Literatura de Cañar y Azuay de Antonio Sacoto (2012)

Literatura de Cañar y Azuay de Antonio Sacoto

Agradecí a Antonio Sacoto la propuesta de presentar la obra Narradores de Cañar y Azuay. Agradecí al erudito, al crítico, al excelente expositor, pero también al amigo que no ha dejado de llamarme cuando viene para Quito para invitarme a tomar café y charlar sobre libros y lecturas.

En cada uno de nosotros, desde la concepción, están presentes los demás. No dejamos de establecer lazos: familia, estudios, barrio, trabajos, grupos sociales. Desde joven, mi relación con los escritores fue a través de sus libros. Mi vínculo con la literatura fue una especie de relación secreta o un ejercicio dictado por extraños demiurgos, hasta que empecé a escribir en la madurez. Fue así como hace casi veinte años, comenzaron a llegar los del oficio. Poco a poco fui haciendo amigas y amigos. Son procesos muy diferentes, donde no cuenta el género, la condición, la edad, las ideas. Lo que cuenta es el amor por los universos literarios. Esas amistades, que son pocas, se convirtieron en camaradería, complicidades, lenguajes nuevos, formas de ver la vida, aprendizaje, maneras de entender más al ser humano. Son relaciones invalorables, únicas. Y allí está, en situación de privilegio, mi amigo Antonio Sacoto.

El doctor Antonio Sacoto tiene un masterado por el City College de New York, un Ph.D. en Filosofía por la Columbia University de New York y se ha especializado Literatura Peninsular e Hispanoamericana. Más adelante me referiré a su trayectoria y obras.

Me interesa ahora señalar que, después de conocerlo, entendí su forma de ser y su actitud ante nuestra literatura. A pesar de haber dejado el país muy joven, llevó en la mente y en la sangre su origen. Esta afirmación va mucho más allá del amor a la patria y al terruño cañajero y azuayo. Es algo más hondo que tiene que ver con lo que somos que, en una u otra forma, se manifiesta en la expresión narrativa y, por cierto, con lo que significamos literariamente dentro de la nación y más allá de las fronteras. De esta manera, percibí cómo la vocación de Antonio fue convirtiéndose en pasión.

Hace pocos años, el premio Nobel Mario Vargas Llosa, a quien admiro como escritor, en una conferencia presentada en Quito en la cual más habló de asuntos ideológicos que de literarios, afirmó que de las letras ecuatorianas únicamente había conocido algo de Montalvo. Me molesté, porque un buen lector ecuatoriano puede citar a diez autores peruanos sin problema. Vargas Llosa debía por lo menos enterarse sobre nuestros poetas, nuestros vanguardistas y la generación de los treinta. ¿Qué sucede, entonces, con la literatura ecuatoriana? En La actual novela ecuatoriana y otros ensayos, publicada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) en 2008, Antonio Sacoto se pregunta: “¿A qué obedece este lamentable desconocimiento, esta falta de valoración de la narrativa actual?”, y se refiere dos ensayos escritos por él titulados “Conozcámonos mejor” y “El desconocimiento de nuestra literatura”. Creo que Antonio no pide solamente que nos acerquémonos a nosotros mismos para saber qué somos y cómo somos, sino que nos insta a que nos aceptemos y queramos como ecuatorianos. Quizás tendríamos que ir por ese camino para buscar explicaciones, no solamente referentes a la narrativa y otras manifestaciones estéticas, sino a otros aspectos de nuestras formas de ser y actuar. En la obra mencionada se refiere a las opiniones de quienes ven en nuestros libros a los “convidados de piedra”, o sienten el “silencio pavoroso que por lo general rodea la publicación de un libro de narrativa”, o califican como “literatura invisible” a la ecuatoriana. La CCE entregó hace no mucho al doctor Antonio Sacoto la más alta condecoración de la institución. Marco Antonio Rodríguez, su presidente, opinó: “A Sacoto le obsesiona sobremanera entender la ecuación histórica de nuestra América, el mundo que conforman las naciones mestizas”. Y añadió: “América sigue siendo más un quehacer que un logro, un trance de ser antes que una identidad”. Entonces, deberíamos hablar de un continente marginado, y que nosotros somos una nación doblemente marginada dentro de un continente excluido. Los más grandes escritores del boom por lo general se educaron o vivieron en Europa. Actualmente no existe una editorial latinoamericana ante las dos multinacionales españolas. Hace pocos días leía un ensayo de Susan Sontag sobre el brasileño Machado de Assis —de quien he leído algunos relatos y una novela corta—, escritor decimonónico que al parecer nunca viajó más de ciento veinte kilómetros. Sontag se “asombra de que un escritor de tal magnitud no ocupe todavía el lugar que se merece”. A veces, uno se encuentra, por una recomendación, o en las ventas de saldos, o en fotocopias (inevitable la ilegalidad), con obras escritas por latinoamericanos: tres ejemplos me vinieron a la cabeza: el chileno Andrés Rivera, que en realidad se llama Marcos Rivack, que escribió El amigo de Baudelaire y La revolución es un sueño eterno; el uruguayo Mauricio Rosencof, autor de Las cartas que no llegaron; el colombiano Fernando Lleras de la Fuente de La última muerte de Wozzec.

Hay opiniones que sostienen, al hablar del tema de la literatura de Ecuador, que lo que nos sucede es que estamos “encasquillados” en ciertos temas, ambientes, referencias históricas, tendencias sociales, tipos de personajes, etc., y que tendríamos que “romper” y “salir” o “universalizarnos”. No lo entiendo. Veamos nada más de unos ejemplos: recordemos en cuántas novelas hablan de lo suyo, de su país o ciudad el mismo Vargas Llosa, Fuentes, que acaba de morir, García Márquez, Amado, Guimaraes, Roa Bastos, Asturias, Onetti, Benedetti, Donoso, Cortázar, el chileno Hernán Rivera, Premio Alfaguara 2010 que vivió su niñez y juventud en las desérticas zonas mineras. ¿Cuántas páginas de Coetzee salen de la misma Sudáfrica? ¿Y cuántas de Doris Lessing, de sangre británica, que vivió en Rodesia, salen de lo que vivió y es ella misma? ¿Y Pamuk sobre Estámbul? Bastan los ejemplos de estos Nobel. En Ecuador hay obras que pueden dar vuelta al mundo: mencionó dos de autores desaparecidos: El chulla Romero y Flores, de Ycaza, y El éxodo de Yangana de Rojas. Sigue estudiándose, aquí y en otros países, a Pablo Palacio y a Humberto Salvador. Miré en la Universidad Andina una hermosa edición de Palacio en español y alemán. ¿Y qué decir de la trilogía de novelas “de los años nuevos”, como los llamó su autor Alfredo Pareja, entre otras de este gran escritor? Pensemos a la literatura montubia, a las obras del Grupo de Guayaquil, al llamado “realismo social” de los treinta, a los que escriben desde los sesenta, algunos de ellos finalistas del Premio Rómulo Gallegos. de nuestros excelentes cuentistas, algunos de ellos con premios y reconocimientos internacionales. Francisco Proaño Arandi ganó últimamente el Premio José Marcía Arguedas, en Cuba, por esa extraordinaria novela El tratado del amor clandestino, y Humberto Vinueza, con un conjunto de poemas titulados Antología poética obra cierta ganó el Premio José Lezama Lima. Entre los más jóvenes, una generación atrás, he leído obras valiosas, con lenguajes y temas distintos, con ritmos enérgicos, galopantes, y puntos de vista novedosos. ¿Por qué razón Carlos Fuentes, que acaba de morir, y José Donoso crearon a Marcelo Chiriboga, un autor ficticio ecuatoriano que representaría al boom?

Repito: el problema no es salir de lo nuestro. El localismo lleva al universalismo. No podemos negarnos. Aunque no he leído la obra todavía y carezca de un criterio propio, sé de algunas críticas al ensayo Las costumbres de los ecuatorianos de mi buen amigo el doctor Osvaldo Hurtado, por el cual, con erudición y gran acopio de información, puede inclinarnos a generalizar lo que somos desde un punto eurocentrista de los siglos XVII y XVIII. Vuelvo a lo mismo: no nos queremos suficientemente, no nos valoramos. Extrapolando, en la revista Newsweek en español de octubre de 2005 se menciona una investigación realizada por Charles Mann que sostiene que a fines del siglo XV, Colón “halló una sociedad más avanzada que Europa”, especialmente en cuanto a tecnología y organización social. Cinco mil de años a.C. ciertas civilizaciones de la actual Sudamérica se desarrollaban como las de China y Mesopotamia. Hace pocos años un vídeo de dos mujeres en paños menores las mostraba recibiendo castigos de nuestra justicia indígenas: agua fría, ortiga y varios latigazos, por una sola vez, pero no tortura y crueldad refinada como política de gobierno, con miles de muertos o desaparecidos o los conocidos métodos policiales practicados de ordinario. “Pueblos salvajes”, dijo el mundo, presionado por los medios y el sensacionalismo, pero se olvidaron de los millones de muertos de las dos guerras mundiales y de la guerra española, de los treinta millones de africanos que morirán de sida o de inanición no cuentan, ni las matanzas y genocidios de la historia por parte de los colonialismos o imperialismos. No creo que una imagen diga necesariamente más que mil palabras. Acaso sea al revés. No, señoras y señores: nosotros valemos más. Tenemos otros procesos, muy diferentes pero igualmente fascinantes como fue la construcción de Europa que llevó siglos, o el nacimiento de los Estados Unidos hace menos de 300 años. Latinoamérica está cambiando y vendrán otros épocas. La Historia es lenta y casi nunca va en línea recta.

Se me preguntará: ¿y qué tiene que ver eso con la literatura? Ya lo dije: desde que nacemos somos hechos por otros: familia, sociedad, cultura, paisaje… Sin perjuicio de nuestra individualidad, somos los otros y nos reflejamos en ellos, de modo que quien escribe tampoco puede evadirse. Aunque traslade el espacio de sus obras, aunque escriba desde otro lugar, el escritor no puede romper con lo suyo, con lo que es. Y no se trata de lo que logramos cada uno como persona, lo que aprendemos, los títulos o las trayectorias. No. Se trata de nuestra estructura emocional, que es algo diferente. Si no sentimos lo que somos no podemos amar lo nuestro. Tendríamos una especie de impedimento emocional, no de capacidades, no de fuerza imaginativa, no de técnica ni de esfuerzo creativo.

Paul Auster, el gran escritor usamericano, dice en Experimentos con la verdad que “estamos habitados por otros”. Y escribe que “el niño que mama del pecho de la madre (…) comienza a comprender que es un ser independiente. Adquirimos nuestra idea del yo —continúa— a través de ese proceso (…). La toma de conciencia de nuestra identidad es sólo una extensión de esa experiencias tempranas”. Somos sumas de los demás.

Antonio Sacoto ha sentido y comprendido estas realidades, pero no ha dejado de ser crítico en sus opiniones. No tenemos razón alguna para ser inferiores literariamente. El problema es de otra índole y tiene que ver con nuestra postura ante nuestra nación. Quizás existen filtros o barreras que impiden que nos llegue como ecuatorianos, a escritores y no escritores, todo el caudal profundo de lo nuestro, desdibujado por razones históricas, geográficas, políticas, sociológicas, etc. que vienen desde mucho antes de la conquista y que no nos permitieron crear los necesarios vínculos. Por eso somos dispersos, individualistas, racistas, segregacionistas. Sin embargo, bajo estos rasgos hay un pueblo sabio, bueno, que no ha permitido extremismos, que tuvo una revolución liberal, que mantiene una trayectoria a favor en la mujer, que jamás tuvo una dictadura como las del Cono Sur, que goza de un pueblo indígena con grandes reservas morales que nunca tomó las armas, que pone y bota gobiernos sin sangre, que no tuvo guerrilla. De un pueblo que, a pesar de las desigualdades y de problemas muy graves, tiene un espacios de aire entre las capas sociales.

Aunque seamos también lo que aprendemos, repito, nuestra estructura interna en ese soy, ese nosotros. La historia del hombre es, ante todo, obra de la imaginación, de la creación. Probablemente en la literatura este hecho sea más determinante que en otras ramas del arte.

En los medios cada vez se reducen los espacios literarios. Con una excepción, no existen suplementos culturales. Las revistas de consumo masivo son lujosas pero insustanciales. Uno de los periódicos acaba de presentar una revista mensual: la mayoría de sus páginas no son sino publicidad de productos a los cuales tienen acceso menos del 1% de la población. Lo demás, poco, casi nada. Antonio escribe en el prólogo de la obra: “…se debe arrostrar la falta de apoyo por parte de los medios de difusión, que llegan hasta el vergonzoso pero lucrativo empeño de ignorar el desarrollo cultural por llenar sus páginas de anuncios publicitarios”. Es más fácil reproducir un dato del Internet que leer un libro escrito por una ecuatoriana o ecuatoriano y opinar sobre él.

Los espacios concedidos en las librerías a la producción propia es reducidísimo. Si una obra escrita por uno de nosotros tiene un éxito en un concurso internacional, se sabe de la noticia, de la novedad, fotografías incluidas, mientras dura el efecto de la sorpresa, pero el libro casi no es leído ni comentado. Además, en los últimos años la literatura ligera, facilona, literatura de consuelo y de evasión más que de hondura en tratar los grandes temas humanos, ha invadido casi todos los campos, y el espacio concedido a los escritores ecuatorianos, es cada vez más estrecho. ¿Qué pasa, entonces, con la literatura ecuatoriana? Habrá que ir más allá: ¿qué sucederá con la literatura en un futuro próximo?, invadidos por la noticia, por el Internet, por “el mundo al instante” que era el nombre de un noticiario filmado de los cincuenta. ¿Qué nos hacemos con tanto dato y tantos “instantes”? No mucho. En el fondo estamos incomunicados, menos informados: somos un depósito de datos que se esfuman ese momento o al día siguiente. No es posible pensar si lo que cuenta es lo licuable y pasajero. Como nunca, la literatura tiene la palabra. A la gente hay que darle lo que quiere, se dice. ¿Por qué no lo que necesita?

Estamos recordando los 20 años de la muerte de Agustín Cueva. En literatura y conciencia histórica en América Latina, al analizar Cien años de soledad, escribe: “A nuestro juicio, dicha forma literaria (adviértase el término “forma”) sería más bien el trasunto artístico de la heterogeneidad estructural del gran referente empírico de la narración: América Latina en general y Colombia en particular”. Y más adelante, al hablar de la literatura de Ecuador, dice: “La literatura es y tiene que ser proteica, y que su calidad no depende de sus contenidos sino de su puesta en forma, de su plasmación”. Y la forma es un asunto estético y técnico que depende de una disposición emocional, que es la respuesta a un conjunto cultural muy complejo, donde influyen también el instinto y el subconsciente, y que está dentro de nosotros.

Debemos aceptar que si el Estado no está detrás del libro, la literatura seguirá dando tumbos. No hay otra alternativa. En toda Latinoamérica se debe seriamente pensar en una multinacional del libro empujada por los gobiernos. Un especialista en teoría estética sostiene que los colores se ven, la música se oye, pero que las palabras se entienden. ¡Que nuestras palabras se entiendan! De eso se trata. Serán pues el Ministerio de Cultura, los núcleos de la CCE, los organismos seccionales los que tendrán la palabra, pero opino que debemos replantearnos la temática del libro en el país. El Ministerio de Cultura y la CCE deberían convocar anualmente a concursos con premios dignos y, sobre todo, garantizar tirajes importantes, no regalar el libro sino promoverlo, poner al alcance de la gente. Hay una ley que impide vender los libros editados por instituciones públicas. Conocí de un concurso de novela organizado por el Ministerio señalado. Fue ganado por un excelente escritor como Jorge Velasco Mackenzie, pero sólo se publicaron 500 ejemplares que se obtenían gratuitamente previa solitud escrita. Jorge me confesó que él no tenía un ejemplar. El libro merece una política especifica. A Humberto Vinueza la editorial El Perro y la Rana de Venezuela le publicará 20.000 ejemplares de una antología poética. Más de un escritor joven ha sido editado o está por editarse en el exterior.

Sin embargo, cada vez se publica más literatura en el Ecuador. Hay una serie de editoriales pequeñas que no dejan de editar. Pero, ¿cuántos ejemplares?, ¿quiénes los leen?, ¿cuántos reconocen esas proezas escondidas? ¿Cuántos autores editan por su cuenta o en mingas organizadas con los compinches del oficio? ¿A cuántos las grandes editoriales es niegan la publicación porque “no se vende”? Un funcionario de una editora internacional muy prestigiada me dijo en forma privada: “A veces no entiendo las cosas que veo.”

Deseo mencionar la labor de la Campaña Nacional de Lectura “Eugenio Espejo”. Cada mes se publican y distribuyen miles de ejemplares sobre literatura y otros temas que van a manos de las clases medias y bajas, a precios razonables. Han cumplido diez años y han editado más de cuatro millones de ejemplares.

El libro que esta noche se presenta, editado por la CCE, en 317 páginas hace un recorrido por la literatura de Cañar y Azuay. El interés de Sacoto es relievar, según escribe en el prólogo, “el manejo técnico y la expresión literaria (…), el momento histórico que juegan sus personajes (…), la distorsión de la historia (a favor de la ficción, se entiende) a través de la hipérbole y del anacronismo (…), la feliz fusión de lo histórico con lo mágico (…) la incorporación de mitos, de creencias”.

La obra del doctor Sacoto que esta noche se presenta cuenta con cuatro apartados. Su estudio comienza con Alfonso Cuesta y Cuesta (1912), Arturo Montesinos Malo (1913), Humberto Mata (1904) y, por supuesto, César Dávila Andrade (1918). El análisis de la obra del autor de Arcilla indócil, es minucioso. (El año pasado, la Campaña de Lectura reeditó su novela El jilguero va volando). De Dávila Andrade nos ofrece un comentario muy profundo de sus famosos 13 relatos.

El segundo apartado comienza con Juan Valdano (1940). Resaltan los comentarios a las novelas Mientras llega el día por su valor estructural y su entorno histórico, y Anillos de serpiente. Luego viene Jorge Dávila Vásquez (1947): narrador, poeta, ensayista, autor teatral. Sacoto ha escogido algunos relatos para analizarlos, y pone énfasis en la capacidad del autor para asimilar personajes y situaciones cotidianos. María Jaaquina en la vida y en la muerte¸ una de las mejores de nuestra narrativa, incita, según Sacoto, a la complicidad del autor, debido a sus “estructuras fragmentadas”. El tercero de este capítulo es Eliécer Cárdenas (1950). Sostiene que se trata de los mejores novelistas, menciona la lista de sus obras, examina algunos de sus cuentos y hace un extensa referencia a Polvo y Ceniza, otra de nuestras grandes, en la cual “se entreteje el mito y la realidad, la leyenda y la ficción”. De Cárdenas analiza Del silencio profundo, Háblanos Bolívar, Diario de un idólatra, Que te perdone el viento, Una silla para dos, El pinar de Segismundo.

El tercer apartado comienza con Máximo Ortega (1966), cuentista y buen lector que ha recibido elogios de la crítica. Sacoto lo sitúa “en lo más logrado de la década del 2000”, por su gran imaginación y vuelo. Luego viene Fernando Andrade Barrera (no se señala el año de su nacimiento), que escribió El enterrado ayer. Se reconoce en esta obra el interés que arrastra al lector. El siguiente es Oswaldo Encalada Vásquez (1955), intelectual profundo, muy perceptivo, doctor en filología y profesor aniversario. La obra que se presenta hoy se refiere a algunos títulos de sus cuentos, como Los juegos tardíos, La muerte por agua, El día de las puertas cerradas, y analiza La sombra del verano. Por mi parte, de Encalada he leído con deleite Bestiario razonado & Historia natural donde se encuentran desde los autores clásicos hasta los medievales y algunos más recientes, pero enfocados, con imaginación y fina originalidad hacia el amor a los seres más humildes de la naturaleza. Menciono también el Diccionario de la vista gorda, escrito con humor, ironía y sabiduría, un libro que “festeja la palabra”, según la contratapa. Completan la lista Rosalía Arteaga (1956), autora de Jerónimo, una relación intimista, intensa, que ha tenido algunas reediciones debido a su carga emotiva; Edgar Palomeque (1932), autor de Extraviados, cuentos donde se mezclan el sabor de la ciudad del autor, Azogues, y las “angustias universales”; y David Ramírez (1952), que estudió Lengua y Literatura y provocó una crítica muy positiva. Recuerdo haber leído de Ramírez el cuento El flash back de la diosa de oro, sobre Marilyn Monroe.

El cuarto apartado se inicia con Luis Aguilar Monsalve (1943). Sacoto le considera “una de las renovadoras voces del cuento ecuatoriano”. Aguilar Monsalve, aunque viene todos los años, ha vivido en Estados Unidos, tiene doctorados en Literatura y en Relaciones Internacionales, y es profesor aniversario. Una de sus obras son los cuentos de La otra cara del tiempo. Sacoto ve en este autor un “manejo técnico y virtuoso (….) logrado dominio del idioma (…)lenguaje expresivo, llenos de ráfagas de imágenes…”. Quien habla conoce casi toda la obra de Aguilar Monsalve. Viene luego Moises Arteaga (1932) y su novela histórica Pacha, la emperatrizm, sobre los Shyris y su dinastía, donde se predominan el elemento poético y las descripciones de la naturaleza andina. Finalmente se cita a Ernesto Arias Deidán (1948), autor de la novela Agitadas sombras bajo un nuevo sol. Sacoto piensa que esta obra, que se refiere al éxodo de tres hermanos libaneses en 1915, merece “un estudio más detenido”, por la variedad de temas y la fuerza del personaje protagónico, pero reconoce un “gran manejo técnico de los niveles narrativos”.

En las últimas páginas de Narrativa de Azuay y Cañar podemos enterarnos de la trayectoria académica del doctor Antonio Sacoto, su labor como profesor y conferencista tanto en los Estados Unidos como en Ecuador. Ha publicado más de una veintena de obras desde que se inició en 1967 con El indio en la novela ecuatoriana y El indio en el ensayo hispanoamericano. Una de la más representativa es Juan Montalvo, el escritor y el estilista. Sus ensayos sobre el cuento y la novela ecuatorianos se han multiplicado desde la década de los ochenta. Tiene más de un estudio sobre la ensayística hispanoamericana. Son muy importantes 20 años de novela ecuatoriana (1970-1990), La novela ecuatoriana (1970-2000), El cuento ecuatoriano (1970-2002) y Siete novelas maestras de boom hispanoamericano. Escribió un ensayo sobre José Martí y un análisis muy lúcido sobre Indianismo, indigenismo y neoindigenismo en la novela ecuatoriana. Las publicaciones realizadas en revistas especializadas son innumerables. El Círculo Iberoamericano de Columbia University le otorgó el Premio al Mérito Cultural y el City College con la presa “Sigma, Delta, Pi”. Tanto en Azogues, en Cuenca, en Ambato y en Quito ha recibido las más altas distinciones y condecoraciones, entre otras “Al Mérito Cultural” de la CCE (1994), la Condecoración “Benjamín Carrión” (2006) de parte de la Vicepresidencia de la República, la Orden de Montalvo, la presea “Benjamín Carrión”, la más alta distinción por parte de la Casa de la Cultura (2011), y el mismo año la presea “Fray Vicente Solano” de la Municipalidad de Cuenca.

Doctor Sacoto, mi querido Antonio: después de nuestros días, podremos ir a cualquier sitio o a la nada mucho más tranquilos: la excelente literatura ecuatoriana seguirá encontrándose y reinventándose, y será menos invisible y marginada gracias a ti y a tu fecunda vocación. Tú crees en la literatura porque la literatura no miente, solamente interpreta al inventar. Su única obligación es estar bien hecha. Crees en la literatura porque, aunque no exista la verdad, es lo que más se le acerca. Crees, sobre todo, en nosotros que no sabemos todo lo que valemos. Gracias, doctor Antonio Sacoto, a nombre de nuestra tierra, nuestros libros, los que fueron y los que vendrán. Gracias a los presentes por escucharme.

Quito, junio 2012 (Casa de Cuenca)