escribir hay que contagiarse de vida, y contagiarse sin cura posible. Pero la mejor forma de padecer esta dulce e incurable enfermedad comienza con el recorrido por los vericuetos del corazón humano y por los fantasmas de su cerebro. Y ese es el camino que ha escogido Gabriela Alemán. Poso Wells es un salto hacia afuera que va más allá de las habitaciones cerradas de sus cuentos y las calles y lugares innombrables de “una ciudad debajo de la ciudad”, para convertirse en una alegoría social y política de nuestro medio. La ciudad “no aparece en ningún mapa” se comienza leyendo en las primeras páginas, pero todos sabemos que es nuestra cotidianidad: lodazales, barriadas inmundas, zonas periféricas abandonadas a su suerte, infiernos humanos tras hileras inacabables de paredes de caña, casas miserables levantabas sobre pilotes, “rellenos sanitarios” en épocas preeleccionarias o explanadas rescatadas a las inundaciones sobre los cuales los candidatos llegan desde los cielos, en helicóptero, para prometer las buenas nuevas. Un periodista que indaga sobre desapariciones. Un poeta que trata de escribir un libro de citas. Una mujer con una cicatriz en el rostro. Un túnel frío, lleno de ratas y perros hambrientos, donde suelen parar los secuestrados y los desaparecidos, los “hombres ciegos” encargados de las tareas más sucias, que nunca han visto ni hablarán. Y, sin que sea necesario describirla, la evidencia de que hay también otra ciudad, arriba, excesivamente alta, la de oropel, con los magnates de la exportación y de las financieras, de los políticos que prometen un viraje de 360 grados (para “quedar en el mismo lugar”) o dar pasos hacia adelante (“para caer todos al precipicio”), la del edificio inteligente que albergaban en los últimos pisos a las oficinas de los capos, ahora “pelucones”, y que “mantenía una temperatura ideal, purificaba el aire con emisiones constantes de ozono que circulaban por el sistema de ventilación (…), proyectaba estadísticas y cuadros de evolución de ventas en el aire con un sofisticado programa que daba forma tridimensional a las abstracciones” u hologramas del cuerpo femenino en diferentes posturas, capos a cuyas órdenes estaban el obispo, los magistrados de las cortes y los diputados, los medios de comunicación que eran de su propiedad, el mismo Dios que decide quien será el presidente de la nación: “Seré elegido por la gracia divina porque (…) Dios habla a través de mí”.

Y, en el altiplano, hay otra ciudad, donde se completaban los tentáculos del poder: la sede del gobierno central, los ministerios donde las transnacionales deciden su buena fortuna que va de la mano de la mala del país, y, en la cúspide, sentado en el Palacio Nacional, la peor mezcla que puede darse: la de empresario-presidente, la de político-hombre de negocios. Lo ha demostrado la historia hasta el cansancio, porque los verdaderos líderes no saben de balances ni conocen las reglas del marketing. Ese es el mal de la época: el secreto del desarrollo está en la proliferación de los “buenos negocios”, reflejo del miope criterio que sostiene que el bien general es la suma de los bienes particulares: si yo estoy bien los demás podrían estarlo también. La novela no deja de referirse a como los hilos de ese poder —a veces dorados, a veces de oro— manejan organismos colegiados, magistrados, jueces, legisladores, fiscales, militares, periodistas, funcionarios, obispos. La propiedad de los “medios”, intocados gozadores a perpetuidad de la libertad de expresión, pertenecen a los mismos. Manejan también a la justicia: “la justicia es bella y simétrica. Es sabia y cruel”. La Iglesia es fiel devota de los de arriba: plata en mano, rodilla en tierra. Prostitutas y gerentes tienen la misma “lectura de cabecera: Cómo llegar al éxito de Dale Carnegie”, todos bebedores de Chivas Regal.

Y, a más de la ciudad tropical y la ciudad serrana, ambas metropolitanas y centralistas, aparece, sin ser anunciado y de improviso, en el Capítulo Tres, el "Bosque Nublado”, donde una compañía usamericana —la EagleCopper Corporation— se apropia de miles de hectáreas en el norte del país, en Intag, para iniciar las labores de explotación de una colosal riqueza minera. Acaso la autora quiso, de esta manera, relievar de qué manera se manejan los recursos naturales por parte de inversionistas amparados por “el poder” que todo lo domina. Acaso quiso también, sin decirlo, expresar que la naturaleza, con su belleza y su generosidad, sea una posible fuente de salvación, que comience con hacernos diferentes, cuando las hidras todopoderosas hayan sido exterminadas.

Poso Wells es una novela política. Gabriela Alemán, repetimos, tiene el don de la sugestión y de la ironía. El talento de la sutileza, en el sentido de que no dice todo lo que desea expresar. Los lenguajes y los significados, las imágenes y los símbolos están detrás del texto. Lo que desea decirnos es más de lo que escribe, más aún, nos atreveríamos a sostener, que lo que quiere comunicarnos no está escrito, y por supuesto que no hace falta que esté. Gabriela declaró a una revista que la obra es una “especie de farsa satírica en donde no sabes cuál es el límite entre la verdad y la ficción”.

Su evolución como escritora demuestra versatilidad, capacidad de adaptación. La estructura de la novela es, a veces, extraña. Son cuadros rápidos que se superponen, uno detrás de otro. Una sucesión de flash. Giros a uno y otro lado. Modificaciones de estilos (una crónica de prensa, un poema), cambios de ambientes y escenarios, sobre todo de tipos de personajes que se mueven orquestados y dirigidos por manos, inclusive desde la primera página en la cual un matón a sueldo, cansado de más muertes, tira una moneda al aire y decide seguir a una peregrinación religiosa porque “dicen que si se hace todo el camino, se cumplen los deseos”, justamente, como cuenta la novela, por “el camino de Jerico”, donde todo puede suceder en el trayecto.

Quito, enero 2008.