Costanza di Capua (1999)

-SURCO FECUNDO-


La casa de los Di Capua es la casa de siempre, la misma desde hace sesenta años, cuando el matrimonio de Alberto y Costanza buscaron su primer hogar en el Ecuador, en una calle del barrio La Mariscal, de las pocas que conserva todavía una hilera de árboles en las aceras. Hace sesenta años al barrio se llamaba Bolívar, la zona tenía algunas quebradas y muchos bosques alrededor. Al conjunto de ese tipo de viviendas se lo conocía como “las casas rojas o El Pulguero”.

En el pequeño vestíbulo de ingreso se ven un gran baúl comprado a un indígena y dos sillones de cuero, hermosos de tan viejos y gastados. “Fue lo primero que compramos”, dijo Costanza. Dentro de casa, el tiempo se suspende y el ruido desaparece: una grada de madera que sube al segundo piso, una salita pequeña, un arco que la divide del comedor; y, en las paredes, cuadros, pinturas, grabados, recuerdos del ingeniero Alberto Di Capua, fallecido hace pocos años, algunas fotografías. Toda una vida. Dos vidas, en realidad: “no soy la viuda de Alberto, soy su esposa”, dijo Costanza en algún momento de la conversación.

Dueña de una memoria asombrosa, que recuerda fechas, hechos y nombres con total precisión, y de una vitalidad y talento extraordinarios, Costanza Di Capua, menuda de cuerpo y con una alma grande, pronto cumplirá ochenta y siete años. Parece haber sido hecha para vivir siempre.


Una historia de amor

Cuando se le preguntó qué haría si volvería a nacer, contestó sin dudar: “Haría lo mismo y me volvería a casar con Alberto”. Confesó que “al ingeniero Di Capua —como a veces gusta de nombrarlo— lo conocí apenas, lo había visto pocas veces y no éramos ni amigos”. Pero cuando él, de origen judío, tuvo que dejar Italia para venir al Ecuador en 1939, a los treinta y cinco años, huyendo de la guerra, sin trabajo ni pasaporte ni dinero, con “veinticinco dólares en el bolsillo”, se escribieron unas pocas cartas y descubrieron que “eran el uno para el otro”. En la carta en que la pedía en matrimonio Alberto Di Capua comenzó a tratarla de usted y termino usando el tú. Se casaron por poder y luego Costanza vino al Ecuador. “En medio de la catástrofe que estaba pasando por Europa y los campos de concentración, había que dar un sí a la vida, un sí a los hijos que vendrán, confirmar que la vida es bella, como una forma de salvar la integridad del ser humano”. Costanza es de Roma mientras Alberto es de Como. Curiosamente, su apellido también es Di Capua, aunque no son parientes. Los recuerdos y las referencias a todo lo que fue e hizo el doctor Di Capua en su vida fueron constantes en la conversación, un doctor Di Capua profundamente humano, desprendido, un servidor de la comunidad que un día había manifestado que “trabajo para que los demás puedan trabajar”, no para hacer dinero ni obtener poder. Recordó que él promovió el décimo tercer sueldo, organizó una red de casas-cunas y estableció sistemas de gran beneficio social en la empresa, inusuales para la época y las tendencias en ciertos medios, a veces excesivamente reticentes, cuando se trata de conceder ventajas a los trabajadores. Abrió, entonces, un álbum de fotografías, recortes, cartas y reportajes acerca de la vida y las conquistas sociales de quien fue —o es— su marido. Matrimonios hay que ni la muerte los separa. “El doctor Di Capua no tuvo miedo a los sindicatos y él mismo apoyó en 1944 la organización del primer sindicato en el Ecuador (...) y nunca tuvo una huelga”.

Costanza Di Capua tiene tres hijos, una mujer con título de economista que vive en EE.UU., y dos hombres, un experto en física que vive también en EE.UU. y otro que estudió marketing.


La vida en Quito

“Mi vida de mujer completa lo he hecho en el Ecuador”. Muy sencillamente comentó que, en los primeros años, “me ocupe de cocinar, ver las cosas de la casa y educar a los hijos”, pero con su marido mantuvieron siempre un vivo interés por la cultura, las manifestaciones artísticas y especialmente la música. Costanza Di Capua se apasionó por la arqueología e hizo contacto con Emilio Estrada. También estudio el arte colonial, al cual consideró en cierto modo “repetitivo”, de modo que la inclinación por la arqueología se impuso aún más. Es una gran conocedora de la cultura Valdivia. En 1966, cuando Guillermo Pérez era gerente del Banco Central, intervino en la junta directiva y vio “nacer poco a poco la colección del Museo del Banco Central”. La ruta de su vida cambió y se puso a estudiar seriamente, hasta que comprendió que “para estudiar arqueología es indispensable estudiar también antropología”. Ella piensa que las manifestaciones “iconográficas de la cultura ecuatoriana hay que verlas, más que desde un punto de vista estético, como una forma de transmitir un mensaje”, estilos de vida, costumbres, cosmovisiones, cultos, simbologías. Muchas revistas, inclusive internacionales, han publicado sus monografías. Es de esperar que Costanza Di Capua recoja en un solo volumen todos sus estudios, como los escritos sobre las cabezas-trofeos, los sellos, sobre miscelánea antropológica, el shamán y el jaguar, entre otros, y pueda terminar uno que tiene pendiente sobre el uso de alucinógenos por parte de nuestros pueblos selváticos en sus ritos y usos (que no son pueblos salvajes, señaló). Ella cree que en los grupos humanos que aún se mantienen puros en algunas zonas del país, existen personas con capacidades y sensibilidad especiales y suficientes para “descubrir qué sucede en las personas, donde hay amor u odio”. Son los shamanes. Relató la simbología y el sentido de las figuras del shamán y del jaguar.

Últimamente ha regresado al arte colonial y tiene un estudio sobre las razones de la creación de la Virgen de Quito y aspira a terminar otro sobre “los figurines de la cultura Valdivia”, pero siempre, según dijo, dentro de la “armazón antropológica”. En las cosas artísticas y religiosas, hay que buscar “los símbolos y los mensajes que hay debajo”.


Una opinión sobre el arte colonial y otros temas

Expresamente se le preguntó porqué considera repetitivo al arte colonial ecuatoriano. Dijo que existieron ciertos “moldes” que vinieron de España y de Italia, pero, en cambio, la creatividad de este arte se encuentra, como un factor típicamente ecuatoriano, en el “movimiento” de las figuras, la sensación de movilidad que no existe en Perú o en México. Esta característica, muy propia del ecuatoriano, se halla también, según dijo, “en la forma de arreglar las flores”, por ejemplo. Tal vez, en el fondo, explicó Costanza Di Capua, esa gran creatividad de la gente de nuestro país contribuya para que la gente sea más “serena, menos agresiva y más pacífica”. Desde Cieza de León —recordó— se reconoció en el hombre ecuatoriano esta cualidad.

La explicación que dio es extremadamente interesante. Dijo que en Colombia, por ejemplo, los pisos ecológicos están marcadamente divididos entre unos que producen una vez al año y otros dos y tres, mientras que en el Ecuador la tierra y sus ciclos son más generosos y han impedido, en buen romance, buscar las tierras más productivas del vecino.

Es seguro, comentamos, que la influencia de las corrientes marinas y el sol directo contribuyan también para estos efectos.

Cuando se le consultó sobre las posibilidades de que este país salga del abismo en que se halla, recordó un dicho latino: “concordia parva crescunt, discordia maxima destructunt”: con la concordia las cosas pequeñas crecen; con la discordia las cosas grandes se destruyen. ¿Hace falta mayor claridad?


La pasión por la música

Costanza Di Capua recibió clases de piano desde muy chica y vivió en un ambiente musical, especialmente por las aficiones de su madre, “pero no soy una artista, porque mis manos no valen y quizá tenga demasiada lógica adentro de mi cerebro”, aunque confesó que es capaz de leer música con facilidad. Declaró riéndose que, a pesar de muchos años dedicados de piano, “tuve muy poco éxito”, pero en la Universidad de Roma estudió Historia de la Música. Se remontó a obras de los siglos XII y XIII y reconoció tener una memoria musical extraordinaria, que “me ha permitido reconocer a los grandes autores a través de los primeros acordes”.

Desde las primeras épocas, en que sus primos le enviaron algunos discos desde Italia, formó un grupo que se reunía exclusivamente para escuchar sinfonías, conciertos, cuartetos. El recuerdo de esa época la llenó de emoción.

La conversación sobre la música se alargó más de lo previsto y, por alguna coincidencia de gustos, habló mucho sobre la Sinfonía N. 7 de Beethoven y su riqueza temática. Hablamos de alguna de las sinfonías de Mahler y de una obra de Bruckner. En algún momento, al hablar justamente del segundo movimiento de la sinfonía N. 7, su rostro se ensombreció. “Ese movimiento no puedo desligar de la imagen de mi hermana que estuvo bastante enferma y murió todavía joven, sin disponer de tiempo para tener todo lo que yo he tenido en la vida”, dijo.

Costanza es segura asistente a los conciertos que se presentan en Quito, antes con su marido y hoy sola, ha sido vocal de la Sociedad Filarmónica de Quito y, con otras personas amantes de la música, mantiene reuniones mensuales destinadas a escuchar y ver, a través del vídeo, a los grandes de la música universal y a sus intérpretes.


Su secreto

Cuando que le pidió que revelara el secreto de su lucidez mental y, sobre todo, de su transparencia espiritual, de su vitalidad y firmeza, contestó sin dudar: “El amor, haber sabido integrarme a todo lo que me rodea. Cuando me encuentro frente a una obra de arte que vale la pena, y a pesar de que he perdido mucho la vista, yo siento que esa obra es buena”. Hay, por tanto, una sensibilidad que, junto a la inteligencia, se mantiene viva y latente en todo momento.

Al recordar la muerte de Alberto Di Capua, cambió de rostro, recordó el día que “lo sepultamos para siempre”, bajo la cabeza y calló por varios segundos. “Hay tiempo de vivir y hay tiempo de morir; hay tiempo de hacer y hay tiempo de aceptar”.

Reveló que “se ha pasado la vida diciendo que no es ‘Constanza’, como todos la llaman, sino ‘Costanza’, con una sola ene. “Es que yo soy constancia de nombre y de hecho”, dijo riéndose. También aceptó ser “un poco Vulcano”, el dios del fuego, que es también el más industrioso de todos los dioses.


(Septiembre de 1999)