Ciudadanía Informada, 8 de abril, 2008

Modesto Ponce, reciente finalista del premio II Premio Planeta-Casa  de América, llevó al personaje de su esperada novela La Casa del Desván a consultar al sicólogo, “hablé con una sicóloga amiga mía sobre lo que le ocurría al personaje central de mi novela: prácticamente fue una consulta que no pagué”, dice Modesto quien aún se siente cerca de la mente laberíntica de este personaje, un burócrata cuya historia se desarrolla en la década de los 20.  

Acomodar a un personaje ficticio frente a un especialista, es una de las tantas cosas que este escritor quiteño ha hecho por sus creaciones. Regularmente acude al llamado de quienes viven en su imaginación; a veces lo despiertan en la madrugada, en otras ocasiones debe anotar en papelitos que saca de los bolsillos las frases que le susurran a los oídos. Así, se fueron estructurando cuentos como los incluidos en “Todas tus arcillas” y las historias de su novela: “El Palacio del Diablo”.

Su tercera obra: La Casa del Desván fue escogida entre las 10 finalistas del prestigioso concurso organizado por la Editorial Planeta. Participaron más de 500 escritos. El ganador fue el maestro chileno, Jorge Edwards.

La obra de Ponce estará en circulación el mes de junio, algo que lo ha puesto en el centro mismo de la atención editorial ecuatoriana.

Suena el teléfono en su apartamento, es su hermana que llama a felicitarlo por el gran logro. Deja un mensaje, le dice con cariño: “gran escritor” y  le recuerda que ya “es famoso”, algo que Modesto trata de negar con una humildad que combina a la perfección con su nombre. Tampoco dice ser un erudito, a pesar que en la biblioteca de su casa miles de volúmenes sirven de cobijo al escritorio donde surgió gran parte de su producción literaria. Ahí, en ese pequeño estudio de la avenida Gonzáles Suárez que la lluvia golpea con ternura, se codean las obras de Lawrence Burell, Borges, Marai, De la Cuadra, Yourcenar y Duras, entre otros genios de las letras.

A la entrada, está la colección completa del portugués José Saramago, quizás al escritor al que más vuelve. Ha leído, “El Evangelio según Jesucristo” en tres ocasiones. Para recordarlo, al margen del libro se observan las anotaciones: cada una con un color destinto. Guarda además con emoción, un autógrafo del Nobel que termina de esta forma: “todo son raíces”.

La verdad es que la literatura ha acompañado a este abogado de profesión desde siempre. Desde las raíces mismas. Su padre siempre  tuvo a la mano obras que guiaron a su hijo por el mar de las letras, hasta que Modesto tomó la pluma con seguridad y comenzó su carrera. Es, al igual que Saramago y Cervantes, un escritor tardío. Empezó a los 56, tras una carrera como gerente industrial. “La vida me exigió comenzar a escribir. Tenía que sacar la literatura que tenía dentro”.

Los cuentos fueron su primera parada; en “Todas tus arcillas”, se muestra ya de lleno su talento para la construcción de personajes y de historias que se digieren bien a pesar de estar amalgamadas de consternación y desamor. Luego de ese banquete literario, Modesto tomó la decisión de lanzarse de lleno a la novela.

De esta forma vino al mundo, “El Palacio del Diablo”, una obra en la que puso una buena cantidad de los aprendizajes que la vida le había dejado. Una lectora la describió como “un Everest que para disfrutar a plenitud, era necesario leer el final, para luego descender en trineo gozando del paisaje”.

Exigente y metódico, Modesto sufrió de varios desdoblamientos durante la escritura de la misma, al punto que un capítulo "El Palacio del Diablo" está redactado en la primera persona del plural: nosotros.

Después, a él y a su fantasma, le dieron ganas de pintar toda la pared de la sala con el esquema de su universo paralelo creado en la novela.

Finalmente no lo hicieron, dejaron intactos los oleos y retratos que pinta su esposa, pero no por eso pararon los desdoblamientos. Esta multiplicación de sí mismo es algo que conoce bien su compañera de viaje; ella es la primera en leer sus textos, en recomendarle cambios y en sugerirle que pare las correcciones, que pueden ser infinitas como los espejo y laberintos que obsesionaron a Borges y en la actualidad, al propio Modesto Ponce.