Alfredo Costales (2001)

-SURCO FECUNDO-

Hay mucho que escuchar al autor de 92 libros y 130 artículos y monografías sobre Historia Social, Antropología, Etnología, Arqueología y Lingüística, premio Tobar en dos ocasiones, quien declara orgulloso que “habla, siente y hasta piensa” en quichua, como uno de sus idiomas propios, hasta el punto de no tener memoria de cual idioma aprendió primero, que vivió sus primeros seis años en los páramos de una hacienda en Chimborazo, y que confiesa cómo, en unión de su esposa Piedad, coautora de la mayoría de las obras, ha recorrido, muchas veces “a pie, en mula o en canoa” la mayor parte del país. Alfredo Costales nació en esos cerros hace setenta y seis años. Habla también el shuar y el colorado.

La vocación

A más de la vida en el campo, que tiene la virtud —en un mundo que pretende tener respuestas para todo— de obligar a pensar y cuestionarse, el padre de Alfredo Costales fue un estudioso de la historia y, a su vez, amigo de uno de los “grandes historiadores de nuestro país”, el doctor Juan Félix Proaño. El influjo que recibió de ambos, y el haber escuchado sus múltiples conversaciones, fueron determinantes. Hubiera sido muy diferente este país si, desde la escuela, hubiéramos aprendido el quichua como segunda lengua. “No sólo desconocemos, sino que hemos falsificado tanto nuestra cultura —dijo—, que inclusive el movimiento indígena usa como bandera el espectro solar, la wilpala, que es término aymara y que salió del Cuzco; y usa también el nombre ‘Pachacútec’, que corresponde a la historia inca”. Además se comete la “barbaridad” de sustituir las letras “c” por la “k”. “La bandera nuestra debe ser blanca con una pluma dorada”, que corresponde al plumaje de la quiriquinga joven (al crecer se torna negra), ave que se encuentra exclusivamente dentro del Ecuador actual.

Opina que, al contrario de lo que sostiene Garcilazo de la Vega, nosotros no fuimos en el pasado un conjunto de tribus sin cultura y sin identidad propia. Costales, a pesar de los cuestionamientos de otros historiadores, piensa que el llamado “Reino de Quito” sí existió, cree en la teoría del padre Juan de Velasco y más bien lo critica porque se guardó indicios valiosos. “Él nos dio la historia del espítu de la patria”. Costales piensa que sí existió este “reino” como una confederación de grupos que estaba en proceso de desarrollo, con origen, lengua y costumbres comunes. “¿Cómo puede explicarse que los incas, con doscientos mil hombres, se demoraron setenta años en conquistarnos, sino porque existía un pueblo organizado”?

El problema principal es cultural

Costales sostiene que, sobre todo, “debemos mirarnos para adentro; debemos ir hacia nuestras raíces”. ¿Será suficiente el mejor sistema económico-social o la mejor forma de gobierno, si no sabemos siquiera qué y cómo somos? Con seguridad no. Sólo conociéndonos podemos apreciarnos y amarnos: es el primer paso para ser mejores. “Debemos definir nuestra nacionalidad; estamos superponiendo a la nuestra otras culturas”, falsificándolas y alterándolas en todos los órdenes. Vivimos, en suma, de culturas prestadas. “Tuvimos en estas tierras del mal bautizado ‘Ecuador’ (que no pasa de ser una línea imaginaria), culturas grandes y poderosas”. ¡Si hasta el quichua está castellanizado, qué podemos esperar de nuestra cultura mestiza! “El idioma —opina Costales— es el elemento más extraordinario de una nación, el básico; después viene la religión”, no como estructura organizacional, sino elemento creado y mantenido por la cultura.

Confesiones

“Haber nacido en los páramos y el hecho de que la cultura indígena me haya dado la mayor de las riquezas”, originó que alguna vez —y de este hecho pocos conocen— el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez le pidió que tradujera al quichua su novela Crónica de una muerte anunciada. “Se hizo un tiraje significativo en Nueva York. Tanto en Estados Unidos como en Europa hay gente que se interesa, por ejemplo, por el quichua”.

Otra experiencia interesante que recuerda es que, alguna ocasión, siendo muy joven, llegó al Ecuador “el famoso antropólogo norteamericano Murray, creador de la teoría de los pisos ecológicos”, y Alfredo Costales, por mediación de su padre, se unió a la expedición a los diecisiete años, “como de peoncito, para ayudar en las excavaciones que se fueron casi hasta Macas”. Al final, Murray le dijo: “mira, muchacho, estudia antropología...” No lo hizo de inmediato: “como antes se obedecía al papi, ingresé a Derecho, a pesar de que no me atraía, y fui alumno fundador de la Universidad Católica”. Desde ese año de la fundación de la Universidad —1946— Costales se trasladó de Riobamba a Quito. Tiene una licenciatura en Ciencias Sociales, otra en Ciencias de la Información de la Universidad Central, pero, sobre todo, desarrolló una gran tarea investigativa en el Instituto Ecuatoriano de Antropología y Geografía.

Cuenta que en varios países de Europa, además del Archivo de Indias, existe documentación valiosísima sobre el Ecuador actual. Muchos archivos que se hallan en Inglaterra, fueron llevados allá por los piratas que asaltaban los barcos españoles; o en otros centros, cuando el emperador Carlos V era el amo de la Europa actual y los documentos podían ir a parar en cualquier país. Dijo que “casi ningún ecuatoriano visita esos archivos”.

Comenta algo que pocos deben conocer: “el ochenta por ciento de los topónimos de nuestro país son origen sáchila y cháchila, o sea cayapa-colorado. ¿Por qué, entonces, buscar el origen en otras lenguas como la maya o la aymara”?

La obra

Según Alfredo Costales, él ha servido al Ecuador a través de sus investigaciones y de sus obras, “con afecto por todas las regiones, pero también “he servido al mundo” como funcionario de la UNESCO, en el Centro Latinoamericano de Investigaciones Sociales en Matto Grosso, Brasil, en la OIT para estudiar los grupos de selva de Bolivia, Ecuador y Perú. En el país ha sido Director de la Misión Andina y Director del Archivo Nacional de Historia. Fue también Director del Proyecto de Ecología Humana en Colombia y Panamá, Asesor en el Instituto de Reforma Agraria y Colonización, Jefe de la División de Antropología del Instituto Ecuatoriano de Antropología, y participó en los estudios previos para la creación del seguro social campesino. También fue designado por el Consejo Provincial Jefe del programa de investigación de las pirámides de Cochasquí.

La obra publicada es muy extensa. Ha escrito en revistas nacionales y extranjeras, en periódicos y en medios especializados. Las obras científicas abarcan muchos tópicos: desde los estudios hechos para las finalidades del seguro campesino especialmente en la costa hasta referencias a personajes como Pacha Duchisela, madre de Atahualpa, o a Fray Pedro León Pineda, padre de la Escuela Quiteña, desde numerosos escritos en publicaciones del Instituto de Antropología hasta obras de notable tarea investigativa. Merecen especial mención Historia Social del Ecuador que, en su segunda versión aún no publicada, tendrá 10 volúmenes, Los viracochas y los peruleros, El Reino de Quito, Vocabulario de la lengua índica (quichua).

Costales concede gran importancia al estudio y conocimiento de los topónimos y antropónimos: “conocido el cuerpo de una tierra o región, me preocupaba de buscar su alma... es la combinación perfecta”.

Juntos en la vida y en el trabajo

Nombrar a Alfredo Costales es nombrar a Piedad Peñaherrera, su esposa, fallecida hace ocho años. Juntos se iniciaron en la investigación y descubrieron sus verdaderas vocaciones (ella había estudiado antes pedagogía y periodismo), juntos recorrieron al país y Latinoamérica y juntos escribieron la mayor parte de la obra. Alfredo se emociona cuando la recuerda: “fue un encuentro calculado por el destino... era de contextura delgada y frágil, pero jamás se quejó de nuestras caminatas y viajes”. Tuvieron la suerte de que los seis hijos comunes se quedaban con la abuela que vivía con ellos. Doña Piedad fue durante 23 años profesora de antropología en la U. Central y, en sus momentos, escribió ochenta cuadernos de poesia. Su esposo los está publicando. “Tuvimos una afinidad espiritual muy especial y un gran respeto mutuo... nadie sabe donde yo termino y ella empieza”. ¿Puede encontrarse una mejor definición de pareja?

El otro yo de Costales es novedoso: en su juventud tocaba muy bien la guitarra, el acordeón, inclusive rondador y bocina, sin haber aprendido música. También cantaba. Cuando se casó, pasó a la “vida seria” y abandonó estas aficiones. Cuenta que también fue gran aficionado a la pelea de gallos, hasta que “me pusieron en orden”, dice riéndose. Adicionalmente, ha creado música y, gracias a su buena amistad con Claudio Aizaga y Gerardo Guevara, ellos han escrito algunas de sus composiciones.

Antes de despedirnos, comentamos sobre la capacidad de resistencia del país: “pocos pueblos la tienen como el nuestro”, tanta que no se sabe si es una virtud o el principal de sus defectos. Costales habla de un “país atomizado”, pero con “la paciencia de un burro en aguacero”: no reacciona. Alfredo Costales tienen muy buen humor, la capacidad de reírse de uno mismo y de los demás, y de hacerlo en forma inteligente. Piensa que su mejor obra es la que no escribirá nunca.


(Quito, julio 2001)