Los cuentos de Francisco Parra (El Telégrafo, Guayaquil, enero 23, 1997)

Existen pasiones inconfesadas, sueños en reposo o amores ocultos entre los pliegues de la piel o bajo las alas que pueden llevarnos algún día hacia lo inesperado. Entre tanto, se suceden décadas o grandes espacios de vida.

Cuando esa obsesión —es su verdadero nombre— se llama escribir, esos años transcurridos, aunque conlleven la tortura de lo no consumado o poseído, tienen la virtud de que todo lo vivido, amado y hasta odiado, se ha ido decantando en un pozo ciego. en una caja cuya combinación desconocemos y que es solamente descubierta o soplada por un golpe de brisa el día en que, frente a un computador, ante una hoja de papel, se dijo: "Desde ahora, y todos los días, voy a escribir".

Su fueron treinta o cuarenta años, no importa. Queda todo por delante y esa pantalla negra que nos espera, desafiante, nos devolverá algún día, en hojas impresas, más años, más plenitud, en definitiva, felicidad, que para eso estamos, y no para otra cosa, en este mundo esquivo y torcido. Y no importan tampoco esos años, porque escribir es también una forma de reconstruir el pasado, de recrear lo vivido, de transformar ese pasado en presente. El autor muere algún día; el libro sobrevive.

Este es el caso del doctor Francisco Parra Gil. Y quiero hablar primero de él, porque lo veo sonriente y orgulloso de su libro de cuentos, encantado de su Blues de la cama vacía (Manglareditores, Guayaquil, 1996). No podía ser de otra forma: escritor tardío, recuperado a tiempo —siempre hay tiempo para los imposibles—, ganó el segundo premio en cuento en el concurso "Ismael Pérez Pazmiño", y recibió, el año pasado, una mención en la III Bienal del Cuento Ecuatoriano "Pablo Palacio".

Puesto que es difícil, en este país desdichado: solo se ven ceños adustos por la incertidumbre, ojos que no saben adónde mirar, manos nerviosas por los enredos de la macroeconomía, pesadillas que duelen por tanta miseria, tanto atraso, los golpes bajos de la vulgaridad, de la mediocridad, de la violencia imperantes. Pero Paco Parra se siente satisfecho. No faltaba más: escribir es siempre un acto heroíco; hacerlo tardíamente es un acto de magnífica locura. Porque, al fin y al cabo, como dice Gostein Gardner en El mundo de Sofía, "el artista crea su propia realidad exactamente de la misma manera como Dios ha creado el mundo".

Blues de la cama vacía es la realidad que ha creado Parra Gil y que la ofrece a los demás, sin condiciones, ya que escribir, como lo señaló Nélida Piñón en La fuerza del destino, "es un acto sin precio", ahora que todo tiene valor de mercancía (hasta la vida, hasta la honra, hasta la justicia), y todo es cuantificable y medible. Está bien, pues, que Paco ría cuando cada vez es más difícil hacerlo.

Lo primero que llama la atención en la lectura es un ambiente de apertura y frescura, originado principalmente por la forma de narrar del autor. Se puede deducir también que los cuentos tienen mucho de experiencias o vivencias, las cuales, combinadas con la ficción y los ribetes estéticos, contribuyen a crear atmósferas muy originales, a crear historias, a redondear —exigencia ineludible del género— los textos y el argumento escogido. Esa es la ventaja de la literatura: admite todo, siempre que esté bien hecha. No diría que son autobiográficos. Lo estrictamente autobiográfico es, a veces, peligroso: corta las alas y tiende a la excesiva subjetividad. Flaubert no lo recomendaba.

Un segundo elemento de valoración lo encontraría en el tipo de historias escritas o desarrolladas por Parra. Se nota variedad, imaginación. No se ha huido de los temas propuestos; es evidente que el autor ha sido sensible y susceptible a su memoria, a su inventiva. Tampoco las ha temido. No hay lugar para rebuscamientos ni para poses; todo corre fluidamente, con normalidad, con atractivo. Una de las primeras reglas es interesar al lector: Paco lo consigue. Sobresale igualmente en los textos la capacidad descriptiva: se sienten los ambientes.

Sorprende la serie de datos, citas y referencias sobre ciudades, lugares, obras de autores, episodios de diversa índole, inclusive platos de comida, que enriquecen los textos, aunque a veces da la impresión de excesiva intencionalidad. Es la prueba de que es escritor es un hombre que ha vivido, que es culto y que conoce mucho.

A mi modo de ver, los mejores textos son León y Los canarios bailan tango. acertados sobre todo por el dramatismo humano que contienen.

Se refleja una gran dosis de sensualidad y erotismo, a veces planteado directamente, pero en términos justos, no recargados, en Consultorio sentimental, Fau Gretta Müller, Le Counturier. La nota irónica no falta, tampoco la crítica a la doble moral, como en el caso del zurcidor de hímenes, el juego de las mil y una situaciones humanas posibles, las sorpresas, los caprichos por las vueltas que da la vida y los misterios del corazón humano.

Juan Manuel, dedicado a Monterroso, el autor del cuento más peque;o del mundo, tiene algo que recuerda a Cortázar. El baile de los esperpentos, situado en los alrededores de Quito, es justamente esperpéntico, doblemente irónico, y contiene una velada crítica social. Aquí se está mejor que al frente es un relato muy guayaquileño, muy del autor, tanto que uno de los personajes —me parece una travesura muy adecuada — se llama Paco Para: el contraste entre el gordo que no cabe en el ataúd y su hija objeto de lujuria es un buen logro.

Los tres últimos — La muerte del Cormorán, La noche de los peces voladores y El último viaje de James O. Ralley— tienen temas marinos. Les unen finales tristes, de muerte, de algo irremediable: pescadores devorados por el mar, barcos que terminan su vida, seres que no vuelven. Tras las historias aparece sin duda el lado nostálgico del alma del autor, moldeado en gran parte por el mar y la ría.

La portada, diseñada por Mariella García, cónyuge de Paco, merece una felicitación especial.

La edición, que no desvaloriza a la obra, tiene algunas fallas, la letra es demasiado pequeña (hay que pensar en el lector), y se han deslizado algunos errores editoriales que pudieron haberse evitado.

Un libro recomendable. Un libro para ser leído bajo la luz del día. Así, lectores y amigos, podemos sonreír con Paco Parra. Todo gracias a su libro.