Trole, autopista y obra pública

Modesto Ponce Maldonado

A más de los factores financieros y técnicos, existen por lo menos tres pautas orientadoras, elementales en la planificación de una obra pública. Tres conceptos de tipo "social" -mala palabra para el léxico neoliberal- que deben ser analizados y sopesados con un sentido global de las carencias o necesidades de la gente. El primero, que la obra convenga a la mayoría (el famoso "bien común", que no es la suma de los bienes particulares). El segundo, que sea el resultado de un ordenamiento de prioridades. El tercero, que responda a un criterio de que somos (o deberíamos ser) un sólo país.

A veces hacemos exactamente lo contrario. Los pueblos y las ciudades pequeñas suspiran por "entrada" de doble vía (si no paso a desnivel), coliseo cerrado e iglesia (mientras más grande, mejor). Poco importa que falten centros de salud, escuelas, letrinas, policías, canchas deportivas. Las ciudades grandes se vanaglorian de sus respectivos mastodontes blancos. "Hacer obra" es la consigna. "Inaugurar" es la tarea más importante. Somos desproporcionados y vanidosos. Los caciques de pueblo, de ciudad, de provincia resuelven lo suyo a su antojo. Los diputados -qué vergüenza- reparten los millones que les asignan. Nadie piensa en los "demás", en la mayoría, en lo que realmente requiere la gente. El término "otros" ha desaparecido de nuestro lenguaje. Deberíamos parcelar el país en doce millones de pequeñas repúblicas.

Se aboga -con razón- por la descentralización administrativa, pero nadie dice que la planificación debe ser, en alguna forma, "nacional". Hay campesinos que carecen de crédito o no pueden sacar sus productos mientras las grandes ciudades tienen a veces obras sobredimensionadas. Habrá que insistir siempre en las prioridades y en la necesidad de utilizar correctamente los escasos recursos. Un padre de familia no compra un televisor más grande si sus hijos carecen de medicinas o ropa. Necesitamos primero estadistas, luego administradores.

Me gusta el trole. Pero me siento mal (no como conductor sino como un simple ser humano, que es diferente) en la autopista a Los Chillos: me parece que me toman el pelo. El trole es el comienzo de solución a un problema-calvario que tiene costos sociales y económicos inimaginables. Si se mantienen criterios adecuados en el futuro, el nuevo sistema tendrá, en corto tiempo, que atacar al transporte individual (sobran las razones de ahorro de petróleo, ecológicas, etc.) y fomentar -para los de poncho, chompa y saco- el transporte masivo. Esta debe ser la propuesta de los choferes y no la puja por las rutas. Por su capacidad impresionante de generalización, por la enorme utilidad que presta y por las satisfacciones que ofrece, el invento del automóvil será -como el de la rueda a su tiempo- difícilmente igualado. Pero, en esta era urbanística, las cosas deben ser diferentes, y tendrán que cambiar si no queremos volvernos neuróticos o locos a causa de los embotellamientos (recuerdo el viejo relato de W. Fernández Flores, "El hombre que compró un automóvil").

La autopista, en cambio, es simplemente "linda", extraordinariamente bien hecha, una perfecta obra-show, salvo que se cometió una pequeña equivocación: se la mejoró de ancho, cuando debía ser de largo, de modo que no termine en San Rafael sino que empalme con la vía que va a Tambillo. La autopista posiblemente sea, si medimos la capacidad de compra de la gente, una de las más caras del planeta. Con seguridad la más corta, un hermoso monumento a la desproporción. Son apenas diez kilómetros que nos llevan por un paraíso transitorio (Miami o Los Angeles) y nos permite ser felices y tener hermosos sueños -hasta en rubias acompañantes- por pocos minutos. Se dispone de pasos peatonales que nadie los usa porque la gente simplemente no está educada para eso. Seguro de accidentes de tránsito en un país que tiene uno de los récords de muertes en calles y carreteras. Teléfonos repartidos con gran exactitud en un país en que la mayoría carecen del servicio, y el que existe no es satisfactorio. Ambulancia permanente, mientras demasiados, si no han muerto de desnutrición o de parasitosis en la infancia, no tiene atención médica oportuna. La autopista es un breve cielo "Made in USA" que termina en un infierno: un embudo, lleno de vendedores ambulantes y con un semáforo viejo en un cruce incómodo y lleno de baches. En superarlo se emplea, en los fines de semana y si no se toma un atajo, igual tiempo del utilizado en la veloz travesía a ocho carriles. La autopista no reducirá los accidentes; posiblemente los aumente. A cambio de todo esto, hemos ahorrado dos minutos. (Bravo!: "Time is money". )Cuándo aprenderemos que quien levanta un palacio no construirá diez mil viviendas baratas, que quien construye una autopista de diez kilómetros no cruzará el país de vías de iguales características? Una cadena de supermercados no soluciona el problema del hambre. El hecho de contar con los mejores hospitales privados no solventa las limitaciones de la seguridad social. La universidad más lujosa, por buena que sea, no remedia los males de la educación superior. Las más elegantes y costosas edificaciones de las entidades culturales tampoco conllevan un mejoramiento en nuestra identidad como país. Solamente en Pichincha, )cuántos caminos vecinales faltan y cúantos están en mal estado? El Tingo tiene serias deficiencias en los servicios de agua potable y alcantarillado. Lo ha denunciado la prensa hace poco.

Y, para colmo, el toque de mal gusto. El Consejo Provincial pinta de amarillo y rojo los postes de la autopista. El Municipio Metropolitano de azul y rojo los de la nueva oriental. Habría que despintarlos. De todos modos, felicitaciones a quienes corresponde por la vía Calacalí-La Independencia (debe incluir peaje) y por la nueva oriental.

(II-96)