Padura: las huellas del asesino de Trotsky

PADURA: LAS HUELLAS DEL ASESINO DE TROTSKI

Modesto Ponce Maldonado

Había conocido a Leonardo Padura (La Habana, 1955) por su célebre Adios, Hemingway (Tusquets, 2006). Ha sido periodista y ha escrito magníficas novelas policiales. A pesar de que España le concedió la nacionalidad, no solamente vive en Cuba, sino que critica al sistema —“desde adentro” ha dicho— sin dejar de ser socialista. Hace poco le concedieron el Premio Nacional de Literatura. Sostiene que no podría escribir fuera de su país.

Padura ha escrito una de las mejores novelas de la época: El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009, 761 págs.). Cuenta con diez ediciones internacionales y ha sido galardonado con el Premio de la Crítica 2011.

Reconocida como una de las mejores obras de investigación histórica, la novela rastrea, entre los datos que quedaron, el intrincado y apasionante proceso que culminó con el asesinato de Trostski en 1940, ejecutado por el doble agente Ramón Mercader. La obra, a más de los hechos conocidos del interminable peregrinaje del revolucionario por varios países, huyendo de los agentes de Stalin, hasta al fin radicarse en México, indaga, supone e inventa con gran verosimilitud la asombrosa trayectoria del asesino y la diabólica trama planificada, debido a las extraordinarias medidas de seguridad. ¿Qué narra la novela? Pues, hay que leerla. Cómo cuenta es lo que interesa.

Cautivan la estructura y la técnica de este asombroso libro. Iván, un personaje “autor” de la novela, la escribe a través del relato que supuestamente dejó Mercader (que es, igual que Trostky, un hombre que amaba a los perros). Iván, antes de morir, entrega el manuscrito a un amigo que decide (¿fue realmente su deseo secreto y último?) no publicarla y prefiere sellar el manuscrito y enterrarlo junto a los restos de Iván, quien, quizá en otra galaxia (última página), sepa que debe hacerse con la historia: “Quizás a un planeta donde todavía importen las verdades. O a una estrella donde tal vez no haya razones para sufrir temores y hasta podamos alegrarnos por sentir compasión”. Otra galaxia que equivale a afirmar que solamente el tiempo, la memoria y el oficio del arte de la literatura, permiten escribir y contar ciertas cosas. Otro universo que va más allá de la historia, donde la novela nos dirá siempre la “verdad de las mentiras” y la mentiras de las verdades. ¿Otro mundo diferente a este donde valga la pena vivir? ¿El sueño imposible, la utopía? En la “Nota muy agradecida” que aparece al final dice Padura: “Esta novela quizás comenzó a escribirse en el mes de octubre de 1989, mientras, sin que mucha gente aún lo sospechara, el Muro de Berlín se inclinaba peligrosamente…”. La muerte de Iván, con el atado de sus escritos junto a su cadáver sepultado, es un símbolo del enterramiento de un sistema. De la dimensión de la novela y de las innumerables personas y fuentes consultadas da cuenta esta Nota.

Así las cosas —un atado de papeles junto a un cuerpo en descomposición—, viene entonces Leonardo Padura, el autor de carne y hueso que vive en un barrio que ama dentro de una ciudad que también ama, a relatarnos lo que únicamente él, con la marca personal e indelegable de su estilo, pudo hacerlo. Y, cuando apenas se superan las cien primeras páginas, se encuentran unas irónicas palabras que Padura pone en boca de ese Iván: este dice que se escribe, como se pensaba, “para cimentar el ascenso hacia la gloria artística y la utilidad social”, cuando la literatura “más bien parecía una cabrona escalera y no el oficio para masoquistas infelices que en realidad es”.

Largos los tiempos y vastos los espacios. No son únicamente los sucesos, las motivaciones, las maquinaciones, las trampas y la interminable y tenaz lucha de Leon Trostky contra la persecución. Se incluyen todas las complejidades, las ramificaciones, los intereses de Estado, las disputas por el poder, los juegos malvados de los totalitarismo, el mismo nuevo orden del mundo que comenzó en l917 con la revolución comunista, con la creación del nazismo, con la guerra civil española, con la insurgencia incontenible de los Estados Unidos, con un México que también había pasado por la revolución y mantenía ciertos signos de independencia y soberanía. La organización de la obra es sorprendente. La primera parte se inicia en 2004 en La Habana, 64 años luego del asesinato, pero en una página previa se reproduce un comunicado de la agencia TASS, de 22 de agosto de 1940: la muerte de Trostky en un hospital de México con el cráneo destrozado. La tercera parte sucede en Moscú, en 1968.

La novela no olvida la invectiva contra la historia. En la página 714 se lee: “Por eso es mejor tener amordazada a la conflictiva historia”. A Padura solamente hay que leerlo.

(Julio, 2013)