Carta de un informal. N. 142, diciembre 1995.

Sí, yo sé que estás allí, nunca solo, sino repetido y multiplicado, lejano e indiferente a las estadísticas que no alcanzan a contarte; o rozándote, en tu diario vagabundear por las calles, con los mismos economistas para quienes eres una variable que estorba y que aún su ciencia no alcanza a explicar o resolver; quizá ofreciendo tu mercadería por la ventana del automóvil a las señoras devotas que van a sus dos horas semanales de "caridades" o de "Guardianas de la Fe", o a sus tres horas diarias de té canasta, mientras piensan: ¿cómo es posible que nadie haga nada por esa gentuza peligrosa y ociosa?

¡Cómo no voy a saberlo!, si estás en todas partes, si eres cientos y miles; si, a veces no puede caminar por las aceras porque tú me lo impides, y me molesta y me harta que me ofrezcan un reloj enchapado en oro, barato, únicamente porque a ti el tiempo no te preocupa, ni el pasado, ni el futuro, sólo el día de hoy, y qué comerás tú, tus padres viejos, tu mujer, tus hijos. O una linterna para tratar de alumbrar la lobreguez de un país casi perdido, las sombras de casas, la oscuridad de gobernantes y gobernados, y que nunca podrá dar algo de luz a tu vida. Caramelos y golosinas "americanos" (porque el resto no es "América"), los que nunca tuviste de pequeño y desconoces su sabor. Guardasoles para los parabrisas de los vehículos que nos servirán también para taparnos la cara de vergüenza, de pena, por tener las autoridades que tenemos, y ser como somos o hemos llegado a ser. Gafas de sol que nos impedirán mirar realmente cómo estamos, cómo está la gente, y que nos evitará enterarnos de nuestra situación, color de hormiga. Radios estéreos para nuestros vehículos para enterarnos de los milagros de la macroeconomía y de las maravillas del mercado ampliado.

¡Cómo no voy a saberlo!, si creces cada día más; si antes te veía en ciertas esquinas, y hoy te has tomado calles, avenidas y parterres, parques y lugares de estacionamiento. ¿Qué dirán los turistas de la "cara de Dios"? ¿Qué dirán del Quito Metropolitano, "una ciudad para vivir"? Se te encuentra a la salida de las iglesias, de espaldas a Dios, porque poco te importa él, ni te interesa: prefieres dar la cara al posible cliente, sonreírle, atento: practicas el marketing, como cualquier comerciante honrado, como cualquier candidato a presidente. Te agolpas en los semáforos. Ofreces jabones de tocador que no limpiarán la boca de los diputados ni de los magistrados mentirosos. Desodorantes ambientales que serán impotentes ante el mal olor, olor a corrupción y a muerte que el paisito va acumulando. Álbumes de fotografías, para que nos consolemos de cuando nuestros hijos eran chicos,ya que no sabremos que futuro les espera. Jaulas para encerrar a pájaros cantores: nuestras cárceles están llenas de infelices que vendieron unos gramos de cocaína por hambre o que robaron para comer; las aves negras, las aves de altura —y de rapiña también— se protegen entre ellas... o vuelan. Te recomiendo que vendas estampas y revistas porno: en esta época librecambista hay que atender a las necesidades del consumidor, aunque corres el peligro de que te decomisen la mercadería las mismas autoridades que permiten a los "power rangers" y a los "rambos" en la televisión, y toleran que se convenza a los hijos que ellos, sus hermanas, sus padres, tíos y abuelos son tan imbéciles como el "Chavo" y su comparsa.

¿Qué pensarás, informal, cuando veas a un gran señor pasar con un cigarro en la boca manejando un automóvil cuyo costo excede a lo que muchos de ustedes, juntos, recaudan en un año? ¿Qué pensamientos cruzarán tu mente, que ideas podrás incubar, —marginal, peligroso, revolucionario en ciernes, delincuente en potencia? ¿Recordarías tu infancia sin padre? ¿Tu carrera de expósito sin destino? ¿Las palizas que recibiste?

¿Tus días, en compañía de tu madre, pidiendo limosna de un lado a otro? ¿Tus noches, congelado, ante las vitrinas iluminadas o ante un restaurante de hamburguesas? ¿La falta de escuela, porque simplemente no había plata con tantos hermanos y a ningún gobierno se le ocurrió repartir preservativos como un programa prioritario?

A veces pienso que harás —comerciante ambulante, triste vendedor de aceras, mercader callejero— cuando todos los sitios posibles estén ocupados, cuando te hayas reproducido en tal forma que la oferta supere a la demanda. ¿Pondrás un taller para fabricar ilusiones? Te llovería la clientela, pero todos desearían crédito a dos, cinco, diez años. ¿Una pequeña fábrica de ataúdes para enterrar las promesas de los políticos? ¿Un humilde expendio de esperanzas enlatadas, made in Ecuador? Fundarás una nueva religión para ofrecer la felicidad en la otra vida?

Y también medito que tu recorrer de aquí para allá, tu ir y venir por aquello tan repetido, tan verdad a medias, que se hace camino al andar, te libere acaso de ir a la deriva, de transitar haciendo equilibrios al borde del desfiladero, y encuentres —si el país encuentra también, por supuesto— una avenida abierta hacia la esperanza, un recorrido para el sosiego, un sueño limpio en días mejores, quizá —¿será pecar de optimista?— un lugar bajo el sol directo de la mitad del mundo, donde, en alguna forma, comencemos a aprender nuevamente las palabras cuyo significado hemos olvidado.