Los cuentos de Roque Espinosa

                         ENTRE EL RITMO Y EL ASOMBRO


Modesto Ponce Maldonado


Ante los relatos de ME DESCAMBIAS LA VIDA (Edit. El Conejo, 185 págs., Quito, 2006), escritos por Roque Espinosa, ganador del Premio Joaquín Gallegos Lara de ese año, el lector no quisiera que los trece cuentos —número cabalístico de muchos, entre los cuales se cuenta César Dávila Andrade— se acabasen. Su fuerza es tal que, cuando no se relee por lo menos algunos, se siente resistencia a dejarlos en la estantería. Es mejor tenerlos cerca, a la mano, con un sentimiento casi de hermandad, y sin duda de amor y atracción, con la tentación de tomarlos otra vez para repasarlos en una tarde de lluvia o en una noche de asedios o, por lo menos, para revisar los subrayados o señales que puede dejar en las párrafos o frases el lápiz del lector, para contagiarse de esa manera de esos ambientes precisos y terminantes creados por los textos.

Aunque tengo mis preferencias por desde lisboa (el autor no usa de las mayúsculas), con un final magnífico, ¿me descambias la vida?, la giralda y la escalinata, ninguno de los relatos baja de tono en ningún momento. Impresionan su cadencia y su profundidad. Son relatos cargados de sentidos, de nostalgia, de humanidad y hasta de sarcasmo. No en vano la portada tiene un diseño de Luigi Stornaiolo. Cuentos redondos, completos. El secreto —como siempre— está en la forma como están escritos. El estilo —de catarata o de torrente— otorga a estos relatos un ritmo notable y lanza una andanada de flechas pulsadas con mano firme hacia la sensibilidad. Sobresale un gran sentido del manejo de los tiempos narrativas y un excelente uso del contrapunto. En los cuatro primeros prima el tema del amor, la relación de pareja y del sexo; en los otros, la cuestión social, la pobreza y los emigrantes en España.  Sin duda, Roque Espinosa es un escritor que ha cumplido a cabalidad la regla de Juan Bosch: “El cuento debe iniciarse con  el protagonista en acción (…) Comenzar bien un cuento y llevarlo hacia su final sin una digresión, sin una debilidad, sin un desvío: he ahí en pocas palabras el núcleo de la técnica del cuento. Quien sepa hacer eso tiene el oficio de cuentista”. Sin duda, Espinosa asombra.

 

(Quito, marzo 2009)