Revista EL BÚHO #27, 2009 - DE LIBROS Y AUTORES

Gladys Jaramillo Buendía

LA CASA DEL DESVÁN, de Modesto Ponce Maldonado (Edit. Planeta 2008).

La voz del loco: Un demente en progreso


Angustia, permanente ansiedad, tendencia a la pasividad, aislamiento voluntario, alteraciones en la percepción, ambivalencias, incongruencias en el discurso, alucinaciones, pérdida de la memoria, confusión entre presente y pasado, entre realidad y fabulación, esporádicas muestras de violencia contra él mismo, delirios de grandeza y de persecución, comportamiento incoherente, sexualidad desbordada, manías religiosas... Qué no tenía Mario Ramón, el protagonista de La Casa del Desván, al menos según el psiquiatra que lo atendía en el Sanatorio San Lázaro; según Marta, la enfermera; según Carmela, su esposa.

Según él mismo, en cambio, todos ellos eran «unos cojudos» que no se daban cuenta de lo que sucedía, que ni siquiera le conocían: un hombre de cincuenta años que desde niño sufrió pérdidas: primero, la de su autoestima: siempre fue el feo, trompudo, cerdoso y sobre eso, lento; luego, la muerte de su padre, su protección y alegría; después, un oscuro y repetitivo trabajo en un ministerio, que tuvo que soportar durante veinticinco años de descontento y frustración para medio mantener a familia; ah, porque encima un largo y desabrido matrimonio del que sólo tuvo una recom­pensa: su hija, ya que con sus dos hijos varones jamás contó. Quiso distraerse, se equivocó y tuvo un efímero pero por desgracia imborra­ble episodio gay; más tarde, una joven amante que le traicionó, le robó y le abandonó. Simultánea­mente, sus otros refugios; el alcohol y la droga, que le acabaron de con­ducir a su final, a su locura.

Mario Ramón es, en efecto, un demente en progreso. Desde peque­ño y a causa de la enfermedad de su padre, siente que un bicho rojo y caliente le pica dentro de su cabeza. Posteriormente, ese fuego que entonces le quemaba se convierte en una «psicosis profunda» que lo aleja de su familia, lo deja sin trabajo, lo lleva a tener una vida de vagabun­do, lo conduce un día a ser golpea­do en un hotelucho, internado en un hospital público, luego botado como un trasto viejo en un cuarto de la terraza de su propia casa, y por último, recluido en un manicomio.

 

FLUJOS DE INFORMACIÓN Y PERSONAJES 

Desde ahí nos cuenta Mario Ramón su historia. Ahí está la nove­la, el arduo trabajo del escritor. Dos flujos de información existen: el pri­mero, una avalancha en la que Mario Ramón, en primera persona, ametralla al lector con datos de su pasado, de su presente, de su vida real, de su vida imaginada, de sus frustraciones, deseos, esperanzas y planes; todo en un monólogo inte­rior exultante, avasallador, minucio­so, lúcido muchas veces dentro de toda su parafernalia. «No sé cómo sacarme a mí mismo de encima. Me acecho y me persigo», nos dice este ser atormentado, construido a golpe de cincel por un novelista con oficio.

Para este narrador-protagonista, los personajes del presente no tienen importancia pues la realidad es negada; recuerda el pasado y sus actores con interferencias, pero al final también los rechaza porque lo conducen al presente. Por tanto, se queda vacío. Más que tanque vacia­do, es tonel agujereado que «se llena de otros mundos, de otras rea­lidades. Puede vivir otras existen­cias, conocer a gente en su imagina­ción, mantenerse de las incongruen­cias producidas por su cerebro, oír que le hablan», (p.88).

Este tipo de explicaciones, insertas estratégicamente, ya pertenecen al segundo grupo de informa­ción que recibe el lector: se trata de un discurso formal, con un «narra­dor omnisciente» en tercera perso­na, que ubica el cuadro clínico de Mario Ramón por parte del médico del Sanatorio. Aquí también constan los antecedentes que de la conducta de su marido da Carmela. Incluso están las propias palabras de MarioRamón, que se distancia momentá­neamente de su relato: es que él es loco, no tonto.

En todo caso, tanto el psiquia­tra como la esposa son personajes coyunturales. La hija cuenta con unaubicación más amable; es la encar­gada, tal vez, de presentar la voz del autor (no del narrador): «¿Qué lleva­rá a algunas personas a la aniquila­ción, a autodestruirse? Es una forma de maldad contra sí mismas, como hay otros que son malvados con los demás. Ojalá algún día pueda enten­derlo. Quisiera meterme dentro del alma de papá, mirarlo y examinarlo interiormente. ¿Qué teme? ¿Qué busca? ¿De qué huye? ¿Qué espera de la vida?», (p.37)

Pero, definitivamente, los per­sonajes rotundos son los creados por la mente del protagonista, es decir, los personajes fabulados que habitan en la casa imaginada por Mario Ramón.

Es la casa del desván, situada en una calle amplia de una ciudad desconocida, y cuya imagen él des­cubre en una litografía de la habita­ción del manicomio donde es paciente, y decide poco a poco hacerla parte de su vida.

A Mario Ramón le basta «cru­zar la calle» —fugarse de la reali­dad— para entrar en aquella man­sión de papel y ser recibido por figuras construidas por su inagota­ble capacidad de fabular: Matilde, la empleada, quien a la vez le empu­ja y le detiene en su decisión de entrar al mundo inventado; las jóve­nes Anisha, Isabella y Mariemilia, cada cual con sus encantos y parti­cularidades; los señores de la casa Cástulo y Encamación; Marco, el hijo enfermo y aislado, que, en cier­ta medida, es él mismo; la tía Momposita, ausente pero tranquila; en fin, por todos los habitantes de aquella casa (la única que tiene des­ván), en donde él decide vivir «la realidad de la ficción imaginada» (p. 14) y poco a poco encuentra la paz, aparentemente.


LOS BLOQUES NARRATIVOS

Al término de la historia, que coincide con el comienzo del libro, el atormentado personaje —que, a estas alturas, es más real que todos los vagabundos dementes del mundo— es tragado, engullido en el sótano de esta casa imaginada, en medio de una calma que jamás conoció, por «una matriz gelatinosa y cálida que me absorbía, que toma­ba poco a poco mi cuerpo...» (p.16). Al mismo tiempo, en el Sanatorio descubren el cuerpo ago­nizante de Mario Ramón, herido por mano propia con los pedazos del espejo que estaba en su habitación. «Quizás, por primera vez, pude finalmente dirigir mi propia vida, mi particular muerte...».

Todos estos textos se hallan en las primeras páginas de la novela: Modesto Ponce la ha estructurado en dos bloques narrativos que cubren los hechos acaecidos en los últimos ocho meses (a finales del siglo XX).

El libro parte del presente y va al pasado en el primer bloque, donde es predominante la voz arrolladora de Mario Ramón. El segun­do bloque relata las acciones del pasado al presente, de modo que en un momento los dos tiempos con­fluyen: el día en que Carmela deja a su esposo Mario Ramón en el Sanatorio San Lázaro, en el manico­mio. «Hoy es abril 26. Nunca lo olvidaré. Se acabó. Toda una vida queda atrás. Y que Dios le proteja», dice la sufrida y alejada cónyuge, profesora y madre de tres hijos.


EL ESPACIO NARRATIVO

¿Dónde se desarrollan los hechos, geográficamente? La ciu­dad real no está nombrada, ni se halla descrita con pormenores para ser reconocida. En esto coincide con la ciudad imaginada por el pro­tagonista. Sin duda, el autor decidió no otorgar peso a esta área del espa­cio narrativo, y privilegió, en cam­bio, dos espacios cerrados en los que, dentro de la vida real, pasaba mucho el protagonista: el cuarto de la terraza de su casa y la habitación del Sanatorio. Se detiene también en un espacio abierto: el jardín de la institución y su muro, que constitu­yen el pretexto para obsesivas refle­xiones de Mario Ramón.

Pero donde más está trabajado el espacio narrativo es en la casa de la irrealidad absoluta, en la casa del desván. La mente del personaje prin­cipal trabaja febrilmente, aunque con interrupciones (médicas o familia­res), en la constante y contundente construcción de la mansión, marco de sus audaces aventuras fabricadas en sus momentos de duermevela, de dopaje o simplemente en sus sueños


LAS VOCES DE LA NOVELA

En realidad, no son muchas y, excepto una, no llegan a ser podero­sas. Es una opción del  autor: priorizar la voz del loco. Ahí está la nove­la de Ponce Maldonado.

Elemento brillante, esta voz sin eco, ensimismada, a veces violenta, vengativa, a veces sólo grito lasti­mero, ensordecedor y perdido, no apuntala únicamente a la especial estructura de bloques narrativos, a la complicada trama con flujos de información, a espacios de cambios abruptos, sino que logra construir un personaje tremendo, inolvidable, de imaginación inundada por la demen­cia tanto como por los 'locos' deseos de vivir: una fuerza descomunal que le lleva a defender 'su' vida a costa de su propia existencia.

Mario Ramón es el ser recono­cible en partes de cada uno de nos­otros: por ello nos resulta inquietan­te, perturbador, pues nos conduce a una serie de interrogantes sobre las supuestas características de la nor­malidad, los límites de la realidad, de los sueños, las utopías y la locu­ra, de la vida y de la muerte.

 

FRUCTÍFERO RECORRIDO

En fin, con panorama tan vigo­roso, no es extraño que La Casa del Desván haya sido seleccionada como una de las diez finalistas del II Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casa de América 2008.

Tampoco es extraño que un creador como Modesto Ponce Maldonado (Quito, 1938), un «escritor tardío» —como él se juzga— nos brinde ahora el resulta­do de su esfuerzo: un fructífero camino recorrido que parte de la publicación de su libro de cuentos También tus arcillas, con dos edi­ciones (1997 y 1999), muy elogio­samente recibido por la crítica espe­cializada; y de su novela El Palacio del Diablo (2005), Premio Joaquín Gallegos Lara del Municipio Metropolitano de Quito, de la cual Fernando Tinajero ha dicho que «con rabia y amor, ha hecho de Quito el personaje principal».

El editor del Palacio comenta de Modesto Ponce que «se trata de un 'autor silencioso y escondido' que prefirió primero vivir. Un buen lector que se convirtió en escritor con la única fórmula posible: escribiendo y trabajando en forma obsesiva (...). Apasionado de la forma, busca el punto de vista preciso. Pausado y paciente, procesa cada página».

Definitivamente, son las forta­lezas de este narrador. Pues bien: en el viaje del Palacio a la Casa, Ponce ha diseñado un proyecto dis­tinto; ha desechado el protagonismo de la ciudad y se lo ha asignado al cerebro de un demente; ha profundi­zado en recursos técnicos como el monólogo interior, las descripcio­nes atrevidas, las enumeraciones y repeticiones cargadas de intención, en fin; y además, ha conservado los mejores andamios y soportes para la construcción de su nueva novela: La Casa del Desván es una obra segura de arquitectura avanzada.