Alfredo Pareja: Los años nuevos

Alfredo Pareja: Los años nuevos

LAS NOVELAS DE LOS NUEVOS AÑOS:

LITERATURA E HISTORIA EN ALFREDO PAREJA DIEZCANSECO

Modesto Ponce Maldonado

Alrededor de la década de los cincuenta, años más, años menos, Alfredo Pareja Diezcanseco escribió la trilogía que él mismo denominó la de “los nuevos años”. La advertencia entre 1948 y 1951; El aire y los recuerdos en 1957; y entre 1958 y 1961 Los poderes omnímodos.[1] La misma mención a nuevos tiempos que podían —o pudieron— ser diferentes, nos sitúa, por convocatoria ineludible, en la dimensión del espíritu y en el corazón de la vocación artística de este gran maestro y excepcional ecuatoriano: la recreación y la interpretación de la realidad, que es papel, entre otros, de toda literatura, y sobremanera de nuestra propia realidad, vale decir de nuestro drama que fueron y acaso aún lo sean, ya lo veremos más adelante, sueños de aire y luego recuerdos de sueños que se esfumaron. Y no únicamente de esa realidad que viven los seres cotidianos, los de todos los días. Tampoco únicamente ese mundo negro y opresor que han levantado —ayer y siempre— los brazos de acero del poder. Además de todo esto, también ciertos episodios fundamentales de nuestra historia contemporánea: las grandes matanzas, las revoluciones estériles, las guerras civiles que mancharon las calles de rojo —felizmente siempre cortas, a pesar del dolor que significaron, siempre cortas, repito, en este país de privilegio que nunca —esperamos— será capaz de matarse unos a otros todos los días desde hace más de ciento cincuenta años. Aquí no hay necesidad de sangre, sino de pan, de ajustar desigualdades, de eliminar excesivas diferencias.

Alfredo Pareja, durante su vida, y sus obras son un reflejo, se sintió parido por esta tierra. Por esta tierra que no acaba de parirnos, ya porque nosotros tenemos miedo de romper las últimas ataduras, ya porque a pesar de las “advertencias” hemos sido incapaces de reaccionar. Pareja, en su escritura sobre todo, no se quedó estático. Recorrió su tierra. Se enterró en los abismos y escaló las montañas, se metió en la selva tropical, caminó por la arena del mar, recorrió las calles de las dos ciudades grandes —los dos elefantes grises que son la muestras de nuestras diferencias y desniveles—, se internó en el trópico, en las barriadas lodosas, en cabañas, en ríos, en poblados. Caminó por avenidas y calles. Se metió en mil casas. Conoció, recreó o inventó cien historias. De allí toda su obra novelística, que nuevamente vuelve a nosotros con motivo del centenario de su nacimiento y del año jubilar resuelto en su memoria por el Ministerio de Educación. Novelas del litoral y de lo urbano, diría Benjamín Carrión antes de que Pareja subiera también a la Sierra con sus “nuevos años”. No es necesario que en este pequeño ensayo sean nombradas , pero sí mencionados el primer emigrante fruto del auge cacaotero, con la mujer que queda en el muelle, el pescador y el mar, las luchas ahogadas por la vida de las clases medias, el idealismo de quienes terminan en la cárcel, la omnipresencia del poder económico y político que es dueño de de la nación y se han llevado al país al peso varias veces, la historia de esa “zamba, fea, violenta y ruda”, al decir de Ángel F. Rojas, en la obra que cuenta la masacre de noviembre de 1922; de las tres hermanas ratas; de la embarcación tragada por el mar; del homenaje a Cervantes en otra de sus novelas; todas ellas cruzadas con historias de amores y pasiones, que no dejan de repetirse en nuestro escritor. Porque recorrer el país no significa necesariamente conocerlo. Hay que cavar, y cavar a veces muy hondo, en las almas, en la tierra, en la historia sobre todo, y eso siempre hizo Alfredo Pareja. Se puede hablar, por tanto, de una dimensión vertical, de verdaderos procesos de disección, de profundización en los episodios, en los personajes, en las personas reales nombradas, generalmente con sus propios nombres, en la nación, en su acontecer, en sus ilusiones, luchas y fracasos, ante todo en la relación de los inveterados despojos. Y aún más allá de nuestras fronteras, dentro del trazado que pudiéramos llamar horizontal, porque Pareja no deja, y eso lo reitera en gran medida en las tres novelas de los nuevos años, de referirse a los episodios y sucesos del mundo de cada época retratada en la trilogía.

A esta doble magnitud debemos sumar, en este escritor inolvidable, su enorme capacidad para contar historias, la multiplicidad de personajes bien definidos —se ha dicho que las mujeres están mejor caracterizadas que los varones— y ese equilibrio estructural de sus obras —por las que conozco, porque no puedo afirmar que las he leído todas—, a que se remiten otros lectores y críticos más especializados.

Según nos recuerda Raúl Serrano Sánchez, en un lúcido ensayo sobre Pareja, publicado en el número 12 de la Revista Nacional de Cultura del Ecuador,[2] el narrador escribió La advertencia, El aire y los recuerdos y Los poderes omnímodos después de un silencio novelístico de diez años. Al parecer, lo mismo sucedió antes de la publicación de Las pequeñas estaturas en 1970 y La manticora en 1974.[3] “Extraña y fantástica” la primera, extraordinaria novela a mi criterio, con un universo narrativo de enorme riqueza; “compleja y críptica” la segunda, según el mismo Serrano. Según confesión del autor, La manticora la terminó con dolor y luego sufrió un infarto. Quienes la han leído piensan que esos textos desbordantes implicaron una presión interna muy grande.

¡Qué tentación, y qué imposible tarea, sería la de indagar sobre los espacios de silencio que, por meses o por años, dejan los escritores perdidos en el tiempo que pasa!, diferentes a esos otros lugares de silencio —aunque silencios siempre— que dejan quienes escribimos, en muchas ocasiones sin palabras, entre los párrafos y los capítulos!

Literatura e historia

Comencemos reconociendo que la historia como ciencia tiene unas pocas centurias. La literatura, incluyendo la oral por supuesto, pudiera decirse que tiene la edad de la humanidad. Sabido es que los grandes historiadores griegos eran socorridos por las musas y, a falta de certezas o aproximaciones se ha recurrido a la revelación de Dios o a su mano providencial guiando los hilos que mueven a los pobre seres humanos, para develar los hechos sepultados en los abismos sin fondo de los siglos. Hace un par de años, la Revista Diners entrevistó al doctor Hernán Rodríguez Castello, quien nos recordó que Hipólito Taine había opinado que “la única manera de penetrar en la historia es a través de la literatura”. “Porque si estudias la historia sin la literatura —son sus palabras—, te quedas en los hechos, no profundizas, no llegas a su médula”.[4] Nos bastaría también volver sobre algunas páginas de Borges, a muchos de sus relatos. Salman Rushdie, en Los hijos de la medianoche escribe: “Las leyendas crean a veces la realidad, y resultan más útiles que los hechos”.[5]

La literatura está llena de referencias a la volubilidad y al relativismo de los hechos históricos. “La historia no es más que una densa niebla” escribe el chino Gao Xingjian, premio Nobel 2000, en La montaña del alma.[6] Las reflexiones finales del capítulo 71 de esta novela son dignas de releerse.

Abel Posse, en Los perros del paraíso, el primero de la trilogía sobre el descubrimiento de nuestro continente, dice: “Los fracasos y los miedos no se confían a la posteridad”.[7]

Una de las más lúcidas reflexiones sobre este tema, hechas en tono metafórico o alegórico, es la novela El hombre duplicado de José Saramago: un profesor de historia enfrentado a su doble, un artista de cine. La Historia y el Arte, en suma.

Inclusive nuestras propias vidas, la individual de cada uno, no es bajo ningún concepto la relación de lo que nos sucede. Hay planos yuxtapuestos, niveles de la memoria, del subconsciente, rastros que deja el dolor, espacios abiertos que dejan las alegrías.

Opino que las tres novelas de Pareja materia de este análisis son novelas históricas. En ningún caso historia novelada ni tampoco narración con referentes históricos. Benjamín Carrión, en El nuevo relato ecuatoriano da a entender que Pareja “está muy lejos de la novela histórica” y argumenta que el “procedimiento y la técnica (son) de la obra de ficción: hechos, reacciones, hombres que no han existido o no se han producido, pero que pudieron producirse y existir, dentro de la hora y el medio en que el artista los coloca y contempla”.[8] Sin embargo, líneas antes afirma que se trata de “veinticinco años de vida ecuatoriana (1925-1950) que serán recorridos por Pareja junto a la vida de su pueblo, dentro (así, en cursiva) de la vida de su pueblo”.[9] ¿Esto no es materia de la historia?

Al citar con sus nombres propios a innumerables personas que vivieron, Pareja, con gran talento, no pasa de designarlos e identificarlos. Esas personas transferidas a la novela no actúan, no desarrollan sus vidas. Podrían considerarse casi estáticos. Simplemente están porque un día vivieron. Únicamente actúan cuando la persona recreada adquiere dimensiones novelescas, por exigencias de las intenciones del autor, como el caso del presidente Alarico Zaragata en Los poderes omnímodos. No estaría de acuerdo con Edmundo Ribadeneira, en su siempre consultado estudio sobre la novela ecuatoriana, publicado a fines de los cincuenta, cuando afirma que “habría sido magnífico si Alfredo Pareja recreaba a personajes auténticos, en movimiento y vida, en lugar de aludirlos simplemente”.[10] Pero sí concuerdo con él cuando sostiene que “el personaje principal de la novela es el país”, identificado en toda la gama de personajes. Novela histórica, entonces, aunque no me atrevería a tratar de señalar los límites entre este tipo de narrativa y otros con elementos similares. Agustín Cueva habla de novelas con “enfoque histórico” en su ensayo Literatura y conciencia histórica en América Latina.[11]

Lupe Rumazo opina que “la novelística de Pareja —tomada como un conjunto— va creciendo hacia la asunción casi total de la materia histórica (se refiere concretamente a Las pequeñas estaturas y a La manticora), pero deja en claro que el autor, en su trayectoria, se guía “con el tema de la diferencia”, a fin de “contrarrestar su obra otra, netamente histórica”.[12] El muelle o La Beldaca no son históricas. Baldomera sí. Las tres de los nuevos años también. Esto confirma, una vez más, la universalidad, la diversidad y la amplitud de la obra parejiana. Pensemos en Hombres sin tiempo. “Todas sus novelas son de ancho ir, de andadura” opina la misma Rumazo.[13]

Novelas de contenidos

Aunque la narrativa de Pareja de los llamados nuevos años puede decirse que cubre también a Las pequeñas estaturas y a La manticora, no hay duda que se trata de dos etapas o ciclos diferentes, sobre todo porque La advertencia, El aire y los recuerdos y Los poderes omnímodos son una verdadera trilogía, no solamente porque los personajes principales son los mismos y pasan de una novela a otra (aunque pueden leerse independientemente), sino sobre todo porque tocan hechos y procesos trascendentales o de profunda significación en la vida de la nación. Espíritu fino, mente amplia y una actitud abierta, esencialmente humanista, llevaron a Alfredo Pareja, empujado por las ideas socialista y de avanzada de la época, a poner el dedo, mejor dicho su pluma, en la interminable —y subrayo con pesimismo el término— lucha por días mejores.

En La advertencia —y acaso Pareja pecó de optimista con ese nombre porque al parecer los sucesivos “avisos” que se han dado no han servido de mucho—, nuestro autor parte de la crisis provocada por los banqueros cacaoteros a principios de los años veinte que, a semejanza de lo que sucedió casi noventa años después, se llevaron el país en sus bolsillos. La historia de los aristócratas de la Costa, hoy mejor conocidos como “pelucones”. Antecedente este de la llamada “Revolución juliana”, protagonizada por militares jóvenes, movimiento que, aunque trunco, llevó más tarde a reformas importantes en la estructura del Estado y en el control de la economía. Curiosamente, en el prólogo de la obra Pareja nos habla del “nuevo país”[14] que debe reemplazar al viejo.

En La advertencia, tenemos la impresión que existe un gran despliegue de caracteres humanos y personajes, explicable cuando es la primera novela de las tres, y muchos de éstos se mantienen en las dos restantes. Adicionalmente, las diversas estructuras de las capas sociales y de sus representantes están ya caracterizadas por el autor desde el inicio. “Categorías hay hasta en el cielo”, dice Froilan, el empresario. Por otro lado se lee (en relación a las tres Pardas, las prostitutas): “Naturalmente comercian, pero sólo con el cuerpo (…). Todo el mundo comercia, pero más con el alma”.[15] Para el actual neoliberalismo, la receta del desarrollo está en el mantenimiento y la prosperidad de los buenos negocios. La economía planificada por quienes la disfrutan. Todo lo demás vendrá por añadidura. Ciertos ojos no ven más allá de ciertas narices.

En uno de los capítulos finales de esta novela, el escritor plantea la distinción entre sueños y realidad al elaborar una sucesión de escenas imaginarias, que, en cierto modo, son los deseos inconfesados o el subconsciente personal henchido de anhelos, y, naturalmente, por extensión, son también los sueños de opio del país.

Viene luego El aire y los recuerdos, un extraordinario texto, merecedor de un profundo y sostenido análisis. El tiempo de la novela se inicia la noche del 19 al 20 de agosto de 1932, en Guayaquil, y termina en Quito el 1 de septiembre. La novela se inicia en 1932. El tiempo es la materia prima de la narrativa y puede ser manejado como un orfebre trabaja el oro, dúctil y extremadamente duro como es. Comienza Pareja escribiendo que la Revolución Juliana de 1925 “quedó a su suerte”. Y, ya al terminar la obra, exclama: “Estamos luchando por las ideas, y las ideas no se dejan conquistar”. La llamada “guerra de los cuatro días” sirve de telón de fondo. Sin embargo, este episodio de sangre y bala, se convierte en un pretexto para desarrollar una obra, las batallas en las calles de Quito conducen a Alfredo Pareja a otros temas y reflexiones que hacen la verdadera obra. Igual sucede en La advertencia: hasta los dos tercios de la obra no se mencionan a los movimientos de la Revolución juliana. Tengo la sensación de que esta corta guerra quiteña, donde se enfrentaban las fuerzas conservadoras y las progresistas, no podía ser eludida por el autor. Fue, por otro lado, el comienzo de un período político de extremo desequilibro, aunque se dieron decisiones importantes en el orden social, como el primer Código del Trabajo. Sin embargo, aunque posiblemente no estuvo en la intención directa de nuestro novelista, la batalla de los “cuatro días” parece resultar, a mi modo de entender por lo menos, un ”pretexto” para desarrollar una obra bellísima. Sucede constantemente en la narrativa, mientras se trabaja: se hallan caminos nuevos, se escribe sobre aquello que no pensaba escribirse, se descubre. A veces las novelas se hacen solas. A través del texto se yuxtaponen infinidad de precisiones y comentarios que, por cierto se dan en las otras también, sobre hechos y sucesos del país y del mundo, referentes literarios, filosóficos, artísticos, políticos y psicológicos, etc. que cubren la novela. Las ciudades de Guayaquil y Quito son pintadas magistralmente, como si estuvieran mostrándonos sus almas urbanas. Dice de Guayaquil: “ciudad sin época (…), ciudad apresurada (…) constantemente renovada a causa del cacao y de los ricos, intemporal (…) si se quiere buscar algo en su intimidad, habría que completar los grandes balcones, los pilares de guayacán o los portales (...), el centro vive aislado (ahora serían las nuevas urbanizaciones de lujo), no por falta de comunicación sino por la soberbia”.[16] Volvería sin duda Alfredo Pareja a su tumba si hoy mirara, en muchas obras, la copia siamesca, los esperpentos venidos del norte y la insolencia de dividir a la ciudad, con hierro y aluminio, con garajes y boutiques, de ría majestuosa y única. Menciona a Quito largamente. “El Panecillo […] era como en sus días venerables y antiguos, un trompo con la punta hacia arriba, desde entonces se hacían sacrificios al sol y ahora el infierno”.[17] La descripción que hace de Quito en “El conflicto del aire” (Parte 2 del Capítulo II) no puede ser más poética y hermosa. Escribe: “[…] ninguna de esas casas del sur está a nivel de otra; son muy individuales, muy solas, muy orgullosas de su accidentada pobreza, y se abajan y suben en desorden, con una desigualdad de chimeneas que mezcla en varios planos el humo, el aire y la luz”.[18] Volvería también a donde reposa don Alfredo si mirara el llamado Quito moderno, caótico, desigual desordenado, invasor y ladrón, con cemento, automóviles y centros comerciales desafiantes, mal ubicados, restándoles los espacios destinados al hombre y a la naturaleza. ¡Pobres ciudades, tan amadas y odiadas!

Son reiterativas, oportunas y bellas las referencias el “aire” que en la novela se repiten muchas veces. El aire que trae las ilusiones, los sueños; el aire que igual se las lleva, igual que las frustraciones y los desamparos y fracasos. Los deseos y el desafío de volver a intentar. El aire cálido o frió recorriendo calles o colándose por celosías de caña guadua o desvencijadas ventanas conventuales.

Las reflexiones abundan y permitirían más páginas que las concedidas. Detengámonos nada más que en una: las que hace Pareja sobre la literatura ecuatoriana. “(…) Eso, eso que ustedes están oyendo es lo que todavía le falta a nuestra literatura: la polifonía (…) Todo lo humano para ser, siquiera a medias conocido, necesita de varios tonos”.[19] Y, más adelante, advierte: “[…] la novela realista de estos días, por fuerte, por magnifica que sea, puede ser una eyaculación de machos apresurados (…) Es la limitación del goce, la mutilación del placer estético”. Y creo que, acaso, don Alfredo Pareja, desde donde se halle, y, sin duda el mejor de los lugares será en la memoria colectiva de los ecuatorianos, seguirá tirándonos las orejas: “¡Les falta lenguajes, les faltan lenguajes!”, me imagino yo que podría estar diciéndonos en este centenario de su nacimiento.

Y si me permiten, una reflexión al marguen, en homenaje a don Alfredo Pareja que está de cumpleaños: en este país envidiable, las guerras se acaban en cuatro días, las guerras con el Perú fueron miniguerras, las peores matanzas duran horas, días, los asesinatos masivos, por monstruosos que hayan sido, se acaban pronto. Nadie pide más sangre a la sangre, mientras que en la nación hermana del norte van más de ciento cincuenta años matándose y en la otra hermana del sur ha sucedido lo mismo. Aquí nos morimos de otras cosas. ¡Hermoso país! ¿Cuándo aprenderemos a quererlo?

En Los poderes omnímodos, salta a los comienzos de la era velasquista, alrededor de los años treinta, que duraría cuarenta años y que, quizás, hasta hoy los huesos del esquelético mandatario sigan moviéndose en su tumba causando tempestades y embrutecimientos colectivos, destruyendo todo pensamiento organizado, todo sistema. Así es descrito Zaragata: “[…] feo, de grande boca dentuda, ojos bufónicos, enteco, y tenía un dedo inmenso, el índice de la derecha, que agitaba en el aire como un garrote”. Alarico es “una rueda, un molino, una trituradora, millones de palabras corriendo el corazón de la gente cándida”. Velasco-Zarataga es personaje en más de una obra de ficción ecuatoriana.

El desarrollo de este movimiento político, que recogió todos los vacíos de poder y de liderazgos, y más de un desengaño acumulado, a más de la “pérdida” de parte de territorio en 1942 (así, entrecomillas, porque perdido estuvo siempre), terminó a la llamada “La Gloriosa”, la de mayo de 1944, con todo el país volcado hacia una enloquecida esperanza de redención.

Así como El aire y los recuerdos es una creación con singulares matices poéticos, Los poderes omnímodos demuestra una excepcional madurez narrativa, el uso de múltiples recursos, un extraordinario vigor en la estructura de la obra. Se leen descripciones sorprendentes como el “Mutis de Felisa Recalde”.[20] La sentimos más profunda, más rica, más maciza y completa, con variados recursos técnicos, como, por ejemplo, la forma de presentar unos diálogos vehementes en la Parte 8 del capítulo nombrado, o en la Parte 5 del Cap. IV, o al final de éste cuando reproduce textos de uno de los libros bíblicos. Obsérvese nada más como al iniciar el Cap. IV relaciona al autor con el narrador y el personaje, o cuando Pareja se nombra a sí mismo más adelante, o en las numerosas ocasiones en que se dirige al lector. Impresiona la descripción del “éxodo” de la gente ante el avance de las tropas peruanas.

Ahora bien, a pesar de que las clasificaciones, aunque sean en alguna forma necesarias, a veces confunden, sobre todo porque en literatura no hay límites ni líneas divisorias fijas, pensamos que esas novelas son obras, además de históricas, con gran contenido político, inclusive ideológico, y no porque sostenga el desatino o la torpeza de que la narrativa o el arte son politizables o ideologizables, sino en el sentido de que todo escritor da su propia versión del mundo y de la vida. Porque las ideas o la política son parte de esa vida. Pareja cree que los procesos de cambio y las revoluciones llegan siempre, como parte del curso de las cosas. Las tres obras reflejan la trayectoria de las ideas políticas y de los afanes progresistas. Y eso es lo que hace Alfredo Pareja. Conste que ni siquiera he intentado hablar de realismo social, político o socialista. Efraín Subero comenta que Pareja piensa que el “realismo de la novela latinoamericana, debe ser un nuevo realismo (….) los problemas no vistos como partes aisladas, sino como un todo”.[21] Son en suma, tres novelas de grandes contenidos, como las grandes novelas que nos han pintado épocas o han abarcado amplios períodos. Obras de hondos significados, proféticas, envueltas en diversidad de formas y continentes propias de un maestro, pues por lo menos a mi manera de ser, significados o significantes se entrelazan y se funden mucho más allá de lo que la simple lógica de las cosas puede sugerirnos.

Adicionalmente, cada una de las tres novelas está saturada de infinidad de citas, pensamientos, textos; salpicadas de datos históricos que sitúan al país en el mundo de la época, lo conectan; reflexiones filosóficas, sociales o políticas. La erudición, la vastedad de conocimientos e informaciones, las incontables lecturas, los interminables temas conocidos, el interés por todo lo que sucede. Las referencias son siempre oportunas, cuando se debe hacerlas y en el lugar preciso. No abusa de ellas. Al contrario, están distribuidas con sabiduría y enriquecen el texto y al lector. Podría hablarse de una tendencia globalizadora abierta por parte de Pareja, una intención clara de “desenclaustrar” a la nación, y no a la manera de hoy, donde se globaliza lo que solamente conviene. Merecen destacarse las menciones a obras literarias, a poetas y escritores, donde no dejan de citarse a los nuestros y muy especialmente a los de su grupo, el de Guayaquil.

Los espacios donde las novelas se desarrollan se alternan entre Quito y Guayaquil. Los dos centralismos, los dos poderes muchas veces excluyentes de otras opciones, de mayor equilibrio nacional. Y aunque las obras se cuentan en espacios urbanos principalmente, Pareja, que nada deja suelto, encuentra oportunidad para recordarnos nuestros paisajes y rincones naturales, no solamente de los tropicales y marítimos, que le son propios, sino de los parajes andinos y de las selvas orientales.

Personajes. Estructura

Como gran contador de historias, Alfredo Pareja es un auténtico creador de personajes. Y de personajes vivos, que se los podía sentir y tocar. No hay verdadera novela sin desarrollo de vidas. En todas sus obras, buena parte de la transfiguración que provocan, ese conducirnos a otras latitudes y sensaciones, está condicionada a la fuerza de esas mujeres y esos hombres repartidos por sus páginas.

En las obras que comentamos, hundido Pareja en hechos históricos trascendentales para la vida de nuestro país —o para la lenta agonía de lo que pareció ser y no será— , en el tejido de los sucesos narrados y a través de la estructura de sus creaciones, supo dar existencia auténtica a una red admirable de personajes. Para pintar a un país, cuya principal rémora acaso sea la fragmentación, se requería un conjunto completo de seres de ficción que cubran todos los espacios y proyecten sus destinos dentro de la desintegración horizontal y vertical que nos ha sido y nos es lamentablemente característica. Si meditamos, además, en la complejidad de los episodios históricos enmarcados dentro de cada una de las obras de los nuevos años, y el hecho de que cubran un cuarto de siglo, sin el peso de todos y cada uno de los personajes, su compañía y su empuje, la maestría del autor, la riqueza de los textos y el caudal imaginativo de la obra literaria de Pareja Diezcanseco, se hubieran visto limitados. Resaltan sobremanera los personajes femeninos, propios de escritores de espíritu sensible e intuitivo. Protesta por mayores espacios para la mujer y apoya su lucha, muy desigual en esas épocas. Relieva el idealismo y la rebeldía de la juventud. A Clara, la amante del pintor, pretendida por el vanidoso comandante Canelos, la llama “la hija del arco iris”.

Puede afirmarse que toda la estructura social de esos años está dibujada. Las dos figuras representativas del poder y de la prepotencia están en el comandante Alfonso Canelos, un militar abusivo y altanero, y en un comerciante próspero llamado Froilán del Pozo. Ambos tienen mujeres hermosas y deseables: Clara, sin duda la presencia de mujer mejor lograda, y Lola, la esposa de del Pozo. El contrapunto se muestra en Pablo Canelos, hijo del comandante, amante de la literatura y con ideas propias, que en unión de intelectuales y artistas cuestionan el sistema, o en mujeres de acción y de metas como Juanita Rincón o Balbina Carrilla que termina desapareciendo. Pablo Canelos podría ser una especie de alter ego del autor, de los tantos que a veces los escritores inventamos ante la necesidad de expresarlo todo. Pablo Canelos, con un caudal interno de ideales, pasiones y delirios, crece lentamente hasta representar un papel fundamental en Los poderes omnímodos. No faltan los pequeños seres que desistieron y buscaron el camino del arribismo, al renunciar a los ideales originales del cambio. Clara tiene su historia propia, al convertirse en amante del pintor Salgado que es desaparecido en la jungla oriental. Lola es amante de Ramiro, el poeta, empleado de su propio marido. El prostíbulo, que, debido a las circunstancias de la época, reunía historias, intrigas, secretos y confidencias, juega un rol fuerte con las llamadas “las tres Pardas”. El prostíbulo era casi la otra casa, el bar, el club privado de hoy donde solamente se ingresa con membresía. El fin de Canelos, a causa de un infarto, en el mismo prostíbulo, es patético, como patéticos son sus momentos de soledad, viejo, vencido y despreciado, sin mujeres.

Amores, pasiones y deseos están presentes en toda la obra. Son los artistas y los escritores los más proclives a esos juegos interminables. A la infidelidad. Son las mujeres bellas, con maridos torpes o egoístas, las que buscan en la buhardilla, a la vuelta de un zaguán o en los estudios de los intelectuales lo que les falta en los domicilios oficiales.

Resultaría fuera de tono añadir más y más referencias a personajes. Simplemente hay que releer o leer a Pareja y redescubrir, no solamente su inmenso mundo, sino nuestras propias vidas y las historias que nos han acompañado en ese pequeño rincón del planeta.

No sería admisible que dejemos de mencionar, acerca de este, uno de nuestros novelistas mayores, y muy particularmente en las tres novelas, la impresionante regularidad de su prosa, el equilibrio del texto, la forma de entrelazar lo contado, la maestría de decir, insertar y reflexionar sobre lo justo en el lugar preciso, la variedad de giros, la fuerza de los diálogos, las sorpresas si así queremos llamarlas, cuando se manifiesta en modos o formas distintos. Las novelas grandes son universos, pero son también estructuras, edificios, si cabe el término, donde todo debe estar en su sitio. No hay ni habrá reglas en este oficio. Ni planos. Ni mapas. Tampoco un GPS que nadie podrá patentarlo. O manuales de instrucción. Las normas las pone, en una y otra forma, el escritor y es el efecto estético ante quien sigue las páginas una a una la única medida posible. No hay otras.

Comentarios finales

Dice Kundera en La insorportable levedad del ser: “La historia es igual de leve que una vida humana singular, insoportablemente leve, leve como una pluma, como el polvo que flota, que aquello que mañana ya no existirá”.[22]

Dice Alfredo Pareja en Las pequeñas estaturas: “Los patriotas no creían en la catástrofe. Creían en el orden. Tenían dios propio, un demonio amainado, oloroso a lavanda, de sexo remilgado, y, para aliviarse de penas y acautelarse contra la duda, unos cumplían asiduamente con santo sacramento de la comunión, y otros viajaban por todos los clubes nocturnos del mundo. Estas diversiones le daba una acepcia de embriaguez, como el agua jabonosa en el cuerpo, como las lonjas de tocino en el vientre”.[23]

Esperemos mejores días en estos nuevos años.

(Quito, julio de 2008)

Fecha de recepción: agosto 06 2008

Fecha de aceptación:

[1] Alfredo Pareja Diezcanseco, La advertencia, Buenos Aires, Losada, 1956; El aire y los recuerdos, Buenos Aires, Losada, 1959; Los poderes omnímodos, Quito, El Conejo, 1983 . Todas las citas corresponden a estas ediciones.

[2] Cfr., Raúl Serrano Sánchez, “Alfredo Pareja Diezcanseco: Escribir es un acto de pavor”, en Revista Nacional de Cultura, No. 12, Quito, Consejo Nacional de Cultura, enero-abril, 2008, pp. 164-171.

[3] Alfredo Pareja Diezcanseco, Las pequeñas estaturas, Revista de Occidente, Madrid 1970, según nota de la edición de Oveja Negra y El Conejo, Bogotá 1986; La manticora, Losada, Buenos Aires, 1974, según dato del Homenaje a Alfredo Pareja, Academia Venzolana de la Lengua y Embaja del Ecuador en Venezuela, Caracas, 1993.

[4] Hernán Rodríguez Castelo, Revista Diners n. 290, julio 2006 Dinediciones, Quito.

[5] Salman Rushdie, Los hijos de la medianoche, Plaza Janés Editores, 1997, Barcelona, España, pp. 77.

[6] Gao Xingjian, La montaña del alma, Editorial Planeta 2002, Barcelona, España, pp. 165.

[7] Abel Posse, Los perros del paraíso, Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina, pp. 159.

[8] Benjamín Carrión, El nuevo relato ecuatoriano, Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, Quito, pp. 151

[9] B. Carrión, Ibíd., pp. 151

[10] Edmundo Ribadeneira, La moderna novela ecuatoriana, Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, Quito, pp. 97

[11] Agustín Cueva, Literatura y conciencia histórica en América Latina, Letraviva Editorial Planeta, Quito, Planeta, 1993, pp.135

[12] Lupe Rumazo, en Homenaje a Alfredo Pareja,op. cit. pp. 39

[13] L. Rumazo, Ibíd. pp. 34

[14] A. Pareja Diezcanseco, La advertencia, Íbid. pp. 7

[15] A. Pareja Diezcanseco, La advertencia, Íbid

[16] A. Pareja Diezcanseco, El aire y los recuerdos, op. cit

[17] A. Pareja Diezcanseco, Ídib.

[18] A. Pareja Diezcanseco, Íbid.

[19] A. Pareja Diezcanseco, El aire y los recuerdos, op.cit.

[20] A. Pareja Diezcanseco, Los poderes omnímodos, cap. III, parte 2, pp. 63

[21] Efraín Subero, en Homenaje a Afredo Pareja, op. cit. pp. 20

[22] Milán Kundera, La insoportable levedad del ser, Tusquest Editores, 1989, Barcelona, España, pp. 229

[23] A. Pareja Diezcanseco, Las pequeñas estaturas, op. cit pp. 18