Lecturas interminables y relecturas

Modesto Ponce Maldonado


Francisco Umbral se reconocía como un “drogadicto de la lectura”. ¿Cómo escoger ahora, cómo informarse, no diré ante la avalancha de los best sellers que son fáciles de detectar, e inclusive ante las dudas que ha dejado la premiación de alguna obra en un concurso, sino, sobre todo, ante la multiplicidad inagotable de buenos libros que se escriben y publican? ¿Cuántas horas se han ido y seguirán perdiéndose? ¿Cuántas posibles jamás se utilizaron en leer, por trabajos, ocupaciones y problemas que consumen o agobian más allá de lo razonable?

Alguien sostenía que hay decidirse solamente por releer y, solamente en casos excepcionales, conocer lo nuevo. No porque no valga —el mundo, tan vulgar y repetitivo, sigue siendo un continuo descubrimiento—, sino porque no hay vida para tanto y un buen libro tiene muchos lenguajes ocultos que siempre quedarán por descubrir. (Los he buscado este año).

Hay obras, en cambio, que merecen leerse por toda una existencia. En  busca del tiempo perdido de M. Proust estaría entre aquellas que únicamente se necesitan cuando uno se encuentra recluido o en situación de desesperanza. Bastaría un capítulo cada seis u ocho años. Sin esa sensación de obligada prisión no es fácil. Con la esperanza, quizás, de encontrarse con  “el tiempo recobrado”, el título del último libro de los siete que contiene la obra.  

Entre las que se releen pueden estar, entre tantas otras, El cuarteto de Alejandría de L. Durrell, como Bajo el volcán de M. Lowry, por lo menos cinco de J. Saramago o Kafka en la orilla de H. Murakami. En la pagana Alejandría, fruto de la cultura griega y del amor a la belleza y al arte, sumergirse en las historias de amor y en la sensualidad de los cuatro libros que contiene la obra de Durrell, recuerda que no somos más que cerebro, carne y huesos, es decir seres humanos, que en polvo se convertirán. El cuarteto nos otorga la plenitud y nuevamente nos consume.

Personalmente tengo inclusive una afinidad física con las obras mencionadas: la de Proust la tengo en un solo tomo con más de dos mil páginas en papel biblia. Las de Durrell en un solo tomo con más de mil páginas.


(Quito, noviembre 2009)