Diario El Comercio, 17 de julio, 2008
Viaje por la alucinación de un loco
Con ‘La casa del desván’, Modesto Ponce Maldonado se ganó un lugar entre los 10 finalistas del premio Planeta-Casa de América 2008.
Sabrina Duque
Coordinadora de Cultura
Otro desafío a Henry James. Es lo que viene a la cabeza para quien ya leyó ‘Delirio’, novela con la cual la colombiana Laura Restrepo ganó el Premio Alfaguara.
Al enfrentarse a ‘La casa del desván’, de Modesto Ponce Maldonado (Quito, 1938), vuelve a la mente el epígrafe de ‘Delirio’, donde Gore Vidal recuerda que ya Henry James había advertido que un loco no debía ser protagonista de una novela, porque no tenía consistencia moral y no daba pie a una historia.
Pero vaya que da pie. Ponce sumerge al lector en el cerebro de Mario Ramón, un ex burócrata fracasado, de quien nunca se sabe el apellido. Más bien un personaje tan oscuro, así como Mario Ramón antes del aparecimiento completo de su locura, no hubiera dado para una novela.
‘La casa del desván’ es una reflexión sobre la soledad de la locura. Cómo alguien que se desconecta del mundo, quien ya no puede compartir ni sentirse acompañado en el plano real, inventa una nueva vida en su cabeza mientras está sedado en una cama.
En ráfagas de su vida anterior se conoce que antes de enloquecer completamente, Mario Ramón es un oscuro funcionario de Ministerio, que sueña con ascensos que nunca llegan y se acomoda en una vida mediocre, mientas se vuelve alcohólico.
Eso, antes de que al Ministerio llegue la Chavica. Ella lo lleva a formar un esquema de corrupción. Con el dinero mal habido, él deja su casa y se va a vivir con la Chavica. Hasta que ella lo deja por otro y se queda con todo.
Vagando por la calle, alcoholizado y pobre, un día lo encuentran malherido en la calle. Llaman a su casa, su mujer no lo ha visto en dos años. Ahí comienza la verdadera historia.
El cerebro de Mario Ramón se va vaciando de realidad y recuerdos. Su mente se va llenando de nuevos escenarios, de nuevos personajes, de nuevas angustias y otras aventuras. Porque mientras la vida real se le escapa a borbotones de la cabeza, él se crea un mundo donde se reivindica.
Con esta novela de 171 páginas, Ponce no solo desafía a James. También se va contra la convención de que una historia es mejor cuando no se conoce el final. En las primeras páginas de la obra, el lector se entera del destino de Mario Ramón: la historia en la cabeza del loco se presenta de atrás para adelante.
El libro comienza con el relato del 26 de junio, último día del demente en el sanatorio San Lázaro y termina el 29 de abril, día en el cual comienza su reclusión.
¿Pierde por esto el interés? Todo lo contrario: lo aumenta. Ir de atrás para adelante lleva al lector a descubrir cómo Mario Ramón cambió una alucinación, con personajes que él había conocido en la realidad (la Chavica, de quien se venga cruelmente en sus alucinaciones), por otra.
En esta otra alucinación, los personajes son elaborados en la cabeza a partir de la litografía de una casa que estaba colgada en su habitación del San Lázaro.
La novela, ágil, envolvente, editada por Planeta, tiene un error de ortografía. En la página 110 se confunde el verbo echar con el verbo hacer: “echa a la medida”.
En la edición, además, dejaron pasar una descripción reiterada. En varias páginas se refiere a la hija del protagonista de la misma forma: como de ojos grandes y negros y piel color canela.
Si la representación apareciera en el discurso del loco, el lector perdonaría la obsesión con el detalle. Pero, esa referencia aparece en la narración de los cuerdos.
Los errores no le quitan brillo a la ficción de Ponce, quien ha hecho una novela en la cual un loco sin consistencia moral y al que el cerebro se le vacía da lugar a una historia entretenida. Y eso que, al principio, se conoce el final.