Más allá de las palabras (El Telégrafo, septiembre 16, 1995)

Fuera del pilche

Alejo Carpantier, ese gran novelista cubano, escribió en "El siglo de las luces": "Cuidémonos de las palabras hermosas; de los mundos mejores creados por las palabras. Nuestra época sucumbe por un exceso de palabras". Naturalmente, las palabras expresan ideas, pero tras ellas puede haber de todo: vacíos llenos de otros vacíos, nostalgias perdidas, memorias irrecuperables, pretensiones inconfesadas, causas perdidas; o, también, cuando esa mismas palabras son iluminadas por la realidad, por la acción, por la esperanza en un futuro menos triste, la perspectiva y el camino son diferentes.

Todas estas citas y razonamientos seudoeruditos (y posiblemente antipáticas, y con seguridad fustrantes para mí si no encuentro justamente las palabras precisas para decir lo que pienso), tienen quizá más significado en este tiempo, en el cual el temor al horrendo término "guerra" nos hizo llamar al enfrentamiento armado con el Perú, con el más moderado de "conflicto" (siempre estarán las palabras imponiendo su capricho y su misterioso itinerario).

Es que nuestros sueños y nuestro pasado, después de 53 años de la pesadilla del 41 , empezaron a dejar de ser sueños y aun dejaron de ser pesadilla, y, poco a poco, con el pasar del tiempo, fueron convirtiéndose en palabras, nada más que palabras. Fueron el dolor, la sangre, el coraje y la unión de un país que acaba de redescubrirse a sí mismo en el Alto Cenepa, que transformaron esas palabras en un idioma distinto, en un lenguaje que lo habíamos olvidado, en una forma de hablar y decir las cosas de modo diferente. Es el modo por el cual hablaremos de hoy en adelante.

Los términos "derrota", "nulidad", "herida abierta", "soberanía" y otros tantos, que poco a poco llegaron a ser, no sólo simples palabras, sino malas palabras, por lo inútiles, fustrantes y repetitivas, hoy tienen otra connotación, distinto significado, ya que están dichas en un mundo diferente, profundamente conflictivo, terriblemente injusto y desigual. Un mundo que nos debe hacer ver que el verdadero enemigo está en otra parte y se llama pobreza; que la verdadera guerra se librará, ya no con balas ni con misiles, dentro de nuestras propias fronteras, delimitadas y definitivas; y que, finalmente, para ganarla, los vecinos del norte y del sur se necesitan mutuamente. La Ciencia Política da una definición a "soberanía", pero lo que la gente quiere y busca es una forma de vida mejor, seguridad, paz y desarrollo. La moda de "la muerte de las ideologías", que no es más que pensar en la barbaridad de la "muerte de las ideas", quizás nos confunde y nos impide ver -erradamente- que estamos sentados en un polvorín social que puede estallar en algún momento. Los niños en Machala han sido muy claros: "queremos pan y no pum". )Este nuevo idioma, estas nuevas palabras, serán aprendidas por nuestros políticos, por la clase dirigente y la institución armada?

Pero, para obtener la victoria en la nueva guerra por un país mejor, ante todo debemos ser y mantenernos como Nación a base de la posesión segura y definitiva de un suelo y un territorio definidos y seguros. Los seres humanos, decía Humberto Eco en el "Nombre de la rosa", "cuando no poseemos las cosas, usamos signos y signos de signos", entre los cuales también pueden estar meramente las palabras, por supuesto.

(Quito, II-95)