Los cuentos de Gabriela Alemán

Modesto Ponce Maldonado

"Estos cuentos -dice la contratapa- están escritos sobre el débil trazo que separa el amor del espanto". Sobre la leve frontera, diría además, que separa lo tangible de lo imaginario; e inclusive más allá de los límites de la realidad y la pesadilla. Se trata de los relatos de María Gabriela Alemán, reunidos bajo un título sugerente, acertado en su dura simpleza: "Maldito corazón" (Edit. El Conejo, 1996).

La obra tiene dos partes. UNO, cuya temática gira alrededor del cuerpo (el libro es dedicado a sus amigos, que son "como una segunda piel"); y DOS, cuyo motivo central es el amor. Y si afinamos algo, UNO y DOS pueden ser no más que un artificio o un recurso técnico: el tema es el amor o, mejor dicho, el amor y la soledad. "¿Qué innovación al amor, eh?", escribe irónicamente.

Pero la autora -¡notable recurso de imaginación!- no toma a la realidad y la empuja a otras dimensiones; al contrario, parte de la alucinación, del espanto, de la extrañeza, hasta tal punto que esa realidad es una especie de acomodo de lo otro, de añadido irremediable, de prolongación que no puede evitarse. Se da una inversión de los planos: el sueño ocupa el lugar de la realidad y la realidad pasa a ser categoría simplemente soñada. La autora construye "un espejo que no devuelva el sueño de la unidad sino la realidad de la fragmentación. Un vidrio que refleje al mundo como es... y no proyecte el equilibrio que la gente cree ver..." "Siempre se entiende mejor cuando uno está en el límite".

Los relatos son textos espesos, sólidos, evocadores. Su espesura es proporcionada por el tema. Su solidez por el lenguaje utilizado y la estructura de cada cuento. La evocación nace de aquello que va más allá de lo meramente escrito, la insinuación que puede ser rabiosa nostalgia, grito silencioso, deseo desarticulado, poesía que se perdió - ¿o se contuvo?- entre pliegues de piel humana, vértigo que jamás termina o, acaso, sin haber comenzado jamás, fue siempre deseado. En el mundo creado por María Gabriela, la realidad es una visitante inoportuna. El epígrafe introductorio, tomado de Mark Twain, lo advierte. Los ambientes son cerrados: cuartos, camas, locales cercados por cuatro paredes... y sobre todo cuerpos. Salir es un accidente, algo momentáneo, casi sin importancia. "El abejorreo de la calle... molesta", escribe. "En el tiempo ordinario, el del reloj, se entienden ciertas cosas específicas. Cuando uno abandona ese tiempo, se entienden otras." "Volvimos al tiempo real, donde nos encontramos sobre el filo de una navaja". El único atractivo del tiempo "reside en soñar, pensando que mañana podrá rozar el sol con su pupila sin quemarse". Se nota una reiterativa obsesión por el ser que nace o se desarrolla dentro de la mujer, dentro de esas -¡otras!- paredes, pero como fruto del asalto o de la posesión de un cuerpo. ¿Todos queremos regresar al seno materno? ¿O es el encierro dentro de nosotros mismos lo que nos lleva a la desesperanza? Incluso a la esquiva esperanza? Otra nota predominante es la tendencia a ser otro u otra, a cambiar, a transmutarse en otro ser. Los cuerpos son en realidad los campos donde se desarrollan las historias. Los finales son nostálgicos, lejanos, de una lejanía insondable. Constituyen también páginas introspectivas que recuerdan ciertos textos de Clarice Lispector: Gabriela, aunque ecuatoriana, nació y luego vivió en Río de Janeiro. La mayor parte de su vida ha permanecido fuera del país, especialmente en España.

En UNO, Sangre en los ojos es la historia de dos seres que se ofrecen, para superar a la muerte, partes de sus cuerpos, y, al fin logran, no sólo sobrevivir, sino vivir juntos. ¿Qué te puedo decir? es extrañísimo, un juego de artificio, en el cual el personaje, ante el espejo, ve escenas en sus propios ojos. De allí la espesura, debido al uso de diversos planos estéticos y narrativos. ¿Se remite este cuento a Frida Khalo? En Gemelos en el dedo del ojal, la casa donde se halla el personaje se parece a una matriz y el mismo personaje espera por un insólito embarazo producto de un sueño. En el principio fue la oscuridad una picadura de mosquito hembra traslada a un hombre al cuerpo de una mujer -¡doble traslación!-, y él ve a través de los ojos de ella lo que la mujer escribe: "Fórmula de acercamiento"; y después mira su diario: "Que en sus brazos me sienta una niña/ (...) se trague mis penas/ que sacuda mi cama como un animal/ y que por la mañana me dé un poco más/ que no sea muy malo/ que no sea muy bueno..." En Tú y yo, ella se convierte en él y él en ella, porque, al mirarse por primera vez, se transformaron en "neonatos". Lento, muy movido y con pasión trata de una posesión violenta, en la cual el mismo ser que toma el cuerpo -un bicho salido de la alcantarrilla, que "no es indefenso", con ojos "como al acero" y que "parecía un pedazo de carne podrida"- se instala para crecer en él. En el fondo dar y no dar al permitir la violencia; o entregarse y no dar. Mientras yacía muriendo es un relato de magnífica factura, donde se repite la noción de la habitación-matriz: el personaje, una mujer, trata finalmente "de distinguir raptos de besos, alguna variedad de tristeza estancada pero me resulta -confiesa- demasiado complicado, pues sólo son memorias".

Y así como en UNO se toma a los cuerpos y al intercambio o a la relación, siempre sorpresivos en los relatos, de unos con otros (la referencia al espejo es frecuente), en DOS es el amor, pero referido, en los enredos narrativos, a Drácula, Frankenstein y El hombre lobo. La autora toma lo duro, lo hórrido, escoge el miedo, lo extravagante y lo inaudito para llevarnos al mundo que ha creado: la espera, la ansiedad, aún más, la tortura. Quintantes de luz es un cuento magistral, de gran estirpe. Se conoce a una Drákula hembra. El silencio de Dios y El Monstruo huelen a terrores y muerte. Licántropo es de los mejores: la ternura guardada logra un escape a pesar de la sordidez del ambiente creado. Sólo Pulgarcito es inofensivo, metido en un frasco provisto de una pequeña abertura: "Estás quieto en mis sueños, eres el guardián de ellos; mi regalo de Dios". La sirenita es una historia de amor desgraciada, como tantas otras, pero con un tratamiento casi encantado que le convierte en uno de los cuentos más logrados.

La dimensión de estos cuentos está en que el lector puede leerlos y reelerlos. Lo hermoso está en repasarlos lentamente, en casi tocarlos con los ojos y las manos, hurgarlos si se quiere, como si se tratase de buscar mucho de lo que cada uno de los relatos deja de decir, esconden deliberadamente o sugieren. A veces, el lector puede tener la sensación de una lucha desigual, en la que él es el perdedor. Así de exigentes pueden ser estas páginas. Son, por tanto, cuentos que desafían, que provocan y atrapan al mismo tiempo. Son relatos que contienen y expresan una profunda insatisfación, una rebelión con lo establecido, aun con el mismo cuerpo o con el hecho del amor, que llevan a una ruptura abierta, casi definitiva, con el mundo de afuera.

Casi es inútil añadir que los textos revelan un trabajo serio y minucioso, muchas tardes y noches de dedicación y pasión hasta purificarlos de impurezas y ponerlos a punto. María Gabriela Alemán, que todavía no cumple treinta años, dará mucho que hablar. Ella no dejará, no podrá dejar nunca de escribir.

(XII-1996)