Murakami: la imaginación subyugante

MURAKAMI

La imaginación subyugante

Modesto Ponce Maldonado

Haruki Murakami (Tokio, 1949) estuvo entre los candidatos al Nobel. Sus novelas, en especial las “mayores”, son complejas y alucinantes. En Kafka en la orilla, el protagonista es un muchacho que huye a los quince años. “El joven llamado cuervo” se presenta como su alter ego. Se plantea el problema del yo, de quiénes y cómo somos: “me encuentro dentro de un recipiente llamado yo”. Y el yo es identidad hacia uno mismo y hacia lo que está afuera; mas, ese yo sería múltiple y esa realidad ambigua, huidiza, cambiante. Además, dentro del recipiente hay fuerzas a veces contrarias: el inconsciente, los sueños, los fantasmas, la memoria. Este panorama lleva a la soledad, a la angustia. Avanzada la novela leemos: “Si consideramos que la cáscara es la sustancia y la sustancia es la cáscara, el sentido de nuestras vidas es entonces mucho más fácil de entender”. Y más adelante: “Si realmente consiguieran la libertad, la mayoría de la gente se encontraría con graves problemas”.

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es una novela de 900 páginas. Igual que en Kafka, aparecen gatos, animales misteriosos y ausentes, una de las obsesiones del autor. El protagonista da la impresión de que es un sujeto que no reacciona, que se abandona a la vida, salvo cuando un pájaro le da cuerda, le promueve, le incita. Vuelve el mundo da la fantasía, el universo del inconsciente. “La realidad se compone de diferentes capas”. Nuevamente esta vuelve a ser cuestionada, quizás como algo casi inexistente, como relativizadas serían la verdad, la libertad, la misma vida. Se refiere al mundo del “otro lado” y el de “este”. En esta obra, el tema del misterio de la mujer es reiterativo, en el mismo doble sentido: el enigma del yo femenino y sus incógnitas. El “descenso al pozo” son secuencias con un poder de significado totalizador. Nuevamente la soledad, el aislamiento, el silencio. Novela difícil, extensa y desafiante, pero no ausente de claves que la descifran y la explican, como los dos capítulos de “Acontecimientos de media noche”.

En El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, se dan dos escenarios bien delimitados, aunque unidos por vasos comunicantes. El protagonista es uno solo: el “fin del mundo” sucede en el cerebro del personaje del “despiadado país”. Es una novela deslumbrante. Los dos escenarios, que se alternan, se inician con la referencia a una colección de cráneos, los unos para elaborar los “cálculos”, los otros para descubrir “los sueños”. La mención a los cráneos es obvia: allí, en los dos hemisferios cerebrales, está todo, está el alma, aun lo olvidado. En lo demás somos manipulados o estamos alienados por la realidad. Los dos campos narrativos se asemejan: un edificio impenetrable y una ciudad devastada. El autor rechaza, en el fondo, al mundo tecnológico y desarrollado de hoy y a su poder deshumanizador. No obstante, siempre quedará la esperanza, la recuperación, mejor dicho. Las claves de la salvación están relacionadas con la imaginación, en concreto con el arte, con el amor, con la naturaleza. Solamente así, el hombre se expresaría como es. Es frecuente la referencia a filmes de hace cincuenta años. Un escritor, por ejemplo, refleja su conciencia y pensamiento en una “historia” y, “como se trata de un conversión, no es un calco exacto, pero si representa (…) el estado de la conciencia”. Cerca del final se lee: “la mayoría de las acciones humanas se basan en el presupuesto de que después vas a seguir viviendo. En fin, lo que realmente cuenta es la acción del alter ego, el mundo paralelo, la fantasía, los pensamientos.

Mukarami, entonces, va hacia el surrealismo, hacia al símbolo y el significado, a través de una fantasía inacabable. ¿Somos eso mientras vivimos? El texto, que soporta esos vuelos, mantiene al lector en un estado de suspensión permanente. Cualquiera de estas novelas dan para extensos ensayos. Lo escrito en este comentario son trazos, registros aislados, plumazos, muestras diseminadas. El desciframiento de sus claves es arduo. Ese es su encanto. Murakami escribe para lectores pacientes, adictos a lo profundo. Las referencias en sus obras demuestran una vasta cultura, capacidad de proceso e inagotable sensibilidad.

Murakami, de joven, abrió un bar de jazz, estudio literatura y vivió muchos años en Europa y Estados Unidos, cuyo influjo compartió con Japón. De las que conozco, merecen leerse, en su orden La caza del carnero salvaje y Tokio blues. De tono menor es Al sur de la frontera, el oeste del sol. Quedan todavía en espera dos libros: 1Q84 y Baila, baila, baila. No tendrán que esperar mucho en la estantería.

(Quito, febrero 2013)