IMAGO de Iván Égüez

Modesto Ponce Maldonado


Este título (Campaña de Lectura, 2008, 146 páginas), tomado de las teorías psicoanalíticas de Lacan, rebasa la metáfora. El autor confiesa que encontró un prestanombre —Carlos, el pintor protagonista, “ángel empedernido” o “ángel percudido”— de alguien que existió y de cuya identidad hay una lejana pista. Señal y homenaje a la vez. Ubicada por los sesenta, nos lleva a un ingenio situado en uno de los valles cálidos de la provincia de Imbabura. Ambiente de negritud, de pobreza, de morenas gordas y muchachas deseables, de fiestas, entre religiosas y paganas, donde abundan el trago, el sexo y las rogativas. Ambiente fantástico, a veces casi irreal de tanta realidad acumulada. Referencias precisas a obras de pintores inmortales. Apuntes significativos sobre personas, ya muertas, que existieron o vivieron en Quito. Notas de ironía y humor ácido, muy propios de Egüez.

Carlota, la madre obsesiva del pintor, viuda, de la rica familia propietaria, guarda un secreto. Lombardi, un personaje misterioso, que regresa a los veinte años, enseña, a su manera, a pintar a Carlos, mientras él se enamora de Celeste, un hermosa mulata. Hay un abuelo, desprejuiciado y fumador. Carlos lucha entre las presiones de su familia para que deje la pintura, la búsqueda de un lenguaje propio que lo aleje de las ideas de Lombardi, las pasiones no satisfechas, el amor a Celeste —otro interrogante— y el sueño de irse a Europa.

“Imago” es un buen ejemplo de novela corta. Los personajes y situaciones corren a través del texto, que parece que buscara por su cuenta una explicación que solamente llega en las últimas páginas, donde todo lo narrado recupera su verdadera dimensión y el drama oculto estalla.

 

(Quito, mayo 2009)