Conferencia Peter Thomas

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PETER THOMAS, Ph. D (Universidad de Carolina del Norte, Wilmington)

PONENCIA EN FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales)

QUITO, JULIO 17, 2008

LA CIUDAD DE QUITO COMO LABERINTO Y CIUDAD MALDITA EN EL PALACIO DEL DIABLO  DE MODESTO PONCE

 

Hay una voz en primera persona que declara en las últimas páginas de El Palacio del Diablo su empeño de escribir una novela para la cual "busqué una ciudad y fue ésta, Quito, nuestro Quito" (416).  En uno de los primeros fragmentos de la novela, la misma voz relata su predilección como lector precisamente para "las novelas ecuatorianas que tienen como fondo nuestra ciudad." (59). Como ejemplos, presenta una reducida lista de obras que va desde En la ciudad he perdido una novela de Humberto Salvador hasta Ciudad sin ángel de Jorge Enrique Adoum y que incluye otras destacadas novelas citadinas de autores como Pablo Palacio y Jorge Icaza hasta varias de narradores más recientes tales corno Francisco Proaflo, Raúl Pérez, Abdón Ubidia, Iván Egüez, Javier Vásconez, entre otros. Cualquier enumeración de ficción ecuatoriana más actualizada que utiliza Quito como "fondo," si no como una especie de protagonista colectiva, tendría que nombrar, además de algunas de las novelas posteriores de los narradores ya mencionados, obras urbanas como De que nada se sabe de Alfredo Noriega, La dimensión de las sombras de Oscar Vela, El pulso de la nada de Juan Manuel Rodríguez, Historias de la ciudad prohibida de Huilo Rúales y la misma El palacio del diablo (2005) de Modesto Ponce.

Ya hice una monografía sobre el papel protagonista de Quito en la narrativa ecuatoriana que se enfoca en la temática de la urbe como "ciudad maldita" y signo del laberinto. El mismo estudio analiza además la relación que existe entre el concepto laberíntico del tiempo circular-   ¿e1 eterno retorno— y la ciudad ficcional y la gente "encerrada" en ella. El ensayo que sigue discute estos motivos en El palacio del diablo —obra que postula como máxima manifestación de novela citadina en las letras ecuatorianas contemporáneas por su papel en renovar el género y por su afán de totalidad.

Este se revela tal vez más patentemente en los múltiples segmentos de la novela que utilizan prosa ensayística para integrar una plétora de información de una variedad de disciplinas académicas a la obra. Además de las numerosas tramas ficcionales entrelazadas por El palacio del diablo, el texto despliega un compendio de reportaje enciclopédico que las suplementa constantemente. La narrativa también incorpora una mezcolanza de citas entre comillas de una gran variedad de quitólogos: de cronistas y otros historiadores, de científicos, de viajeros y periodistas, además de autores de ficción urbana ecuatoriana. Así es que, además de recalcar la temática de Quito como laberinto y trampa ya documentada con tropos literarios similares a los presentes en obras citadinas anteriores, esta novela aumenta significativamente la misma imagen de la urbe con abundante erudición politécnica.

Empieza a remarcar la consabida visión literaria de Quito como dédalo y ciudad claustrofóbica "maldita" con nombrarla en sus primeros fragmentos como "un laberinto de ascensos y descensos inacabables," (16) "única por un soberbio conjunto encerrado en tan reducido espacio" (23) y "urbe cerrada, conventual y empedrada." (24) Sigue retratando Quito por lo largo de la narración en términos de "espacios... reducidos y...gente apiñada, empujada por apuros y angustias." Un fragmento del realismo social que agrega otra dimensión genérica a El palacio del diablo, señala el "despotismo de una minoría que ha convertido en campo de concentración, sin alambrados ni cadenas, las barriadas de los pobres y miserables." (206) Otro nota que "la capital es estrecha, que [sus avenidas] se incrustan y se pierden en el centro, aún más encogido, para renacer de nuevo con otros apelativos, en el sur, más las dos grandes vías periféricas,...que cercan a la ciudad para ahogarla y desahogarla día a día." (348)  Sintomático de los quiteños en la novela es el personaje que se ve "recorriendo calles y avenidas, sin poder dormir, como alma en pena..., sufriendo despierto de las mismas pesadillas que lo llevaron en sueños a esas mismas calles y avenidas cuando lograba vencer los insomnios y dormir entre sobresaltos." (365) En uno de los diálogos entre Tadeo y la voz que declara su deseo de convertirse en novelista, por otra parte, éste comenta que "...Quito me ha limitado. Aquí me he sentido a veces acosado,...como si fuera perseguido, acorralado. No sé si sea la escasez de oxígeno de las alturas, el cerco de las montañas, la gente y sus complicaciones interiores, no sé...," y el otro responde: "Ahora que lo mencionas..., yo también pienso que esta ciudad puede aplastar. Todo es cerrado, limitado, amontonado." (299)

Entre los más citables comentarios multidisciplinarios contenidos en El palacio del diablo que refuerzan este retrato ficcional de Quito y que añaden una nueva dimensión de totalidad a la novela urbana ecuatoriana son los incluidos en su fragmento 35. Este, insertado en el texto inmediatamente antes del diálogo citado arriba, es ejemplo sobresaliente de cómo partes del libro se convierten en verdaderos tratados de erudición quitóloga que sirven para complementar sus fragmentos novelados. Aquí una prosa analítica empieza a hablar de Quito en términos de la "frecuencia de vericuetos, las repeticiones de escalamientos y descensos [que] hacen que los ángulos de visión varíen, cuando las cimas pequeñas, la torre de una iglesia, la mole de aluminio y vidrio de un edificio, el alero de la casa vecina, se interponen y cortan la visión de las 'nieves eternas'" antes de citar a González Suárez quien afirma el "desorden titánico" de su ubicación geográfica. (274) Este fragmento también cita a "cronistas, visitantes y testigos" que califican la geografía andina como "sitio irregular y aparentemente inconcebible para construir la ciudad." (276) Según la voz ensayística de la novela: "La vaguada del valle -si valle puede llamarse al hueco alargado—tiene poco ancho; las colinas suben y bajan en cada tramo, anárquicas e imprevisibles. Las cañadas, hoy casi todas cubiertas o entubadas, deben haber sido un laberinto de miedo para el agrimensor." (278) También en el fragmento 35 hay una lista de adjetivos aplicados a la urbe por observadores y autores de ficción quiteña que—además de calificarla como "ciudad encantada"-- reitera el sentido de clausura y angustia provocado por ella. Se nota definitivamente aquí, por ejemplo, que: "Quien juró olvidarla la nombró 'ciudad maldita.'" (277) Quito también es descrito en este catálogo de citas como: '"ciudad lejana' que, como ninguna otra, poseía (...) la virtud de ocultarse tras la lluvia;" como "ciudad partida;" "ciudad escondida;" ciudad "'travestí, 'invadida;'" '"ciudad de ocultamientos', 'ciudad enigma' o 'ciudad secreta' y hasta 'ciudad enferma,' cansada de vivir;" "ciudad tumultuaria." (277)

Se presenta igualmente en esta novela otra faceta clave de la ciudad como laberinto carcelario que son los complejos espacios interiores de muchos de sus edificios. Aunque no sea tema tan predominante como en obras urbanas anteriores como en las de Vásconez o Proaño, aquí sí hay, por ejemplo, "silencios que buscan casas deshabitadas y corredores largos, interminables casi, con otros pasillos atravesados, con esquinas que doblan a la derecha e izquierda, y vuelven a doblar, y así se sigue, mientras el laberinto se forma y se extiende, los cruces no se hallan, se encuentran las puertas precisas condenadas, los acertijos no se descifran." (172)

Tampoco en la novela de Ponce es el eterno retorno tema de tanta envergadura como en mucha narrativa citadina anterior, pero el concepto está presente. Una disquisición sobre la política ecuatoriana reafirma que "los ciclos históricos" se repiten definitivamente en ella, y añade que "el paisito, que tiene pereza de memorizar...suele volver a elegir a los mismos, una y otra vez." (201-202). El concepto se aplica a la realidad política y social de la ciudad también cuando habla de sus eternos niños de la calle: ....Nadie podrá calcular cuánto tiempo estuvieron así. Estáticos. Inamovibles.... Tiempo que ya no es tiempo. Tiempo que va y vuelve. Que avanza y retro­cede en instantes. Detenido. Congelado. O el eterno que dejó de ser tiempo. Aquí el tiempo no es camino andado ni camino por andar....Ahora están inmó­viles quienes solamente dan vueltas en círculos concéntricos." (355)

El tiempo repetitivo o estancado como laberinto existencial también se encuentra en El palacio del diablo. Marina, por ejemplo, "comenzó a ver en Tadeo a un ser alado que la llevaría a regiones y parajes que su vida circular, reiterativa, le negó." (159) El novelista en ciernes comenta en otro de sus diálogos con el mismo Tadeo que la vida le parece "la multiplicación de los vacíos y la reiteración de la existencia circular, cada vez más concéntrica." (377) En otro responde a los comentarios de éste sobre la vida como "sin principio ni final" con declarar que "...prefiero pensar que vivimos en círculos, cumpliendo ciclos como creen nuestros indígenas y más de un filósofo, que estamos yendo y viniendo." (60)

Es en el mismo capítulo documental 35 de la novela donde El palacio del diablo también repite más eficazmente la temática de Quito como laberinto mestizo desarrollada en obras urbanas ecuatorianas anteriores como, por ejemplo, en El chulla Romero y Flores de Jorge Icaza. En un típico párrafo que incorpora fragmentos de textos historiográficos no identificados, el autor le advierte al lector que: ...talvez en lo profundo del alma de la ciudad, a pesar de lo español, lo religioso y lo "blanco", persista la ciudad india. Extraña, muy extraña forma de super­vivencia: nuevamente el sueño de lo que nunca pudo ser. "A través de la osten­tación de lo hispánico y el arte suntuoso de las iglesias se busca ocultar lo indígena", y sobre todo su realidad de "miseria, explotación y discriminación". A pesar de los exiguos vestigios, la ciudad podría ser en el fondo totalmente incaica, ante todo por el sitio donde fue asentada y por la estructura de su geografía. "Sin conocer el desarrollo histórico de la ciudad (shyris e incas), sería difícil explicar los motivos de haberla fundado en un sitio nada ventajoso." (279)

Otra clara manifestación de la ambición total de El palacio del diablo es su recurrente uso de prosa enumerativa que intenta abarcar cada aspecto de la urbe y que recalca la conclusión expresada por "el narrador" pirandelliano presente en el texto que "la ciudad sería...un tema inagotable." (301) El confuso mestizaje urbano que es elemento fundamental que contribuye a definir a Quito como lo que la novela misma caracteriza como "palimpsesto actual" (283) se plasma bien con esta técnica narrativa repetidas

veces en el texto. Buen ejemplo viene del largo párrafo que introduce el capítulo de protesta protagonizado por los incontables niños de la calle de Quito mencionado arriba:

...Caminan desde las laderas. Desde las estribaciones del Pichincha. Desde el Yavirac o Panecillo....Salen también de los que fueron hace más de ochenta años, los primeros barrios pobres del sur. Yaguachi, La Magdalena, Marco-pamba, El Pintado, Atahualpa, Chimbacalle, El Pobre Diablo, El Camal, La Ferroviaria, Cinco Esquinas, Chaguarquingo, Chiriacu, Alpahuasi, Luluncoto, Puengasí, Chilibulo, El Sena. Muchos de ellos nombres indígenas, inclusive de dialectos perdidos como el kachikel, topónimos anteriores al periodo quichua o de origen maya, o del cayapa, o de origen desconocido. (344)

Seguir vinculando El palacio del diablo con el tratamiento literario de Quito como "ciudad maldita" en este estudio sería otro tema casi inagotable. La larga novela de Modesto Ponce es, para mi criterio, no sólo culminación superlativa de la narrativa citadina en las letras ecuatorianas, sino también una de sus más audaces y más despiadadas realizaciones de literatura de protesta, y la una es producto de la otra. El contrapunto que es otra técnica que busca abarcar una especie de totalidad urbana en esta obra—como en novelas urbanas paradigmáticas de la literatura mundial como Manhattan Transfer de Dos Passos o, en un más relevante contexto hispanoamericano, La región más transparente de Carlos Fuentes—funciona repetidamente aquí precisamente para yuxtaponer los horripilantes contrastes económicos y sociales que definen la realidad citadina. El banquero arribista Don Nicanor, por ejemplo, habitante de un "islote aéreo" (46) del piso doce de un edificio de la zona norte de Quito es observado mientras pasa diariamente en su auto de lujo desde el parterre de una avenida céntrica por "un conjunto deforme acercándose a los automovilistas detenidos ante el semáforo, extendiéndoles la mano y mirándoles con ojos apagados de animal muerto en espera de caridades." (179). Entre las muchas otras manifestaciones de realismo social menos tremendistas entreveradas por El palacio del diablo, se destaca la realmente desgarradora historia de la Zoila y su hija que representan a los quiteños sobrantes de "los infiernillos de las alturas" (288) que han tenido que "trepar a [los] faldones [de la montaña], para buscar, entre chaquiñanes y despeñaderos, asidero para uno o dos cuartos de adobe o de bloques de arena y cemento, una techumbre de tejas rotas, remendadas con latones y plásticos." (89)

Como se ve en estas palabras, el Quito de El palacio del diablo, como él retratado por otras novelas citadinas contemporáneas, es ciudad desdoblada, yuxtapuesta horizontal además de verticalmente, y aquí el calificativo "maldita" se aplica a ambas partes. La siguiente cita es representativa de las descripciones "infernales" del centro y del sur de la ciudad que son parte de esta novela. Al mismo tiempo demuestra su parentesco con otras obras discutidas en el estudio anterior en el cual el Quito subterráneo se convierte en el "espejo sombrío del laberinto urbano de arriba:" (Pike 37)

La saturación de gentes y vehículos embutidos en calles estrechas encontró salida y desahogo en túneles y vías subterráneas, en circunvalaciones, anillos periféricos, túneles transversales que atraviesan la urbe vieja de oriente a occidente. “Bajo los sótanos que dejaron las estructuras de cemento, en las cámaras de aire de esos túneles, en los espacios dejados bajo las lozas, un día la prensa informó que viven familias numerosas de negros o de indígenas, respirando los escapes de camiones y vehículos”. (284)

A pesar de su afán de escaparse de los horrores de su contraparte, el Quito de "progreso posmoderno," definido en la novela como "imperio del cemento armado [que] no tiene fin," (289) también resulta pesadilla. Es "un enjambre de motores, ruidos y rostros distantes y agresivos..., hundidos bajo el peso de mil edificios de aluminio y vidrio, agredidos por hileras de letreros y avisos publicitarios y una perenne capa gris." (90) Aquí el norte de Quito se destaca continuamente también como horror neoliberal. En palabras provenientes del discurso urbanístico del libro: “Esa modernidad, que no sólo ensució el aire iluminado y la transparencia de la atmósfera, y se comió bosques y laderas con urbanizaciones, multifamiliares y centros comerciales, sino que ha mantenido la pobreza inveterada, ha inven­tado la miseria y ha multiplicado los desamparos. En la vitrina protegida por gruesos vidrios blindados a prueba de asaltos: los que pueden comprar entran por la puerta grande; y los que no pueden, que son los más, se les va la baba mientras nace la rabia al ver tanta maravilla.     

Es la economía organizada al revés, de arriba para abajo y no de abajo para arriba.” (292)

Tema recurrente en El palacio del diablo que tiene en común con novelas citadinas escritas en el Ecuador desde el siglo XIX es aquél de la naturaleza andina como antípoda a la ciudad "maldita." Esta oposición que se remonta al romanticismo anti-urbano establecido en la novela ecuatoriana por Juan León Mera en Cumandá y revigorizada contra el Quito moderno a partir de la vandguardia de Pablo Palacio, es motivo que define las relaciones problemáticas que tienen varios de los personajes de la novela con la urbe que habitan. Quito es descrita también en diferentes partes del texto como ciudad "mentirosa," "falsificada," "simulada," "maquillada," "depredada," "despojada," "enemiga del árbol," (293) y—al final de una larga disquisición académica que desmitifica su exaltada imagen como centro urbano pre-histórico e incaico como "irreal maravilloso" (83)— como ciudad "desnaturalizada, doblemente desnaturalizada." (89)

Buen personaje neo-romántico en la novela es Sergio quien es: “...ingeniero civil de profesión, naturista y biólogo por vocación, una especie de autodidacta de la naturaleza, [que] nunca hubiera podido resistir hacer una vida de ciudad. La detestó siempre. Después de dejar una compañía construc­tora de carreteras, asqueado de ver cómo su dueño alteraba el volumen de tierra removida para convertirse en millonario a costa del erario nacional—práctica generalizada en muchos empresarios modelos—buscó, pues, sus fuentes de trabajo en las zonas rurales...” (95)

Otro es el expósito del cielo nombrado Ángel Terrero, que exiliado por Dios en "un país perdido en América del Sur," observa que "[l]a franciscana ciudad es cruel con los niños y con los viejos; es cruel con los débiles...." Como remedio a la angustia que experimenta como quiteño, Ángel empieza a escaparse al campo los fines de semana y así también la novela vuelve a desarrollar el consagrado contraste entre espacios abiertos, luz, arboledas, Cordillera Real y la visión que tiene Ángel de "la ciudad agazapada, escondida...[a] lo lejos, bajo el smog." (185-188)

La contribución más singular de El palacio del diablo como novela urbana a esta temática es, una vez más, su tratamiento ensayístico. El fragmento 30 del texto va desde la narración en la que Sergio da lecciones prácticas a su hijo Tadeo sobre la ingeniería aplicada al campo hasta otro largo discurso repleto de citas de una variedad de disciplinas eruditas sobre la "pasión" de su padre—los páramos andinos ecuatorianos que ofrecen un constraste dramático al trasfondo de la "ciudad maldita" de otras partes de la novela. A pesar de ser otra manifestación del uso de lenguaje prosaico descomunal en una obra de ficción, este segmento de la novela convierte su romanticismo anti-urbano en lo que llega a ser una especie de verdadero realismo maravilloso naturalista que celebra la ausencia del hombre: “...los paramales ocupan buena parte de la zona andina, como si hubiesen empujado hacia abajo a valles, llanuras y hondaduras, quizá para vengar la constante depredación y la destrucción de la cubierta vegetal primigenia de que son víctimas, para convertirla en leña o en pastizales.... (Aprendía un Tadeo incrédulo) ...que no se acaban nunca y que casi no habían conocido al hombre: vastedades sin término alrededor de un volcán...y donde nadie puede vivir y esconden tesoros de valor incalculable, creados por leyendas y antiguas conversas—los Llanganates--; otros que guardan cadenas de lagunas conocidas solamente por los indígenas de la zona, donde las aves van únicamente para morir y que guardan misterios y mitos.... (237-238)

Como conclusión de este estudio hay que señalar que El palacio del diablo merece mucho más análisis que solamente como otra novela que tiene Quito "como fondo."  Un aspecto clave de esta obra que también se ofrece notablemente como enfoque de estudio amplio es la relación enigmática que el texto establece entre "el narrador" y sus personajes hipotéticos que lo "buscan" de una manera ya calificada como "pirandelliana." El palacio del diablo evoca comparaciones con la ya mencionada novela ecuatoriana En la ciudad he perdido una novela de Humberto Salvador y con los ejemplos de  metaliteratura mundial citados en uno de sus fragmentos en letra cursiva más autorreferentes. (246-247) Otra faceta de la obra de Ponce como metanovela que más merece análisis crítico detallado son los comentarios incluidos en varias partes de ella sobre sus propias pretensiones totalizadoras y su reconocimiento final de la imposibilidad de lograrlas. Esta novela es una de las más complejas y multifacéticas publicadas en el país en años recientes y cualquier estudio sobre ella que se limite a sola una de sus dimensiones temáticas deja muchas posibilidades para investigaciones futuras.