Cap. 7

Junio 21. La invitación de Anisha.


Está usted mejor, me dijo el médico de turno, lo veo más animado, dijo la enfermera, y hasta Carmela fue informada, su marido está estable, siempre usan la misma expresión, está estable, qué carajo significa, ella vino a verme y pasó la tarde conmigo, no me habló de los alteraciones que tuve hace unos días, tal vez son normales y no vuelvan a repetirse, paseamos por los jardines, mientras yo, que casi no hablé, le escuchaba referirse a la vida de afuera, a la familia, a sus trabajos, a los trabajos de los hijos, a la existencia que quedó, que no volverá, qué sensación extraña, ¿no volverá en realidad?, casi como si no hubiera existido, yo aún me siento inquieto, que haga ejercicio me recomendaron, así que caminé con Carmela durante una hora, no quise sentarme junto a la pila, tampoco hablamos de la época que estuve en el cuartucho junto a la terraza, aunque a veces sospecho que pudo haber sido un producto de mi imaginación, no lo sé, ni mirar los peces rojos en la pileta del jardín del Sanatorio, hasta que ella se despidió y yo seguí en el paseo, hasta me han autorizado no asistir a las reuniones, camino y camino todo el día, con las manos atrás, retorciéndome los dedos, y ahora que estoy en la habitación, no me siento a mirar el muro de piedra por la ventana y seguir a las hormigas en el suelo, doy vueltas dentro del cuarto, salgo a recorrer los pasillos, y para poder dormir tienen que darme una pastilla, he engañado a la enfermera, decidí no tomarla y regresar a la casa pese a las advertencias de Matilde, pero, por primera vez, no cruzo la calle sino doy giros de esquina a esquina, no me atrevo a acercarme a la puerta y solamente la miro desde la acera opuesta, en un momento creo ver la silueta de la cabeza de Marco mirando la calle desde su ventana del desván, no tiene importancia, no puedo dejar de recordar las advertencias de Matilde, no vuelva, no vuelva más, señor Mario Ramón, todo lo que me confesó sobre Isabella, el desprecio que la misma Isabella me demuestra desde que me conoció, no sé dónde voy a parar con esta situación, todo parece desmoronarse y hasta pensé, cuando Carmela me visitó, que con un poco de suerte podía salir y volver con mi familia, qué digo, qué estupideces digo, mi estado es claro, no hay remedio, lo único es buscar la forma de quedarme en esa casa, aliarme con Anisha, ¿tal vez fue ella la que estuvo buscándome, esperándome?, ¿quizás con ella pueda hacer otra vida?, quién sabe, la vida es impredecible decía mi papacito, olvidarme en esa forma de Isabella, ¿estaría con un hombre alguna vez?, ella sí parece que nació picada del gusanito, ¿no?, además Anisha quería verme, eso dijo  Matilde.

La noche se viene, deben ser la siete y me decido a timbrar la puerta, tarda en abrirse y, al fin, es Matilde que me mira sin decir nada, sus labios se contraen y distingo un leve temblor en sus manos y párpados, se le iluminan los ojos y algunas lágrimas se le escapan, se contiene, queda como paralizada por instantes y finalmente me toma de los brazos, no, no señor Mario Ramón, pero si usted insiste, pase, no es mi problema, yo no puedo explicarlo ni usted lo entendería, avisaré a la señorita Anisha, iré a mi cuarto, todavía tiene tiempo, confíe en mí, adiós, señor Mario Ramón, y mientras Matilde se aleja en busca de su habitación, Anisha baja lentamente las gradas, está como la primera vez que la vi, con la túnica y las sandalias, pero ahora sonríe y tiene los ojos inyectados por una mirada fija, posesiva, como si anunciara una definición, me abraza, coloca sus brazos sobre mis hombros y me rodea el cuello, por fin has llegado, se alza en puntillas, casi colgándose de mí y me besa en la boca, y son las últimas frases de Matilde las que difieren mi reacción, hasta que los vagos presentimientos desaparecen, los temores se escapan y mi cuerpo comienza a ceder, mi piel a reaccionar, mi vientre a sentir el cuerpo de Anisha colado al mío, sus piernas buscándome, sus labios absorbiéndome, sus dedos acariciando mi nuca, y mis primeras manifestaciones presagian una avalancha rápida, enloquecida, y en el rapto apenas recuerdo cuándo y con quién hice el amor la última vez, seguramente una de las prostitutas después de que la Chavica me abandonó, los desahogos nocturnos en las noches del Sanatorio, son casi dos meses desde que ingresé, las prácticas solitarias con la Isabella imaginada, trasladada, al alcance de mis manos, siempre ella en su dormitorio, por supuesto, protegidos por la decoración negra y blanca, arrobados, hasta consumarlo todo y caer en un prolongado, exclusivo e insuficiente enervamiento y encontrarme de nuevo en mi habitación de interno a perpetuidad.

Anisha se ha detenido, aún no Mario, tenemos toda la noche, ven, me dice, al tomarme de la cintura y llevarme hacia el salón, tomaremos algunos tragos y he preparado unos bocaditos muy especiales, no es fácil conseguirlos aquí, mariscos exóticos, algas bañadas en tinta de calamares, conchas, galletas de sal, lonjas de salmón, variedad de quesos, paté y aceitunas, siéntate un momento hasta ir a traerlos, están listos, ¿y qué licor prefieres?, ¿te gustaría un tequila de  los más finos, acompañado de las famosas sangritas, muy mexicano?, y mientras va y vuelve con varias fuentes y un charol con la botella y dos vasos, me entero que el salón está envuelto en medias luces, hay ceras encendidas en cada rincón, y ella, después de acomodar todo en la mesa central, me pide que comience a probarlos y me sirve el primer trago, ¿es que ella me esperaba?, pienso, ¿cómo podía saber que vendría?, y son las palabras de Matilde las que vuelven, su ansiedad, sus lágrimas, esa certeza que noté en su voz cuando dijo no sé si volveremos a vernos, es su problema añadió, ¿qué significa todo esto?, hasta que Anisha me toma de la mano, ¿dónde estás, Mario?, ¿en qué piensas?, come algo más, termina el licor, ¿me das un beso?, y luego se levanta y va hacia el tocadiscos, he separado algo que espero que te guste, flautas e instrumentos de cuerda que nunca has escuchado, como el arpa y la cítara, Mario, voces de mujeres que cantan ocultas tras los velos, y ahora, mira, he colocado en esta bandeja de bronce estos papeles, los llaman de Armenia y vamos a encenderlos, se queman lentamente y producen un aroma indefinible que a mí me transporta, siéntate, mira como bailo, mira mis manos, ¿te gustan mis anillos, mis pulseras de plata?, es así como lo hacen, allá, en mi tierra, mira mi pelo que baila solo alrededor de mi cabeza, mírame un poco más, ¿sabías que mi nombre significa “luz del día”?, y yo, ya en los deliciosos momentos de la primera embriaguez, busco otro trago, me sirvo dos o tres bocaditos picantes, siento que la salsa me chorrea por los labios y me limpio con una servilleta de lino, aunque no puedo meterme en la escena, todavía estoy confuso, pero los últimos sobresaltos, las incertidumbres, las medidas tomadas en el Sanatorio, incluyendo tres días de sueño, además de la actitud de Matilde, la partida imprevista de Cástulo, Encarnación y Teodomiro, la idea de que la Momposita está metida en su cuarto en el segundo piso, acaso limpiando una a una las fotos de Reinaldo, rezando a su alma con sus cenizas en las manos, implorando a las imágenes religiosas, que Marco está en el desván, encerrado en sus cosas o probablemente dormido, no sabe como duerme el señor Marquito me había confesado Matilde, parece que nada de eso me importa gracias al tequila, sólo persiste Isabella, la rabia contenida, la humillación que no puedo superar, y qué puedes hacer tú, me digo a mí mismo, y ahora es Anisha la que parece olvidarme, sumida en la danza, ha abandonado las zapatillas bajo la mesa, está descalza, ella también ha bebido otra vez, y sigue levemente con sus labios y los movimientos de sus pies las tonalidades de la música, los acordes, las voces, hasta que percibo el sonido de la puerta de entrada que se abre y se cierra, a ella no le llama la atención, yo he comenzado a sudar, no te preocupes, dice ella, son Isabella y Mariemilia que han llegado, las estaba esperando, Mario Ramón, vamos a tener una pequeña fiesta, ¿de acuerdo?

Y mientras ellas entran, yo he tomado un nuevo vaso, siento que tiemblo, la excitación que se mueve en oleadas se deshace, ambas tiran sus zapatos a una esquina al entrar, Isabella lleva un pantalón azul, muy ceñido, una blusa blanca con dos botones abiertos, Mariemilia lleva una falda sobre las rodillas y un jersey muy ajustado, están alegres, también han bebido y han entrado alborozadas, como si todo no fuera sino una pieza de teatro del absurdo cuyas escenas han sido ensayadas repetidas ocasiones, y se acercan a mí y me dan dos besos, uno en cada mejilla, menuda sorpresa, saludan con Anisha con una seña, ah, claro, Matilde me dijo que jamás se tocaban con ella, ambas entraron tomadas de la mano y, después de los saludos, se detienen delante de mí, que me había puesto de pie al verlas entrar, y han unido sus bocas tomadas de las cinturas, Anisha ha detenido la danza y  ha ido a la cocina a traer dos vasos más, regresa y los llena, no comen nada, ¿todo bien?, pregunta Isabella, que sí responde Anisha haciendo un gesto con la cabeza,  para después sentarse en el suelo, juntas, alrededor de la mesa, no sin antes haberme sacudido de los brazos mientras me decían Mario Ramón, fuera ese saco, esa corbata, esos zapatos, ¿no te parecen ridículos, dónde los compraste?, siéntate al frente con Anisha que se sitúa sobre la alfombra con las piernas cruzadas, Isabella y Mariemilia se devoran con las miradas, tienen las pupilas brillantes y juegan con sus manos, se besan en el cuello y conversan en murmullos entre ellas, hasta que Anisha con suavidad se ha acercado y al oído me dice tranquilo Mario, la noche será larga, ¿quieres probarlos?, aquí los tengo, son como cigarrillos, el mejor hachís, me lo envían de India, ha abierto una pequeña caja de madera con incrustaciones de nácar, y ha tomado una de las cerillas y los prende a uno a uno, bueno, vamos, será otra experiencia, fumamos en silencio unos minutos, y apenas he notado que Isabella y Mariemilia han salido y suben al segundo piso, que Anisha me ha empujado y me ha colocado en el piso, se ha tendido sobre mí, oye, Mario, tranquilo, tranquilo que la noche es larga, muy larga, tengo, tenemos algo programado, ¿me escuchas?, tienes una sonrisa perdida, como si no creyeras lo que está sucediendo, tenemos, repitió, muchas sorpresas para ti, ven, me dice al ponerse en pie, dame la mano y subamos, y ya en el segundo piso, no, Mario, vamos a la habitación de Isabella, dice ella, porque yo me dirigí hacia el cuarto de huéspedes, y había estado recordando al subir las gradas, como en una ráfaga rápida que se atravesó, cómo borracho, abrazado a una prostituta, subía tantas veces otras gradas, en un motel cualquiera, hacia una habitación sucia, mal oliente, cargada, con un retrete y un lavado en un insignificante cuarto donde apenas alcanzaban dos personas, y, al entrar a la antesala de Isabella, la puerta ni siquiera la habían cerrado y Anisha tampoco la entorna, hay un cirio muy grande en la mesa, de betas blancas y negras, siempre blanco y negro, son las combinaciones que tiene Isabella en su cuarto, casi no se distinguen los muebles y los cortinajes, se inclina sobre la mesa central, ven, y de rodillas descubrimos, sobre el fondo negro brillante de la mesa, las filas de cocaína, las aspiramos una y otra vez y todo comienza a ser aún más diferente, profundo y hermoso, que nos envuelve desde adentro, y al levantarnos, levitantes, nos acercamos a la recámara de Isabella, tengo miedo, y es Anisha la que me arrastra, descubre que jamás tuve experiencias semejantes, entro, las veo a la dos sobre la cama, la penumbra es aún mayor, han encendido las ceras y han corrido  los velos pero las siluetas se distinguen, Isabella nos mira y nos llama con la mano izquierda, nos invita, Anisha se dirige hacia los cortinajes y se detiene junto a ellos, quiero que las veas, nada más, a ellas les gusta, no te imaginas cuánto les gusta que yo las mire y las acompañe.

Y desde ese instante, no sé si son las manos de Anisha recorriendo mi cuerpo, sus dedos haciendo saltar los botones de la camisa, o los de Mariemilia sobre Isabella despojándola del pantalón, mientras la misma Isabella dispone de su blusa, o las manos de Isabella acariciándose sus senos, las de Anisha que me toman del rostro y con cierta violencia trata de desviar mi mirada deslumbrada por la casi desnudez de Isabella, por su cuerpo recién descubierto, y en alguna forma redescubierto porque lo había imaginado hasta el cansancio, hasta el éxtasis, o mis manos que han empezado a enloquecer y toman los pechos de Anisha, comienzan a bajar sobre el suave algodón de su túnica, hasta que ella, que me dice espera, comprendiendo la dificultad de aplazamientos, cuando mi mano se desplaza y comprueba mi propia turgencia, mientras ellas, que no han abandonado la cama, tras los tules, ya en interiores, la misma Mariemilia se desprendió de su falda, comienzan a buscarse en los recodos, en sus bordes y en las profundidades, en todas sus abras, y es Anisha la que me dice, vamos, vamos Mario y, tomándome del brazo, me arrastra hacia fuera cuando los olores y los jadeos de Isabella comenzaban a llegar, sus murmullos a provocar los míos, sus humedades a empujar las mías, dejémoslas, Mario, es suficiente, para llevarme a la antesala de la misma habitación de Isabella, sentarse ella en el suelo junto a la mesa, absorber delirante algunas rayas de cocaína que quedaban, empujarme de la nuca para que yo hiciera lo mismo y, ante inicial mi resistencia, tomar el polvo con sus dedos y introducirlo en mis narices, en mi boca, tómalo, Mario, sigue y verás cómo nos sentiremos, y es cuando entro en una vaporosa efervescencia,  en una levedad de arco iris, no sé por qué pensé, así, de pronto, en el espectro luminoso, como si por mis poros, en diminutas eclosiones, escapasen los seres alados, las alas negras de los vampiros, porque mi cerebro, sobre todo mi cerebro, esta noche está libre de ese peso de piedras, de esas armaduras de hierro, de esos yelmos que aprietan, cuando de repente siento que navego por largos corredores aéreos de colores, que se entrecruzan entre sí y forman puentes, y casi no me he percatado que juntos hemos salido hacia el pasillo, ¿qué será de Isabella este momento?, cómo no siquiera atisbar desde el umbral y verla nuevamente, en la desnudez total, enredada con Mariemilia, y es Anisha la que me conduce, no ya al cuarto de huéspedes donde las máscaras que decoran las paredes nos contemplarían sobre la cama, reflejados en el color acero del espaldar metálico, sino al cuarto abandonado de César Aníbal, y es ella la que en el mismo corredor ha dejado deslizarse la túnica que se ha resbalado de su cuerpo como unos pétalos que se contraen para dejar escapar la crisálida, anillos y pulseras han caído al piso como atraídos por un imán invisible, y ha aparecido su cuerpo pálido y oscuro, un cuerpo tostado en origen, con dos diminutas y postreras prendas de color gránate, y antes se había despojado del cintillo y su cabellera se cerró en las sienes, toma entonces el pomo de la puerta del cuarto deshabitado, la empuja y la deja abierta, corre las cortinas y una ráfaga de luna entra desde el patio interior, no hay ni una sola vela encendida, ni una sola luz ni lamparilla, y no me importa que las paredes se vean algo descoloridas, de un crema mortecino, que se huela a polvo desprendido del damasco algo raído del cortinaje, que se noten sobre ellas las marcas dejadas por los cuadros que se descolgaron para enviarlos al olvido, y no se encuentre más que una cama de madera, excesivamente grande, sin duda muy antigua, un escritorio y una silla de mimbre, partes de un remoto juego de muebles desaparecido, una mecedora, ni siquiera han dejado la lámpara, cuelga un foco manchado del alambre enredado en una cadena de bronce, tal vez lo que queda de una araña de varios brazos, me imagino en un escape de mi atención concentrada en el sorpresivo escenario, y Anisha ha empezado a desnudarme, déjame, me ha dicho, que a mí gusta hacerlo todo, ¿entiendes, Mario?, y yo tengo algún pequeño resquemor, mis cincuenta años, mi estómago adiposo, las piernas lampiñas y feas, mi cara tosca, sin gracia, con los labios desproporcionados, la frente estrecha bajo un pelo demasiado grueso, y, mientras ella lo hace, yo aún de pie ante la cama y exige luego la correspondiente retribución tomándole de la cabeza y conduciéndome a su centro, espeso y generoso, y luego me empuja sobre el cubrecamas, regresan a mi mente, junto a los ritos que comienzo a practicar bajo la dirección de Anisha, con una resistencia que jamás había experimentado, tentado por acabar y temiendo al mismo tiempo que no pueda terminar, en una excitación máxima que me da todos los placeres pero que no avanza hacia la culminación ni se retrae, primero a la forma cómo me juntaba con Carmela, ella abajo mirando el techo después de haber apagado la luz, yo arriba, siempre así, ni siquiera la intención, menos aún la tentación de traspasar sus límites, pobre Carmela, y luego a todas las variaciones posibles obtenidas bajo acuerdo y compromiso de paga contante y sonante con las chicas de la noche, mis putitas las decía, las adoraba a todas, en casas de algún nivel cuando el sueldo alcanzaba, en cualquier cuartucho después, y también a los amores desmedidos con la Chavica, ella sí que me enloquecía con besos y  mordiscos, sabía hacerlo, hasta que un día me dejaste, la gran puta, y te fuiste con el dinero y con otro, pero también retorna “eso”, no, no, ahora no quiero pensarlo, Anisha, Anisha quisiera gritar, pero nada digo, no me dejas pensar en nada, porque sigo en la cama que fue de César Aníbal, ella insaciable, desbocada, loca, endiablada, haciendo todo lo que hice antes y todavía más, pero con una dimensión desconocida, insospechada, hasta que ella, siempre más activa y, cuando pasiva, con exigencias que me golpeaban como látigo en las espaldas, me tumba boca arriba y comienza a cabalgarme, como para agotarme, más aún, como si buscase arrebatarme todo, tomar mi sangre, extenuar todos mis líquidos, secarme y convertir mi piel en pergamino, percibo en ella destellos de furia, sus uñas me hacen daño el pecho y sus manos son aspas afiladas que parecen querer penetrar mi piel, llego a sentir miedo y quiero que todo termine, lo hago con un ronquido prolongado hacia dentro, con los labios cerrados, mientras Anisha grita, levanta los brazos, los ojos se le abren como ascuas de ardiente fuego negro, parece que ella ha cazado a otra presa, que la presa esta lista para el degüelle, me entra repentinamente pavor mientras mis piernas están más flojas que nunca, ella se separa violentamente de mi cuerpo, salta fuera de la cama, me da la espaldas al acomodarse el pelo y sale hacia el corredor en sombras y yo observo, entre brumas y reflejos,  al fin su silueta completa.