Entrevista de Edgar Freire R.

Entrevista de Edgar Freire R.

Modesto Ponce Maldonado, desde el mostrador de El Librero

Ahórrame un poco el trabajo: necesito tus datos personales, como se acostumbra hacerlo en las solapas de los libros. Por favor: pon un poco de humor, del que carecen tus textos. Me gustaría un breve autorretrato, sin romper el espejo. Vamos…

Modesto Ponce Maldonado. 1938. Quito. Educación: católica, ahora agnóstico. Dios es agobiante. Prefiero verlo como creación de la cultura y de la angustia humanas. Creo en los valores del cristianismo; son parte de mi formación. Lcdo. en Ciencias Políticas y Sociales. Egresado de Derecho. La tesis doctoral sobre Compañías de Responsabilidad Limitada duerme en paz con sus 300 páginas desde hace 45 años. A más de la religión, faltan más datos personales (como en los censos): Estado civil: casado (y satisfecho; es el estado más recomendable) Raza: mestiza. Sin señales particulares que se noten a simple vista.

En 1961 y 1962 escribí algo. Un cuento y un poema se publicaron en Letras del Ecuador. Total de páginas escritas: 40. Inéditas: 30. Fueron mis obras completas hasta 1997, nada más que 37 años…

Durante casi 30 años realicé actividades gerenciales relacionadas con la industria. Aprendí mucho de la gente (de cierta gente en especial), del poder, de los intereses... Aprecié la capacidad de creatividad del ser humano, pero personalmente me desnaturalicé. Pertenecía a otro mundo… Nunca dejé de leer, pero he leído menos de lo que hubiera deseado. La literatura estuvo siempre dentro de mí. No me considero un erudito ni estudié Letras.

En 1997 publico el primer libro: También tus Arcillas (cuentos). En 1998 aparece una segunda edición. En 2005 publico, con sello personal, El Palacio del Diablo (novela, premio “Gallegos Lara” 2005, premio QUISA-TO a la mejor novela del año en 2006). En 2008 La Casa del Desván (novela), que queda entre los 10 finalistas del concurso Planeta-Casa de América 2008. Circulará a comienzos de junio. Otra novela, esta vez corta, está en marcha. Algunos cuentos escritos esperan. Temas sobran. La vida no.

Durante algunos años publiqué comentarios sobre diversos tópicos en la revista 15 Días, y realicé entrevistas para la revista Criterios de la Cámara de Comercio de Quito. Me separé cuando comenzaron a controlar la opinión de los entrevistados escogidos o aceptados por la misma Cámara. Ocasionalmente escribí en la revista Gestión sobre temas relacionados con empresas sociales, hasta que redujeron el espacio para esa otra economía innombrada y subterránea, en función de la globalización y del aperturismo.

He escrito o escribo sobre literatura en las revistas Cultura (Banco Central), Seseribó-Con/Texto, El Búho, Eskeletra, Letras del Ecuador, QUIPUS.

No puedo fabricar un autorretrato. En gran medida, uno es y se mira en función de los demás. El espejo está intacto.

Pasa por alto la cursilería, pero ¿qué signo astrológico te protege? Y así mismo, ¿te rigen esos determinismos zodiacales?

Me siento muy terrícola para pensar en eso. Ángel Terrero es un personaje de El Palacio del Diablo que fue expulsado por el Altísimo de su corte angelical y convertido, como castigo por su rebeldía, en un hombre de 18 años. No me gustan los ángeles porque son asexuados. En cambio, hay diablas y diablos. Creo firmemente en las leyes naturales. Me molesta la idea del “destino” y de los designios divinos Sostengo que sí es posible morirse la víspera. No obstante, dicen que se ha descubierto científicamente una posible influencia de los astros. En fin… He detestado lo esotérico, la reencarnación, etc., pero ya se verá lo que sucede en La Casa del Desván

3. Desmond Morris en El libro de las edades, expresa lo siguiente: “los 70 años es la edad límite según la Biblia”. Según se dice en los Salmos 90-10: “Los días de nuestros años son setenta años, y ochenta en los robustos; pero también la robustez es apariencia, nada, porque pasa en un instante, y volamos”. ¿Qué opinas al respecto?

Pero también escribió El mono desnudo (que se complementa con El zoo humano), donde, a más de poner dudas sobre el Homo sapiens y comentar sobre su sexualidad, escribe sobre las similitudes entre la risa y el llanto. Respecto a los límites de la edad, prefiero repetir lo que decía Mafalda: “La mejor edad de la vida es estar vivo”. El problema está en responder a la pregunta: ¿qué es estar vivo? No encuentro otra respuesta: actuar y tener conciencia. Por ese motivo, me inclino por la eutanasia. Mutatis mutandi, puede repugnar la idea del aborto, pero no se piensa en los millones de niños que existen en el mundo, destinados a extinguirse lentamente y condenados a vivir. Según UNICEF, siete de cada diez niños son pobres. Por una fotografía de un niño africano famélico, cuya muerte esperaba a pocos metros un buitre, el fotógrafo Kevin Carter, ganador del Pulitzer, se suicidó. Hay otras fotografías semejantes que las recibí por Internet y que no me atrevo a mirarlas. La torpeza de la persona que me envió subrayaba que “hay que orar por esos niños y lo que hace falta es educación”. El Palacio del Diablo fue también dedicado a los niños de las calles de Quito.

Para tu consuelo (si lo hay), Longfellow, manifiesta que “cumplir setenta años es como escalar los Alpes. Uno trepa a la cima de una montaña cubierta de nieve y divisa a sus espaldas el profundo valle que se extiende muchos kilómetros a lo lejos, y enfrente contempla otras cumbres, más altas y nevadas, que tal vez podría vencer”. ¿Tienes alguna reflexión?

Siento fascinación por el camino de tierra, sigzagueante y rodeado de árboles y matorrales. De él hago mención en la nueva novela que preparo. No me interesa la idea de “trepar”, sino de “caminar”. Tampoco la de desbarrancarme, aunque de eso se vive y, en este caso sí, hay que volver a “trepar”, a veces con las uñas. Desde joven viajé mucho en automóvil y conocí muchas carreteras de tierra. Aún existen, por ejemplo “El Torneado” que unía Chimbo con Balsapamba (antiguo camino “Flores”) y “Gallo Rumi” que une Guaranda con Riobamba, en los páramos (otra fascinación mía) del Chimborazo. Son maravillosas.

La pregunta me lleva a la muerte, cuando desparecen las cumbres, los valles y los caminos de tierra. Acaso comience, si no ha comenzado ya, otro tipo de fascinación, no por otro mundo, sino por la Nada…Allí ya no se trepa ni se camina. Simplemente se acaba.

Es un lugar común expresar que comenzaste a escribir tardíamente. Según tus confesión, a los 55 años (que según Hipócrates marcan el comienzo de la vejez). Tú sueles decir que Saramago es también un escritor tardío. Pero te cuento que J. Gutenberg, completó a esa edad su famosa Biblia, que Ho Chi Mi, fue elegido a los 55 años, presidente de Vietnam del Norte. Y que el Gral. Montgomery, tenía esa edad cuando venció a las tropas alemanas de Rommel. Mao, era bibliotecario y se pasaba leyendo a Carlos Marx. También a los 55 años murió Louisa M. Alcott, Julio César fue asesinado, Claude Debussy y Emile Dickinson, también murieron. ¿Te alienta conocer esos detalles? ¿Puedes comentar algo al respecto?

La respuesta no sigue el planteamiento de la pregunta. Empecé a escribir cuando simplemente comencé a hacerlo. Así de simple. Cuando sentí la urgencia interior. No me alientan ni me deprimen los ejemplos mencionados. ¿Debía escribir antes? No sé. Posiblemente. La vida es, a veces, una puta que hace de ti lo que sea. La ventaja de la madurez es que hay mucho que contar y se ha acumulado de todo, ¡carajo! La desventaja que uno no puede equivocarse porque no hay segundas veces. ¿Qué no habrá tiempo para escribir todo lo que se quisiera? Tampoco importa. Un mal ejemplo nos dan los que escriben por contrato con una editorial. No siempre aciertan. ¿Cuántas páginas escribió Rulfo? En el Ulises se habla de "la irreparabilidad del pasado" y de la "la imprevisibilidad del futuro". En la vida mucho se queda trunco, en el sueño, en la utopía, en el vacío, en el desengaño y en la nostalgia. A fin de cuentas, como escribe Saramago, “vivir, no sólo es difícil, es casi imposible”.

Pero en una entrevista realizada por Rodrigo Villacís Molina (Revista El Búho, Nº 13, Quito), mencionas que muy joven escribiste un cuento y obtuviste un reconocimiento, y que un poema le gustó a Paco Tobar. ¿Puedes contar algo sobre esto?

Me limito a contestar que, desde entonces —a más de la vocación incipiente y de mi inclinación a la lectura—, ya estaban ciertas obsesiones dentro de mí: la alteridad, los otros yo, los espejos (Borges no deja de mencionarlos), la duplicidad, la fragmentación... En El Palacio del Diablo hay varios narradores, un alter ego, seres que se miran en otros, el ángel convertido es humano... En También tus Arcillas hay dos cuentos donde se mencionan espejos. El cuento Esta vez con zapatillas de cuero tiene como centro de la situación la duplicación del personaje. El cuento Todo es cuestión de tiempo, Renata en realidad lo concebí a los 22 años (era un cuaderno negro) con el nombre El banco del tiempo. La mujer del demente de La Casa del Desván (no me había percatado)tiene el mismo nombre de la mujer del personaje de un cuento publicado en Letras del Ecuador en 1961 —también se publicó el poema—, y para ambos personajes el espejo es importante. Los escritores, sujetos a la más profunda catarsis, no necesitarían psiquiatras. ¡Y nada más sobre el tema, Edgar! Macedonio Fernández llama “doblez del mundo” a la fantasía de la novela.

¿Sigues cometiendo poesía? ¿Ese lirismo de También tus arcillas lo repartes en tus cuentos y en las novelas?

Un verdadero poeta debe serlo desde temprana edad. No sé si existan poetas tardíos, pero sin duda prefiero una novela o un cuento con ingredientes poéticos. Lo dice Kundera: “componer una novela es yuxtaponer diferentes espacios emocionales (…) en esto estriba (…) el arte más sutil del novelista”. Añade que una novela que “se contenta con narrar la historia, puede resultar llana, foba”. Sin embargo, en las novelas donde falta la poesía, la dimensión de los personajes, la fantasía, la densidad, lo profundo o lo maravilloso (para usar el término del boom), suplen esa carencia. No me llega fácilmente una novela “fría”. Exijo lo que pudiera llamar “patetismo”. La novela debe sacudir y conmover, debe ir “más allá”, y a eso contribuye lo poético. Pero no hay que olvidar que gran parte de esa “fuerza”, de esa capacidad de sugestión, de intensidad, surge también de la forma, del estilo, de la manera de manejar las palabras, de cómo son y se mueven los personajes. Y eso también es poesía en alguna forma. Marguerite Duras dice que “un libro abierto también es la noche”. Lo ha dicho todo. Pero, a pesar de lo dicho, no hay lirismo en La Casa del Desván. Tampoco poesía. La fuerza, si existe, estaría en otra parte…

Hay un cuento tuyo que me conmueve, por mi deformación a los personajes quiteños: Tengo un compromiso a las doce. Hasta la puntuación tiene un guiño anecdótico. ¿Es corroborar que te gusta “bajarte” al nivel de la calle —como lo declaras ante Rodrigo Villacís—, caminar con la gente, participar de las experiencias de los otros? ¿Conociste de cerca de este personaje?

Lo conocimos todos los de nuestra generación. Nunca hablé con él, pero casi lo sabía de memoria. Ya murió, y él, con su muerte, terminó el cuento, por cuanto yo inventé una vida, pero en esa invención incluí, sin saberlo, que el personaje tuvo una fuerte relación con su madre. En el cuento muere la madre al final y él queda en total orfandad. Pasan dos años y muere en verdad su madre, y yo comienzo a desesperar por la suerte de la persona (no ya del personaje). A los tres meses de desaparecida la madre, a él lo encuentran muerto… A más del parte mortuorio, la prensa publicó algo sobre “el último chulla quiteño”. Guardo los recortes en el mismo libro. Repito: él terminó el cuento… No lo olvidaré nunca.

Se dijo de También tus Arcillas quees un texto limpio, sin ripios”. “Son de una fluidez sorprendente”, apostilla Cecilia Ansaldo. ¿Sabrán de tu obsesión de perfeccionismo que llega a tensionarte? No omitas contar algo al respecto.

Debo confesar que debo a los cuentos haber podido escribir las novelas. Los cuentos me enseñaron casi todo lo que sé del oficio, sea mucho o poco. La rigurosidad, la exigencia de cada cuento fueron mis maestros. Monterroso cita a Poe que sostiene que el cuento tiene cierta superioridad sobre la novela, incluso sobre la poesía. Respeto a las opiniones que se citan, mi mente no lograba explicar al comienzo como algo que costó tanto esfuerzo y tropiezos, tanta dedicación, tanta obsesión, sea visto por críticos o lectores como algo fluido, sin ripios. Ahora han pasado los años y creo entenderlo.

¿Cuántos años consumiste para “procrear” El Palacio del Diablo? ¿Eres inexacto cuando contestas al periodista que “demoraste del 98 al 2003”?

Fui totalmente inexacto, en la forma y en el fondo. En primer lugar una novela no se “demora”. Este término lleva la idea del retraso. El Palacio del Diablo lo escribí siempre en el disco duro de mi subconsciente, desde que tenía 18 años. Inclusive ante la tarea concreta de redactarla, la escribí inclusive cuando no escribía. Se escribe con todo, y en ese todo entran la memoria, los procesos de uno, los éxitos, fracasos y sufrimientos, el subconsciente, el instinto, las lecturas, el amor y la forma como lo concibes o lo tienes, las emociones, la sexualidad, las notas previas a la redacción que se remontan años antes de iniciar la redacción, en fin…

Al leer la bibliografía consultada para escribir El Palacio del Diablo ¿por qué y para qué usaste tantos “ingredientes” para amasar esas páginas?

Supongo que la explicación se encuentra en que metí allí toda mi vida, mi ser, todo lo que estaba adentro. Nunca planifiqué esta novela. Se fue haciendo sola. No pude evitarlo. Los “ingredientes” de la bibliografía citada al fin son además un acto de gratitud a quienes escribieron y que me dieron la oportunidad de leerlos. Todos ellos también me hicieron. Es imposible escribir sin leer.

Los Libreros somos vouyeristas e infidentes. ¿Te he confidenciado que muchos lectores se quejaron del exceso de páginas? A estas alturas, y habiendo agotado la primera edición, ¿harías alguna poda, o lo mantendrías tal como está?

Me ha sucedido de todo. Algunos de mis amigos de la Universidad Andina me han dicho que los capítulos-ensayos rompen la estructura de la novela. Un conocido crítico había opinado que “ahora ya no se escribe así”. Lo supe por su mujer, a quien le gustó la novela. Muchos lo han calificado como una de las mejores novelas de los últimos 25 años, otro dice que “estructuralmente es un castillo inexpugnable”, un tercero que la novela “camina como un animal de múltiples cabezas, a un ritmo realmente endiablado” y un cuarto que la obra puede “sacar la cara” por el Ecuador en Latinoamérica. La reacción general de los lectores a mi alcance es que no se puede dejar el libro, pero más de uno me han dicho que hay páginas excesivamente largas y descriptivas. Una señora de un club de libros, resentida por los contenidos, dijo que quiso tirar el libro por al ventana. Otra la objetó desde el punto de vista “moral” (le contesté que la ética es propia de las personas, no de la literatura). Con ninguna me resentí y las besé en las mejillas después de enterarme de que sí habían terminado el libro. La más maravillosa crítica que he recibido es de una lectora joven, muy bella, cuyo nombre no recuerdo, que me dijo que al final sintió que no podía respirar más, con la sensación de subir al Everest sin oxígeno. Optó por saltarse los últimos capítulos y leer el último. “Llegué al Everest sin problema y contemplé un paisaje maravilloso”. Sobra decir que luego leyó los capítulos que le faltaban. Edgar: salvo algunos errores e inexactitudes que se escaparon, y unas pocas aclaraciones muy breves, no suprimiré nada de la novela en la segunda edición. Finalmente te confieso que ni yo mismo puedo entender por qué motivo ninguna crítica negativa me molesta, aunque he oído estupideces, especialmente en defensa de la Iglesia, del santo nombre de Dios y de las clases “peluconas”. No soy abogado ni defensor de la novela. Ella debe arreglarse sola. Yo únicamente la escribí.

Con sinceridad ¿crees que nuestro lector está preparado para leer una novela como El Palacio del Diablo, con ese “va y viene constante, presento a un personaje y regreso a su pasado, presento a otro personaje y así” (así lo expresas literalmente). ¿Esa arbitrariedad de los tiempos, no confunde al lector?

Por supuesto que lo está. El Ecuador tiene limitados lectores, pero son buenos. Por otro lado, no creo haber inventado nada. La materia prima de la novela es el tiempo. El tiempo tiene otra dimensión en la literatura. Pessoa escribe: “porque el presente es todo el pasado y todo el futuro”. Añado que soy cuidadoso y trato de respetar al lector. En esta novela uso las cursivas, la segunda persona o la primera pero en plural cuando aparece otro narrador. Son pistas. Revelo algo: después de terminar la novela hice una especie de mapa de la misma, con colores y todo lo demás. Lo contrario que haría un arquitecto que primero hace el plano.

Me espetarás que a pesar de esa orgía de datos y destiempos, el libro fue premiado y los mil ejemplares se hicieron humo. ¿Las razones? ¿Y lograste sacarte tantas cosas que tenías adentro, o El Palacio del Diablo es una “limpiada” de pecho?

Las razones las podrían tener los lectores, no yo. Ojalá todavía queden para la segunda edición. En cuanto a la “limpiada”, en cierto modo sí, aunque no pienso en esos términos. Prefiero pensar en “participación”. Tenemos demasiado adentro y nos estamos “rellenando” continuamente. Ese proceso no para nunca.

He tenido el privilegio de ser testigo del nacimiento de El Palacio del Diablo y de La Casa del Desván. Cuenta un poco del por qué de esos títulos y del método que usas para acertar. Expláyate un poco…

Inútil explayarse. Nuestro mutuo compinche Raúl Serrano S. fue el autor del título El Palacio del Diablo. Fue una especie de chantaje, pues yo menciono en la novela al burdel que existía durante la colonia con ese nombre en la calle de La Ronda, y él me amenazó con apropiarse del título si yo no seguía su consejo. Yo tenía otro nombre para la obra, muy poético, fíjate, pero debo reconoce que Raúl acertó al blanco. La Casa del Desván salió solo de la misma novela, sin esfuerzo y no representa ningún mérito. Es un nombre como cualquier otro, pero creo que es sugestivo.

Expresas que en La Casa del Desván “la narración transcurre en el interior de la cabeza de un demente”. Ese ser fragmentado, roto, ¿no es otra vez el habitante de Quito o de cualquier habitante de las ciudades del mundo? ¿No pagas un poco la deuda que tienes con Dostoievski? Cuando leí anticipadamente La Casa del Desván, te mencioné que no se por qué causas me acordé de Memorias del subsuelo. No me ofendes si me dices que estoy despistado.

La novela transcurre en una ciudad imaginaria. No pensé que pago ninguna deuda. La idea, en semilla, surgió de una frase de Rulfo que consta como uno de los epígrafes y de la impresión que siempre me ha causado la vida de un burócrata como el personaje de La Casa del Desván, que cae en el deterioro emotivo y mental, y en la esquizofrenia misma, aunque no uso ese término. Fue tema de un cuento que nunca escribí. La frase de Rulfo dice así: “Estaba acostumbrado a ver morir cada día alguno de sus pedazos”. De todos modos, tu referencia a Dostoievski es obvia. Él vivió atormentado por sus fantasmas y demonios, y creo que Freud comentó una de sus obras. Tiene una novela corta —El Doble— que trata de un burócrata. Voy a leerla. No estás despistado.

En definitiva ¿qué obsesiones primaron para escribir La Casa del Desván?

No sé si sea exacto que las obsesiones cuenten “para” escribir, en el sentido de que se busca ponerlas a actuar en una novela o en un cuento. Cuentan, sobre todo, “al” escribir, en el sentido de que van saliendo solas y dirigen, entre otras múltiples fuerzas, los textos. Mis novelas salen de gérmenes o escondites dispersos, pero, sobre todo, de personajes que, en este caso sí, a veces son “obsesiones”. Primero los personajes. Después todo lo demás.

Francois Mauriac, puntualiza lo siguiente: “Cada novelista debe inventar su propia técnica, esa es la pura verdad. Toda novela digna de llamarse tal es igual que otro planeta, grande o pequeño, que tiene sus propias leyes, así como sus propias flora y fauna”. ¿Cuál es la diferencia entre El Palacio del Diablo y La Casa del Desván?

En El Palacio del Diablo pinté un universo, el mundo de una ciudad, salí hacia afuera. En La Casa del Desván pinto otro universo, el del cerebro humano, visto desde el desquizamiento, voy hacia adentro. El cerebro humano es más complejo acaso, más misterioso. Por este motivo, entre otros, el mundo está demente, porque hay locos que lo habitan. La Casa del Desván puede plantear dos disyuntivas: ¿Hasta dónde la realidad y desde dónde la fantasía? ¿Cuál es el límite entre normalidad o enfermedad mental? Acaso, en el fondo, esta novela nos declare a todos esquizofrénicos. Yo no dudo de que lo somos en una u otra medida.

Has expresado que cuando terminaste de escribir El Palacio del Diablo, te sentiste inseguro. Que la dejaste descansar. Y que es una necesidad compulsiva el seguir escribiendo. ¿Hiciste y te sentiste igual que con La Casa del Desván?

Más que inseguridad, insatisfacción. Y por tres razones: por disciplina autoimpuesta, por temperamento y porque debo tener un chip que me lo advierta. Por eso también escribo muy lento. Al escribir estoy en el extremo opuesto de la eyaculación precoz: no acabo nunca. Al escribir, dije, Edgar…

¿Te parece pertinente, otra vez, de ser infidente y decir si estás escribiendo una nueva novela? ¿No adelantas algo a tus amigos?

Sí, la estoy escribiendo desde hace algunos meses. No quiero adelantar nada. Menciono solamente que, hace algunos años, después de un poco de gimnasia yoga y algo de meditación (cuando las practicaba), me sentí “clavado” en un sitio determinado y no pude pasar de allí. Así nació una frase. Lo apunté sin tener idea de cuando iba a ser utilizada. Ahora da el nombre a la novela. En este caso, lo primero que escribí fue el título.

Juan Goytisolo acaba de indicar lo que sigue: “La mayoría de los que en su tiempo fueron subidos al cenit por el público y el gremio crítico cayeron en el olvido”. Y algo más: “La obra literaria no debería buscar lectores. Son los lectores quienes deben buscarla a ella”. ¿Cuál es tu opinión y relaciona estas frases al hecho de que La Casa del Desván quedó como finalista del premio Planeta- Casa América?

Los lectores contestarán. Esperemos que la obra se publique. Naturalmente escribo para los lectores, pero no escribo lo que quieren o quisieran leer (el concepto básico del marketing en la literatura y de la literatura ligera o del texto basura), sino lo que creo que debo decir y en la forma que puedo hacerlo. Goytisolo tiene razón. No estoy de acuerdo que un autor trate de cabalgar sobre el éxito que puede tener o ha tenido su novela. Se es leído o ha merecido un premio o un reconocimiento, siéntase feliz y basta. Caso contrario, es el riesgo que se corrió. Algo más: ¿qué puede significar ´cenit´ en nuestro pequeño país?

Aquí en el país no hubo una “artillería mediática” que hiciera noticia del hecho inédito de que estabas como finalista en este certamen literario. ¿No invisibilizan nuestros “medios” al escritor ecuatoriano. ¿O es quizás la mediocridad en que muchos periodistas se mueven, salvando las excepciones?

Vivimos lamentablemente mediatizados en el sentido de que la “noticia” y la “imagen” no nos permiten pensar, cuestionar, profundizar… Yo casi no leo periódicos ni escucho noticias. Reconozco que fue una buena “artillería”, aunque alguna prensa menos difundida que no pescó la “primicia”, pensó que debía callarse. Era obvio que los diarios debían resaltar que un ecuatoriano fue finalista, aunque al comienzo no conocían el nombre. Eso demuestra que no leen el texto de la noticia y simplemente le insertan, o no se les ocurre. En cuanto a la “invisibilidad”, de la que también habla Carlos Arcos C., habría mucho que decir. Mencionaré nada más que todo comienza porque los ecuatorianos no nos queremos ni queremos lo nuestro, y porque además somos trece millones de repúblicas independientes. “Artillería” o no, eso no cuenta al final. El Palacio del Diablo no tuvo un solo espacio en las secciones culturales de los periódicos más difundidos, pero funcionó el boca a oído a las mil maravillas.

En confianza, quisiera que tú mismo te preguntes sobre algún tema que estoy seguro se me escapó de inquirirte ¿podrías hacer ese ejercicio?

Lo único que puedo decirte es que soy otro desde que escribo, y luego de cada obra otro, y otro más…

No quisiera que te me escapes, sin hacerte una última pregunta. ¿No te ha jugado una mala pasada el ego, o subido los humos al conocer la noticia de que La Casa del Desván fue finalista de un premio tan altisonante? ¿En estos concursos, crees que hay mucho de albur y mercadotecnia?

Sería pintarme a mí mismo, que no me gusta, pero no creo que sea mi estilo. Más que los “humos”, se me “dispara” una exorbitada sensibilidad, algo muy íntimo. Por experiencias de mi vida, más que “humos”, tuve en alguna época la sensación de que me desfiguré o disfracé, de que yo no era el que actuaba. Existe en todo ser humano etapas en que se regresa a la “edad del burro”, aunque algunos no salen jamás de ese estado. Un escritor debe estar lo más cerca posible de la humildad. No soy vanidoso, quizás por excesivo orgullo o porque estoy condenado genéticamente por mi nombre… Las dos caras, tú entiendes.

Posdata: el Librero no es crítico literario, peor periodista. Es amigo del escritor y ha hecho este inquisitorio sólo llevado por la curiosidad y al pedido casi imperativo de Raúl Serrano, a sabiendas de que con Modesto hay una vieja (no me acuerdo los años que nos conocemos) y entrañable amistad. Y cada vez que va a la Librería Española, conversamos de lo “divino y humano”, y jamás le inquiero, ¿cuándo publicas tu nueva novela? Porque sé que este escritor odia y ama a quien le inquiere al respecto. El mismo ya explicitó en un artículo aparecido en El Búho diciendo que “los odia, porque no preguntan otra cosa, pero si lo harían habría que explicar lo inexplicable. Que los ama porque se preocupan de él, acorralado entre una novela terminada y la edición o paridera. Que os adora porque tal vez se conviertan en lectores. Y porque escribir es un acto solitario, sí, pero abrumadoramente participativo…”. Amén.

Edgar Freire Rubio

Quito, abril 13 del 2008.

..�'i.,..�..�/..yle='mso-spacerun:yes'> Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, Quito, pp. 151

[9] B. Carrión, Ibíd., pp. 151

[10] Edmundo Ribadeneira, La moderna novela ecuatoriana, Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, Quito, pp. 97

[11] Agustín Cueva, Literatura y conciencia histórica en América Latina, Letraviva Editorial Planeta, Quito, Planeta, 1993, pp.135

[12] Lupe Rumazo, en Homenaje a Alfredo Pareja,op. cit. pp. 39

[13] L. Rumazo, Ibíd. pp. 34

[14] A. Pareja Diezcanseco, La advertencia, Íbid. pp. 7

[15] A. Pareja Diezcanseco, La advertencia, Íbid

[16] A. Pareja Diezcanseco, El aire y los recuerdos, op. cit

[17] A. Pareja Diezcanseco, Ídib.

[18] A. Pareja Diezcanseco, Íbid.

[19] A. Pareja Diezcanseco, El aire y los recuerdos, op.cit.

[20] A. Pareja Diezcanseco, Los poderes omnímodos, cap. III, parte 2, pp. 63

[21] Efraín Subero, en Homenaje a Afredo Pareja, op. cit. pp. 20

[22] Milán Kundera, La insoportable levedad del ser, Tusquest Editores, 1989, Barcelona, España, pp. 229

[23] A. Pareja Diezcanseco, Las pequeñas estaturas, op. cit pp. 18