Gabriela Alemán y Carlos Arcos (Rev. Gestión)

Vientos de Agosto: el siglo XX enmarca a la novela

Carlos Arcos Cabrera (Quito, 1951), sociólogo, profesor universitario y ensayista nos entrega su segunda novela, editada por Planeta (415 páginas). Cuenta la historia de Pompeyo, un colombiano a quien la violencia le arrebató su familia en Colombia, se exilia primero en París y luego en Ecuador, justamente en la época del asesinato de Alfaro, para radicarse definitivamente en Riobamba, donde forma una familia y levanta una fortuna. Mientras los episodios principales de nuestra historia se suceden por más de sesenta años, el autor desarrolla un vigoroso tejido de personajes y situaciones: el auge cacaotero de los veinte, la pintura de una Riobamba cuyas familias, dueñas de grandes latifundios, se enriquecían debido a la relación con la costa y la explotación a los indígenas, hasta que viene la crisis económica de fines de los veinte y la ciudad comienza a despeñarse. Están referidos los problemas limítrofes, el dominio de Velasco Ibarra, la revolución cubana, las dictaduras, el descubrimiento del petróleo. No obstante, los hechos históricos son solamente un marco: Arcos desarrolla vidas y crea una organización de personajes bien definidos.

El contrapunto lo establece un Pompeyo decidido a rescatar la memoria de la ciudad —en la novela alegoría de toda la nación—, para lo cual organiza un archivo de documentos y libros que ocupan infinidad de estanterías, frente a un tejido de personajes que se relacionan en al amor y en el sexo, en las rupturas, desengaños, nostalgias y abandonos, en los sueños de la utopía revolucionaria y en el vacío final, definitivo, dejado por un siglo de frustraciones y fracasos. A veces la novela se detiene por pocas páginas para dar paso a un narrador que cuenta una historia paralela en primera persona. Novela que también puede ser contada en estos días, pues los círculos de los sucesivos desastres se repiten, como la quiebra de los bancos, la rapiña de los grupos dominantes (¿los mismos?) y el colapso social y económico de los comienzos del nuevo siglo. Novela abierta, con un lenguaje nuevo, que se deja leer sin tropiezos. Novela que hacía falta: es el momento en que la literatura, ante el silencio general, comience a hablar sobre qué nos ha sucedido. (MPM).

María Gabriela Alemán (Río de Janeiro, 1968), después de tres libros de cuentos, ha presentado su primera novela (Planeta, 184 págs.). La autora tiene un PhD y una obra sobre la historia del cine en el Ecuador. A través de un texto sólido, inteligente y bien trabajado, la novela no se organiza linealmente, sino con un juego de sucesos y tiempos, donde el ritmo que cuenta y la secuencia que se impone es emocional y de significados. La historia comienza con la muerte extraña de Justo Flores y de una periodista que busca alguna explicación. Desde las primeras páginas se habla de “la teoría de lo efímero” y de la costumbre de “mirar a través de lo aparente”. Los personajes se confunden en calles perdidas, en bares, se unen o se separan, siendo a veces sombras y a veces cuerpos. Se siente lo desconocido, lo inesperado, la muerte, en fin, escondida en cada esquina, en cada habitación.

La estructura de la obra y la presencia de los personajes, más el fondo de una ciudad que vive solamente de la noche, crean un ambiente de hallazgos y olvidos, de asechanzas no confesadas, de encuentros y despedidas. El sexo busca y huye, se encierra y se ofrece: “¿No te parece que la sexualidad desprovista de la idea de intercambio libre deja de ser humana para convertirse en pura crueldad?”

Novela en que resalta, con singular calidad, un texto que hay que asimilarlo y masticarlo lentamente, donde las palabras y las frases están bien trabajadas, no son gratuitas, deben leerse sin prisa y poseen su propio mundo: “Porque las palabras eran como gotas de lluvia que no se pueden parar y aún, al tratar de esquivarlas, caen con su grave frescura, dejando sentir su peso, el peso de lo que está fuera de nuestro control”.

En la presentación de la obra, efectuada en el Seseribó (no podía ser de otra manera), con la presencia de todos los buenos amigos de la autora, habló, con la claridad que le caracteriza, Alejandro Moreano. (MPM).