Opus Dei: análisis del libro "Camino" (1996, 2002)

El siguiente artículo fue publicado originalmente en la revista Con/Texto (Quito), en julio de 1996, bajo el título Opus Dei, la Santa Mafia. Sin alterar su sentido, se han realizado algunos cambios y actualizaciones y se han añadido aspectos que no fueron incluidos debido a limitaciones de espacio de la publicación.

“La diferencia entre el fariseo y el santo es

sobre todo ésta: el fariseo es amplio consi-

go mismo y estrecho con los demás; quiere o-

bligar a todo el mundo ir al cielo”.

Obispo Helder Cámara

“...porque la única verdad consiste en a-

aprender a liberarnos de la insana pasión

por la verdad”.

Humberto Eco. El hombre de la rosa

José María Escrivá de Balaguer, fundador de la Opus Dei, escribió en 1939 el libro CAMINO. Para unos, el manual del perfecto católico, un “Kempis de los tiempos modernos”. Para otros, una obra en la cual “la alienación religiosa ha encontrado uno de sus más terribles alambiques.” Escrivá fue beatificado en 1992 y ha sido santificado en octubre 6 de 2002 por Juan Pablo II. Pocos saben que fue también el Marqués de Peralta, gracias a un título que compró en 1968. Pocos saben que su nombre (José María) él lo convirtió en Josemaría (suena más distinguido), que el apellido Escriba (palabra grave con “b”) lo convirtió en Escrivá (aguda) y añadió el “de” antes de Balaguer.

Es conocido que la Opus Dei es una organización de inmenso poder religioso, político y económico, acrecentado a niveles inimaginables gracias al apoyo de Juan Pablo II. Basta el ejemplo de lo sucede en el Ecuador con las principales dignidades eclesiásticas y a altísimos niveles gubernamentales y empresariales, sobre todo en la ciudad de Guayaquil; o lo que ocurre en Lima con el cardenal Cipriani, intemperante, amigo de Fujimori y muy poco inclinado a la defensa de los derechos humanos.

Además de grandes defensores, la Opus tiene duros detractores, inclusive dentro de la Iglesia. Se autodenomina la “Obra de Dios”, mientras otros la consideran la “Santa Mafia” o la “Mafia Blanca”. Hay quienes ven en la organización un camino de perfección y salvación eterna, y existen quienes, inclusive católicos practicantes y convencidos, que piensan que es un grupo de control ideológico y de represión en lo individual, con enormes poderes e intereses y una organización cerrada y autoritaria. Ha sido vista como “la más fuerte acumulación integrista de poder en la Iglesia (...) el integrismo se esfuerza en comenzar a asegurar el poder político y social de la iglesia por todos los medios, visibles y ocultos, públicos y secretos”, según el teólogo Hans Urs von Balthasar. Al sacerdote ecuatoriano Agustín Bravo (de quien se ha tomado la referencia anterior) le parece que “la Iglesia tiene miedo al Evangelio” y que “se está dejando afectar por el peligroso síndrome del Opus Dei”. Alejandro Moreano opina que esta organización “se convirtió en una suerte de variante católica de la ética protestante (...) para legitimar las prácticas de las elites dirigentes de la banca, la industria, el Estado...”.

Unos piensan que Escrivá fue un santo; otros, un sicópata. Es muy recomendable leer sobre el tema las obras La prodigiosa aventura del Opus Dei, Génesis y desarrollo de la Santa Mafia, de Jesús Ynfante (Editorial Ruedo Ibérico, París 1970); Historia oral del Opus Dei de Alberto Moncada (Edit. Plaza Janes); Tras el umbral, una vida en el Opus, de M. Del Carmen Tapia; El Opus Dei de María Angustias Moreno (Edit. Libertarios, Madrid); La chapuza del diablo de C. Albas (Edit. Planeta, Barcelona); Vida y milagros de Escrivá de Balaguer de Luis Carandell; Los hijos del padre... [En algunos libros que se han escrito sobre la gestión pontifical de Juan Pablo II se pueden encontrar algunos datos interesantes sobre esta organización. El jesuita Pedro Miguel Lamet ha escrito La rebelión de los teólogos y Hombre y Papa, Tad Szule El Papa Juan Pablo II, y el periodista español Juan Arias El enigma de Wojtyla y Un Dios para el Papa. Existe un libro bastante comentado, muy favorable a la institución: Opus Dei, una investigación, de Vittorio Messori, quien, más que un “investigador”, es un periodista confidente del Papa, hasta tal punto que él escribió Cruzando el umbral de la esperanza, basado en varias entrevistas con Juan Pablo II.]

El propósito del presente comentario tiene por objeto examinar algunos textos, términos, giros y frases del librito CAMINO, del cual se han vendido, según dicen los mismos interesados, alrededor de cuatro millones de ejemplares traducidos a 40 idiomas. La primera edición, financiada por gente de dinero, fue lujosísima. De este análisis se han obtenido deducciones y aproximaciones que merecen ser consideradas. Tómese en cuenta que los términos usados, las frases y los textos son del autor de CAMINO. De nadie más.

Así como el “sujeto” de la psicología es el individuo y de la sociología la sociedad, los “sujetos” de la semiótica son los signos y sus significados, y de la semántica las palabras y su sentido. La semántica general habla, por ejemplo, de analogías, asociaciones, desplazamientos, interrelaciones, significantes y significados, etcétera, dentro de un proceso evolutivo, eminentemente social. Se ha escrito que “toda palabra está ligada a su contexto” y que existe “interdependencia de nuestros conceptos y de nuestras palabras”. Es obvio que la semántica no sólo puede ser analizada dentro de los procesos linguísticos como tales. Es posible también considerarla como discurso o expresión de una persona determinada o de un grupo específico. En 1967, en Madrid, un grupo de investigadores utilizó CAMINO como uno de los textos apropiados para este tipo de investigaciones, aunque desconocemos sus conclusiones. Las palabras no son cosas: son un medio que sirve para comunicarnos y, por tanto, en el caso de las personas, están cargadas de lo que somos, pensamos o sentimos. “De la abundancia del corazón habla la boca”, se dice. “Por la boca muere el pez” también se repite... No existirían, pues, palabras “inocentes”, y tampoco las palabras de estas cuartillas lo son...

Por otro lado, el análisis de un texto es, sobre todo, un “análisis de contenido”, “cualitativo”, en el cual son importantes los contextos, las repeticiones, lo implícito, lo referencial, lo frecuencial (Revista CHASQUI-CIESPAL, julio-septiembre, 1989). Todo mensaje tiene una “intención”, explícita e implícita, y además una “estrategia de fondo” (Daniel Prieto, ANALISIS DE MENSAJES-CIESPAL). Sería tarea de un especialista efectuar sobre CAMINO un trabajo completo de esta naturaleza.

Los seguidores de Escrivá le consideran realmente un enviado directo de Dios: “La misión que Dios le había confiado” es una expresión que aparece en la presentación del libro. El mismo Escrivá ha asegurado haber recibido la inspiración divina. El autor, antes de empezar las cabalísticas 999 máximas de CAMINO, afirma que “estas confidencias las escucha Dios”. Un conteo por muestreo lleva a la conclusión que CAMINO usa —¿en vano?— alrededor de 700 veces el nombre de “Dios” o su equivalente. No obstante, cuando fue beatificado primero, y hoy santificado por el ultraconservador Juan Pablo II, al parecer las cosas no fueron tan santas. Al padre Damián, que murió leproso en 1889 después de una vida consagrada a estos enfermos, se demoraron noventa y cinco años en beatificarlo y aún no lo santifican. A Ignacio de Loyola lo santificaron en 1626, setenta años después de su muerte. Es sabido que, por motivos puramente políticos y de imagen (en su juventud Wojtyla fue un gran aficionado a las representaciones teatrales), el actual Papa ha repartido beatificaciones y santificaciones como pan caliente. La revista CAMBIO 16 señaló que en el caso de Escrivá se alteraron muchos procedimientos e inclusive se dieron cuestionamientos dentro de la misma Iglesia Católica. La nómina de la mayoría de los “favores” y “milagros” atribuidos al santo Escrivá son inclusive ridículos y merecen poca credibilidad. Existen pequeños folletos con interminables listados de los “prodigios”. Para santificarlo se tomaron en consideración únicamente los argumentos “positivos”. Un verdadero fraude jurídico, que es frecuente en la Iglesia Católica (otro es la anulación de matrimonios católicos, por ejemplo el de Carolina de Mónaco, entre tantos otros, una forma hipócrita de divorcio eclesiástico).

Del libro CAMINO se ha opinado (Jesús Ynfante) que está lleno de “locuciones fijas y estereotipadas”, propias de una ideología dominante. “Su valor retórico o impreciso reside justamente en su vaguedad o inmovilidad semántica, su ambigüedad o capacidad para no decir nada preciso”. Aparenta ser definido por el carácter de las fórmulas lingüísticas escogidas. La misma Opus Dei es igualmente ambigua. Por ejemplo, nadie duda que se trata de una organización religiosa, y lo es; pero “jurídicamente” no está aprobada en el Vaticano como tal, sino como una institución secular, más todavía como Prelatura Personal del Papa —ninguna otra organización lo tiene— que la libera de la autoridad de los obispos. El teólogo Juan Martín Velasco ha dicho de Escrivá que “no podemos poner como modelo de vida cristiana a alguien que ha servido al poder del Estado y que ha usado ese poder para catapultar su Obra, dirigida con criterios obscuros —como una mafia de guante blanco— sin aceptar el magisterio papal cuando no coincidía con su manera de pensar” (se refiere a los enfrentamientos de Escrivá con Paulo VI y, muy en especial, con Juan XXIII). Después del Concilio Vaticano II Escrivá opinó: “El mal viene de dentro y de lo alto. Hay una real pudrición, y actualmente parece que el cuerpo místico de Cristo fuera un cadáver en descomposición, que apesta.”

Resalta el hecho de que CAMINO está escrito en segunda persona. Escrivá toma la posición del “yo” y coloca al lector en la del “tú”. Se trata de un libro destinado a “santificar” a los lectores (las comillas indican textos del mismo libro y la respectiva numeración de los “consejos” o “máximas” de Escrivá), siempre que exista “mucha obediencia al Director y mucha docilidad a la gracia” (56) y a la “voluntad de Dios” (59). La postura del emisor, en este caso del santo (o del marqués, si se prefiere), es de superioridad sobre el receptor o lector; más aún, de infabilidad, ya que el maestro no se equivoca: “Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente; los seglares sólo pueden ser discípulos” (61). Es conocido que un miembro de la Opus no puede ni siquiera leer un libro sin consentimiento del director espiritual (339). Afirma que “Amar a Dios y no venerar al Sacerdote... no es posible” (74). Son, pues, los detentadores de la moral y de la verdad, directos agentes de Dios. “El sacerdote es, quien sea, siempre otro Cristo” (66, 67). “Si no tienes veneración suma por el estado sacerdotal...”(526). El sacerdote es, por tanto, otro Dios. La Opus Dei debe ser la única organización dentro de la Iglesia —a más de ésta como tal— que se considerada creada directamente por el mismo Dios. Ser dueño de Dios produce enormes ventajas; más que ser propietario de un banco. Y mientras más deshumanizado sea ese Dios (por aquello de que Dios se hizo hombre), mientras más alto se halle, tanto mejor, más se puede manipularlo.

Llama también la atención en CAMINO el uso repetitivo y permanente de calificativos. Se cuentan no menos de cien expresiones, todas diferentes, insultantes y denigrantes para el ser humano, tales como sucio, cobarde, inútil, bestia, despreciable, basura, mujerzuela, egoísta, niñoide, cuco, soplón, miserable, indigno, pelele, falsario, cruel, bajo, inicuo, podrido, vago, pervertido, maldito, carroña, inmundo, sacrílego, mediocre, oliscón, chabacano, perro faldero, calculador, falsario, ridículo, necio, pícaro, torpe, etcétera. El capítulo “Humildad” (589 a 613) repugna al sentido común y a la dignidad del ser humano, y contrasta con el exagerado culto a la persona de Escrivá existente en la Opus, aun antes de su elevación a los altares. En este capítulo se usan los términos “depósito de basura”, “cacharro de los desperdicios”, deberías estar (el infeliz lector de CAMINO) “de continuo con la boca en tierra (...) como un gusano sucio, feo y despreciable”.

Tomando como referencia solamente algunos aspectos, aquellos de mayor interés para la persona o para la colectividad, veamos qué piensa Escrivá del amor, de la sexualidad, de la mujer, del respeto y solidaridad humanos, de la justicia, de los derechos humanos, de la libertad.

Su actitud ante el amor es muy curiosa. Él escribe con mayúsculas el “Amor” a Dios, y muy pocas ocasiones se refiere al “amor” humano. El fenómeno amoroso es el mismo en esencia para todos los objetos amados, pero Escrivá dice: “No hay más amor que el Amor” (417). “El Amor...¡bien vale un amor!” (171). “No pongas tus amores aquí abajo...son amores egoístas...los que amas se apartarán de ti con miedo y asco” (678) al momento de la muerte. “Tú, que por un amorcillo de la tierra has pasado por tantas bajezas” (165).

El tema del matrimonio es ilustrador. Para él, el matrimonio es “santo”, es “carga” y debe mediar el consejo del “director”, del “confesor” o “la lectura de un libro provechoso” (26). Ni siquiera menciona al mismo amor y a la sexualidad que son los pilares de la institución. “El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo” (28). Y añade algo para mí inaceptable, degradante y torpe: “Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo de la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares”. Para Escrivá engendrar es un acto instintivo y animal, en el cual la “especie” prima sobre el “individuo”. Nada más inhumano. Escrivá ha convertido el acto de amor más maravilloso entre los seres humano en una expresión de animalidad reproductiva, necesaria para mantener la especie. Nada más alejado de las más elementales normas de la sicología y de la experiencia individual e histórica. Solamente un enfermo moral o un loco pueden sostener opiniones semejantes.

Escrivá no usa la palabra “sexualidad” o “sexo”. Las evita, no las reconoce. Y cuando implícitamente se refiere a sexo y, en general, a los sentidos, usa estos términos: lodazal, charca, inmundo, lujurioso, falsario, cruel, poco viril, podredumbre, impuro, miseria (118 a 145), en contraposición a “santa pureza” que nadie sabe lo que quiere decir para el santo (o marqués si se desea), aunque la relaciona con la “pureza” del celibato sacerdotal (71). El celibato (aun si fuere observado en la práctica) en sí no es ni puro ni impuro. El Concilio Vaticano II no lo consideró un estado superior. No cabe duda de que el sexo es algo impuro para Escrivá. Lo sensual y la “carne” le son aborrecibles. Es tan insinuante y torcido que escribe: “Cuando te acontezca lo que yo y Dios sabemos”, di muchas veces la oración del “leprosito”. También: “Te prohibo que pienses más eso” (261). ¿A qué se refiere? También habla de la “debilidad del salvaje que llevas adentro” (708). Según los sicoanalistas, la represión sexual es una de las bases del autoritarismo. El origen del odio a lo sexual por parte de Escrivá posiblemente tuvo condimentos íntimos muy profundos y definitivamente inconfesables. Nunca se conocerán las particularidades sexuales de un individuo como él ni que le ocurrió en su vida. Sin duda, allí hay de todo... La revista Cambio 16 dice que tenía obsesión por el aseo y la pulcritud, que sus compañeros de colegio lo llamaban Rosa mística y que, acosado gentilmente en alguna ocasión por un grupo de señoritas (pues dicen que es era muy simpático y de mucho carisma), las llamó indignado “sinvergüenzas”. En general, casi no hay información sobre su infancia o adolescencia, ni sobre su ambiente familiar.

Muchos sacerdotes católicos, doctores en moral, condenan la aversión hacia lo sexual por parte de la Iglesia. El teólogo Anthony Padovano enseña que “las relaciones humanas son las más importantes” para el cristianismo, “porque el amor es la norma de la comunidad y el sexo es la forma de buscar relaciones permanentes”. Este teólogo cree que el poder de la Iglesia y sus leyes sexuales esconden la llamada del Evangelio. Parte del poder de la Iglesia se basa en la represión sexual. Escrivá no sabe que la sexualidad es una potencia básicamente espiritual o psíquica que hace que nos relacionemos los unos con los otros. La sexualidad es además un camino hacia la propia individualización. Todo el capítulo CORAZON es revelador y llega a extremos infamantes. “Goces, placeres sensuales, satisfacción de apetitos... como una bestia, como un mulo, como un cerdo, como un gallo, como un toro...” (677). Los comentarios los dejo a los lectores, entre los cuales espero que haya un psiquiatra o un sicoanalista. En caso de duda, puede consultarse el librito.

¿Qué piensa este santo de la ternura? Ternura es acariciar a un niño, abrazar a los padres o a un amigo, besar a una hija, hacer el amor, abrazar y besar a la novia, apretar una mano, pero él advierte sobre los “derroches de ternura”. ¡Caridad sí, no ternura!, proclama. “Siete cerrojos” necesita el corazón, ya que “más de una vez quedó flotando...la nubecilla de la duda...¿no habré ido demasiado lejos en mis manifestaciones exteriores de afecto?” (161, 188). “No me saques las cosas de quicio (...) ¿a qué ese apego a las criaturas?” (157).

Respecto al tema de la mujer, Escrivá diluye su pensamiento, pone distancias y hasta hace un par de bromas de mal gusto. Véase, como ejemplo, la máxima 360. La “perla” es la máxima 946: “ellas no hace falta que sean sabias; basta que serán discretas...”, ya que los hombres, a más de sabios, “habéis de ser espirituales, unidos al Señor por la oración, etcétera.” La mujer o los hijos no hacen falta ni como “anticipos” de la gloria eterna (779). Cuando cita a la mujer lo hace después de citar al hombre (379), o en situación de inferioridad (980), o en forma despectiva (156, 164, 165), salvo cuando habla de la Virgen católica. En forma directa, como persona humana o como compañera no existe referencia, ¡menos una sobre la igualdad de derechos con el hombre! No valora al hogar ni da importancia a la familia. Da la impresión de que Escrivá sentía desprecio por el ser humano, que se acrecentaba sospechosamente en el caso de la mujer. Es casi imposible entender cómo una mujer puede adherirse a la organización, cuando Escrivá cree que su mayor cualidad debe ser mantener la boca cerrada, puesto que únicamente los varones pueden ser “sabios”, ni con qué cara puede ver un miembro de la institución a su mujer, a su madre o a su hija. Es posible que él mismo se haya despreciado. “Si te conocieras, te gozarías en el desprecio” (595). El mismo usaba, y recomendaba usar cilicios y otras formas de autocastigo, nada éticas por cierto —la expiación era otra de sus normas (82, 210)—, y hasta el uso diario del ¡agua bendita! (572), que según él espanta al diablo. Dicen que se confesaba semanalmente. ¿Qué le atormentaba a este hombre tan tortuoso?

No existen referencias a los grandes problemas de la humanidad: desigualdad, miseria, injusticia, hambre, enfermedades, daños ecológicos, falta de solidaridad, odio, armamentismo, etcétera. No hay una sola mención a los derechos humanos. Al contrario, Escrivá pregunta: “¿No crees que la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo de injusticia?” (46), pero no explica qué significa “tal como le entienden”. Cuando utiliza la palabra “prójimo” silencia el sentido del término o lo usa sólo referencialmente (8 y 20). Al hablar de la amistad, uno de los sentimientos más hermosos del ser humano, advierte...”aunque los amigos a veces traicionan” (88). ¡Nadie se casa para divorciarse ni hace amigos para traicionarse! Carece de una actitud ante la justicia social. Se limita a hacer una exclamación negativa: “¡Cuántos crímenes se cometen a nombre de la justicia!” (400). Justifica la guerra: “La paz es algo muy relacionado con la guerra. La paz es la consecuencia de la victoria” (308), aunque lo asimila a la “lucha interior”, que sería una verdadera “táctica militar”. “La guerra tiene una finalidad sobrenatural... La guerra es el obstáculo máximo del camino fácil. Pero tendremos, al final, que amarla, como el religioso debe amar a sus disciplinas” (311). La Opus nació y se desarrolló bajo el franquismo después de la guerra civil española. No en vano emplea, por lo menos diez veces, el término “caudillo”. Constantemente habla de los “enemigos”, sin especificarlos ni identificarlos claramente: “sembradores impuros del odio” (1), “el infame” (6), “perros que te ladren” (14), “enemigos de Dios” (35), “instrumento traidor del enemigo” (49), “demonio” (149), “tú mismo” (225), “tu cuerpo es tu enemigo” (227), “actividades diabólicas” (750), “malditas sociedades secretas” (833) “servir de altavoz al enemigo” (836).

Cree que “los tesoros del hombre en la tierra...para que no los desprecies”, son: “hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel...” (194). Nada de eso le importa al ahora santo: “sólo hay un mal que habrás de temer y evitar con la gracia divina: el pecado” (386), que por cierto tampoco lo define. Según Escrivá los infelices que mueren de hambre en Africa, los desnutridos de América Latina y las víctimas de la violencia y de la represión, son “tesoros del hombre en la tierra”. Al contrario, Escrivá critica a quienes comen demasiado y ni siquiera menciona a los muertos de hambre que son la mayoría en el mundo (38, 126, 680). No se lo ve muy delgado al santo en las fotografías. A propósito, ¿conoce usted, lector, a un miembro de la Opus Dei que “atesore” estas maravillas? Por supuesto que no. Basta leer la máxima 63 para comprobar que esos “tesoros” son muy diferentes. En esta máxima la Opus está pintada de cuerpo entero: sus clientes más apetecidos están en las clases altas y adineradas y, en todo caso, bien preparadas y capaces, asunto que en sí no es criticable, si no excluyeran de hecho a obreros, trabajadores, al pueblo llano en suma; nunca se ha visto a un cura de la Opus con los pobres, en un barrio marginal, con los indígenas o denunciando injusticias o atropellos. El espectáculo montado para la canonización costó un millón de euros. El mensaje político-partidista también está presente: ¡para CAMINO la derecha es buena y la izquierda es mala! (838). ¡Sin definirlas y sin ningún análisis! ¿Qué dirán los que sostienen que los curas no deben hacer política? ¡Llega a sostener la estupidez de que la ciencia debe defender “en todos los terrenos” a la Fe y a la Iglesia (338)! Escrivá ha propuesto entonces retroceder al siglo XVII, cuando Galileo fue condenado por hereje al sostener que la tierra giraba alrededor del sol, como fue estigmatizado también Giordano Bruno.

Resulta muy curiosa y sospechosa por cierto, digna de un estudio sicoanalítico profundo, la reiterativa y persistente mención que hace el marqués a la “virilidad” o a la calidad de “varón”, en el sentido de “masculinidad” (888, 883, 877, 615, 574, 216, 144, 51, 50). Una muestra está en la máxima 124: ...”entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad”. El lujurioso no sería viril. ¿Quién entiende? Quien no es como él propone, “no es varón”. Lo contrario de ser varón serían “los meneos y carantoñas de mujerzuela o de chiquillo” (3) o ser “curioso, preguntón, oliscón, ventanero”. ¿”No te da vergüenza ser, hasta en los defectos, tan poco varón?”. ¿Diríamos esto a nuestros hijos? “Sé recio, sé viril, sé hombre, y después... sé ángel” (22). ¿No sería mejor ser solamente hombres? ¿Jesús qué fue: ángel, “varón” u hombre? ¿Un homosexual qué es: ángel, “varón” o simplemente hombre? ¿Qué es un desamparado, un mendigo, un obrero que ha perdido el trabajo? ¿Y las mujeres? ¿Están excluidas, siendo generalmente más valerosas que nosotros, del equivalente a esa cualidad “masculina”? Un dato curioso: tanto en la 164 como en la 877 relaciona “virilidad” con “normalidad”; el término “varonil” está en muchas páginas de CAMINO, pero no dice absolutamente nada sobre qué entiende por “anormalidad”. El hombre “no varonil” sería el afeminado. ¿Cuál sería el “anormal”. ¿Por qué le preocupa tanto? ¿Por qué es tan reiterativo e insistente? Tan confuso, sobre todo... ¿Por qué insulta al varón con términos aplicables al sexo femenino? ¿Cómo hubiera reaccionado Escrivá al considerar a una pareja que se ama, al momento de hacer el amor, con toda la pasión que el acto amoroso contiene, gozando mutuamente de sus cuerpos, con todas las posibilidades de placer que esos mismos cuerpos permiten (creados por al Altísimo y hechos a semejanza de Dios, según se ha dicho)?

Escrivá fue un machista consumado, un misógamo, pero, sobre todo, un individuo de estructura ambigua y soterrada, aunque tremendamente hábil y carismático. Fue María Magdalena, y no los doce apóstoles, quien estuvo con Jesús en la cruz. Una mujer que amó mucho según el Evangelio. Escrivá la trata con desprecio (527).

Escrivá fue un seguidor de Ignacio de Loyola, éste muy superior al fundador de la Opus Dei (San Ignacio conoció antes de su conversión a muchas mujeres, pero también terminó mirándolas mal). Escrivá lo cita más de una vez y reproduce en sus textos muchas de las virtudes y calidades jesuíticas (DISCRECION) o cristianas (CARIDAD). La Opus tomó de los jesuitas el esquema organizacional. En este campo pudiera criticarse el individualismo de CAMINO y su tendencia aristocratizante (63). Es conocida la guerra a muerte mantenida por Escrivá con los jesuitas. Alguien escribió que la Opus “ganó la batalla por puntos” ante Paulo VI, después de haberla perdido ampliamente ante Juan XXIII.

Aconsejamos realizar un simple ejercicio: simular que el autor de CAMINO es un dictador, un tirano, y reemplazar el nombre de Dios por el de un partido en un régimen absolutista cualquiera. Las conclusiones vendrán solas. También sugeriríamos al lector buscar en el librito CAMINO referencias sólidas a valores éticos, humanísticos, valederos para todo ser humano y para la vida en sociedad. Escrivá habla de “pecado” y nada más. Consúltese, por ejemplo, en la biblioteca de la Universidad Católica el sinnúmero de sacerdotes que han escrito y discutido, y con qué profundidad y humanismo, sobre materias de ética y moral. Léase ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo en el fin del milenio, que reproducen cartas entre Umberto Eco y Carlo María Martini, obispo de Milán y uno de los candidatos a suceder al Papa, obra en la cual otros pensadores escriben también sobre la ética a comienzos del milenio en las últimas páginas de la obra. Bastan estos medios comparativos para demostrar una vez más el tono insulso, mediocre, repetitivo e indigno usado por Escrivá. Véase, también como ejemplo, la máxima 385 que menciona —al fin— la cita evangélica del “amaos los unos a los otros”. ¿Qué escribe Escrivá sobre esto? Se limita a decir: “Yo no te digo nada”. ¡Cuando se trata de comentar lo que se considera la esencia del cristianismo, Escrivá no dice nada! La ética cristiana y la ética humanistica, o la moral laica si se quiere, en definitiva son el amor, la solidaridad y el respeto al otro. Nada más. Existen, por supuesto, muchísimas personas vinculadas a la Opus Dei que son buenos crstianos, hombres y mujeres rectos, bienintencionados, que han encontrado en la institución una forma de vida respetable, como respetable es el catolicismo, aunque su historia esté plagada de contradicciones, dolor y sangre. El cristianismo tiene dos mil años; el hombre sobre la tierra algunos millones; la Opus Dei algo más de sesenta. Por nuestra parte, creemos que las religiones y tal vez el mismo Dios no son sino obras del ser humano, productos de la cultura humana.

Quito, octubre de 2002